Experimento social en el gigante asiático. Con vigilantes, cámaras y muros, buscan evitar la llegada de los sectores más empobrecidos.
Natalia Tobon
PEKIN.- Imagínense una ciudad cerrada desde las 11 de la noche hasta las 6 de la mañana. Cámaras de seguridad, guardias, muros, rejas y controles en cada entrada, en los que se examinan los documentos de todos los que ingresan. De esa forma, China intenta controlar el flujo de inmigración interna desde las zonas más empobrecidas del país.
Bienvenidos a Dashengzhuang, distrito de Daxing, Pekín: un experimento social creado por el líder del Partido Comunista en la capital, Liu Qi, y que ya se ha extendido a 16 aldeas. Liu, de 68 años y quien fue presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos en esta ciudad, es uno de los que más sabe en China de permisos y prohibiciones.
Esto es un ejemplo del control social distribuido y su política bandera: el sistema del Hukou, existente desde la época maoísta para evitar el abandono del campo. Sesenta años después, en lugar de flexibilizarse, se endurece. El Hukou es el certificado de residencia chino y vincula a la persona con su lugar de nacimiento.
Cuando llega a otra ciudad, el migrante, al no estar registrado o tener permiso de trabajo, no tiene ningún derecho en términos de bienestar o asistencia. Los migrantes no son contados como miembros de la sociedad y conforman una masa presente, existente y problemática, desconocida legalmente.
Durante la pasada sesión del Congreso Nacional de Pekín, los parlamentarios fueron invitados por algunos medios a revisar el sistema del Hukou. Wen Jiabao especificó que se encuentran en fase de estudio y las primeras modificaciones se aplicarían inicialmente en algunas ciudades.
Para controlar una población compuesta principalmente de migrantes, las medidas a veces se vuelven extremas: controles permanentes y zonas cerradas a ciertas horas del día. Los experimentos se han presentado como una solución a los crecientes problemas de seguridad, atribuidos a jóvenes de 15 a 19 años que llegan a la capital u otras grandes ciudades para encontrar un buen trabajo y vivir en mejores condiciones que en las zonas rurales. Las autoridades de Pekín insisten que son violentos. En Daxing hubo 11 muertes violentas entre noviembre y diciembre de 2009, según las autoridades locales.
"En cierta manera, esto es como el conflicto entre los norteamericanos y los ilegales en Estados Unidos. Los residentes locales se sienten amenazados por el flujo de inmigrantes", comentó desde el otro lado del globo Huang Youqin, profesor de la Universidad de Albany, Nueva York. "El riesgo es que el gobierno puede controlar la vida privada de la gente si quiere."
En zonas conflictivas
El experimento social de Dashengzhuang ya se ha realizado en otras 16 aldeas. En total se instalaron 306 cámaras de seguridad, se construyeron 77 muros y se reclutaron 202 vigilantes. Pero esto no sólo ocurre allí. Los controles se extienden a lo largo de todo el país, especialmente en zonas de tensión como en Urumqi, en la ciudad de Xingjiang, donde en julio del año pasado estallaron revueltas entre los grupos étnicos han y uigur, que dejaron 197 muertos, más de 1000 heridos, cientos de arrestados y una decena de condenados a muerte, ejecutados este año. La zona fue inmediatamente puesta bajo control y se limitaron tanto las conexiones de teléfono e Internet como la movilización de las personas residentes en el área.
Al cumplirse este mes el aniversario de aquellas revueltas, y para evitar desordenes, el control fue más sofisticado: 40.000 cámaras de seguridad a lo largo de toda la ciudad y protegidas con ciertas características que las hacen inmunes a cualquier intento de sabotaje.
China produce una tecnología que ya está a la altura de sus necesidades de preservar la "armonía" de la comunidad. Los gobernantes chinos no esconden su ansiedad de control para mantener estable su pujante desarrollo, especialmente en fechas importantes o sensibles: los Juegos Olímpicos, los 20 años de la Masacre de Tiananmen, la celebración de los 70 años de la República Popular o la Expo en Shanghai. Pero la necesidad de seguridad ha invadido la temerosa mentalidad política china, que busca evitar por un lado manifestaciones internas y por otro, las controversias en el exterior por temas polémicos como Tíbet o derechos humanos.
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