miércoles, 29 de mayo de 2013

SICILIA TIENE UNA LIGA ANTIMAFIA

Comenzó con jóvenes que no querían pagar el pizzo a la mafia para obtener "protección". Fue tras el asesinato en 1991 de un comerciante que se había negado a ser víctima de un extorsión. El rol de Salvatore Toto Riina y Bernardo Provenzano en el crimen organizado en Italia.
 
Por Miriam Campos.
 
Afuera, bajo un portón verde, de camino a la fábrica textil Sigma, con una estampa enorme  de sangre corriendo en dirección a la calle encontraron asesinado en 1991 al comerciante siciliano Libero Grassi. El mismo que no se calló cuando vinieron los mafiosos a extorsionarlo. Los denunció, habló con la prensa, mediatizó el tema y a los siete meses, sin evasivas, La Cosa Nostra le respondió con tres balazos. Eso ocurrió un verano cuando aún invocar el término "Mafia" estaba vedado. Para Italia, actualmente, Grassi es símbolo de coraje y su muerte,  además, trazó un  punto de inflexión en Sicilia. ¿Por qué murió?, porque lo dejaron solo. Así de simple y amargo.
Los últimos 20 años las cosas han cambiado, aunque no todas, claro. A pesar de que algunos de los capos más celebres de La Cosa Nostra están entre rejas, como Bernardo Provenzano que estuvo fugitivo 43 años y el atroz Salvatore "la bestia" Riina, capo de la familia Corleonesi,  más del 80% de los comerciantes siguen pagando a la mafia ese tributo maldito al que llaman pizzo a cambio de no recibir represalias. 
Pero ya no son todos. Un puñado de comerciantes decidió tomar el legado de Grassi y salir al frente. En 2004 se formó, por iniciativa de algunos jóvenes, Addiopizzo (Adios al chantaje) una de las asociaciones que ayuda a cuidarles las espaldas.
No se trata de un grupo que escolta a los negociantes como si fuera un film de guardaespaldas protagonizado por Kevin Costner. "Addiopizzo es una asociación que proporciona asesoramiento legal para combatir la extorsión." Así lo explican Chiara y Salvo, integrantes de la liga y entendidos en derecho y seguridad social, en la sede de Catania, que funciona a metros del mar. Es curioso: el lugar donde actualmente funciona la asociación es la ex casa de Sansone, un mafioso del barrio Picanello.
Que una asociación que promueve la legalidad, tenga su sede en la morada de un mafioso en uno de los barrios peligrosos de Catania, es posible gracias a la ley sancionada en 1996 por iniciativa de Libera, otra entidad que lucha contra la mafia. Dicha normativa establece que el patrimonio expropiado a la actividad ilegal puede ser reutilizado con fines que sirvan a la comunidad. De ese modo, se impide que los mafiosos puedan recuperarlos. 
El mensaje que le llega a la gente es simbólico, porque la forma de combatir la criminalidad organizada es golpearlos patrimonialmente, es decir, en el dinero. Si la casa permanecía cerrada. Sansone hubiera vencido. Sin embargo, el Estado ha permitido a la sociedad reutilizarla. 
Desde allí, la veintena de voluntarios de Addiopizzo trabajan en actividades que van desde la asesoría legal a los comerciantes, promoción del consumo crítico, charlas informativas en las escuelas para concientizar sobre la importancia de resistir a la coacción mafiosa y actividades solidarias con los niños de sectores desprotegidos. 
Chiara Barone es joven, estrena un título de abogada y explica: "Organizamos actividades con los niños, desde cursos de diseño, de periodismo, días de lecturas o clases para después de la escuela. Acá hay jóvenes con situaciones familiares, económicas, muy difíciles y hay que impedir que caigan en el círculo mafioso".
"Somos los agricultores, los que plantamos la semilla. Esto no es algo que cambiará ahora, quizás nuestros hijos tampoco lo vean, pero quién nos dice que sean nuestros nietos los que no pagarán el pizzo" comenta Salvo Fabio, quien forma parte de Addiopizzo desde sus comienzos en Catania. En toda Sicilia, entre todas las sedes de Addiopizzo, ya han convencido a alrededor de 1000 comerciantes que no se doblegan al chantaje. 
Addiopizzo originalmente surgió en Palermo una madrugada de junio de 2004, cuando la ciudad, como todos relatan, apareció empapelada con carteles que sentenciaban "Un pueblo que paga el pizzo, es un pueblo sin dignidad".  No fue un grito de guerra, sino de determinación cuyo objetivo fue expulsar a la calle el tema de la extorsión, para que la gente, pese al miedo, comenzara a hablar. Fue una iniciativa de siete jóvenes que querían abrir un negocio y se negaban al chantaje. Son ellos, en cierto modo, representantes de una generación que también vio morir a los héroes de la isla: los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, los mismos que  lograron condenar  a 360 mafiosos en lo que se conoce como el Maxiprocesso de 1986-1987 aunque, luego, muchos lograron librarse de las condenas. 
Esto fue posible gracias a la investigación que Falcone y Borsellino hicieron junto con otros magistrados sobre crímenes ocurridos en medio de una disputa por el poder de los diferentes clanes. Es lo que se conoce en la historia Siciliana como la Segunda Guerra de la Mafia, que agujereó a la isla a fines de la década del '70 y principios de los '80. 
La importancia fundamental de este evento, más allá de sus dimensiones, radicó en que fue la primera vez en que el Estado tuvo acceso a la información de cómo se articulaba internamente lo que en La Cosa Nostra se denomina La Cúpula. 
El gran secreto de la mafia. El testimonio de arrepentidos que buscaban venganza, como Tomasso Buscetta, facilitó a los jueces establecer lazos que probaban el funcionamiento de la mafia como una organización y no como hechos delictivos aislados. Falcone y Borsellino, estaba claro para la mafia, tenían un destino en común. Fueron asesinados con dos meses de diferencia en 1992, con la detonación de TNT. La onda expansiva fue el despertar crítico en algunos sectores, sobre todo, entre los jóvenes.
De ese modo, con una conciencia crítica adentro, no fue sorpresivo que en 2006, al sureste de la isla, en Catania, otro grupo comenzó, bajo la misma modalidad palermitana, a interpelar la indiferencia de los ciudadanos.
 Así fue como ese año, en medio de la procesión de la patrona religiosa de la región, en las calles principales sobre los edificios podía leerse como un rezo "Santa Agata, libéranos de la mafia". El objetivo mayor de esta asociación, a la que se sumó la provincia de Messina en 2008, es plantear a la sociedad que la libertad se logra erradicando la mafia. Nada menos.
El pizzo, una encarnación de la extorsión, es, concretamente, una coacción hecha para obtener dinero bajo la amenaza de violencia.  Su origen se remonta al siglo XIX, cuando aún no existía un Estado que garantizara en Italia la seguridad de la población y aquellos que tenían los recursos, ofrecían amparo a cambio de dinero. Con el tiempo, hombres como Vito Cascio Ferro, un contrabandista y extorsionador, robaban los animales de los campesinos para luego ofrecer sus servicios aduciendo protección. Esta práctica le valió a Don Vito convertirse, durante un tiempo, en uno de los hombres más poderosos de la isla. En la actualidad, la mafia continúa chantajeando a los comerciantes bajo las mismas reglas. Si alguno se niega al pago, son los mismos  estafadores los que organizan robos y una serie de acosos, que van desde el incendio del local y amenzas de muerte, hasta lograr el pago. Con las décadas esta actividad se volvió tan natural y cotidiana para los sicilianos, como el plato de pasta de cada día.
En un folleto de la asociación antimafia,  se observa una bolsa de la compra manchada de sangre y abajo se lee "¿El pizzo en Catania? Hay gente que dice no". Para los adeptos al concepto "Libre de chantaje" esta es una forma de decir que cuando un ciudadano hace la compra de víveres, también está envuelto de algún modo en la extorsión. "Nosotros, como asociación, queremos decir que el problema de la coacción no es solamente un problema del comerciante, es más bien de toda la sociedad", explica Chiara. En Catania misma, además, son más de 5000 los consumidores que apoyan esta causa. ¿Cómo lo hacen? Asfixian el miedo. 
"Es principalmente una cuestión cultural, hacerles entender a las personas sicilianas que ahora hay un respaldo legal, que en realidad quien denuncia no lo va a pagar con la vida. Nosotros decimos esto, basándonos en hechos concretos, algunos de los comerciantes que adhieren a Addiopizzo han sufrido la extorsión, han denunciado y han hecho arrestar a mafiosos importantes, vienen con nosotros tranquilamente a la escuela a dar su testimonio sin escolta, ni nada" explica Salvo. Desde 1991 no hay un solo comerciante en Catania que haya denunciado y lo hayan atacado. 
"Libero Grassi ha muerto porque el clima político era completamente diverso", retoma Salvo, "no tuvo solidaridad de la gente ni amparo del Estado. Abrió solo, una grieta en la seguridad de ser mafioso y la organización, ante un ataque frontal de carácter mediático, respondió para no perder credibilidad ante los otros comerciantes".
La premisa es que los mafiosos basan el cobro del pizzo sobre el miedo, si ven que el comerciante está asustado, ellos ya han vencido. Sin embargo, si el comerciante tiene por reacción decir "yo te denuncio si vienes por mí", los extorsionadores van a evitarlos porque no quieren exponerse. Así lo confirmó el testimonio del mafioso Giuseppe Di Maio,  en el diario de Sicilia, "Si un negociante adhiere a Addiopizzo, no le pedimos nada. Es más el problema que obtenemos que el dinero que sacamos." 
La asociación Addiopizzo de Mesina señala a los residentes, a través de su sitio virtual, que la Procuración de la Región ha detallado que  400 euros al mes es el pago medio que hacen los comerciantes que son extorsionados, sólo en esa provincia. Se estima que en Palermo, al ser la capital, la tasa será mucho más elevada. Este ingreso para la mafia, según un cálculo de Eurorispes, representa casi 10 mil millones de euros al año. Acto seguido, con el afán de amargarse, uno puede enumerar algunas de las actividades delictivas en las que, se sabe, invierte esta organización ilegal para incrementar sus ganancias: prostitución, drogas, contrabando. 
"Mirá, la bomba está lista". Es la frase que escuchó cada día a cualquier hora en 1998, Filippo Casella, un transportista que se negó a pagar el pizzo en la zona industrial de Catania. Su mujer estaba desesperada, le pedía que cerraran el negocio que habían comprado un par de meses atrás. "Quieren plata, de lo contario van a matarnos a todos" le decía su familia al comerciante, quien intentaba permanecer tranquilo para no atemorizarlos más.  
"Esto fue hasta que decidí someterme al pago. ¿Saben el asco que es tener que separar cada mes, parte del dinero que te ganaste para dárselo a la mafia? Uno se siente un verdadero coglione" describe Casella, ante los ojos de  60 jóvenes que lo escuchan en vilo, en una escuela de Caltagirone en el sur siciliano. El comerciante participa en una visita organizada por Addiopizzo y las profesoras del Liceo Classico B. Secusio, contando su historia.
Cuando se paga el pizzo, los comerciantes creen que ya está, que la mafia no va a hacerles nada más, pero desde el otro punto, los extorsionadores piensan que están adentro de la empresa y pueden sentarse a sus anchas. Así lo experimentó el transportista, tiempo después cuando se presentó en su oficina, un abogado de la mafia, quien le planteaba que debía contratar a dos personas que estaban en la cárcel para que accedieran al privilegio de salir algunas horas por día de la prisión. A este pedido y otro más cuando en la navidad, volvieron a presentarse pidiendo dinero extra, Filippo Casella dijo no. "No puedo más." 
Los datos. "Fue entonces que comenzaron los robos de las mercancías que transportábamos en los camiones. Descubrimos luego, que un empleado pasaba los datos sobre el movimiento y aguanté hasta donde pude. Decidí que la única solución era denunciarlos", continúa Filippo. El clan que amenazaba al comerciante era los Santapaola, surgido en el barrio Cristóforo, y aliados a los Ercolanos. Hacerles frente no es algo que se puede tomar a la ligera, así que el transportista de 57 años, ya sin saber dónde buscar, encontró en Internet que existían asociaciones que asesoraban a las victimas de la extorsión. Casella tomó un número y lo guardó en el bolsillo de su abrigo por seis meses. "El miedo, la incerteza de saber si eso era lo que tenía que hacer, me hacía dudar de contactarme con las asociaciones antiracket. Finalmente, tomé valor, lo hice. Me asesoraron y denuncié." 
Ocurrió que tiempo después, quien le cobraba el pizzo a Casella fue detenido por otros cargos y en un allanamiento en su casa, encontraron un registro en el que figuraba "Filippo Casella: 600 euros". Esa fue la prueba que sumada a la denuncia que había asentado antes, ayudó para llevar a la cárcel a  sus extorsionadores, las conexiones que estableció la policía tras una investigación hicieron caer a varios delincuentes, de los cuales, algunos obtuvieron sentencias de casi 18 años.
Casos como el de  Filippo Casella y la denuncia que hizo un comerciante que recibía chantaje, tras enterarse por su hijo que asistió en la escuela a una charla de Addiopizzo, son quizás, como señalan los integrantes de la asociación, "la pequeña prueba que en Sicilia está aconteciendo una revolución copernicana".  «
 
 
El detalle
Sin Estado
El pizzo se remonta al siglo XIX, cuando no había un Estado que garantizara seguridad.
 
Fuente: Tiempo Argentino

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