lunes, 13 de mayo de 2013

"LA LEY ES MAS PARA EL PUBLICO QUE PARA EL MUSICO"

Entrevista a Miguel Cantilo. Forma parte del colectivo de artistas que impulsa una nueva ley para que se pueda conocer lo que hoy sólo los curiosos llegan a descubrir. Se toma esa lucha con calma envidiable, que no es una cuestión de edad. Así como va calmo por lo que cree justo, navega por Internet en busca de músicos nuevos que le ofrezcan eso que ilumina su cara al encontrarlo: frescura.
 
Por Jorge Belaunzarán

Pocos músicos escriben. El caso más notorio es el de Bob Dylan, de quien Miguel Cantilo tiene el Crónicas Vol. 1 sobre una mesita, y dice esperar ansioso que haya un Vol. 2. Cantilo tiene tres libros escritos, pero por una de esas cosas de la difusión, la construcción de sentido y otras yerbas, ahora que publicó su último libro, “¡Qué Circo! Memoria y presente de medio siglo de rock argentino”, junto a “Cantilenas”, su último disco, se tiene una idea algo más aproximada de su capacidad creativa y su preocupación por el mundo de la creación, el arte y la cultura.

-¿Por qué habiendo tantos medios de comunicación cuesta que se difunda aquello que pese a esa cantidad de medios, no aparece?

-Porque no hay una ley de medios como debería haber. La que se está tratando de impulsar, con una resistencia enorme, es aproximadamente lo que debería ser. O sea una ley que dé entrada igualitaria a la música de realización nacional y la importada. En estos momentos hay una sobre población de música extranjera en los medios, simplemente pasando el dial te das cuenta, y todo lo que es nacional obedece a campañas, convenios, pagos, intercambios, canjes de publicidad, lo que sea. Pero no hay una voluntad de promover la música local. Y no te digo solamente el rock, sino la de habla hispana que se fabrica en el país, así como no hay una voluntad de promover la industria nacional en todos los aspectos. Y sobre todo la ley de la música, que estamos promoviendo los músicos, para que haya un porcentaje de música independiente, realizada y producida por los músicos, financiada por los propios músicos.

-Ese debate siempre produjo un dilema: ¿cuál es el porcentaje, el punto en el que el oyente no sienta que le están imponiendo algo?

-Esa es la situación que se está dando ahora: al oyente se le está imponiendo algo y sale a buscarlo por otro lado. Aunque el oyente no se dé cuenta. Porque le imponen música de catálogos norteamericanos, generalmente, ingleses también, pero no franceses o españoles, sino exclusivamente de los países más dominantes en ese sentido. Se le impone el catálogo y tiene que salir a buscar por Internet o por donde sea lo que realmente le gusta. Lo que se propone es que se invierta un poco lo roles, y que no haya una imposición, sino una distribución equitativa de los catálogos de los distintos países, y que eso sea controlado por organismos sin intereses creados. Nosotros proponemos una ley de la música con estatuto y una serie de cosas que nos hemos reunido una serie de músicos y lo hemos consensuado, para el cual tiene que haber un comité, heterogéneo, que controle que las radios pasen planillas con lo que emiten, cosa que no están haciendo. Y que es ilegal. Que se controle que pasen planillas, ésa es la única manera, incluso, de cobrar más equitativamente los derechos de autor, que hoy se reparten por sondeo, una especie de sorteo prácticamente. Esta ley también propone que haya planillas, y que ahí se pueda evaluar cuánto de música nacional, cuánto de extranjera, dentro de la nacional, cuánto de producción independiente, cuánto de multinacional. Todos estos son organismos de control que existen en todos los países más o menos organizados y que acá está a la deriva y totalmente dominado por los países centrales.

Propone escuchar uno de los grupos que descubrió en su curiosa navegación por Internet. Mother Mother, se llaman, son canadienses, suenen muy bien y tienen poco que ver con la música que hace Cantilo. “Me hacen acordar a Blondie, que a mí me gustaban mucho a fines de los setenta. Estos pibes me hacen acordar, me parecen muy frescos, muy creativos, que es una cosa que desgraciadamente cada vez hay menos; desinhibidos."

-En su libro atribuye esa pérdida de frescura al sistema capitalista, pero el capitalismo también, en una época, hizo posible esa frescura con, por ejemplo, Los Beatles.

-Creo que porque ahora hay mucha más oferta. Antes eran unos pocos grupos que aparecían y enseguida los buenos descollaban y saltaban por encima de los demás. Hoy hay tanta cantidad de oferta, ya sea acá o en el mundo, que es más difícil que el bueno se abra paso y la gente lo identifique: hay mucho bulto y poca claridad. Tanto objeto de consumo y grupo que lo que busca es hacer dinero, que realmente los que tienen frescura o creatividad u originalidad, a veces pasan inadvertidos en esa maraña y al público le cuesta encontrarlos y a ellos, aparecer. En nuestro medio a mí no me cabe duda que están. Incluso en el libro trato de dar señales de los que me parecen que están proponiendo algo nuevo, bueno, interesante, pero hay una pared que los separa de los medios; como si estuvieran tapados por una pátina de mediocridad, que es lo que se consume. Creo que está todo relacionado el tema de los medios, de la ley, que le dé una posibilidad a los grupos independientes que se están autoproduciendo (como se autoprodujo The Police, al principio) que les permita crecer. Eso quiere decir grabar en buenas condiciones, tener laburo, una difusión, y eso va a promover figuras que en este momento se están haciendo; música fresca, creativa pero que no nos podemos enterar.

-Una de las críticas que hay a la reglamentación de las cuestiones de difusión es que la reglamentación quita creatividad.

-Eso lo va a tener igual. No es que la difusión radial le va a ablandar la vida y le va producir más sustento. El músico igual se va a encontrar con escollos muy grandes porque hay otras que mejorar también, que son los circuitos de actuación, la aparición en eventos culturales. Pero lo de la difusión no es una cosa tanto para el músico como para el público. Es un servicio para que la gente se entere de que hay cosas realmente buenas, que si no, nunca se va a enterar. Ahora Internet ha facilitado bastante las cosas. Pero la radio sigue siendo una herramienta de compañía para el conductor, la mujer que hace tareas domésticas, es un propalador permanente. Es como la televisión. Ya no podés contar a nivel creativo porque, sobre todo los canales de aire, son de una mediocridad tan grande que no podés ni soñar con ver algo bueno ahí. Tal vez en algunos programas de cable. Por eso creo que es más un servicio más para el público que para el músico. Al músico no le va a cambiar tanto la vida, por ahí se lo va a hacer más conocido y eso le va a permitir acceder a algunos circuitos de trabajo. Pero es más beneficio para esta gran masa de oyentes, consumidores de los medios de difusión.

-¿Y cuál es la situación de la ley de la música?

-El año pasado estuvo a punto de ser sancionada. Pero se cayó porque a fin de año hubo leyes más importantes que tratar y diversos tipos de presiones, gente que no estaba del todo de acuerdo; estamos empujándola otra vez a que vuelva a consideración. Tuvo bastante consenso, la apoyaron diputados de todos los partidos, pero desafortunadamente no se llegó a aplicar. Ahora, si la ley de medios, que también está tambaleando en su aplicación, se llega a aplicar como es debido, luego es mucho más fácil. Igual estoy de acuerdo en que haya gente que ponga reparos en la posibilidad de que al haber más difusión de música en español, la música en español sea mala. Cosa que puede pasar. Que se llene de música melódica berreta y uno se la tenga que bancar. Pero para eso están los musicalizadores. En la Argentina ha habido siempre una muy buena tradición de musicalizadores de radio, que ahora está muchas veces fuera de concurso. Nos hemos criado prácticamente con programas como Modart en la noche o Música con Thompson & Williams, que eran programas de sponsors que pagaban disc jockeys como Ricardo Alberto Kleinman o Pedro Aníbal Mansilla, o tipos que difundían la música que nosotros de chicos fuimos descubriendo: Beatles, Rolling Stones, todo aparecía en esos programas. No es necesario que todas las radios se dediquen a eso, pero sí que haya radios que sepas que vas ahí y escuchás la música que querés. Como consumidor de los medios tiene que haber un medio que sea para mí, para mi gusto, para el gusto de todos, y eso no hay en este momento.

-¿Encuentra relación entre la calidad de la música que se produce y los problemas de difusión?

-La calidad se fue perdiendo; paulatinamente. Y se perdió junto con otros valores: en la música, la tecnología, el espectáculo. Esa degradación tiene un gran punto de inflexión en la década del noventa, en la que se desvalorizó todo en función de un neoliberalismo que trajo el consumo desaforado, la burbuja del uno a uno y toda esa fantasía económica que fue en detrimento del progreso que iba haciendo no sólo la música, el arte en general, en los ochenta. En los 80 llegó a haber grupos como Soda Stereo, Los Redondos, que después fueron inalcanzables por el resto, y toda una gama de grupos atrás que eran realmente originales. En los 90 empezó esa declinación porque hubo un lavado de cerebro general, en el público y en los músicos, y de ahí en adelante empezó una carrera de consumo. Y los grupos empezaron a trabajar para el consumo, en lugar de escribir letras como las escribía Miguel Abuelo, el Indio Solari. Empezaron a copiar mal esas letras, o las letras de los Rolling Stones, o a hacer como covers, y se transformaron en imitadores de imitadores y se fue degradando la música, la estética en general, los videos, la letra, y hoy tenés que rastrear con lupa para encontrar una canción que diga algo interesante, que transmita un texto como cualquiera de los que se escribían en los 80, y por ahí la encontrás donde hay alguna fusión con folclore, como Arbolito, o algunos de folclore que se inclinan hacia el rock, como Aristimuño. Lo que no hay es una especie de competencia entre los grupos a ver quién escribe mejor, quién trata de decir algo, y creo que es un reflejo de lo que le ha pasado al país en general. Una especie de vacío del que creo que está saliendo, pero por supuesto para que salga definitivamente tiene que haber un apoyo de parte de los medios y de otras instituciones. Ahora existe la autoproducción, que antes no existía: los chicos graban sus discos como quieren, dicen lo que quieren; hay una libertad que ojalá hubiéramos tenido nosotros, pero eso no condice con la llegada a la gente. Estoy atento a lo que escriben los nuevos grupos de otros países y no hay un desprecio por la capacidad de transmitir poesía en una canción como en la Argentina. Acá hay una separación entre la cultura literaria y la canción, que no me explico bien por qué, que por ahí tienen que ver con las nuevas de tecnología, que no despiertan el interés del escritor de canciones por aprender técnica para poder expresarse. No digo escribir como los grandes poetas, pero aprender la técnica básica de cómo se versifica, cómo se puede meter una letra en una canción. Se nota cuando hay un conocimiento de la técnica. Y recuerdo que a Spinetta, Luis Alberto, lo rebotaron en el examen de Sadaic dos veces.

-¿Exámen para qué?

-Para probar que sos autor y compositor. Todavía lo hay. Y tenés que mínimamente mostrar lo que hacés, y ellos, la mesa examinadora, te dice si estás capacitado o no para ser autor y compositor. Cosa que en otros países no existe para nada. A Spinetta lo rebotaron dos veces y él escribió una carta en el diario “La Opinión”, en términos surrealistas, dirigida a esos tipos que le rebotaban en el examen de letra. Te da la pauta de que más allá del conocimiento de la técnica, hay un talento que uno tiene. Pero siempre te ayuda el hecho de conocer mínimamente la técnica. Y es una técnica que no hay que estudiarla como si fuera algo teórico, sino simplemente sentarse y leer poesía, que es tan maravillosa como la música, y está lleno de grandes poetas. Se aprende mucho y se aprende a escribir letras. Ahí han surgido los grandes letristas del rock.

-¿Cuando arrancó, imaginaba que el rock iba a convertirse en algo tan grande e iba a perdurar tanto?

-No, no me lo imaginaba. El otro día fui a verlo a Kubero Díaz, que tiene un power trío y hace música muy evolucionada. Y veía un cuadro de Tanguito y decía: quién iba a pensar que los locos que venían a este tugurio, que era un bar oscuro, donde paraban los vendedores y los corredores de comercio a las tres, cuatro de la mañana, y donde se habían reunido antes los escritores (Mallea, Nalé Roxlo, el mismo Borges), toda la bohemia literaria, ese bar, que era un barzucho del Once, que la característica que tenía era que quedaba abierto toda la noche y que por eso los noctívagos iban a parar ahí, iba a ser, 40 años después, un lugar donde se tocaría rocanrol arriba de un escenario con equipos eléctricos al mango. En 40 años, las cosas que logró el rock en este país, sin ser la música tan importante que es en Estados Unidos o en Inglaterra, siendo una música que se consideró extranjera, foránea, los logros que ha tenido, no suponía que podía pasar. Pensé que iba una música como el jazz, como mucho. Que no arrastra tanta cantidad de público, sino que tiene su núcleo de gente que lo va a ver a distintos lugares. Eso es el jazz, la bossa nova. Pero el rock es una cosa muchísimo más fuerte, arrastra multitudes, genera bandas en los barrios, chicos que quieren tocar, escuelas que enseñan. Eso no pensé que fuera a ser así. Y me parece maravilloso. *
 
Fuente: Revista Asterisco.

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