lunes, 13 de mayo de 2013

UN HIPPIE ORIENTAL Y PORTEÑO

Por  Felipe Deslarmes

En el mercado del Puerto, en la Ciudad Vieja de la bahía montevideana, todos los días pone su mesa con obras de arte el pintor Leandro Barrios, un personaje cuya historia de vida une la mítica Cofradía de la Flor Solar con Manhattan.
       
El changador con su vino choca el whisky del “dotor”/ las copas abriendo camino entre alpacas y “overol”/ Los carritos bagayeros pasan cajas de coqueiro y porteño roquefort/ canta su fija el lotero, su canción del último entero/ la grande que nunca vendió/ y el lustrador con su estribillo, muchos sueños, poco brillo/ su cepillo, su vida o facón”, canta el uruguayo Jaime Ross en “Pal’ mercado”. Se refiere al Mercado del Puerto, en la bahía Montevideana. Allí, el tiempo se mide de otra manera después de un típico chivito, asado y un infaltable medio y medio, una bebida espirituosa local realizada con mitad de vino blanco seco y mitad vino espumante dulce.
Inaugurado el 10 de octubre de 1868, en la Ciudad Vieja, el mercado del Puerto es una estructura de hierro sin columnas internas en el centro. Destinado en sus inicios como mercado proveedor de verduras, frutas y carnes, hoy devenida en un espacio de almuerzos, tragos y souvenires.
Cita obligada de todo visitante, es también un espacio de cultura. Desde hace más de 12 años, el pintor Leandro Barrios ha instalado una mesa de trabajo allí donde expone y comercializa sus obras, referidas al mercado y en las que se destaca su estructura metálica y la luz de sus claraboyas. “Mi primer dibujo lo vendí en el ’67, en la feria de Tristán Narvaja, y eso me impulsó a convertirlo en mi oficio. Fui desarrollando mi técnica y crecí como artista, pero en el ’73, con la dictadura, me crucé a Buenos Aires. Tenía 25 años y allá eran tiempos de Cámpora. Había expectativas y un bienestar impensados en Uruguay”, revela Barrios a Miradas al Sur.
Ya había incursionado en el modelaje de arcilla, en la pintura al óleo y, por entonces, dibujaba sobre suela, participando también de un trabajo colectivo del taller de orfebrería y exponiendo en Plaza San Martín. Sus motivos estaban vinculados a la temática gauchesca y al hombre que vivía vinculado con su entorno natural. “Contrastando con lo que habíamos visto acá, en Argentina había un esplendor… había mucho trabajo; el pueblo argentino tenía muchas ilusiones; el obrero tenía un gran poder adquisitivo”, recuerda Barrios, que se había instalado en La Plata.
“Me vinculé con La Cofradía de la Flor Solar, una comunidad de locos lindos que reunía a artistas, a militantes de izquierda y de la lucha armada con testigos de Jehová, fotógrafos… era un conglomerado donde más que afinidad ideológica lo que nos unía era el amor… Yo andaba con mis trabajos, un tocadiscos portátil donde ponía discos de Almendra, Ray Charles, Elvis… y tomaba mate, así que me dijeron: ‘tenés que venirte a vivir con nosotros’… Y eso hice”. Recuerda que allí y en la comunidad La Casa de la Luna manejaban temas como la alquimia o el I Ching y propuestas culturales a las que nunca había accedido. “Yo era como un hippie de campo”, dice y se ríe mientras saca historias como la del gordo Pierre que cuando ganó la lotería se llevó a un grupo de aquellos músicos a un espacio que había alquilado en Londres para tocar rock.
Pero cambia su tono porque, a partir de 1975, el clima se había enrarecido y poco tiempo antes del golpe de Estado en Argentina, como gran parte de los integrantes de aquella Cofradía, migra a Brasil. Monta un nuevo taller, esta vez en Minas Gerais, recorre ciudades como San Pablo, Río de Janeiro y Belo Horizonte; talla en madera y desarrolla nuevas técnicas sobre telas. Luego de idas y vueltas de Uruguay a Brasil, vuelve en 1984 a Montevideo donde se incorpora a la enseñanza media y poco después conforma una cooperativa de producción de artes aplicadas con estudiantes egresados. En 1993, participa de una muestra itinerante por Estados Unidos con la que fue inaugurado el Salón de Exposiciones de la Embajada de Uruguay en Manhattan. Y en 2000, acepta la gerencia del Mercado del Puerto su propuesta de instalar allí su espacio de producción y muestra de dibujos, grabados y monocromías que referencian al mercado, su entorno y a la Ciudad Vieja.
“Hoy, la base de mi obra es el dibujo a lápiz. Pero ahora empecé a aplicar nuevas tecnologías. Una vez que tengo el dibujo pronto, lo utilizo como matriz. Escaneo el original y una vez digitalizado y pasado a tinta, lo retomo y con crayolas y anilina hago el trabajo de color sobre cada papel. De esta manera, es un grabado sin numerar pero singularizado por el color.” Explica que cada dibujo matriz le toma varios meses y que haber incorporado la digitalización le permite no cargar sobre cada pieza ese costo, licuándolo en varias pinturas y pudiendo, así, ofrecer precios más accesibles.
El próximo 2 de febrero, en el Ministerio de Turismo, se inaugurará una muestra que estará presente durante todo el mes, y donde Leandro Barrios mostrará todo el proceso de sus obras, tanto de sus dibujos como de sus tallados en madera y grabados. “Es interesante mostrar cómo se da esa metamorfosis que sufre el dibujo o impreso a tinta, la digitalización y la aplicación de nuevas técnicas… es casi mágico descubrir cómo se realiza una obra desde un primer trazo.”
Desde su mirada subjetiva, Barrios dice que en el Uruguay se están viviendo “tiempos de armonía”. Considera que hay un reconocimiento a lo institucional por parte de la izquierda y al mismo tiempo hay una valoración de la derecha por ese cambio. “El Pepe, nuestro Presidente, que ha estado en la guerrilla, ha comprendido que hay cosas que no eran tan fáciles de modificar y que los tiempos han cambiado. Por entonces, el socialismo estaba al alcance de la mano y la lucha armada era una posibilidad. Queríamos cambiar el sistema. Hoy entendemos que las armas no son el camino”.
Para Barrios, todos estos cambios tienen que ver con la evolución como ser humano influenciado por su entorno y su posición frente al mundo, como artista y como ciudadano: “Esto es algo de lo que aprendí en aquellas comunidades en las que viví en Argentina: la alquimia. El tipo que intenta convertir en oro algo que no lo es, y en definitiva, lo que se va convirtiendo en oro es él mismo”.
En el centro del mercado, un reloj inglés marca presencia. Tiene, allí, tanto años como el resto de la estructura. Había dejado de funcionar en 1985, pero fue reparado diez años más tarde. Se le da cuerda cada cinco días y sus campanadas repican cada media hora. Jaime Roos también lo recuerda en su canción: “Viejo Mercado del Puerto/ tu portón y tu reloj/ candado siempre abierto/ a un faso de entreport”.
A las 16 horas, todos los días, un último toque de campana, advierte del cierre del Mercado.
 
Fuente: Miradas al Sur

No hay comentarios:

Publicar un comentario