Por José Pablo Feinmann
Los colores del traje de Superman son los de la bandera norteamericana. Superman trabaja en Metrópolis y Batman en Ciudad Gótica, pero todos sabemos que se trata de metáforas de las grandes ciudades del Imperio al que protegen. Ese Imperio lo merece. Por algo creó superhéroes tan fascinantes. Alguien dirá que nunca nos llegaron otros. No es así. De pibe yo leí más a Misterix que a Mandrake. Más al Sargento Kirk que a Roy Rogers o a Gene Autry. Que eran cowboys, no superhéroes. Pero eran héroes. Kirk tenía una gran ventaja a su favor –fruto del genio de Oesterheld y del dibujo de Pratt–: no parecía un héroe. Nunca hubo nada más grande. Kirk nos inició en la adultez. Uno vivía en el Ranch del Cañadón Perdido. Estaba allí con Kirk, el Corto, Maha y el doctor Forbes. A veces –por ejemplo– planeo visitar a Saccomanno en Gesell. Casi nunca puedo. Pero mi propósito no sólo es visitarlo a él, sino reunirnos en el Hotel del “Francés” para charlar y comer y disfrutar de un buen trago. Al Hotel del Francés siempre le digo el Ranch del Cañadón Perdido. Ese Ranch quedó en nosotros como el lugar de la amistad, de las historias, de las comidas que se estiran hasta la madrugada tironeadas por la charla de los amigos. Superman luce los colores de su bandera en su traje por un motivo que nadie podría negar: la bandera norteamericana –la de las barras y las estrellas– es una de las mejores del planeta. Es una bandera show. Sirve para todo. Tiene colores potentes: azul, colorado, blanco. Tiene estrellas. Para colmo, a Superman le añaden con frecuencia el amarillo. Este color es el que distingue al comic clásico: amarillo y rojo. La bandera yanqui la usa –por ejemplo– Apollo Creed, el rival de Rocky Balboa, en su pantaloncito. La usó el nadador Mark Spitz. La usan las modelos. La usa cualquiera. Además no hay allá una irritación por el manoseo o por la supuesta falta de respeto a la bandera.
Adelante, úsenla. Para eso es tan bella. No recuerdo cuál de las películas de El Hombre Araña termina con el arácnido humano (Peter Parker) en lo alto de un gran edificio, supongo que es el Empire State, que es el que usan desde que las Torres fueron ausentadas, aferrado a una bandera de barras y estrellas. Miren bien, a esta bandera representa y defiende El Hombre Araña, no piensen una, piensen mejor dos y hasta tres veces antes de agredirla, pues lo pagarán caro. Detrás de los dibujos animados de Superman, detrás de la figura del superhéroe, luego de que ha sido dicha la frase fundacional: “Más rápido que una bala, más veloz que una locomotora. Es el tímido periodista Clark Kent que se transforma en Superman cuando el peligro lo reclama”, detrás también de la figura de Clark Kent termina flameando la bandera norteamericana. Si se quiere señalar que habremos de derrotar a ese Imperio egocéntrico y rodeado de figuras espectaculares, también se usa su bandera. En 1973, Montoneros y FAR sacaron un enorme afiche con la bandera de EE.UU. Sólo eso. Sólo la bandera. Era un afiche muy bello, porque la bandera lo es. Pero era un afiche –también– inteligente. La bandera tenía tres agujeros de bala. Y debajo de ella sólo se leía: FAR y Montoneros. No había más que decir: “Nosotros la herimos de muerte”. Estaban totalmente equivocados y no tenían una idea exacta del terrible poder del adversario al que enfrentaban, pero el afiche era bueno. En unos días saldrá mi novela Carter en Nueva York. La novela –esencialmente–- dice: el Imperio está deteriorado y paranoico. El ilustrador de la editorial –mi amigo Mario Blanco– utilizó una bandera norteamericana, no agujereada por balas enemigas, sino arrugada, deslucida, con hilachas. No hay más que decir: la idea está. Además, la bandera es tan colorida que la tapa queda atractiva y pega en la mirada de cualquiera. Esa bandera dio los colores del traje del Capitán América, que los usa abusivamente. Capitán América es de 1941, del Marvel Entertainment Group. La fecha no es casual: 1941 es un año decisivo de la Segunda Guerra.
Había que crear al Capitán América. Sin embargo, ya había sido creado el más fascinante capitán que las historietas jamás tuvieron: el Capitán Marvel. Que también fue a la guerra y peleó bravamente contra esos japoneses amarillos de enormes dientes y enorme maldad. A quienes llamaron japonazis. Capitán Marvel surge del talento de Charles Clarence Beck (que firma sobriamente C.C. Beck) y recién en 1941 encontrará a su mejor escritor: Otto Binder.
Porque la ambición humana no tiene límites y porque el capitalismo la expresa como nadie, en 1953 los de Superman hicieron un juicio por plagio a los de Marvel y lo ganaron. Muchos propusieron la evidente pregunta: Capitán Marvel era muy original, más plagiaron a Superman otros superhéroes de menos fama y trascendencia. ¿Por qué atacaron a Marvel? ¡Ah, pero sólo el Capitán Marvel llegó a derrotar a Superman en las ventas! Había que sacarlo del camino.
Dejaron así a millones de niños sin su superhéroe predilecto. Capitán Marvel era lo maravilloso en su pureza extrema. Un pequeño joven (Billy Batson) decía unas palabras que le había enseñado un mago y se transformaba en el Capitán Marvel, “el más poderoso mortal de la Tierra”. Lo de “mortal” no dejaba de tener lo suyo porque señalaba que Capitán Marvel habría de morir alguna vez. Pero no en un juzgado, se esperaba algo más glorioso. La palabra que Billy Batson debía decir era ¡Shazam! Estaba formada por las letras iniciales de personajes bíblicos, deidades griegas y romanas y héroes míticos. Salomón (sabiduría), Hércules (fuerza), Atlas (vigor, vitalidad), Zeus (poder), Aquiles (coraje) y Mercurio (velocidad). Bien, atención a esto: durante los años ’40 –que fueron los años de gloria del Capitán Marvel– no hubo un solo chico de Occidente (en fin, no tanto) que no se encerrara en su habitación y, luego de verificar que nadie lo escuchaba, dijera: ¡Shazam! Nunca pasaba nada. En mi casa había un altillo. Nunca me había atrevido a subir ahí. No se usaba, estaba lleno de cosas viejas, abrumadas de polvo, probablemente hubiera una que otra rata. Un día me conseguí una escalera, subí, abrí la puerta y entré. Me detuve en su exacto centro y –con toda mi voz– grité: ¡Shazam! Nada, seguí siendo el mismo pendejo boludo de siempre. Pero al menos lo había intentado.
Capitán Marvel fue a la guerra con gran entusiasmo. En el Nº 11 del 29 de mayo de 1942 lo podemos ver levantando el asfalto de una calle y envolviendo con él a una pandilla de nazis y japoneses. La imagen es rara, ya que los alemanes y los japoneses hicieron la guerra en distintos frentes, nunca juntos, pero pretendía mostrar que Capitán Marvel podía con los dos ejércitos a la vez. Beck y Otis insistieron en que su héroe ayudara a los soldados de la patria.
El Nº 12, de junio de 1942, lo muestra a Marvel al frente de los pelotones “americanos”, recibiendo balas que rebotan en su pecho y sonriendo feliz ante la inevitable victoria. La historieta se llama: “Capitán Marvel se une al Ejército”. Años después, luego de Vietnam y antes de Irak, pero como fruto de la desilusión de las guerras, en algunas vidrieras del Village, en Nueva York, uno se podía comprar una remera que decía: “¡Unase al Ejército!”. Tal como proponía el Capitán Marvel, ya que nada menos que él lo hacía. Pero, luego, el texto de la remera antibélica decía: “Conozca lugares exóticos, gente de otros países, humanos de otras razas ¡y mátelos!”. Aunque Marvel pertenece a la edad de la inocencia, cuando “America” toda creía en la justicia de sus causas. Por eso se enfrenta a un villano llamado Nippo the Nipponese. “Capitán Marvel se une a la Armada” es de septiembre de 1943. Y el más espectacular (en que los japoneses que dibuja C. C. Beck son un himno al racismo): “Capitán Marvel golpea a los Japs”. En una extraña historia de febrero de 1940 (antes de Pearl Harbour y antes de que Stalin fuera aliado de Estados Unidos) se puede ver al hombre de acero apresando a Hitler, que grita a sus guardias: “¡Maten al cerdo! ¡No dejen que me toque!”.
Pero Superman se lleva a Hitler y a Stalin y los entrega a la Liga de las Naciones. En el Nº 18 de Superman, septiembre de 1942, el hombre de Kripton cabalga una bomba que caerá sobre los japos. Se lo ve igual que a Slim Pickens en el final de Doctor Insólito. En suma, los nazis fueron exhibidos como seres depravados y locos sin retorno. Y los japoneses eran más monstruos que seres humanos.
Pese a que en World’s Finest Comics de 1942 Superman, Batman y Robin se muestran heroicos trepados a los tres grandes cañones de un buque de guerra, el hombre murciélago no aportó mucho para que la Segunda Guerra se ganara. Tal vez el origen dark de Batman no ayudara. Aunque –para esta época– ya se lo veía luminoso. Junto con Capitán Marvel, Batman es el superhéroe con mejores posibilidades de desarrollo. Bob Kane, sobre todo al inicio, lo presentó como un cuasi vampiro, con muchas sombras, sin nada que reflejara en su traje los colores de la bandera de la patria. Su mejor desarrollo iría por ese lado. La cumbre del gótico la alcanza Tim Burton en Batman Vuelve. También profundiza –de un modo original y hasta profundo– en la neurosis de los personajes de Bob Kane. En el final, Batman se quita la máscara ante Gatúbela y la invita a ir a la Baticueva para vivir juntos. Gatúbela (en la insuperable creación de Michelle Pfeiffer) le dice que le gustaría vivir con él: “¡Pero no habrá final feliz! ¿Cómo podría vivir contigo si no puedo hacerlo conmigo misma?” Del gótico de Tim Burton pasamos al noir de Frank Miller. Es el más sombrío y violento de los Batman. Es el Caballero de la Noche. El autor de Sin City estaba destinado a ser el que llevara a Batman hasta sus extremos imposibles. El Caballero de la Noche tortura. El Caballero de la Noche libra una guerra espantosa. Miller ya creó a Martha Washington (nombre tomado de la esposa de George) y la envió a la guerra. Y ahora anuncia una obra posiblemente insoslayable: Holy Terror, Batman! ¡Ciudad Gótica es atacada por Al Qaida! El Guasón o el Pingüino quedaron atrás. El supervillano se llama Osama bin Laden. Miller, que era un liberal y un demócrata a comienzos de los noventa, se transformó en un fascista que dice frases peores que las de Bush, a quien adhiere. En agosto del 2006, el escritor Grant Morrison le hizo una crítica irónica y hasta sádica: “No tiene sentido enfrentar a héroes ficcionales con terroristas ficcionalizados.
Sugiero que Frank, si quiere pelear esta guerra, se una al Ejército y pelee seriamente”. Pero Miller sabe lo que hace. No es nuevo. Se ubica dentro de una tradición. Siempre los superhéroes ayudaron a “America”. ¿Por qué no lo haría hoy Batman en medio de un Imperio que lucha contra un adversario ligero e inapresable como el viento?
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