viernes, 28 de agosto de 2009

REPORTAJE A DIEGO CAPUSOTTO


Ahí estaba él, sentadito con su pulóver de lana en medio del salón Libertador del Sheraton Hotel durante la noche de entrega de los premios Martín Fierro. Las estrellas televisivas desfilaban sobre la alfombra roja, en plena exhibición de los atuendos creados por los diseñadores de moda y en brindis festivo y ostensible. Él, ahí: sentado con su pulovercito hippie. Hasta que anunciaron el premio al mejor programa cómico y Diego Capusotto se levantó de la mesa junto a Pedro Saborido, subió al podio, levantó la estatuilla y propuso: “Que disfruten del sueño”. Acababa de recibir un reconocimiento más a su trabajo, el mismo que lo convierte, según las palabras de Horacio González, sociólogo y director de la Biblioteca Nacional, en el principal crítico cultural de nuestra época. No se había sacado el pulovercito.Capusotto, el humorista más potente de los últimos tiempos, es un fenómeno de masas incorporado definitivamente al imaginario social argentino. Sus creaciones se difunden no sólo a través de la televisión (donde a partir del lunes presenta en Canal 7 una nueva temporada de Peter Capusotto y sus videos) o la radio (donde continúa su programa Lucy en el cielo con Capusottos, en la Rock & Pop), sino que se replican en la Web, mediante las filmaciones que se cuelgan en YouTube y que luego se reenvían por e-mail al infinito. Pese a cierto prejuicio que sólo atribuye masividad al humor liviano, sus personajes, que se burlan de los popes del rock y de la pompa setentista, también interpelan a la realidad política con una sagacidad que ya quisieran los más renombrados analistas.El segmento radial “Hasta cuándo” es la más brutal denuncia del accionar de los medios en la generación de un estado de paranoia, una parodia de la cadena nacional de malas noticias –a la vez que señala cómo una parte de la población se suma entusiasta a esta visión catastrófica de las cosas–. Una estrategia que usa la corporación mediática y que sólo beneficia a la derecha, que suma así adeptos a sus argumentos. La recién presentada Ley de Medios apunta a desmontar esa percepción monolítica de la realidad y quizá permita una apertura de discursos. Eso entusiasma a Capusotto que, dice, está más cerca del oficialismo que de la oposición.Su prepotencia de trabajo, sumada a un talento desmesurado, redundan en un reconocimiento social que se mide con la vara más exacta: los dichos de sus personajes se transforman en latiguillos usados en el habla cotidiana. Esa es la más maravillosa música a la que un artista popular puede aspirar.El actor elige un típico café de su barrio para la entrevista con Veintitrés. El bar El Progreso, con sus mesas de madera antigua y con sus parroquianos que forman la postal arquetípica de la porteñidad, es el escenario del encuentro. Al que Capusotto asiste abrigado con un pulovercito similar al que usó la noche de los Martín Fierro.–


¿Vivís hace mucho en Barracas?


–Hace trece años ya. Mis hijas son de Barracas. Yo soy más de zona oeste. Viví en Luro desde los seis años, antes vivía en Castelar, del que tengo un recuerdo muy vago: las calles de tierra, mi casa. En Luro viví de chico, de adolescente y de adulto.–


¿El barrio marca tus elecciones estéticas o ideológicas?


No. Hay gente de mi generación con una conexión fuerte con el barrio. Para mí, no es una elección a la hora de actuar. En el barrio hay gente garca, que hace negocios, que quiere salvarse y cuya vida gira en torno a la acumulación material. Circulan cosas interesantes y cosas de mierda. Existe una especie de religión que se basa en moverse como pez en el agua en lugares de mierda mientras los demás se ahogan. El barrio es un lugar donde te conectás con gente que tiene su vida y su mundo y, si no te construís a vos mismo, cagaste. Porque el barrio también es un pelotudo que te aconseja cómo cagar a los demás. No es un lugar habitado por seres nobles y duendes que te dicen que vivas como quieras y andes con la ligereza poética de un ave y te conviertas cada tanto en un puma porque estás rodeado de hijos de puta. Te lo pueden decir dos o tres, los que finalmente elegís como amigos.


–Sos un fenómeno que excede lo televisivo, ¿cómo convivís con esa figura?


–Dejo que se apropien de esto que ven. Nunca me consideré un fenómeno: sólo hago las cosas que me salen. Pedro Saborido me manda unas cosas que escribió a las tres de la mañana, las leo, me cago de risa y, finalmente, las ponemos en acción. Eso del fenómeno es una frase que me viene, no es algo que yo exhale. Mucha gente comparte lo que hacemos y son aliados de una idea que no pasa sólo por reírse.–


La masividad e influencia de tu propuesta, ¿implican una responsabilidad?–


La responsabilidad es ser fiel a lo que estoy accionando, nada más que eso. Podés hacer reír a alguien y, siempre que te hacen reír, sos feliz. Esa es una responsabilidad. La otra es que tenemos un modelo de conducta que puede ser observado con cierto respeto. Estar en un medio masivo te puede colocar en una carrera de superación. Sin embargo, este momento es nuestra superación. No quiero llegar a ningún lugar en la televisión, es más, quiero mantener este lugar de autogestión, donde no hay disputa de poderes y donde no se necesita que las ideas sean transformadas para tener más rating. No cambio este lugar y menos con 48 años.–


¿Te ofrecieron ir a otro canal?


–Desde ya. Para la óptica de la televisión, este es un programa vendible, que puede estar en un canal y un horario de mayor difusión. Pero no me interesa, no es nuestra ambición. Este año queremos hacer ocho programas, nuestra cantidad ideal. Estar en un lugar donde nos lo permiten es un privilegio.–


Tus programas excedieron el marco de la televisión. Peter Capusotto explota en YouTube, lo mismo el programa de radio.


–Sí. No sólo eso, Internet te permite llegar a otros países. El otro día me hicieron una nota de un medio de Chile, porque miran el programa por Internet. Su alcance tiene muchos caminos. Nunca tuvimos una preocupación por el rating, porque sabemos que el ciclo tiene mucha circulación y aceptación. No tenemos nada más que hacer, salvo seguir celebrando los encuentros para que este programa siga funcionando.


–Tu humor sorprende por su precisión en los tiempos políticos. Pasó con Bombita y con “Hasta cuándo”. Se podría aventurar que Capusotto y Barcelona son los medios que mejor expresan la realidad política.


–El humor siempre tiene una conexión con los signos de la realidad. Muchos tienen que ver con los comunicadores que hacen la puesta en escena de un mundo real. Metrallean mucho, pero no profundizan los fenómenos. Mirá, lo reafirmé hoy cuando miraba el canal de videos Quiero música en mi idioma. El videograph pasaba noticias policiales, un asesinato en Barracas. Si eso no es reflejo de una ficción construida para que todo el tiempo tengamos la idea de la muerte y la inseguridad en nuestra piel, bueno, a las pruebas me remito.


–¿Cómo actúa el humor frente a eso?–


La tomamos y la destrozamos mediante la parodia. La burla es infranqueable: las cosas de las que te burlás no te pueden contaminar porque hay una lectura previa a destrozarlas, un sustento ideológico. Es como decir: “A mí no me contaminás, no me la vendés”. Otras cosas rozan otros mundos, totalmente desopilantes, que no tienen conexión con los signos de la realidad. En algunos personajes, la realidad se hace más presente, como en ese monstruo, Micky Vainilla, disfrazado de cantante pop y que es, en realidad, un virus que se mete en ciertos lugares para empezar desde allí su plan de exterminio.


–Decís que la parodia puede destruir una concepción ideológica. Bombita es irónico, pero no intenta destrozar a los setentistas.–


Es una mirada sobre algo que tuvo su densidad, su construcción política. Un Palito Ortega montonero está compuesto por dos imágenes antagónicas que nos causaban gracia. Nunca pensamos en la derrota del discurso setentista, vulgarizado en las letras de Palito. Todo lo contrario. Rescatamos esa construcción que terminó en una gran derrota general, el imaginario que representó el retorno de Perón y en lo que devino. Había una gran masa crítica, gente muy valorable y gente de mierda. Y ganaron los malos. Por eso algunos que fueron militantes ven en Bombita una reivindicación personal, porque es un tipo que militó, aunque nosotros no lo hicimos.


–Ese momento político también te marcó.


–Nos rozó porque tuvimos hermanos mayores que militaban. Esa época nos atravesó, aunque en el ’73 yo tenía doce años y Pedro era más chico. Era el momento en que se pensaba que la película podía terminar bien. Perón excedía la simbología del líder político, representaba el regreso de algo vinculado a los sectores populares, a la idea de poder tener una identidad. Se venía de una dictadura, del Mayo Francés, había algo que estaba pugnando por tener presencia.


¿Siempre te sentiste peronista?


–Sí, el peronismo es casi una expresión emotiva. Te hacés peronista por lo que está enfrente, que tiene una raíz antiperonista. No son nihilistas: a un nihilista yo lo respeto. Pero a lo que está enfrente, nunca lo he respetado. Eso te va empujando. Porque el peronismo es el peronismo y es la idea del peronismo. Es algo que tal vez no fue posible, pero que sobrevoló como posibilidad. En el otro lado, nada, la restauración conservadora, esa cosa espantosa.


–El gobierno rescató símbolos de los ‘70.–


Sí. Y, en un punto y salvando las distancias, se vuelve a repetir la historia. El movimiento peronista excede el kirchnerismo. Uno se pone en sectores antagónicos a la oposición. No hace falta ser muy perspicaz para saber quiénes realizan la construcción contraria al Gobierno para tomar el poder. Son los que permiten que el vicepresidente de la Nación trabaje para la oposición. Y eso que está todo bien con que Cobos sea vicepresidente y tenga posiciones, algo que desde ya nadie de la oposición podría soportar. También es cierto que en toda construcción hay errores, pero en este caso puntual hay ciertos errores que se podrían haber evitado. En lo comunicacional, por ejemplo. Pero, por otro lado, los errores del Gobierno no llevan a que se construya una oposición. Estuvo agazapada desde el primer día esperando el momento de atacar. La sensación, y lo digo con cierto pesimismo y dolor, es que serán los nuevos enemigos de la sociedad. No sólo han tenido injerencia, sino que han sido parte del poder en la Argentina.


–Hay humoristas que difunden las imágenes que plantea la oposición: una Cristina exasperante, preocupada sólo por la ropa, un gobierno casi dictatorial. Se ve en el humor gráfico de Nik en La Nación o en Perfil.


–Que cada uno haga lo que quiera. Nik está en La Nación, qué va a escribir Nik. Estas construcciones generan eco entre la gente y, por otro lado, caen en lo pueril, como cuando dicen que terminaremos como Cuba o Venezuela. Marcan a ese tipo que balbucea cuando habla sobre la inseguridad y le decís: “Imaginate, en Estados Unidos voltearon dos torres y no sé si fueron ellos mismos y mataron a tres mil personas, ¿de qué seguridad me hablás?”. O: “¿Qué seguridad, si mi generación se crió con la dictadura, con Malvinas, con la hiperinflación, con el menemato, con la Alianza, los 35 muertos en la calle y el corralito?”. Nunca hubo seguridad jurídica en nuestro país. Construyen con el lenguaje la sensación de que nunca estuvimos peor que hoy. Es la exasperación de lo más berreta. Es Biolcati hablando de un piquete de blancos con Grondona.


–En la Rural apeló a la Patria 50 veces.


–Un discurso que podría haber sido realizado dos meses antes del ’76. No porque vaya a suceder, sino porque hay una sociedad que empezó a creer que ese discurso es posible. En 2005 a la gente le chupaba un huevo escuchar que Kirchner era soberbio con el periodismo. Entonces se sacralizan signos: el campo es lo bueno y el Gobierno es lo malo. Y para mí los malos son los que más putean contra el Gobierno.–


¿Y Pino Solanas?–


Pino no sé. Lo vi también bastante exacerbado contra el Gobierno y me pareció un poco funcional a ese discurso. El sector donde están Pino o Sabbatella es crítico del kirchnerismo, pero no está montado en la gran jineteada nacional. A Pino lo vi en charlas amenas con Grondona que me provocaron un poco de rechazo. Es un momento emocional. Soy más afín a lugares que están vinculados al oficialismo que a los que no.–


¿Qué pensás de la izquierda?–


Y... si te hacés trosko para sacarte la foto con Biolcati, no te hagás trosko. Vilma Ripoll puso la excusa de que no podían dejarle la calle a la derecha, pero eso devino en la foto con ese tipo. Y no sólo ella, también estuvieron los maoístas, que siempre fueron traidores, desde que apoyaron a López Rega en el gobierno de Isabelita.


–Hubo una izquierda que no apoyó al campo.


–Sí. Son los que acumulan desde la universidad y después no quieren disputar el poder real. Si no querés el poder, hacete nihilista.–


¿Qué pensás acerca de la ruptura del acuerdo entre TyC y la AFA?


–Está muy bien que el fútbol pueda ser visto por todos. Después la oposición plantea otras discusiones: “Ah, ponen plata para el fútbol y no para el hambre”. Y lógico. La plata tiene que ser para la gente que lo necesita. Pero los que declaman eso nunca hicieron políticas abarcativas, no jodamos. Ya la presencia en el fútbol está limitada si sos visitante o si no sos socio. Es accesible sólo si podés pagar. Eso que era compartido desde el más humilde hasta el dueño de una fábrica hoy está reservado al dueño de la fábrica. Si no pagás para mirar fútbol, mejor. Pero claro, detrás están los intereses de ese submundo. Como idea proyectiva me parece maravillosa aunque no sé en qué terminará. En definitiva, que mirar fútbol sea gratis, no está mal en absoluto.


–La medida desató una dura ofensiva contra el Gobierno por parte del Grupo Clarín.


–Desde ya. Esto comenzó hace dos años y no va a parar. Hacen parecer que la confrontación viene de un solo lado y que, del otro, está Biolcati con su vaquita mansa, Biolcati hablando de San Martín y Belgrano. ¡Lo hubiesen sacado a patadas en el culo a San Martín de la Rural!


–Se está presentando la Ley de Medios en el Congreso, ¿qué opinás?–


Es necesaria. Tal vez hubiera sido mejor que se presentara en un momento de menos confrontación. Los sectores de poder plantean un discurso único siempre. Por eso Clarín, que forma parte de ese poder y es un monopolio, se siente atacado. El presidente de TyC dijo que la mejor democracia es que haya que pagar para ver fútbol, eso es capitalismo puro.


–¿Creés que hay un fusilamiento mediático, como denunció Cristina?–


Hay decisiones que perjudican a ciertos intereses. En una confrontación, las partes siempre apuntan a señalarse como víctimas y la población queda rehén en la disputa sobre quiénes son los buenos y quiénes los malos. Si la Presidenta dice eso es porque está en un conflicto de poder que la roza. Es claro que hay una política de desgaste, verbalizada por la oposición, para que el poder pase de bando. En ese marco, me preocupa mucho más lo que dice Biolcati.


–¿Hay un cambio en el Gobierno desde la derrota electoral?–


Recuperó la iniciativa. Pero lo principal es que la oposición no asume la construcción de un poder proyectivo. Sólo dice que todo está mal. El Gobierno muestra más solidez y potencia mediante acciones concretas como la Ley de Medios o el fútbol. La oposición retrocede pero, ojo, se agazapa para atacar después. La política es conflicto, no es consenso.

¿La democracia el reino del consenso y el debate? ¡Vamos! Se trata de una lucha para ver cuánto cedemos y cuándo volveremos a atacar.


–¿Qué pensás sobre la despenalización del consumo de marihuana?–


Las decisiones que toma un adulto, entre ellas fumar marihuana, son absolutamente personales. Fumar no tiene ninguna vinculación con el delito ni con su demonización. Los sectores que se oponen tienen una visión de la vida macabra, una moralidad sobrecargada y casi estafadora. Plantean que se usan drogas para delinquir, pero ¿qué hacen los custodios de la moral para evitar el delito? Condenan pero no arreglan las dificultades–


Ciertos adolescentes toman al personaje de Micky Vainilla sin la distancia de la ironía y siguen sus dichos al pie de la letra.


–Ah, sí. Pero para eso están los padres que verán el programa con los chicos y les explicarán que Micky es una ironía, algo monstruoso y no reivindicativo del racismo. No me puedo hacer cargo de lo que puedan pensar respecto de un personaje. También Charles Manson mató a doscientas personas porque decía que Lennon le ordenaba matar. Lo que tiene el humor es que, a veces, deja al desnudo la propia miseria y es algo que no nos gusta ver.


–¿Qué ves con tus hijas en la tele?


–Ellas ven cosas ligadas a su mundo infantil. La mayor, que tiene 10 años, empieza a estar más conectada conmigo y a interesarse más en mi propio mundo. Debe estar en una etapa de enamoramiento del papá. La de seis años es totalmente dorada, construye sus castillos de princesa en los rincones de la casa. Tiene un mundo interior muy fuerte, pero todavía no llegó a la etapa en la que escucha muchas voces para formar su voz propia, la que elija y que yo acompañaré hasta el final. Ahora escuchamos música juntos, por ejemplo.


–¿Cómo vive tu familia tu exposición?–


Las nenas lo empiezan a sentir, pero estoy en casa bastante, tengo una presencia interesante en esta etapa. Mi vieja vive, mis dos hermanos murieron, tengo una familia no muy numerosa. Mi vieja está muy contenta, y más con el reconocimiento actual. A los 16 años, yo quería jugar al fútbol y mi viejo me respaldaba, pero también tenía que estudiar porque la posibilidad de jugar dos años y que te lleven a Europa era impensable. Más grande, empecé a estudiar teatro y a frecuentar los lugares que elegí.


–Sos jurado en el Festival de Cine de Diversidad Sexual.


–Lo hago para hacerle la gamba a mi amigo Fabio Zurita, que lo organiza. Tengo interés, claro, en los encuentros sexuales que, en algunos casos, pueden ser muy celebratorios, y en otros, una forma más de la mentira. El sexo está entre las diez cosas más felices de la vida. De todos modos, quiero desmitificar que los hombres la chupan mejor que las mujeres. O al menos, yo prefiero que me la chupe Cameron Díaz a Elton John. La técnica masculina en el sexo oral no es algo que me preocupe. Lo he probado y es pura mitología. Y desde ya no se puede comparar a Cameron Díaz con Elton John y ni siquiera con George Michael.


Veintitres

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