lunes, 19 de julio de 2010

UNA HISTORIA DE NUESTROS REFLEJOS


La historia del espejo obliga a repensar la relación de la humanidad con su propia imagen y con los múltiples modos de reflejar el mundo. El escritor Luis Gusmán recorre en esta nota el profuso análisis de esa historia que hizo la antropóloga Sabine Melchior-Bonnet (en breve se editará en castellano). Además, el filósofo Franco Volpi propone un lúcido experimento: "Dime cómo te miras al espejo y te diré qué filosofía profesas".


Por Luis Gusman


Tal vez como ningún otro objeto de circulación cotidiana, el espejo tiene una historia que lo trasciende: desde su descubrimiento lo encontramos en los registros del mito, la historia, la historia del arte y en los distintos modos de abordar la subjetividad humana. La historia del espejo se puede condensar en un movimiento que se sitúa en dos direcciones aparentemente contrarias pero que se implican recíprocamente. La primera es un movimiento hacia el exterior y su surgimiento como mito en el mito de Narciso (esa imagen reflejada en el agua y que encontramos en más de una pintura); hay una segunda dirección de sentido inverso: el espejo que refleja un estado interior como espejo del alma, que con el surgimiento moderno de la psicología —en su sentido más amplio— se extiende a la imagen del Yo.

La historia de la literatura y la historia del espejo se han acompañado mutuamente. Desde la aparición de la figura del doble en la literatura romántica —y en la novela gótica, en la cual la figura del vampiro no se refleja en el espejo—, hasta la multiplicación distorsionada y fragmentada en el final de la película de Orson Welles, La dama de Shanghai. Pero mucho antes un a través del espejo que sólo la Alicia de Lewis Carroll pudo atravesar para abrir el camino a lo que años más tarde teorizaría la etología. El libro de Sabine Melchior-Bonnet, Histoire du Miroir, de próxima aparición en castellano (en editorial Cántaro), recorre muchos tópicos de la historia del espejo desde su origen hasta los descubrimientos ópticos más recientes.

El libro se ocupa al comienzo del pasaje del espejo de metal pulido a vidrio, en el siglo XII, y de los fenómenos sociales que trae aparejada su industrialización. Como siempre, Venecia esconde un secreto: es aquí donde se instala la fabricación de espejos. Esta ciudad manipula el mercado de su época ya que poseía tres secretos que explicaban la superioridad en el vidrio de Murano: "la salinidad del agua de mar, la belleza y la claridad de la llama dada por las maderas en combustión y la cantidad de sal y soda".

En el siglo XVI se había agregado el azogue a la fabricación de espejos. El estañado de los espejos avanza demasiado lento. Al no dar estos espejos una imagen perfecta, los curiosos de los efectos ópticos apreciaban el espejo de metal que poco a poco se fue transformando en un objeto caduco, fuera de circulación. Si el espejo no es veneciano tiene que ser al menos "a la manera veneciana". La fabricación del espejo se vuelve seriada, se industrializa, comienza a ser más accesible en precio, calidad y dimensión.

Lo que sabemos del espejo se lo debemos fundamentalmente a la pintura y mucho más aún a los descubrimientos arqueológicos. En la mitología griega, su descubrimiento se atribuye al dios Hefesto, creador del fuego y los metales. Quizás, la primera imagen de un espejo habría que remitirla a unas figuras elegantes en Corinto, en el siglo V aC., que se miraban en pequeños discos de metal pulido. El espejo no era posible sin el esclavo, ya que era él quien sostenía el espejo ante la dama que se miraba. ¿Se trataba de una intimidad compartida o simplemente el esclavo era una sombra que no se reflejaba?

Cuando el objeto llega a los romanos —al menos así es anotado por Bonnet— nos encontramos con la primera moraleja acerca del espejo que como ningún otro objeto refleja lo que se conocía como las vanitas. Es en una frase sentenciosa de Séneca donde se asocia esta relación entre la mujer y el espejo: "Por uno solo de esos espejos, de oro o de plata cincelada, incrustada de gemas, las mujeres son capaces de dispensar el monto de la dote antiguamente dada por el Estado a los hijos de generaciones pobres". Hay que esperar a la fundación del Imperio para que, según Apuleyo y Juvenal, pase a ser un objeto que se puede encontrar en el equipaje de los hombres. Tal como se encontró entre las pertenencias de Othon, a punto de marchar a la guerra.

Plinio es quien, hablando del emperador Domiciano, da testimonio de la primera intersección entre la imagen reflejada y un cierto estado interior: "Domiciano, sujeto a grandes angustias, había hecho adornar con baldosas de piedra todas las paredes de sus pórticos para apercibirse cuando paseaba lo que se hacía detrás de él, y se precavía también contra los peligros que él pensaba se veía amenazado". La imagen se ve afectada por su relación con el espejo: en el curso de la historia, esa intersección se conceptualiza en diversas estructuras psicopatológicas como la paranoia y la esquizofrenia, en lo que se conoce como fenómenos de despersonalización. El tópico de la imagen distorsionada no remite únicamente a un cuadro psicopatológico. El hombre va ver en esa imagen distorsionada un porvenir ominoso. La superstición encuentra en la figura del espejo roto un signo de mala suerte. En la primera página del Ulises de Joyce nos encontramos con el espejo partido de una criada, símbolo del arte irlandés…

Desde el espejo de pared al espejo en miniatura, éste ha transformado la imagen humana. Con San Agustín encontramos lo simbólico y lo espiritual del espejo con el libro-espejo en tres motivos fundamentales: "la analogía, el principio de imitación, la búsqueda de una enmienda moral por el conocimiento". El espejo comienza a entramarse con los géneros íntimos, el soliloquio, la meditación, porque el diálogo consigo mismo pasa a ser diálogo con Dios. Predominio del espejo divino: Dios es el "modelo infinito, único, el espejo sin límite y perfecto que contiene todas las figuras, todas las imágenes en que coinciden todos los contrarios y solo él puede darse a ver".

El espejo también acompaña los movimientos entre la técnica y la religión. El avance técnico que permite pasar del espejo convexo al espejo plano va a destacar la nueva relación de los humanistas y el conocimiento. Lo visible y lo invisible no están regidos ya por la misma ley sino por las leyes matemáticas de la perspectiva artificial. El espejo convexo concentraba un espacio que ofrecía la visión de una mirada global y esférica; comprende a varias perspectivas pero deforma la imagen. "Hasta entonces, el rayo luminoso no se suponía que daba más que forma y color del objeto aunque él golpeaba el ojo provocando la sensación ocular y pertenecía al juicio, es decir a la razón, al sentido común, a la percepción de medir la distancia donde se apreciaba la medida del objeto en relación a los otros objetos. En un sistema tal, la imagen del espejo encontraba el conocimiento y engañaba al juicio haciendo creer que un objeto estaba allá donde no estaba: deceptio visus, el reflejo era una ilusión óptica, un trompe d'oeil".

Por el contrario el espejo plano propone una imagen exacta, un solo punto de vista. En el siglo XVII el ideal de honestidad se edifica, según La historia del espejo, sobre ese doble empleo del espejo como instrumento de adaptación social y tímida apropiación de lo íntimo. La honestidad aparece como aquello que refleja el espejo plano, que aseguraba un solo punto de vista y una imagen no distorsionada. Este pasaje afecta, según la autora, la filosofía y la moral de la época. El espejo pasa de ser espejo moral a espejo de las maneras cortesanas: comienza a ser enumerado en los inventarios de la nobleza y toma lugar como sistema de identificación social fundado sobre la cortesía, fuente de las apariencias y las reglas de la civilidad. Es el pasaje del espejo moral al espejo mundano que implica la asunción del triunfo del mimetismo. Es el triunfo de Las Máximas de Rochefoucauld sobre el barroco y el manierismo. Es el imperio de lo transparente como ideal de honestidad en oposición al mundo ilusorio de lo reflejado.

Cada época tiene su espejo. Es como si en la alternancia de un doble movimiento de centramiento y descentramiento se construyera su historia. Citando el bello título de Pierre Vidal-Naquet, la historia del espejo se ha transformado en un espejo roto. La irrupción disruptiva que Jacques Lacan produjo en este campo —el estadío del espejo y sus consecuencias teóricas posteriores—, implicó el pasaje de la relación del Yo y el espejo, todavía conservada en Jean-Paul Sartre, a la relación entre el sujeto y el espejo. Una historia contemporánea del espejo en que éste comienza a implicarse con el espacio de la mirada, la relación entre el sujeto y el objeto, la unidad o despedazamiento de la imagen del cuerpo, los modelos de conocimiento y fundamentalmente de desconocimiento y alienación.

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