Se autodefinía como “liberal”. Las publicidades de la época lo presentaban como “el diario del extremo centro”. Y aclaraban, por si hiciera falta: “Ni marxista, ni fascista, ni peronista, ni populista”. Salió a la calle un viernes 1º de agosto de 1978. Un día después de la incorporación de Roberto Viola al trío de comandantes que gobernaba de facto el país. Y el mismo día en que una bomba mató a Paula, la hija de 15 años del vicealmirante Armando Lambruschini. El primer número de Convicción, “el diario de Massera”, contenía precisamente un discurso del marino al dejar su puesto en la junta militar. Por el matutino, que dejó de editarse a mediados de 1983, pasaron periodistas de distinto pelaje ideológico y político. “Los trabajadores de Convicción, al igual que los trabajadores de los demás medios, deben ser considerados por lo que publicaron con su firma. Todo lo demás, al igual que hoy, pasa por la responsabilidad editorial”, escribió Alejandro Horowicz, que trabajó allí. Es que algunos de los que trabajaron en Convicción han preferido olvidar ese dato. Otro periodista que pasó por aquella redacción, Claudio Uriarte, había analizado en el libro Decíamos ayer: “No entiendo qué vergüenza pueden tener de haberse ganado la vida, en tiempos muy duros, escribiendo notas a veces muy buenas, y al mismo tiempo sin comprometerse nunca en posiciones políticas o sociales aberrantes”. Muchos, por ello, no han borrado esa parte de sus vidas. Como Eduardo Vior, a quien su paso por Convicción, sin embargo, le ha traído muchos problemas.
Vior es profesor adjunto regular de Ciencia Política en la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (Unila), de Brasil. Es miembro de Carta Abierta, donde hasta 2009 coordinó la Comisión de Derechos Humanos. Entre 1970 y 1974 fue militante de la Juventud Universitaria Peronista y de la JP-Lealtad. Hasta marzo de 1976 colaboró con la Escuela Superior de la CGT, donde dictaba cursos de Historia Argentina. Entre 1978 y 1982 trabajó en Convicción, primero como redactor y luego como colaborador en Internacionales. Hoy denuncia ante Miradas al Sur la existencia en su contra de una campaña de difamación y calumnias por haber pasado por el diario de Massera.
–¿Cómo ingresó y cómo era su trabajo en Convicción?
–Impulsado por el grupo sindical coordinado por el jesuita Jacinto Luzzi –un sacerdote antidictatorial cuestionado por sus superiores– con el que me reunía en el Centro de Investigación y Acción Social (Cias), entré en Convicción para influir sobre la opinión pública informando sobre política internacional. En la sección había seis redactores más, de orientaciones diversas. Me encargaron ocuparme de Brasil. Al informar sobre la oposición allí, quería inducir una confluencia similar en Argentina. Pero en enero del ’79 recibí una amenaza de mi jefe, Mariano Montemayor: “Si seguís escribiendo así, vas a acabar en un zanjón”. Entonces me ocupé de otros temas internacionales.
El diario fue el mascarón de proa del proyecto político no sólo de Massera, sino de la Marina, que “financiaba a Convicción para una operación política que no tenía otro referente que el almirante retirado”, explica Uriarte en el imprescindible Almirante Cero. Biografía no autorizada de Massera. “Fue su medio de agitación y propaganda y también el canal desde el cual se impartían meditados sermones editoriales a la clase política, a los empresarios y a las fuerzas armadas”, trazó Uriarte, que murió en 2007. La Marina también tenía a su cargo a Canal 13, varias radios y porcentaje editorial en varias revistas.
–¿Cómo caracterizaría, en general, al perfil de los periodistas de Convicción?
–Había un pequeño grupo comprometido con Massera y con la Armada. Algunos están aún en medios hegemónicos. La gran mayoría sólo eran profesionales y una ínfima minoría pretendíamos hacer contrainformación.
La persona elegida para dirigir Convicción fue Hugo Ezequiel Lezama, que antes había capitaneado las revistas Atlántida y El Hogar. Lezama –describió Uriarte– no creía que pudiera hacerse un diario político interesante con el “paraperiodismo de los servicios de Inteligencia”. Creía en el viejo axioma periodístico que sostiene que los mejores diarios burgueses son los que están redactados por periodistas de izquierda. Estaba dispuesto a contratar a cualquiera que escribiera bien si no planteaba problemas de agitación sindical. Los periodistas estaban allí para sacar un buen diario. Para bajar la línea política estaba él.
–¿Había en la redacción signos de la ligazón del matutino con la Marina? ¿Había bajada de línea?
–En nuestra sección sólo promovían una línea equidistante de los Estados Unidos y de la Urss. Los controles ideológicos eran inconsecuentes. Por lo menos, a los periodistas de a pie nadie nos marcaba la línea.
“La relación o conversación mano a mano con los marinos por parte de Lezama era diaria y a cualquier hora”, aportó Daniel Muchnik, que fue secretario de Redacción entre 1981 y 1982. El periodista recordó en una nota publicada en Perfil: “El estilo de los editoriales tenía un sesgo admonitorio cuando trataban temas militares; de crítica en los problemas de gestión; de apología al hablar del proceso militar y en especial de la Marina. El diario ‘daba sermones’ al régimen, pero no a partir de una condición de valentía o una muestra de coraje, sino para demostrar ‘el poder de fuego’ que todavía administraba Massera”. Existía un único tema tabú: sobre derechos humanos, de los que expresamente no se podía escribir en ningún lado.
–¿Cuáles eran las complejidades y contradicciones del diario?
–La redacción no era un sitio romántico: era un lugar de tensión y miedo permanentes. Uno vivía atento a lo que se decía y a lo que no se decía.
–¿Se hacían con sus compañeros planteos morales por trabajar allí?
–Dialogando con el padre Luzzi me aseguraba de no ser usado por la dictadura. No hablaba del tema con mis colegas. Yo puedo mostrar todo lo que escribí: publiqué siempre columnas firmadas con mi nombre y apellido, que nunca omití en mis currículum. Es un antecedente profesional que no me enorgullece y sobre el que hago autocrítica, pero que nunca oculté.
–¿Tenían conocimiento de que en la imprenta se empleaba mano de obra esclava, detenidos-desaparecidos de la Esma?
–Yo no.
–¿Sufrió amenazas por su trabajo periodístico?
–Sufrí una primera amenaza a principios de 1979 por mis informes sobre Brasil. La segunda la recibí poco antes de irme becado a Alemania, cuando me impusieron seguir publicando desde Europa, si quería cuidar a mis familiares que quedaban en el país. Salí del país en marzo de 1980, con una beca de la fundación demócrata cristiana Konrad Adenauer, a la que el padre Luzzi me indujo a presentarme para protegerme. Seguí escribiendo ocasionalmente, mandando dos o tres notas por mes hasta el fin de Malvinas, cuando juzgué que el peligro había pasado.
–¿Cuándo y por qué sostiene que empezó una campaña de difamación en su contra por haber trabajado en Convicción?
–Nunca oculté mi trabajo. Figuro como miembro de la redacción en la lista que Uriarte publicó en su libro. Después de su muerte, esa lista fue publicada en un blog con el sugerente título de “Colaboradores de la dictadura en el diario Convicción”. En 2009, la jefa de redacción del diario Río Negro falseó una entrevista conmigo sobre el tema, cuando era profesor en la Universidad Nacional de Río Negro. Ese diario censuró mi réplica, certificada ante escribano, y la universidad no me dio posibilidades de defensa, así que volví a Buenos Aires. En mayo de 2010 gané un concurso de profesor en la Unila, en Foz do Iguaçú, Brasil, y comencé a trabajar en septiembre de ese año. Meses después fui atacado públicamente en la Cumbre Social del Mercosur, sin poder protegerme. El rector de la universidad, Hélgio Trindade, defendió mi estatus académico y jurídico y rechazó el ataque. Luego hubo ataques anónimos por Internet, como parte de una campaña contra la universidad. Me presenté espontáneamente a la Justicia, para aclarar mi situación. El juez federal Sergio Torres certificó la falta de méritos. Igualmente me dirigí a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y al Cels, para que me investiguen.
–¿Pudo identificar o hablar con quienes lo acusan?
–Las acusaciones siempre fueron anónimas y nunca pude defenderme públicamente. El origen de los ataques quizá fue por celos académicos o por el encubrimiento a cómplices locales de la dictadura. Muchos amigos, colegas y compañeros recibieron mails con difamaciones. Mis casillas de correo y los teléfonos de mi esposa y míos estuvieron interceptados un tiempo.
–¿Esa campaña continúa hoy? ¿A qué la atribuye?
–Pasaron meses desde los últimos ataques, con ecos en Brasil por el papel de la Unila en la integración latinoamericana. Esta entrevista es mi primera defensa pública, para restablecer mi nombre y prestigio académico. Los ataques son hipócritas. Injurian a los que trabajamos honestamente en Convicción, pero nadie ataca a los periodistas y medios cómplices aún existentes por miedo a Adepa. Nadie que haya trabajado entonces en un medio de prensa y no se haya hecho cómplice de la dictadura por acciones concretas, puede ser imputado por el hecho de haber pertenecido al medio.
Vior es profesor adjunto regular de Ciencia Política en la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (Unila), de Brasil. Es miembro de Carta Abierta, donde hasta 2009 coordinó la Comisión de Derechos Humanos. Entre 1970 y 1974 fue militante de la Juventud Universitaria Peronista y de la JP-Lealtad. Hasta marzo de 1976 colaboró con la Escuela Superior de la CGT, donde dictaba cursos de Historia Argentina. Entre 1978 y 1982 trabajó en Convicción, primero como redactor y luego como colaborador en Internacionales. Hoy denuncia ante Miradas al Sur la existencia en su contra de una campaña de difamación y calumnias por haber pasado por el diario de Massera.
–¿Cómo ingresó y cómo era su trabajo en Convicción?
–Impulsado por el grupo sindical coordinado por el jesuita Jacinto Luzzi –un sacerdote antidictatorial cuestionado por sus superiores– con el que me reunía en el Centro de Investigación y Acción Social (Cias), entré en Convicción para influir sobre la opinión pública informando sobre política internacional. En la sección había seis redactores más, de orientaciones diversas. Me encargaron ocuparme de Brasil. Al informar sobre la oposición allí, quería inducir una confluencia similar en Argentina. Pero en enero del ’79 recibí una amenaza de mi jefe, Mariano Montemayor: “Si seguís escribiendo así, vas a acabar en un zanjón”. Entonces me ocupé de otros temas internacionales.
El diario fue el mascarón de proa del proyecto político no sólo de Massera, sino de la Marina, que “financiaba a Convicción para una operación política que no tenía otro referente que el almirante retirado”, explica Uriarte en el imprescindible Almirante Cero. Biografía no autorizada de Massera. “Fue su medio de agitación y propaganda y también el canal desde el cual se impartían meditados sermones editoriales a la clase política, a los empresarios y a las fuerzas armadas”, trazó Uriarte, que murió en 2007. La Marina también tenía a su cargo a Canal 13, varias radios y porcentaje editorial en varias revistas.
–¿Cómo caracterizaría, en general, al perfil de los periodistas de Convicción?
–Había un pequeño grupo comprometido con Massera y con la Armada. Algunos están aún en medios hegemónicos. La gran mayoría sólo eran profesionales y una ínfima minoría pretendíamos hacer contrainformación.
La persona elegida para dirigir Convicción fue Hugo Ezequiel Lezama, que antes había capitaneado las revistas Atlántida y El Hogar. Lezama –describió Uriarte– no creía que pudiera hacerse un diario político interesante con el “paraperiodismo de los servicios de Inteligencia”. Creía en el viejo axioma periodístico que sostiene que los mejores diarios burgueses son los que están redactados por periodistas de izquierda. Estaba dispuesto a contratar a cualquiera que escribiera bien si no planteaba problemas de agitación sindical. Los periodistas estaban allí para sacar un buen diario. Para bajar la línea política estaba él.
–¿Había en la redacción signos de la ligazón del matutino con la Marina? ¿Había bajada de línea?
–En nuestra sección sólo promovían una línea equidistante de los Estados Unidos y de la Urss. Los controles ideológicos eran inconsecuentes. Por lo menos, a los periodistas de a pie nadie nos marcaba la línea.
“La relación o conversación mano a mano con los marinos por parte de Lezama era diaria y a cualquier hora”, aportó Daniel Muchnik, que fue secretario de Redacción entre 1981 y 1982. El periodista recordó en una nota publicada en Perfil: “El estilo de los editoriales tenía un sesgo admonitorio cuando trataban temas militares; de crítica en los problemas de gestión; de apología al hablar del proceso militar y en especial de la Marina. El diario ‘daba sermones’ al régimen, pero no a partir de una condición de valentía o una muestra de coraje, sino para demostrar ‘el poder de fuego’ que todavía administraba Massera”. Existía un único tema tabú: sobre derechos humanos, de los que expresamente no se podía escribir en ningún lado.
–¿Cuáles eran las complejidades y contradicciones del diario?
–La redacción no era un sitio romántico: era un lugar de tensión y miedo permanentes. Uno vivía atento a lo que se decía y a lo que no se decía.
–¿Se hacían con sus compañeros planteos morales por trabajar allí?
–Dialogando con el padre Luzzi me aseguraba de no ser usado por la dictadura. No hablaba del tema con mis colegas. Yo puedo mostrar todo lo que escribí: publiqué siempre columnas firmadas con mi nombre y apellido, que nunca omití en mis currículum. Es un antecedente profesional que no me enorgullece y sobre el que hago autocrítica, pero que nunca oculté.
–¿Tenían conocimiento de que en la imprenta se empleaba mano de obra esclava, detenidos-desaparecidos de la Esma?
–Yo no.
–¿Sufrió amenazas por su trabajo periodístico?
–Sufrí una primera amenaza a principios de 1979 por mis informes sobre Brasil. La segunda la recibí poco antes de irme becado a Alemania, cuando me impusieron seguir publicando desde Europa, si quería cuidar a mis familiares que quedaban en el país. Salí del país en marzo de 1980, con una beca de la fundación demócrata cristiana Konrad Adenauer, a la que el padre Luzzi me indujo a presentarme para protegerme. Seguí escribiendo ocasionalmente, mandando dos o tres notas por mes hasta el fin de Malvinas, cuando juzgué que el peligro había pasado.
–¿Cuándo y por qué sostiene que empezó una campaña de difamación en su contra por haber trabajado en Convicción?
–Nunca oculté mi trabajo. Figuro como miembro de la redacción en la lista que Uriarte publicó en su libro. Después de su muerte, esa lista fue publicada en un blog con el sugerente título de “Colaboradores de la dictadura en el diario Convicción”. En 2009, la jefa de redacción del diario Río Negro falseó una entrevista conmigo sobre el tema, cuando era profesor en la Universidad Nacional de Río Negro. Ese diario censuró mi réplica, certificada ante escribano, y la universidad no me dio posibilidades de defensa, así que volví a Buenos Aires. En mayo de 2010 gané un concurso de profesor en la Unila, en Foz do Iguaçú, Brasil, y comencé a trabajar en septiembre de ese año. Meses después fui atacado públicamente en la Cumbre Social del Mercosur, sin poder protegerme. El rector de la universidad, Hélgio Trindade, defendió mi estatus académico y jurídico y rechazó el ataque. Luego hubo ataques anónimos por Internet, como parte de una campaña contra la universidad. Me presenté espontáneamente a la Justicia, para aclarar mi situación. El juez federal Sergio Torres certificó la falta de méritos. Igualmente me dirigí a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y al Cels, para que me investiguen.
–¿Pudo identificar o hablar con quienes lo acusan?
–Las acusaciones siempre fueron anónimas y nunca pude defenderme públicamente. El origen de los ataques quizá fue por celos académicos o por el encubrimiento a cómplices locales de la dictadura. Muchos amigos, colegas y compañeros recibieron mails con difamaciones. Mis casillas de correo y los teléfonos de mi esposa y míos estuvieron interceptados un tiempo.
–¿Esa campaña continúa hoy? ¿A qué la atribuye?
–Pasaron meses desde los últimos ataques, con ecos en Brasil por el papel de la Unila en la integración latinoamericana. Esta entrevista es mi primera defensa pública, para restablecer mi nombre y prestigio académico. Los ataques son hipócritas. Injurian a los que trabajamos honestamente en Convicción, pero nadie ataca a los periodistas y medios cómplices aún existentes por miedo a Adepa. Nadie que haya trabajado entonces en un medio de prensa y no se haya hecho cómplice de la dictadura por acciones concretas, puede ser imputado por el hecho de haber pertenecido al medio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario