miércoles, 29 de mayo de 2013

FRANCISCO Y EL MANDATO DE JUSTICIA SOCIAL

Por Alberto E. Barbieri

El Papa, profundizando en la doctrina social de la Iglesia, ha rechazado la explotación de los trabajadores y la reducción del mercado laboral. Para lograr una auténtica paz social, la política económica debe promover la ampliación de las actividades productivas y la equidad distributiva.
 
¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas? En los libros figuran sólo nombres de reyes. ¿Acaso arrastraron ellos los bloques de piedra? (Berthold Brecht- Cuentos de Almanaque- Preguntas de un obrero que lee)
La enseñanza social de la Iglesia no es un conjunto rígido de principios sino una guía para la acción, que sigue los pasos metodológicos del ver (comprender), juzgar (discernir desde principios y valores) y fundar una acción. Se encuentra en el punto de cruce entre los aportes de las ciencias sociales y la perspectiva que abre el Evangelio.
El Papa, en el Día del Trabajador, criticó la concepción economicista de la sociedad, se indignó “contra el trabajo esclavo” y con la práctica de “no pagar lo justo, no dar trabajo porque solo se miran los balances de las empresas y lo que se puede aprovechar”.
Una sociedad no es justa cuando está organizada de modo tal que no todos tienen la posibilidad de trabajar y requirió de los responsables de la cosa pública “todos los esfuerzos para dar de nuevo impulso a la ocupación y por la dignidad de la persona”. Juan Pablo II, hablando ante los empresarios en el Luna Park en abril de 1987, los interrogó con simpática picardía: “¿Ustedes realmente entienden lo que les estoy diciendo?” Meses después, Pugliese, Ministro de Economía, confirmó que aquellos empresarios no lo estaban entendiendo, cuando expresó: “Apelé al corazón y me contestaron con el bolsillo”. La teoría económica se apoya sobre dos factores de la producción – el capital y el trabajo – que tienen sentido en conjunto; la exacerbación del “economicismo” los diferenció, considerando sólo el “beneficio” como motor de la asignación de los recursos y de la producción, descuidando que toda actividad económica debería estar al servicio del hombre. Las ganancias no deberían tener como único objetivo el incremento del capital, sino que han de destinarse también, con sentido social, a mejorar el salario y a la capacitación técnica y a la investigación.
En la Encíclica Laborem Exercens (1981), se plantea que esa antinomia entre trabajo y capital “no tiene su origen en la estructura del mismo proceso de producción, y ni siquiera en la del proceso económico en general porque en sus orígenes existe una compenetración recíproca entre el trabajo y lo que estamos acostumbrados a llamar el capital”. El hombre-trabajador, primitivo o ultramoderno, demuestra su vinculación indisoluble con la formación del capital, “ya con su trabajo entra en un doble patrimonio, el que ha sido dado a todos los hombres con los recursos de la naturaleza y el que ya han elaborado anteriormente sobre la base de estos recursos: el hombre, trabajando, al mismo tiempo reemplaza en el trabajo a los demás”.
El trabajo considerado como mercancía, cuyo valor los determina el mercado, condiciona la política económica y la paz social; si no es concebido como fundamento digno de promoción humana, las instituciones laborales se convierten en banderas del conflicto intersectorial y no en principios básicos del funcionamiento social.
Cuando se invierte el planteo y lo esencial es preservar la fuente de trabajo, la política económica se instrumenta para la reapertura de las actividades productivas y no para su cese. Si bien es “justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume”, también la empresa, la poseedora de los bienes de la producción, tiene un derecho de ser retribuido por su aporte a la sociedad y un deber de producir.
En ese contexto es que todos tenemos la obligación de seguir un viejo apotegma que nos indicaba que primero la Patria, luego las organizaciones y por último el provecho personal, lo que implica aceptar cada uno la responsabilidad que tenemos sobre el desarrollo económico equitativamente distribuido. Que la oportunidad que Dios nos ha dado de estar en una posición privilegiada no nos ponga en la soberbia de creer que tenemos más derechos a aprovecharnos del conjunto en lugar de hacer algo por el colectivo social.
Fuente: Clarín

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