lunes, 13 de mayo de 2013

"EL TEATRO ES LA COLIMBA"

Enrique Pinti, analista de la realidad. El lado oscuro y las gratificaciones del oficio de actor. La amenaza que sufrió con Gasalla. Y por qué no haría Salsa Criolla hoy.
 
Por Bruno Lazzaro
 
Enrique Pinti se baja del taxi, pone un pie en la avenida Corrientes, levanta la vista y saluda. En la puerta del teatro Lola Membrives una mujer lo espera. No hay foto, ni autógrafo. Ella sólo quiere un beso de ese hombre que la hizo reír tantas veces. La escena sucede y, sin querer, detona una seguidilla de actos en continuado. Una, dos, tres, cuatro señoras de edad avanzada… y final. “No hay nada más lindo que te vengan a saludar. Lo necesito. Me gusta, lo disfruto mucho. Siempre con respeto, aunque boludos hay en todos lados”, afirma o señala o asegura –no hay ninguna de estas acciones que grafique la velocidad de su decir–. Veintiséis palabras seguidas. Verborragia en estado puro. Las comas y los puntos son un agregado. En Pinti no existen las pausas a la hora de expresarse de manera clara, pero sí las puteadas. Una marca que lo define a la hora de llevar adelante grandes monólogos, shows de café concert o sagas musicales –en clave revisionista– como Salsa Criolla, que fue vista por tres millones de espectadores en tres mil presentaciones durante diez temporadas.
En Lo que vio el mayordomo, un vaudeville ágil y divertido, el autor Joe Orton –ver recuadro– realiza una crítica intensa contra la psiquiatría y sobre la sociedad políticamente correcta de mediados de los sesenta. En la obra –dirigida por Carlos Rivas–, Pinti –de 72 años– interpreta al Doctor Gatti, un funcionario del Ministerio de Salud Pública que llega para poner un supuesto orden en la clínica de su colega Feldman –Luis Luque–, un tipo abusivo que aborrece a su mujer ninfómana –Alejandra Flechner–. “Antes de morir, en 1967, Orton escribió el argumento para una película de Los Beatles que no se llegó a realizar. Antes se juntó con Paul McCartney y quedó muy decepcionado cuando fue a la casa y se encontró con un castillo que no tenía ni la reina de Inglaterra. Cuando llegó lo atendió un mayordomo y quedó maravillado porque nunca había visto en vivo al típico personaje de la comedia inglesa”, cuenta Pinti sobre el puntapié de la pieza.

–En la puesta se percibe una crítica fuerte hacia el teatro desde el teatro.

–Claro. Orton le toma el pelo al vaudeville inglés. Esta obra no la vio estrenada. Él quería que aquellos que lo criticaban por petardo creyeran que iban a ver una de esas comedias de mierda de siempre. Y no. Le puso rosas, suntuosidad, luminosidad, una chica ingenua y un Don Juan para seducirla. Una porquería. Para que todos entren en la trampa. Es una burla total para el recurso hombre/mujer y mujer/hombre de Shakespeare. La confusión sexual.

–La obra tiene un juego de puertas que requiere mucha sincronización. ¿Es tan difícil como parece?

–El vaudeville es un género disminuido, pero necesita un mecanismo de relojería en el que el actor debe estar muy comprometido. Si es un vaudeville de culo y teta, no sirve. Es un desastre. Y si no cuenta nada, da igual. Los grandes vaudevilles cuentan algo. Y siempre son sátiras. Realmente hacía mucho que no hacía algo como esto. Es más, creo que nunca hice una comedia de enredos. Desde el ’73 me dediqué más a la sátira política. Pero esto es algo que disfruto como espectador.

–¿Por qué no lo hizo antes?

–Porque me cayeron otras propuestas y siempre estaba con algo. Primero tenía 40, después 50 y llegó un momento que dije: “No hay más tiempo”. No puedo seguir pateando la pelota para adelante. Va a llegar un tiempo en el que no voy a saber cómo me llamo y no voy a tener energía para hacerlo.

–Y el monólogo siempre va a estar.

–Claro, aunque esté en silla de ruedas o con un audífono. Nadie me va a pedir que baile, pero esta propuesta no quería dejarla pasar.

–¿Cómo se lleva con la locura?

–A la locura le tengo un gran respeto. Sé que los que cambiaron la historia fueron los locos. Aunque una cosa es la locura creativa y otra cuando se te suelta la cadena y no sabés quién sos. Hay gente que en estado de locura hizo genialidades. Todos tenemos miedo de perder la razón o de que te agarre el Alzheimer. Antes, llegar a los 80 años bien, era un milagro de Dios. Hoy lo hace cualquiera.

–¿Qué es lo que le sigue emocionando del teatro?

–En teatro todos los días empieza y termina algo. El teatro es la colimba. Tenés que venir todos los días de función. Y si te va bien, quizá tenés que estar haciendo ocho meses lo mismo. Lo que me gusta es la proximidad del público. El teatro es tangible. No hay rating. Sucede ahí. No me interesa el puesto de venta. Salsa Criolla estuvo primera durante diez años, pero era distinto.

–¿Por qué?

–Porque era un punto clave del país. Se salía de la dictadura, y no se había hecho un espectáculo que hablara de la historia más cercana. Estaban las coordenadas dadas. La gente del teatro decía: “Voy yo primero”. Porque a mí no me contaban, ya que decían que era otra cosa. Y tenían razón. Era otra cosa que respondía a otro momento. 

–¿Es similar a lo que sucede hoy con Gasalla en Más respeto que soy tu madre?

–Es parecido, aunque con otro contexto. Pero es cierto que sucede con Antonio. Él podría haber hecho tres años de cada espectáculo, pero se hartaba rápido. Ahora pasa algo y tiene que ver con su talento y con que la gente tenía ganas de ver las tribulaciones de una familia de clase media baja.

–Hace poco, Gasalla fue noticia por un supuesto intento de secuestro. ¿Se comunicó con él?

–No, porque no lo quise abrumar. Tengo comunicación directa. Le mandé mi solidaridad por otro medio. Cuando te tiran esa pelota es bravo. En el ’82, cuando hacíamos Pan y circo con Antonio, nos llegó un anónimo de un comando por los valores nacionales que decía: “La orgía romana les va a terminar mal, maricones de mierda”. Todavía estábamos en dictadura y nos cagamos. Tuvimos custodia paga por tres meses. Es algo que te desestabiliza. En el ’89, haciendo El arcón de la memoria por Canal 11, salió un anuncio previo que decía: “Este programa no aporta a la pacificación nacional”. Y un día vino (Saúl) Ubaldini, al que yo había hecho mierda en el escenario, y me ofreció la protección de la CGT. Otra cosa.

–¿Alguna vez le ofrecieron hacer política?

–No, porque se dieron cuenta de que yo soy un libre pensador. No tengo lugar en la agenda política y está bien que así sea. Como ciudadano puedo decir qué me gusta y qué no, pero me declaro inhábil para resolver problemas políticos.

–¿Cómo sería Salsa Criolla en la actualidad?

–No se podría hacer. Hoy hay guerra de medios. Es todo al revés. Yo no tengo ganas de criticar. Si digo algo del Gobierno me tildan de facho o gorila y si me pongo a decir que hay varias cosas que están mejor, me van a decir que soy K. Y no quiero que me pongan etiquetas, porque soy medio anarco. Además, el público está loco.

–¿Por qué?

–A Florencia Peña hay gente que no la va a ver porque dice que no le quiere dar de comer. Una locura. La gente está sectorizada y es culpa de un lado y del otro. Es un período, un momento. El país no está para otro Salsa Criolla, pero a lo mejor yo soy un cagón que le tiene miedo a la confrontación. Hoy me tirarían algo al escenario o me silbarían. De un lado y del otro. Cuando baje la borra quizá sea tiempo de volver a atacar la realidad.

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Rápido y furioso

Joe Orton no es un dramaturgo más para la cultura inglesa. Nacido en 1933, el autor de Lo que vio el mayordomo logró en su corta vida dejar un gran legado, al punto que su apellido se convirtió en un neologismo –“ortonesco”, del inglés “ortonesque”– que sirve para representar algo que es muy macabro. Su forma de ver la sociedad de los ’60 –a través de un lenguaje formal para situaciones trágicas– lo convirtió en un referente de la comedia negra de las futuras generaciones. Con Atendiendo al señor Sloane –1964– y El botín –1965– logró una vuelta de tuerca en el teatro inglés que hoy sigue dando sus frutos. Dice Pinti: “Orton era un transgresor tremendo para una sociedad muy victoriana. Un hombre de choque, con mucha furia. No quería que lo compararan con Wilde, porque Wilde criticaba a la sociedad pero desde un lugar de homosexual culposo. Y él era muy alegre”. En 1967, antes del estreno de Lo que vio el mayordomo, Orton fue asesinado a martillazos por Kenneth Halliwell, su pareja desde la adolescencia, quien luego se suicidó. Su biografía se convirtió en best seller y el director inglés Stephen Frears –Alta fidelidad, La reina– lo llevó al cine bajo el título de Susurros en tus oídos –con Gary Oldman, Alfred Molina y Vanesa Redgrave–.
 
Fuente: Revista Veintitrés.

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