La Primera Guerra Mundial fue la plataforma de despegue de la cirugía plástica. Millones de soldados sufrían heridas maxilofaciales y los médicos debían aprender a extirpar una bala convertida en tercer ojo o a reinstalar en un hoyo impúdico el perfil explotado en la frente del combatiente. Sobre el final del conflicto ya existían expertos en cirugía facial y mandibular y comenzaban a proliferar publicaciones relativas a la nueva especialidad: la cirugía estética o cosmética. Avanzó así la rama que quería atenuar una de las secuelas, la estética que había afectado globalmente... la salud.
“¿Qué porcentaje de pacientes acuden a su consultorio por estrictas razones de salud?”, pregunta Miradas al Sur a un conocido cirujano argentino que pide mantener su rostro en el anonimato. “El 90 por ciento lo hace por motivos estéticos, casi no he tenido casos de problemas derivados de enfermedades.”
Por su parte, el Dr. Alberto Cormillot, consultado en tanto líder de la cultura de la dieta, da la cara y dice que no comulga con la división estética-salud. “Todo hace a la salud en un sentido integral, porque cura el alma y el cuerpo. El paciente que consulta por su silueta tiene una carga física y psicológica.” La baja autoestima se torna un tema sanitario que se cura con el bisturí, ruta de atajo hacia la autovaloración.
Nobleza obliga precisar que el cuidado estético no pertenece siquiera a la Era Moderna: durante el Renacimiento proliferaron la sífilis y la lepra. Las deformidades faciales derivadas de estas enfermedades hicieron necesaria la adquisición de procedimientos quirúrgicos reparadores. Aún antes, y aunque las fechas han sido muy discutidas por los escritores occidentales (porque la transmisión del conocimiento era básicamente vía oral), se supone que alrededor de 800 a.c. ya se practicaban en India operaciones de cirugía plástica y de cataratas. Mucho más atrás en el tiempo –2000 a.C.– los babilonios practicaban intervenciones de reconstrucción nasal. Los postulantes no eran soldados desfigurados por la mala praxis de una bomba, sino sujetos en busca de reputación. La nariz constituía el órgano por antonomasia de prestigio y a tal punto era venerada, que un castigo frecuente infligido a los criminales era la amputación nasal. ¿Es la reputación, aunque formulada aparentemente desde otro lugar, el punto clave de la demanda estética en los días de las TV LCD y otros artilugios de la perfección de la imagen?
Uno de los libros de mayor importancia científica hallado en la biblioteca de Alejandría destruida por el ejército de Julio César es un tratado de cirugía sobre traumatismos que refiere a circunstancias en las cuales el cirujano debe “intervenir, luchar o abstenerse”. No hay muchos casos de abstención en la Buenos Aires de hoy. Un análisis revela que la mayoría de los clientes son adolescentes e incluso menores de edad que comentan no haber recibido ningún reparo médico para operarse. Una modelo de 32 años cuenta a esta periodista que a los 17 se entregó por primera vez al bisturí. Ante una fotografía de su (precioso) rostro preoperatorio la pregunta ineluctable es sobre la postura del médico. “Sólo me preguntó si estaba segura; convenimos la fecha y el costo, nada más”, subraya. Lejos del tratado del antiguo Egipto que sugería intervenir, luchar o abstenerse, muchos profesionales del otro lado del Nilo, en el Río de la Plata, intervienen sin pudor.
Finalmente, un dato curioso sin maquillar: en los países en permanente conflicto bélico (sobre todo aquellos con avanzada tecnología) están los mejores cirujanos plásticos del mundo. Pero el porcentaje de gente que acude por cuestiones estéticas es ínfimo. No son más bellos, ni siquiera feos resignados. ¿Tienen otro concepto de belleza? ¿La guerra es el parámetro estético que recomienda disfrutar el rostro mientras dure la sonrisa?
En Buenos Aires la guerra se libra en terrenos político-económicos, no armados. ¿De dónde vienen, entonces, las balas que sacuden la estima? Alrededor de cincuenta consultas diarias en los centros de estética sorprenden, sobre todo porque ha aumentado en un 40 por ciento la consulta masculina. Las cuantiosas tropas porteñas nos alejan del inicio bélico de esta disciplina médica para acercarnos a otra batalla: la del espejo. Porque si hay algo que hoy está en guerra, es la cara que nos dio nuestra madre que nos parió.
miércoles, 14 de julio de 2010
CIRUGÍA PLÁSTICA: UNA MODA IMPUESTA DESDE LAS TRINCHERAS
Estas operaciones cada vez más asociadas a un ideal de belleza se extendieron a partir de la primera guerra.
Por Ana Valentina Benjamín
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