Juventud, política y comunicación. Florencia Saintout, decana de la Facultad de Periodismo de La Plata, analiza la irrupción de los jóvenes en el ámbito político. Las diferencias con la década del ’70. El compromiso y la solidaridad.
Por Raquel Roberti
Su guerra es vana, aunque maten al último la lucha seguirá resurgiendo bajo nuevas formas”, advertía Rodolfo Walsh en la carta que escribió el 24 de marzo de 1977 a la Junta Militar que se había apropiado del gobierno nacional. Sus palabras parecen hoy una profecía cumplida: a pesar de las 30 mil muertes durante la dictadura, a pesar del largo reinado del neoliberalismo, la lucha por un país más justo resurgió en los jóvenes que adoptaron la militancia política como forma de intervenir en las cuestiones públicas. Más allá de su presencia en actos partidarios lo demostraron en la rápida respuesta solidaria ante las inundaciones de hace un mes en La Plata, y en la consecuencia de esa actividad: el fin de semana del 11 de mayo más de tres mil jóvenes participaron de una jornada de Unidos y Organizados para reconstruir los barrios más afectados de la capital bonaerense.
“Los jóvenes hoy tienen una gran capacidad de movilización y de acción en el espacio público. Le dan valor y alegría a la idea de militancia, la recrean, se comprometen”, asegura Florencia Saintout, decana de la Facultad de Periodismo de La Plata que funcionó como sede de la ayuda a los inundados. Doctora en ciencias sociales y magíster en comunicación, acaba de publicar Los jóvenes en la Argentina. Desde una epistemología de la esperanza (Universidad Nacional de Quilmes), en el que se aleja de la visión de los jóvenes en un contexto de derrota para pensarlos en un ámbito de recuperación. “Ante el dolor y el horror que se vivió en La Plata el 2 de abril, miles de jóvenes demostraron que habían hecho carne esa idea de que ‘la Patria es el otro’, volcándose a las calles para reconstruir lo que el agua había devastado. Tengo esas imágenes en la cabeza: una movilización infernal de jóvenes ayudando, militando, creo que eso es lo grande”, manifestó Saintout en conversación con Veintitrés.
Ese día, y los subsiguientes, la ayuda se organizó en la sede de la Facultad de Periodismo, con una división de La Plata en 38 zonas a las que los militantes acercaron donaciones, ayudaron a juntar la basura, a levantar paredes o lo que fuera necesario, “poniéndolo todo, entregados y lejos de notarse divisiones entre las más de 25 agrupaciones, entre ellas la Cruz Roja, los Cascos Blancos, la Gendarmería, los boy scouts, se hicieron una sola fuerza”. La elección del lugar no fue casual: en los ’90, le sede académica encabezó la lucha contra el gatillo fácil y el reclamo de justicia por Miguel Bru, estudiante de esa casa, y el nuevo edificio lleva el nombre de Néstor Kirchner. Tal como dice su decana: “Es una facultad que siempre supo de qué lado está. La primera noche alojamos a 50 familias que llegaron descalzas. Y luego recibimos la militancia organizada. Fue así de natural. Esta es una facultad de pueblo argentino, ¿cómo no iba a estar en la ayuda? No podía ser de otra manera”.
Como tampoco podría ser de otra manera que Saintout tomara partido y se ubicara en las filas del kirchnerismo: “No es obligatorio pero no sabría cómo no tomar partido cuando todavía hay muchas cosas por cambiar. Pero eso no significa no ver nada o ver sólo lo que uno quiere”. De allí que en un lenguaje alejado de lo académico y muy cercano al común de la gente, construye en su libro un análisis de cómo esta juventud se conecta con otras.
“Surge de otro modo pero se alimenta de una memoria que tal vez no tenga en forma consciente. Se conecta claramente con la de los ’70, por ejemplo, en los nombres que eligen para las agrupaciones, pero a la vez es muy distinta porque ni por asomo considera la opción por la lucha armada –comenta Saintout–. Hacen un puente, que posibilita Néstor Kirchner cuando dice, por un lado y hacia el pasado, ‘somos hijos de las Madres’, y por otro hacia el presente, ‘vengo a traerles un sueño’. Da lugar no sólo a las grandes ideologías y proyectos, sino también a la subjetividad, como si el nombre propio pudiera conjugarse con el nombre de la Patria, de la izquierda, de la transformación. No todos los jóvenes son militantes, ni siquiera la mayoría, pero hay muchos que encuentran en la política la posibilidad de construcción de lo público”.
Habría que señalar entre las diferencias el grado de politización de la sociedad en su conjunto, ya que mientras en los ’70 se vivía la culminación de una larga lucha por el retorno del líder, ahora se viene del “que se vayan todos” y la desesperanza de 2001. Quizás esa sea la razón por la que se les recrimina a los jóvenes “todo lo que no saben”, o “el desinterés”, pero paradójicamente cuando esos chicos asumen una militancia se los critica “porque están politizados”. “En definitiva –resume Saintout–, los adultos asumen un lugar común de condena que ha existido a lo largo del tiempo. En el relato lineal, que ayudan a construir y reproducen los medios de comunicación, siempre hubo juventudes doradas, ideales para ciertos sectores, exitosas, que pueden ser acomodadas en algún orden que no se transforme, y juventudes a las que se les teme por diversas razones. Una de las más importantes es que un sujeto histórico que no tiene nada que perder frente a un orden establecido, desubica y produce al menos resquemor, que se transforma a veces en desconfianza y a veces en exterminio. No sólo en las dictaduras, también en democracia con jóvenes pobres, varones, hijos de más de una generación de excluidos, que aparecen como amenazantes. Las cifras de las víctimas de violencia institucional, sobre todo de las fuerzas de seguridad, demuestran la instalación de esa idea”.
Sin embargo, por fuera de aquel relato lineal, la característica de esta militancia joven es que está lejos de romper lazos con la generación anterior, sus padres, como sí lo hizo la juventud de los ’70 y no sólo en la Argentina. La investigación que dio lugar al libro de Saintout devela que “muchos de los jóvenes que hoy se definen como militantes mencionan como antecedente la militancia de los padres, el abandono de ese compromiso y la desilusión de 2001. Y los padres acompañan, no tienen temor ni el enojo de la ruptura generacional. Hay un proyecto más compartido. Los chicos están creando una manera de militar que no es en soledad pero tampoco reproducen la militancia de los padres”.
En cuanto al rol de los medios de comunicación, la decana –que dirige el Observatorio de Medios de la Facultad– comentó que “aunque la juventud modifique su forma de estar en el mundo, siguen rescatando la juventud dorada, la del mercado, y estigmatizando a quienes no integran ese grupo. Pero los propios jóvenes tienen una mirada crítica de ese discurso y no sólo los de sectores de clase media, que estuvieron discutiendo la Ley de Medios, también en los sectores relegados o no politizados”.
Saintout profundizó en el tema al señalar que “el neoliberalismo se asienta como fenómeno cultural en el discurso de la seguridad ciudadana, que construye el enemigo interno en los jóvenes de sectores populares. El instrumento fundamental para hacer posible el crimen del neoliberalismo es la figura de esos jóvenes, el relato que se hace sobre ellos”. Estigmatizar a los jóvenes de sectores populares es apenas un reflejo de lo que hace la sociedad con todos sus integrantes, aplicando una mirada clasista y racista pero, advirtió Saintout, “los medios lo profundizan de manera interesada, por eso no atacan a cualquier joven sino a quienes presentan determinadas características. No es casual que cuando el neoliberalismo se pone en discusión también entren los medios en el debate, y tampoco es casual que aparezca otro tipo de juventud que ocupará un lugar central”.
En la aparición de esos jóvenes como sujeto histórico, la decana señaló puntos de quiebre, entre ellos, las muertes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán –el 26 de junio de 2002– y la de Néstor Kirchner, el 27 de octubre de 2010. “Son puntos donde se hace evidente algo que viene ocurriendo de una manera más o menos visible. Son momentos de acumulación, porque a partir de allí muchos jóvenes deciden ingresar a la política. Con el asesinato de Kosteki y Santillán también se pone en discusión algo de los medios de comunicación”.
–¿Se refiere a la tardanza en publicar la foto que prueba el asesinato?
–Eso es una parte. La otra es que en principio aparece una relación entre juventud, política y militancia, pero se los describe como militantes sociales, un concepto que poco a poco adquiere fuerza política. Son jóvenes haciendo política que hasta ese momento estaban invisibilizados, porque además en ese momento la mayoría de los chicos de sectores populares ni siquiera eran pensados como jóvenes. Sin embargo fueron jóvenes los que estuvieron en la lucha por la recuperación del trabajo roto, los que participaron en la recuperación de las fábricas cerradas o abandonadas por sus dueños, los que integraron los movimientos piqueteros o los de derechos humanos. Lo que aparece contado hegemónicamente es que están fuera de la política, ya sea para condenarlos porque no les interesa nada, o para rescatarlos críticamente. Con el tiempo y con la lucha de los mismos jóvenes, empiezan a aparecer las figuras de Kosteki y Santillán como militantes comprometidos. Las figuras que atrajeron a muchos hacia la militancia.
–¿Y la muerte de Néstor?
–Ahí sorprende la presencia de jóvenes que, seguramente, no aparecían acercándose a la política. Los mismos chicos dicen que en ese momento se dieron cuenta de que tenían que militar para lograr un cambio, pero podemos pensar que estaban pasando otros procesos que les permitieron darle un nombre a lo que sintieron en ese momento. Y creo que la experiencia que hicieron, y hacen, ayudando a los damnificados por la inundación, les da más fuerza y convicción. Los jóvenes no son indiferentes y lo que era una vía muerta para la generación de sus padres, la política, para ellos tiene la fuerza de la movilización y la transformación.
Fuente: Revista Veintitrés.
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