martes, 7 de mayo de 2013

"EL CUERPO SE VA VOLVIENDO UN MUNDO CERRADO EN SI MISMO"

Entrevista a Iaia Caputo. Escritora y mIlitante feminista italiana. Invitada por la Universidad de San Martín, Caputo habló en un seminario sobre por qué el narcisismo “es la patología más difundida y visible de la contemporaneidad”. Sostiene que el desfasaje entre la realidad de las mujeres en el mundo actual y la representación arcaica que se hacen de ellas los “hombres débiles” está en el origen de los femicidios.
 
Por  Exequiel Siddig        
      
La escritora italiana Iaia Caputo escribió una carta pública antes de la Eurocopa a Cesare Prandelli, DT del seleccionado de su país, para que el equipo saliera en cada partido con una pancarta que dijera: La violencia contra las mujeres es un problema de los hombres. Juntos podemos vencer este partido. Explicaba la misiva: “Ya son 54 mujeres asesinadas desde el inicio de 2012, estimado Prandelli, por el hombre que decía amarlas: maridos, novios, amantes. Hombres normales, ni locos no socialmente peligrosos, sólo incapaces de tolerar la frustración del abandono, la humillación de la pérdida, el dolor que siempre llega con el final de una relación. Hombres débiles...”
El técnico italiano nunca respondió.
Caputo explica esta incapacidad emocional masculina y la consiguiente violencia femicida en El silencio de los hombres, un libro todavía no traducido al español que la semana pasada presentó en el coloquio “El cuerpo entre el poder y la impotencia” organizado por Lectura Mundi, un programa de implicancia académica en la sociedad que la Universidad de San Martín (Unsam) lleva a cabo desde 2011.
Autora de la novela Dime una palabra más (2006) y Las mujeres no envejecemos más (2009) un ensayo sobre el paso del tiempo y la experiencia de envejecer, la napolitana Caputo –experiodista, militante feminista de renombre–, habla aquí de por qué donde no hay palabra, el cuerpo se torna en un arma violenta.

–En principio, ¿qué es para usted el cuerpo en la contemporaneidad?
–Lo que dije en el coloquio es que el cuerpo es lo que denominó el filósofo Merleau-Ponty como “la carne del mundo”. Que se va volviendo un cuerpo único. Es decir, como hay un pensamiento único, hay también un cuerpo único. Entonces es un cuerpo que tiene que contestar a criterios estéticos y performativos iguales para todos. Este es el problema. En las décadas anteriores, el cuerpo fue protagonista de muchas batallas por los derechos civiles. Las mujeres en todo el siglo XX pusieron en escena el deseo; todo comienza con la fuerza de ese deseo femenino contra la cultura represiva que tan bien describió Foucault. Fue un deseo sexual, erótico, de participación del mundo. Pasamos entonces de una sociedad de la culpa a una de derechos. La ilusión fue que el cuerpo fuera libre y liberado. Pero el poder siempre reproduce discursos sobre el cuerpo. Y ahora este cuerpo “libre” no está formateado por un aparato represivo, sino por una permisividad total.

–Lo que implica...
–Que ahora el cuerpo se va volviendo un mundo cerrado en sí mismo. En el perímetro de la libertad, yo pienso que estoy libre porque puedo hacer lo que quiero de mi cuerpo. Sin embargo, estoy siempre dentro de él y no miro al mundo. Es una forma de volvernos dóciles. No es un cuerpo que transita por el mundo, sino que es en sí mismo un mundo.

–Si la ilusión del amor irrumpió en los años 60 y 70 como una paridad en la pareja, ¿qué pasa ahora con las relaciones entre dos cuerpos deseantes en igualdad de condiciones?
–Esa es otra cuestión. La relación entre hombre y mujer ha cambiado mucho a partir de la libertad de los años ’70 en Italia a hoy. Para nosotros, la década de los ’70 fue la de las grandes movilizaciones. Son los años de las leyes de divorcio, del aborto y del derecho de familia. Hoy, después de tantos años, podemos ver que todo ha cambiado y nada ha cambiado. Las revistas porno soft en los kioscos traducen algo que quedó más o menos invariado: los arquetipos y los estereotipos. O sea, lo más profundo, lo que está debajo de las costumbres sociales.

–Usted dice que en Italia muere una mujer cada dos días a manos de su hombre.
–La mayoría de los hombres sabe qué hacer con las mujeres de su realidad –su compañera, las amigas o su mamá–, mujeres poderosas, que muchas veces son lo que quieren ser. Pero la imagen de la mujer con la que siempre se van a enfrentar es la de un sujeto que está para cumplir el deseo sexual masculino. Esta representación entra continuamente en contradicción con la realidad. Es como si la representación prometiese continuamente algo que los hombres ya no tienen en sus manos, una ilusión que choca con lo real. Promete al hombre un poder sobre la mujer que ya no tiene. Eso produce la frustración y, de resultas, la violencia.

–¿Y en qué consistiría el silencio de los hombres?
–Toda la palabra masculina siempre ha sido una palabra única. Los hombres inventaron el logos. Y la palabra sobre la intimidad, la afectividad, los sentimientos, el amor y la introspección era una palabra prohibida. Por los siglos de los siglos ha sido así. Los hombres podían tener esta fisura entre la palabra pública y privada, porque las mujeres les garantizaban los cuidados y el amor. Ahora hace tiempo que no funciona más así. Las mujeres están en el mundo y hablan públicamente como los hombres. Y entonces los hombres se ven impelidos a aprender esa palabra más íntima y sentimental. Muchísimos la aprendieron, pero los hombres más frágiles, aquellos que están más asustados por estos cambios, se aterran con la libertad y la capacidad de autodeterminación de las mujeres.

–¿Y ello qué provoca?
–Un miedo enorme que no saben nominar, que no saben decir, que los desespera. Esta desesperación estancada puede expresarse solamente con rabia. Ese es el escenario de la situación de los hombres que matan a las mujeres. Siempre está de por medio la situación en la que una mujer decide terminar la relación con un hombre. Estos hombres se sienten traicionados o defraudados de su derecho de posesión de esa mujer. Puede ser que los sentimientos que afloren sean el dolor y la desesperación, pero no los saben reconocer. Entonces, matan por la incapacidad de dar un nombre a su sentimiento y una libertad a su par femenino.

–No es un problema sólo italiano. En la Argentina se pelea por denominar femicidio en vez de homicidio a estos casos. ¿Cómo han reaccionado la sociedad y el Estado italiano en estos años?
–Con el silencio más absoluto. Las únicas que denuncian el femicidio son las mujeres. No está reconocido como un fenómeno; mucho menos como emergencia social. Cada vez que matan a una mujer, siempre se habla de un delito pasional dictado por los celos que se circunscribe a esa mujer y a ese hombre en particular. El problema es que no se reconoce a la violencia sobre las mujeres en su dimensión política.

–¿Y en la televisión?
–La televisión italiana es fundamentalmente de hombres. Las mujeres son usadas de contorno.

–¿Hay una cultura berlusconiana que ha favorecido este silencio?
–Particularmente, no. Es la sociedad italiana, que es muy retrasada y misógina. En el Congreso hay menos del 20% de mujeres parlamentarias respecto del total. Es un fenómeno que se repite en todas las instituciones. En el equipo español de fútbol, se sienta en el banco una mujer. Eso es impensado en Italia. Ustedes tienen una presidenta. Para nosotros es impensado.

–¿La hipersexualización icónica de los cuerpos femeninos en los medios repliega la sexualidad plena?
–Pero eso no es un problema italiano. Es un problema hipermoderno. El eros ha funcionado hasta los años 50 y 60 a través de dos categorías. Una era la prohibición: no puedes tocar, no puedes mirar, no puedes hacer. La otra era la extranjería, el misterio que significaba el otro. Luego el cuerpo se convirtió en una continua exhibición para sí mismo. No quiero ser bella y atractiva para ti, sino solamente para mí. Lo que vemos son cuerpos que se muestran no para reclamar una relación, sino para pedir una distancia, una admiración sin tacto.

–Bueno, si en los ’90 el patrón de belleza femenina eran las modelos, hoy son las vedettes televisivas, con la consecuente tecnificación del cuerpo. Pasamos de la anorexia al colágeno y la silicona.
–Eso es el cuerpo único, un cuerpo sin historia que responde a criterios universales. Lo traté en mi libro anterior, Las mujeres no envejecen más. Las cirugías, los implantes y el lifting recuerdan dos temas. Uno, es la duración del tiempo. El otro es la relación con los otros. Teniendo un seno turgente debo pensar mi cuerpo como inmerso en un presente eterno, no puedo pensar en el devenir. Debo pensarme ahora para siempre. Entonces mido el tiempo que pasa también sobre la propia cara en relación con las de los otros. Lo que no permite al otro tampoco tener una relación a través del tiempo contigo mismo.
 
“Berlusconi nos transformó en un país de hinchas de fútbol”
Desde hace 27 años, el escritor Bruno Arpaia es el compañero de Caputo. También napolitano, viajó desde Milán para participar del seminario “Ciencia y Narración” organizado por Lectura Mundi de la Unsam. Periodista free-lance, traductor al castellano y autor del ensayo Per una sinistra reazionaria (2007) y de la novela L'energia del vuoto (2011), entre otros libros, durante la entrevista Arpaia no pudo contener su pasión cuando se habló de la relación del berlusconismo con los medios.

–¿Qué ha cambiado con la hegemonía televisiva del Berlusconi en Italia?
IC:
–El imaginario de la ciudadanía italiana en general. Fue un proyecto de una televisión total que se propuso –y lo logró– fundar un mundo paralelo donde todo fuera maravilloso y todos fueran felices y no hubiese conflictos.
BA: –Pero Berlusconi fue simplemente un símbolo. Fue quien aprovechó lo que ya había pasado en los años 80, el hedonismo más descarado, la afición por enriquecerse, la Italia triunfalista que se creía la quinta potencia del mundo. Berlusconi aprovechó esto y creó una televisión a medida de esa sociedad. Y luego se produjo este círculo cerrado: fue una televisión idiota para una sociedad todavía más idiota.

–¿Cuál es el panorama del periodismo actual en Italia?
IC:
–Está como Italia. Woody Allen diría: “No se siente demasiado bien”.
BA: –El berlusconismo no es la causa de todos los males. Hay una decadencia del periodismo a nivel mundial. Yo me crié leyendo diez periódicos cada día. Hoy no leo ni uno, y no pasa nada. Claro que hay una versión peculiar de esta decadencia en Italia. Un ejemplo: la canciller alemana Angela Merkel se convirtió en chivo expiatorio de la crisis europea para los periódicos de derecha. Según ellos, es la culpable de todo. Cuando ganamos la semifinal de la Eurocopa con Alemania, ¿sabés cómo tituló el diario de Berlusconi? “Chau, chau, Culona.” Ese es el nivel de los políticos italianos. Berlusconi había dicho que la Merkel era “una culona que nadie se podía tirar”. Entonces Il Giornale tituló a nueve columnas así. Esa es la degeneración berlusconiana de periodismo, ése es su triunfo: Berlusconi nos transformó en un país de hinchas, un país de gente que mira la política como si mirara un partido por televisión. O estás de un lado o del otro.
 
Fuente: Miradas al Sur

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