Es curioso: 40 años atrás, asumía como presidente Héctor Cámpora y, con apenas una semana de diferencia, el Xeneixe visitaba a la Academia. Fue un domingo 27 de mayo de 1973, y Cámpora se había tomado un respiro para ir a la cancha.
Por Eduardo Anguita
Llegó media hora tarde, en compañía de otros dos presidentes, el chileno Salvador Allende y el cubano Osvaldo Dorticós. El saludo del Tío fue como el del General: brazos levantados, sonrisa amplia, pelo engominado. Lo vivaron los 50 mil asistentes y corrió como reguero de pólvora quiénes eran sus acompañantes. Hubo un sólo grito en ambas hinchadas: “¡Chile, Cuba, el pueblo te saluda!”. En el entretiempo, por los altoparlantes de La Voz del Estadio se escuchó, por primera vez en 18 años, la marcha peronista: el cuidador de la cancha había escondido el disco en 1955 y estaba esperando la ocasión de volver a pasarlo. Luego, como la semana pasada, llegó el primer gol. También fue de Boca y dicen que Cámpora saltó para festejarlo mientras la parcialidad boquense gritaba “¡El Tío está contento, lará, lará, lará!”.
Habían pasado 48 horas de uno de los cambios históricos más trascendentes de la Argentina. Sin dudas, el más trascendente que le tocó vivir de cerca a este cronista. Desde el balcón de la Rosada, con miles y miles de militantes que gritaban desde la Plaza, Cámpora dijo: “¡Compañeros y compañeras: debo decirles que hoy, 25 de mayo, el país inicia una nueva era, que tendrá la característica de que el pueblo argentino será quien va a gobernar! El pueblo argentino, inspirándose en el líder de la nacionalidad, me dio este mandato. Yo se lo transfiero al pueblo, tal cual lo hubiera hecho el general Perón. Tal cual lo ha querido el líder indiscutible de la inmensa mayoría de los argentinos, iniciamos hoy el reencuentro de todos. Haremos la unidad nacional, conseguiremos la reconstrucción del país y tendremos en pocos años la Argentina liberada”.
La mayoría festejaba al grito de “¡Perón, Evita, la patria socialista!”. Algunos menos se diferenciaban con una palabra que era una brecha que se abriría cada vez más: “¡Perón, Evita, la patria peronista!”. Hacía una hora que el Tío recibía la banda presidencial de manos del dictador Alejandro Agustín Lanusse.
Las calles, entre el Congreso y la Rosada, eran una fiesta. Pero de furia, de lucha. Una de las consignas más coreadas por esas horas era “¡El Tío presidente, libertad a los combatientes!”. A las cinco de la tarde, desde la Plaza de Mayo, empezaban a marchar hasta el penal de Villa Devoto para forzar la liberación de los presos políticos.
Cuando ya había caído el sol del 25, decenas de miles circulaban alrededor de la cárcel, gritando, sin saber si habría ley de amnistía, indulto presidencial o puro huevo. Pero una cosa campeaba por la calle Bermúdez: los presos salían, sí o sí. A las ocho de la noche ya había treinta o cuarenta mil manifestantes, y empezaban a impacientarse: “¡Abran, carajo, o la tiramo’ abajo!”. Desde las ventanas, los militantes sacaban banderas, dedos en V, puños en alto. En la oficina del director del penal, Romualdo Díaz, un tipo todavía puesto por la dictadura, se hizo presente el secretario general del Movimiento Justicialista Juan Manuel Abal Medina y varios diputados recién asumidos. El director decía que sin una orden escrita no salía nadie. Abal Medina le aclaraba que los que estaban afuera iban a entrar. Díaz, cándido, tenía a la guardia armada en los murallones del perímetro de la cárcel con metralletas Halcón 3 y Fal.
El ministro del Interior Esteban Righi se comunicó con Abal Medina a la cárcel. Le aclaró que Cámpora estaba con Allende, Dorticós y el resto de las delegaciones extranjeras. Además, el Presidente quería esperar la ley de amnistía del Congreso. Eso significaba, al menos, un día más. La militancia hervía. El nuevo gobierno llevaba diez horas de vida y Devoto era una olla a presión. A la media hora volvieron a comunicarse Righi y Abal Medina. Mientras Freddy Ernst, de Montoneros, y Pedro Cazes Camarero, del PRT–ERP, hablaban a la multitud desde las rejas, las novedades avanzaban viento en popa. Righi confirmaba a cada uno de los delegados de las organizaciones que el Tío firmaría el indulto y que el radiograma llegaría al penal en un rato. En la calle, algunos habían tomado la precaución de llevar la Spika, y por la portátil se escuchaba que Righi había ido a la Sala de Prensa de la Rosada para confirmar que Cámpora ordenaría la libertad de los presos. Nadie se movía. La cárcel estaba literalmente rodeada por una espesa masa militante. A las 11 de la noche se supo: Cámpora firmaba el indulto y los legisladores del Frejuli tenían la orden de sacar la amnistía en la madrugada del sábado 26.
En la puerta de la calle Bermúdez se produjo un tiroteo. Uno que estaba trepado en un árbol y que no era militante de ninguna organización, sacó una Tala 22 y empezó a tirar contra unos guardias que estaban en la muralla con las metralletas y los fusiles. Los penitenciarios empezaron a tirar. De inmediato, los de la Federal que estaban en las inmediaciones también empezaron a disparar. Algunos militantes respondían con tiros. Dos pibes caían muertos frente a la cárcel. Por otra puerta estaban saliendo los primeros presos, de los pabellones de hombres y también de mujeres.
Un rato más tarde, algo similar pasó en la U9 de La Plata. Fue más sencillo: a Envar El Kadri, el legendario jefe de la guerrilla de Taco Ralo, y a Carlos Caride, otro cuadro dirigente de las FAP, los llevaron a la oficina del director, donde estaba nada menos que Julio Troxler, uno de los sobrevivientes de los fusilamientos del 9 de junio del ’56 en los basurales de José León Suárez. Nada más que, ahora, Troxler llegaba al penal como subjefe electo de la Policía Bonaerense, nombrado por el gobernador Oscar Bidegain. Troxler, Caride y El Kadri se abrazaron. Al rato, ellos y el resto de los presos también salían.
En la madrugada, mientras los militantes se iban a sus casas, se acercaban a la sede Justicialista de avenida La Plata o al Sindicato de Farmacia, donde habían funcionado las organizaciones de familiares, las Spika decían que el indulto alcanzaba a 371 presos políticos, la mayoría juzgados por un fuero especial antisubversivo –al que la militancia llamaba el Camarón–, más 76 que estaban sin causa judicial a disposición del Ejecutivo. También se sabía que las órdenes de libertad desde la Casa Rosada habían salido también para las cárceles de Rawson, Caseros, Tucumán y Córdoba. Esa misma noche se supo que los pibes muertos en la puerta del penal de Devoto eran Carlos Sfeir, de 17 años, de Vanguardia Comunista, y Oscar Lisak, de 16, de la Juventud Peronista
El sábado 26, Senadores trataba el primer proyecto de ley. La de amnistía. Se votó por unanimidad y pasó a Diputados que la convertía en ley horas más tarde, también sin votos en contra. Disponía una amnistía amplia para todos los delitos cometidos “con móviles políticos, sociales, gremiales o estudiantiles, cualquiera sea su modo de comisión; la participación en asociaciones ilícitas o hechos cometidos como miembros de ellas o con motivo de manifestaciones de protesta, ocupaciones de fábricas o medidas de fuerza”. La norma disponía también el cese de funciones de todos los miembros del Camarón.
“Las palabras de Cámpora y el trato dado a los diplomáticos visitantes sugieren una posición más izquierdista que la esperada”, decía, ese sábado 26, el Washington Post. Le Monde afirmaba: “El peronismo no es una doctrina sino un estado de ánimo, el rechazo apasionado de la mano de hierro que los militares impusieron a la Argentina. Pero tiene matices, desde la derecha sindicalista y burocrática hasta los militantes armados –y dispuestos a seguir estándolo– de las formaciones especiales”. El National Zeitung de Berlín Oriental, daba su versión: “Las perspectivas progresistas, promovidas por una coalición de izquierda por la que también votaron en las elecciones los comunistas, figuran en el programa del gobierno: nacionalización de la banca y comercio exterior, liberación de los presos políticos, abolición de las leyes antidemocráticas, limitación de la influencia extranjera en el país y nacionalización de las empresas monopólicas”. El Times de Londres no lo veía tan claro: “El discurso inaugural de Cámpora apeló a una mezcla de emociones nacionalistas y de izquierda con una pequeña dosis de democracia para celebrar la terminación del gobierno militar”.
Una nueva etapa de la historia empezaba. Fue demasiado breve. A los 49 días de asumir, Cámpora renunciaba a la presidencia. Asumía el diputado Raúl Lastiri, yerno de José López Rega, que ya estaba organizando la Triple A. Fue Lastiri y no Cámpora el que llamó a las elecciones de septiembre que le permitieron a Perón ocupar por tercera vez la presidencia. La apertura de las cárceles fue un hito histórico. La gran mayoría de los militantes que recuperaron la libertad volvieron a integrar las filas de las organizaciones revolucionarias a las que pertenecían. Muchos de ellos murieron en la lucha posterior. Muchos más integran la lista de detenidos desaparecidos. Unos y otros fueron héroes por una Patria más justa y una sociedad más igualitaria.
Habían pasado 48 horas de uno de los cambios históricos más trascendentes de la Argentina. Sin dudas, el más trascendente que le tocó vivir de cerca a este cronista. Desde el balcón de la Rosada, con miles y miles de militantes que gritaban desde la Plaza, Cámpora dijo: “¡Compañeros y compañeras: debo decirles que hoy, 25 de mayo, el país inicia una nueva era, que tendrá la característica de que el pueblo argentino será quien va a gobernar! El pueblo argentino, inspirándose en el líder de la nacionalidad, me dio este mandato. Yo se lo transfiero al pueblo, tal cual lo hubiera hecho el general Perón. Tal cual lo ha querido el líder indiscutible de la inmensa mayoría de los argentinos, iniciamos hoy el reencuentro de todos. Haremos la unidad nacional, conseguiremos la reconstrucción del país y tendremos en pocos años la Argentina liberada”.
La mayoría festejaba al grito de “¡Perón, Evita, la patria socialista!”. Algunos menos se diferenciaban con una palabra que era una brecha que se abriría cada vez más: “¡Perón, Evita, la patria peronista!”. Hacía una hora que el Tío recibía la banda presidencial de manos del dictador Alejandro Agustín Lanusse.
Las calles, entre el Congreso y la Rosada, eran una fiesta. Pero de furia, de lucha. Una de las consignas más coreadas por esas horas era “¡El Tío presidente, libertad a los combatientes!”. A las cinco de la tarde, desde la Plaza de Mayo, empezaban a marchar hasta el penal de Villa Devoto para forzar la liberación de los presos políticos.
Cuando ya había caído el sol del 25, decenas de miles circulaban alrededor de la cárcel, gritando, sin saber si habría ley de amnistía, indulto presidencial o puro huevo. Pero una cosa campeaba por la calle Bermúdez: los presos salían, sí o sí. A las ocho de la noche ya había treinta o cuarenta mil manifestantes, y empezaban a impacientarse: “¡Abran, carajo, o la tiramo’ abajo!”. Desde las ventanas, los militantes sacaban banderas, dedos en V, puños en alto. En la oficina del director del penal, Romualdo Díaz, un tipo todavía puesto por la dictadura, se hizo presente el secretario general del Movimiento Justicialista Juan Manuel Abal Medina y varios diputados recién asumidos. El director decía que sin una orden escrita no salía nadie. Abal Medina le aclaraba que los que estaban afuera iban a entrar. Díaz, cándido, tenía a la guardia armada en los murallones del perímetro de la cárcel con metralletas Halcón 3 y Fal.
El ministro del Interior Esteban Righi se comunicó con Abal Medina a la cárcel. Le aclaró que Cámpora estaba con Allende, Dorticós y el resto de las delegaciones extranjeras. Además, el Presidente quería esperar la ley de amnistía del Congreso. Eso significaba, al menos, un día más. La militancia hervía. El nuevo gobierno llevaba diez horas de vida y Devoto era una olla a presión. A la media hora volvieron a comunicarse Righi y Abal Medina. Mientras Freddy Ernst, de Montoneros, y Pedro Cazes Camarero, del PRT–ERP, hablaban a la multitud desde las rejas, las novedades avanzaban viento en popa. Righi confirmaba a cada uno de los delegados de las organizaciones que el Tío firmaría el indulto y que el radiograma llegaría al penal en un rato. En la calle, algunos habían tomado la precaución de llevar la Spika, y por la portátil se escuchaba que Righi había ido a la Sala de Prensa de la Rosada para confirmar que Cámpora ordenaría la libertad de los presos. Nadie se movía. La cárcel estaba literalmente rodeada por una espesa masa militante. A las 11 de la noche se supo: Cámpora firmaba el indulto y los legisladores del Frejuli tenían la orden de sacar la amnistía en la madrugada del sábado 26.
En la puerta de la calle Bermúdez se produjo un tiroteo. Uno que estaba trepado en un árbol y que no era militante de ninguna organización, sacó una Tala 22 y empezó a tirar contra unos guardias que estaban en la muralla con las metralletas y los fusiles. Los penitenciarios empezaron a tirar. De inmediato, los de la Federal que estaban en las inmediaciones también empezaron a disparar. Algunos militantes respondían con tiros. Dos pibes caían muertos frente a la cárcel. Por otra puerta estaban saliendo los primeros presos, de los pabellones de hombres y también de mujeres.
Un rato más tarde, algo similar pasó en la U9 de La Plata. Fue más sencillo: a Envar El Kadri, el legendario jefe de la guerrilla de Taco Ralo, y a Carlos Caride, otro cuadro dirigente de las FAP, los llevaron a la oficina del director, donde estaba nada menos que Julio Troxler, uno de los sobrevivientes de los fusilamientos del 9 de junio del ’56 en los basurales de José León Suárez. Nada más que, ahora, Troxler llegaba al penal como subjefe electo de la Policía Bonaerense, nombrado por el gobernador Oscar Bidegain. Troxler, Caride y El Kadri se abrazaron. Al rato, ellos y el resto de los presos también salían.
En la madrugada, mientras los militantes se iban a sus casas, se acercaban a la sede Justicialista de avenida La Plata o al Sindicato de Farmacia, donde habían funcionado las organizaciones de familiares, las Spika decían que el indulto alcanzaba a 371 presos políticos, la mayoría juzgados por un fuero especial antisubversivo –al que la militancia llamaba el Camarón–, más 76 que estaban sin causa judicial a disposición del Ejecutivo. También se sabía que las órdenes de libertad desde la Casa Rosada habían salido también para las cárceles de Rawson, Caseros, Tucumán y Córdoba. Esa misma noche se supo que los pibes muertos en la puerta del penal de Devoto eran Carlos Sfeir, de 17 años, de Vanguardia Comunista, y Oscar Lisak, de 16, de la Juventud Peronista
El sábado 26, Senadores trataba el primer proyecto de ley. La de amnistía. Se votó por unanimidad y pasó a Diputados que la convertía en ley horas más tarde, también sin votos en contra. Disponía una amnistía amplia para todos los delitos cometidos “con móviles políticos, sociales, gremiales o estudiantiles, cualquiera sea su modo de comisión; la participación en asociaciones ilícitas o hechos cometidos como miembros de ellas o con motivo de manifestaciones de protesta, ocupaciones de fábricas o medidas de fuerza”. La norma disponía también el cese de funciones de todos los miembros del Camarón.
“Las palabras de Cámpora y el trato dado a los diplomáticos visitantes sugieren una posición más izquierdista que la esperada”, decía, ese sábado 26, el Washington Post. Le Monde afirmaba: “El peronismo no es una doctrina sino un estado de ánimo, el rechazo apasionado de la mano de hierro que los militares impusieron a la Argentina. Pero tiene matices, desde la derecha sindicalista y burocrática hasta los militantes armados –y dispuestos a seguir estándolo– de las formaciones especiales”. El National Zeitung de Berlín Oriental, daba su versión: “Las perspectivas progresistas, promovidas por una coalición de izquierda por la que también votaron en las elecciones los comunistas, figuran en el programa del gobierno: nacionalización de la banca y comercio exterior, liberación de los presos políticos, abolición de las leyes antidemocráticas, limitación de la influencia extranjera en el país y nacionalización de las empresas monopólicas”. El Times de Londres no lo veía tan claro: “El discurso inaugural de Cámpora apeló a una mezcla de emociones nacionalistas y de izquierda con una pequeña dosis de democracia para celebrar la terminación del gobierno militar”.
Una nueva etapa de la historia empezaba. Fue demasiado breve. A los 49 días de asumir, Cámpora renunciaba a la presidencia. Asumía el diputado Raúl Lastiri, yerno de José López Rega, que ya estaba organizando la Triple A. Fue Lastiri y no Cámpora el que llamó a las elecciones de septiembre que le permitieron a Perón ocupar por tercera vez la presidencia. La apertura de las cárceles fue un hito histórico. La gran mayoría de los militantes que recuperaron la libertad volvieron a integrar las filas de las organizaciones revolucionarias a las que pertenecían. Muchos de ellos murieron en la lucha posterior. Muchos más integran la lista de detenidos desaparecidos. Unos y otros fueron héroes por una Patria más justa y una sociedad más igualitaria.
Fuente: Miradas al Sur
No hay comentarios:
Publicar un comentario