Por Valeria Román
Graciela Gutiérrez se recibió en la Universidad Favaloro. “No olvido lo que aprendí en mi comunidad”, asegura.
Cuando era niña, Graciela Gutiérrez no andaba con muñecas de plástico. Ella fabricaba muñequitos de barro y jugaba a ponerles inyecciones y a cuidarlos. Ahora cuidará personas de carne y hueso de manera profesional: es la primera enfermera universitaria de la comunidad wichi recibida en una universidad.
Todos la conocen como Lucy. Tiene 29 años y nació en el pueblo de Misión Chaqueña, en la provincia de Salta. No conoció a su papá, vivió con su madre, sus abuelos y dos hermanos menores. Y siempre quiso ayudar a los demás. Cuando era chica, se acercaba a las personas mayores para darles apoyo en la acción de prender el fuego o ir a buscar agua, en una zona donde el líquido aún escasea.
Mientras cursaba la escuela secundaria, hacía artesanías y las vendía para comprar sus útiles escolares. Pero tenía en mente su futuro: su vocación. “Siempre quise ser enfermera y siempre recordé lo que me decía mi abuela: Si es lo que quieres debes estudiar”, cuenta a Clarín. Cursó primero un estudio terciario de enfermería en Tartagal, con una beca que recibió de una organización inglesa. Más adelante, conoció al médico Alejandro Nolazco, quien la ayudó a viajar a Buenos Aires para hacer una pasantía en el Hospital Británico. Luego pasó por el Hospital Austral de Pilar. Estudió la carrera de enfermería de la Universidad Favaloro y ahora se recibió: es la primera enfermera universitaria de su comunidad. “En mi trabajo como enfermera, no olvido todo lo que aprendí desde la cuna. Quiero tratar al paciente de la mejor manera para que se sienta bien consigo mismo y conmigo también. En la cosmovisión de nuestra etnia wichi, siempre hay que hacer sentir al otro como si estuviera en su propia casa”. Espera atender pacientes de todas las culturas y también trabajar en su comunidad wichi para compartir todo lo que aprendió en años de estudio. “Quisiera ser también educadora para que haya más enfermeros, para luchar contra las diarreas y la desnutrición de los niños, y contra el cáncer de cuello uterino que mató a varias mujeres jóvenes que conocía. También quisiera que la gente pueda acceder al agua potable”.
Por el avance de la “gente blanca”, algunas costumbres de los wichis han cambiado de manera dramática. Antes, solían salir a cazar pero hoy ya no pueden hacerlo: “Por la tala de bosques, no hay mucho por recorrer”.
También la misma lengua wichi está al borde de la extinción porque tiene cada vez menos hablantes. Ella la habla y colabora como intérprete en el diálogo que se da entre pacientes y el grupo de médicos del programa de responsabilidad social del Hospital Británico, que viaja varias veces al año al Norte para brindar atención médica. “Me gusta ayudar en la comunicación”, concluye, con transparencia y convicción en la mirada.
Fuente: Clarín
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