jueves, 8 de julio de 2010

"LA NIÑA MIMADA DE LA POLÍTICA"


El historiador Ezequiel Adamovsky, analiza los corrimientos políticos de la clase media en la historia.


Por Diego Rojas


No es un mito ni una clase social, según la definición marxista. La clase media, sin límites definibles, compleja hasta el hartazgo, atravesada por la heterogeneidad en su constitución política e importantísima para pensar la Argentina, acaba de ser historizada. Gorila en su nacimiento, hija dilecta en los finales de los ’50, proobrera en los ’70, silenciosa durante la dictadura, alfonsinista en el ’83, cacerolera en 2001 y macrista en estos años, su derrotero es más variopinto que la vida misma.


Ezequiel Adamovsky, joven historiador que se animó a descifrarla, cuenta su genealogía en Historia de la clase media argentina (Planeta). Es, quizá, el grupo al que pertenecen gran parte de los lectores de esta revista. El mismo que retrató Quino en Mafalda y Rep en la historieta que anticipó el 19 y 20 de diciembre de 2001. El mismo grupo que apoyó al campo y denostó a Cristina. ¿O tal vez esta afirmación no resulte tan certera? Veintitrés dialogó con Adamovsky sobre esa idea.


–El marxismo habla de “pequeña burguesía”, pero hay otro sector más amplio, la clase media. ¿Qué significa cada uno?


–Los sectores del espacio entre la clase dominante y los pobres siempre fueron difíciles de categorizar. La tradición marxista se negó a reconocer más de dos clases sociales, entonces se englobaba como parte de la burguesía, con características especiales. “Clase media” viene de la tradición liberal.


–¿Cuándo surge en el país?


–Es mucho más reciente de lo que pensamos. Siempre hubo periodistas, médicos y maestras, pero hasta la década del ’40 no se pensaba que formaran un conglomerado.


–Justo cuando nace el peronismo.


–A partir de la autoafirmación de las clases más bajas que produjo el peronismo y como reacción antiperonista se formó la noción de clase media. Nació con una carga política muy precisa y con un fuerte desprecio a las clases sumergidas. Antes del peronismo se produce un alineamiento político entre sectores medios y altos, evidente en el apoyo a la Unión Democrática, donde se unen las instituciones representativas de los sectores medios y el gran capital.


El antiperonismo tenía una adhesión tan masiva a su proyecto que en las manifestaciones callejeras juntaba 200 mil personas. La UD estaba convencida de que representaba al pueblo, pero las elecciones fueron una bofetada y tuvieron que reconocer que los seguidores de Perón no eran sólo un puñado de maleantes, vagos y prostitutas, como decía la prensa de la época, sino una masa social predominante. Ahí surge la denominación para la mitad del pueblo no peronista como clase media; necesitaban decir que los opositores a Perón no eran sólo oligarcas, como él decía, sino una masa social con legitimidad para oponerse.


–¿Cuándo comienza a representarse icónica y culturalmente la clase media?


–Antes del peronismo y de la identidad de clase media existían ciertos íconos que luego se incorporan, como La familia Falcón, un símbolo de decencia, de esas familias que sin ser ricas se distinguen del pueblo llano. Posee el valor de la educación, que eleva el nivel social, cumple ciertas pautas de conducta familiar y sexual. La respetabilidad es fuertemente retomada y reclaman el baluarte de la decencia. En los ’50 y ’60 aparece la familia como arquetípica de la clase media.


–En esos años esa identidad está extendida.


–Con el desarrollismo y la Revolución Libertadora la clase media se convierte en la niña mimada. Y a través del tiempo esa identidad va calando cada vez más abajo. Existe cierto desprecio por ser pobre, a tal punto que gente de clase baja piensa en sí misma como clase media. Es la representación de lo argentino, la mejor parte de la nación, el progreso, la racionalidad política. Cambia a fines de los ’60, cuando otros discursos apuntan a que el trabajador es el centro de la nación e impugnan a la clase media. Fueron tiempos de conflictos de imágenes. Por un lado, aquellas que levantaban a la clase media como baluarte de democracia, libertad y racionalidad y, por otro lado, las que la acusaban de todo lo contrario. Ese conflicto se saldó, baño de sangre mediante, con el Proceso.


–A favor de la clase media.


–Así es, y esa victoria se solidificó en el alfonsinismo. El triunfo de Alfonsín se lee como un triunfo de la clase media, la ruptura del hechizo plebeyo instalado por Perón en el ’45. Si se pudiera medir la autopercepción, quizás haya sido el momento en el que más gente pensó en sí misma como clase media.


–¿Qué pasó con el menemismo?


–La prédica neoliberal, con Neustadt y Grondona, se apoya en el orgullo de clase media. Había que superar al peronismo, a los sindicatos corruptos que impedían un cambio, a los trabajadores vagos que usufructuaban beneficios sindicales en contra del Estado. Con eso machacaban los propagandistas del neoliberalismo, tratando de despertar ese orgullo de clase media para romper cualquier alianza entre los sectores medios y bajos.


–Adelina de Viola decía: “No más proletarios, sino propietarios”.


–Claro, esa idea de que somos todos emprendedores. En el segundo mandato de Menem los apoyos fueron mermando, se mantuvo en los sectores altos, tuvo gran apoyo en los bajos y uno matizado en los medios.


–¿El “voto cuota” no fue de la clase media?


–Sí, pero a la vez había un intento de impulsar proyectos políticos distintos. Surgen el Frepaso y luego la Alianza. Cultural y socialmente hubo una fractura mental en el universo de la clase media. El empobrecimiento de vastos sectores, “los nuevos pobres”, fue un golpe mortal al imaginario de la clase media, que creía en el progreso asociado al trabajo, al ahorro, al estudio, todo lo que el menemismo echó por tierra.


–El triunfo de la Alianza, ¿fue una reconstitución de la clase media?


–Fue un movimiento político que trató de hacer resurgir valores tradicionales de la clase media: la decencia, el trabajo, la movilidad ascendente.


–Cuando cayó De la Rúa se dijo que la clase media derrocó a su propio presidente.


–Algunos intelectuales instalaron esa idea, pero el 19 de diciembre comenzó unas semanas antes con movilizaciones y siguieron varios meses, fue producto de una lucha conjunta de sectores medios y bajos. El cacerolazo fue de clase media y baja. El piquete no era privativo de las clases bajas: lo habían realizado sectores agrarios y pequeños empresarios. Hubo una conjunción de los reclamos. Los cánticos del 19 y 20 de diciembre tenían la intención de incluir con palabras como “pueblo”, “nación”, “argentinos”. “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, da cuenta de ese espíritu. No fue sólo una expresión de deseos, fue expresado en hechos.


–Pero cada clase tenía su propio espacio.


–Los asambleístas no usaron a la clase media como imagen, por el contrario, lo consideraban casi un insulto. Había un esfuerzo deliberado de asociarse con las clases bajas. Que se dijera que era un movimiento motivado por la pérdida de ahorros con el corralito era una confrontación. La esperanza estaba en la asociación con los sectores bajos. Duró poco pero fue poderoso.


–Después vino Kirchner.


–Finalizó el 2002 marcado por ese acercamiento. Después hubo más estigmatización de los piqueteros, un desencanto, se desactivaron las asambleas. Hubo una vuelta a las certezas de la clase media.


–¿Volvió a su nivel habitual de fascismo?


–Lo decía Barcelona, pero para no estigmatizar: los niveles de fascismo están distribuidos uniformemente en todas las clases sociales.


–Los cacerolazos de 2008 tuvieron un componente político distinto al de 2001.


–En ese año salió todo el mundo a la calle y lo mismo pasó en 2008: cuando se ve dónde, cuántos y quiénes salieron, no queda claro que haya sido la clase media.


–Se hicieron en Acoyte y Rivadavia...


–Nunca superaron las 200 personas, un número pequeño, seguro que de sectores medios, igual que la que fue al Monumento a los Españoles; seguro que tenían esa cosa gorila, antiperonista, antipopular que acompañó todo el conflicto. Pero decir que fue la clase media no es acertado. De todas maneras, probablemente el presidente que más insistió con el orgullo de clase media haya sido Kirchner. En sus discursos habla de los inmigrantes europeos, de una nación con movilidad social ascendente. Lo repitió hasta el hartazgo. Trata de apropiarse de imágenes implícitas con la esperanza de ganar a otro espectro del arco social, ya que siendo peronista tiene el apoyo de las clases bajas.


–Las cifras de la última elección, ¿demuestran una derechización de la clase media?


–Desde 2007 se nota un desencanto con el kirchnerismo y esta vez se hizo más evidente. Y como el kirchnerismo intentó posicionarse como una fuerza “progresista”, la conclusión casi inevitable es que esos sectores medios se corrieron a la derecha. No estoy seguro de que sea así. Mucha gente retomó ese “orgullo de clase media” excluyente y discriminatorio y se puede haber traducido en más votos a la derecha neoliberal, Macri y De Narváez.


Pero otra parte del anti-K no es de derecha. Lo que mucha gente no le perdona a Kirchner es no haber inaugurado un nuevo ciclo histórico nacional: disolver el peronismo en una fuerza “transversal” y progresista, capaz de atraer votos tanto de la clase baja como de la media. Dicho de otro modo, acabar con el peronismo sin excluirlo. En esa esperanza se puede reconocer la impronta de identidad de la clase media y su componente antiperonista. A Kirchner no se le perdona que se haya “peronizado”, pejotizado.


Es entonces un voto antiperonista, incluso “gorila”, pero no necesariamente de derecha. El voto anti K en Capital se repartió entre derecha y “progresistas”, no hubo “derechización de la clase media” sino, en todo caso, de una porción de la clase media. El proyecto K, y en alguna medida el de Solanas, prometía terminar con el peronismo disolviéndolo en un progresismo amplio. Macri y De Narváez ofrecían lo mismo, pero colonizándolo con candidatos que de peronistas no tienen nada.


Es peligroso leer la situación política actual de manera simplista, como una mera “derechización de la clase media”, porque se desconoce que una parte de ese sector todavía está disponible para una política progresista y porque minimiza que buena parte de las clases bajas votó también a la derecha. Macri ganó con votos de Villa Lugano y De Narváez obtuvo caudales enormes en el conurbano. El peligro es el de un giro de toda la sociedad hacia la derecha.

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