Por Pedro Paulin
El que llega último se queda afuera, y la fila se empieza a armar desde las 16, cuando van terminando de trabajar o simplemente saben que abren las puertas del parador Bepo Ghezzi, en Barracas. Todo está limpio, las camas hechas, y los olores que van saliendo de la gigante cocina a partir de las 18 generan expectativa cada día en los comensales de turno. Son apenas 75 de las 2.200 personas que, según el Gobierno de la Ciudad, viven en la calle.
Al parador sólo van hombres, de entre 18 y 60 años. Se mezclan historias de vida. Pasados distintos con presentes parecidos; todos piensan cada día dónde dormir . Así van llegando y dejan sus cosas en un cuarto bajo llave mientras hacen tiempo para la cena.
Clarín recorrió el hogar, escuchando las charlas mientras todos comían y después, cuando hacían tiempo para ir a fumar al patio. La norma de no fumar adentro se respeta a rajatabla, y Miguel Berdulari, coordinador, se encarga de que se cumpla.
Mario fue convocado para la guerra de Malvinas en abril de 1982. Había ingresado en el Colegio Militar y “zafó” de ir a combatir. Se autoproclamó ante este diario como el “descubridor” de Javier Pastore, el volante que jugó en Huracán y tuvo buena actuación en el Mundial de Sudáfrica. “Yo lo vi jugar en la cuarta y le dije a Angel Cappa, que ese chico iba a llegar, y así fue”, recordó con un cigarrillo negro en su mano.
Laura Alonso, una de las coordinadoras del parador, contó el la actividad del lugar, que funciona las 24 horas durante los 365 días del año. “Pasamos navidades, año nuevo, cumpleaños, lo que te imagines, acá adentro”, relata. Miguel asiente y va sacando, anécdota tras anécdota, la dinámica de este centro.
Aquí son frecuentes los enfermos psiquiátricos, los adictos a las drogas –ambos hicieron énfasis en el crecimiento del paco los últimos dos años– y los alcohólicos. “Nadie puede quedarse acá si está drogado o alcoholizado”, dicen ambos. Es condición básica para la convivencia.
La luz se en el parador se apaga temprano, porque hay que despertar para desayunar a las ocho de la mañana siempre. Después, cada uno sale a vender por la calle, levantar cartón, o simplemente esperar que sean, de nuevo, las cuatro de la tarde.
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