Iván Noble, la música como exorcismo. Esperó un año, luego de la separación con Julieta Ortega, para no escribir bajo “emoción violenta”. Por qué no le gustan las bandas nuevas y la posible vuelta de Los Caballeros.
Por Bruno Lazzaro
Dónde quedó aquello de “Los corazones rotos son para los imbéciles”? Iván Noble suelta una carcajada, se excusa y replica: “Nunca se está más desguarnecido que en una instancia de amor”. Pasaron diecisiete largos años desde que incluyó esa frase de Frank Zappa en “La noche que me echaste”, de Sangrando –el segundo disco de Los Caballeros de la Quema, banda que lideró durante doce años–. Una vida adolescente entera que incluyó la consagración de su ex grupo, su consiguiente disolución y el lanzamiento en solitario de una carrera que ya lleva cuatro discos de estudio. Siete de las últimas primaveras al compás de Julieta Ortega, desde hace un calendario su ex mujer, madre de su hijo Benito y musa involuntaria de La parte de los ángeles. “Es un disco al que le puedo poner nombre y apellido porque no lo hago desde el rencor, sino desde el amor. Quizá dentro de quince años no me guste musicalmente, pero siempre me va a hacer acordar a este momento, que es muy concreto. La vida de los adultos tiene mojones y un divorcio es una foto que siempre va a estar”, confiesa Noble –quien se presentará el 11 de noviembre a las 21.30 en el Teatro Opera Citi, Corrientes 860–. El material, que cuenta con la producción de Mariano Otero, marca su regreso al rock luego de exprimir su veta de canción y de experimentar con la bossa nova y el jazz en sus trabajos anteriores “Es un disco que me define bien, que se parece bastante a lo que soy. Me compré una guitarra eléctrica y quería hacer algo de rock porque no vivo como un fracaso el hecho de que se haya terminado una relación”, sostiene.
–¿Cuántos años de terapia se ahorró con este disco?
–No voy a decir que hago terapia con mis canciones porque sería una tontería, ya que no tengo la mirada ajena. En este caso es sólo exorcismo personal y un ejercicio de conocimiento. A veces hablar en voz alta te hace vibrar las cosas de otra manera.
–¿Qué tan buen consejero es el dolor?
–Depende la instancia. El dolor puede gatillar una canción. Pero no sé si es buen consejero a la hora de terminarla. Me parece que hay que tener sangre fría y darles distancia a las canciones para acabarlas. No quería escribir un disco de divorcio a los dos meses de separarme.
–¿Por qué?
–Porque iba a estar en estado de emoción violenta. En el arte, en general, el dolor o la emoción profunda debería ser sólo la puerta de entrada, porque si no, corrés el riesgo de que eso sólo sea significativo para vos o que se convierta en un poema adolescente para la chica de cuarto año A. Si lográs que sea universal, ahí funciona la empatía.
–¿Las historias se cuentan diferente cuando hablan de uno mismo?
–Hay una tensión muy grande. Por otro lado está la precaución. Yo no sé si quiero que la gente sepa que soy un imbécil. Pero si fuera de otra manera debería hablar en idioma neutro y no sería real.
–¿Cuánto hay de ficción?
–No mucho. Llorar encerrado en el baño me pasó hace poco. Son imágenes de tragedia cotidiana. Pero es un disco que no podía haberlo hecho hace diez años porque no había tenido un desgarro amoroso. No sabía hacer los bolsos para irme de una casa. Yo viví una sola vez con una mujer y tal vez sea la última.
–¿Y eso qué le provoca?
–Por momentos lo pienso con una sonrisa, por momentos me asusto. Porque uno va acumulando mañas y no sabés cómo vas a terminar. Y de esas cosas me nutro. Las veo. Porque los tipos más sabios terminan siendo los que tienen conflictos existenciales o el idiota, el que mira Showmatch toda la noche, ese que su única actividad intelectual es saber si la Mole Moli queda eliminada o no.
–¿Y eso qué tiene que ver?
–Es que no sé si prefiero ser como soy, no sé si me gusta que me duelan tanto las cosas. En un punto me gustaría ir por la vida con piloto automático. Pero eso no se elige. Es propio de una educación emocional que se construye y se destruye.
–¿Anarquía emocional?
–Claro. Estamos hechos de eso. Nuestros viejos no tenían permiso para ser anárquicos. Tenían un camino. Mis viejos llevan 45 años de casados viviendo en la misma casa. Era un mandato fuerte y hoy los veo enamorados. Mi generación se da más permiso, impugna el canon. La gente se divorcia más, hay menos paciencia. El amor es más líquido.
–¿Y eso es bueno o malo?
–Creo que es bueno, pero es más doloroso. Por más que haya desgarro y desazón me parece que está bueno pensar en el fracaso, que las cosas no funcionan. Que te permitas pensar que a tus hijos les cascoteás menos la cabeza si te separás. Es más genuino, si no les hacés creer una mentira. Mi generación se sacudió la hipocresía matrimonial. Tal vez la mala noticia es que hay menos esfuerzo y a la segunda discusión hay riesgo de bolso.
–Pero eso ya será una cuestión de las generaciones venideras.
–El amor durará por siempre, será el motor de todo, pero no sé si le va a agregar el dato doméstico de la escribanía del matrimonio. Para mí es una obligación personal no ser infeliz. Y eso que la vida te lleva. Pero ser infeliz gratis, no.
En la tapa de La parte de los ángeles se puede ver la mitad de una cama deshecha. Una imagen de ausencia y desnudez que se agrava en el book interior con fotos de maletas llenas de ropa. Un escenario vacío que refleja la fragilidad con la que el artista tuvo que lidiar. “Si a los cuarenta y pico no ponés el corazón sobre la mesa, se complica. Es el último tren. Y merece la exposición”, afirma Noble.
Sin embargo, el disco también refleja el lado B de la agonía sentimental. En “Si supieras cuál es mi vaso”, el cantante retoma su vieja fama de playboy para homenajear a la soledad como contrapartida del concepto de divorcio. “No es verdad que cuando te divorciás estás solo y desgarrado. Recuperás algo de animalidad, de libertad. Es como una mezcla de tren fantasma y cañita voladora”, grafica. La canción cuenta cómo los amigos lo sacan de la casa para llevarlo a un boliche lleno de “modelos sin piné”. Y agrega: “El divorcio es irte de mojitos con dos rubias a una cama que no conocés. Con sus miserias y sus pequeñas glorias”.
–En esa canción dice: “Si tuviera una Uzi en la mano, se la vaciaría al DJ”. ¿No le gusta la música actual?
–No conozco mucho de lo que pasa. Escucho los discos del pasado. No soy un tipo que les dé bola a las bandas de ahora. Hay ciertos herederos de eso, como Las Pastillas del Abuelo. Pero no termino de entender el mapa actual. Las bandas uruguayas no me conmueven. Será que estoy viejo para esa música. Veo gente que se entusiasma con las letras de Calle 13, y no lo entiendo. No me parecen gran cosa.
–¿Y qué escucha?
–Manal, Queen, Serú Giran. Y no es raro, porque me trae recuerdos. Porque cualquiera de sus canciones son mejores que las de ahora. Sé que es medio retrógrado, pero hasta ahora nada me demostró lo contrario.
–¿Cómo llega Fito Páez a formar parte del disco?
–Es que justamente es uno de esos músicos que me emocionan. Él fue la banda de sonido de mi adolescencia y etcéteras. Canté con Sabina, Serrat, Lebón, Fito. Me gusta compartir. Hacer duetos, pero no de esos que sirven como puerta de entrada a un mercado. La única referencia y condición que tengo es que esos tipos hayan sido héroes. Porque me niego a pensar eso de que “sobre gustos no hay nada escrito”. No es lo mismo Cátulo Castillo que Montaner. Me niego al relativismo cultural. Hay cosas más completas, más simples, más enormes que otras.
–¿Cómo analiza su carrera a casi diez años de lanzarse como solista?
–Con mucha alegría. En un momento de mi vida me di cuenta de que no estaba en condiciones de seguir soportando un proyecto de muchos músicos. Que una banda de rock era una noticia buenísima hasta que duró. Que me traía más preocupaciones y malos humores que otras cosas. Y estaba el interrogante. ¿Podré hacer canciones solo? ¿Me la bancaré? Ser solista era lo más genuino. Sabiendo que cualquier comparación con los grandes solistas es muy odiosa. Y asomé la cabeza sabiendo que los solistas no tienen la tradición popular de las bandas, que llevan mucho más.
–¿Y qué explicación le encuentra?
–Es que las bandas están hechas de mística y leyenda. El aguante, el rito. El solista no puede competir con eso. Sólo pasa con el Indio, pero él trasciende lo musical y además no se desmarcó de los Redondos.
–¿Hay posibilidad de que Los Caballeros de la Quema vuelvan a juntarse?
–Sí. Pero no hay posibilidad de volver como banda. Ya me lo ofrecieron hace dos años. Pero no era el momento. Ahora puede ser. Soy un agradecido de los Caballeros. Pero no me puedo contagiar de la calentura que tienen aquellos pibes que nunca nos vieron. El día que me pase, volveremos. Y si no, bueno... para algo existe el Viagra.
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