lunes, 12 de julio de 2010

EL SILENCIO CÓMPLICE


Cómo Clarín, La Nación y La Razón, callaron el secuestro y la tortura de los dueños de Papel Prensa. El anticipo del libro y las tapas que la editorial de los Fontevecchia le dio al represor Camps.


Por Carlos Romero y Jorge Repiso

En las últimas semanas, varios artículos periodísticos aportaron valiosas revelaciones de la historia silenciada de Papel Prensa en dictadura. Estas propias líneas se suman a la misma búsqueda. Bienvenido sea lo que hoy pueda escribirse sobre esa trama de torturas, negociados y complicidades. Ayuda a compensar todo lo que se acalló, todo lo que se tapó, cuando la Junta Militar y sus socios civiles de la prensa local coordinaban fuerzas para quedarse con el estratégico monopolio del papel. Una conveniente cortina de plomo que se mantuvo aun hasta los últimos días del régimen, cuando un sector del periodismo seguía ocultando la persecución y el tormento padecido por la familia Graiver, ex dueños de Papel Prensa, a quienes el aparato represivo convirtió en una de sus presas favoritas. El “cazador” de los Graiver y sus allegados fue el represor Ramón Camps, quien en dictadura tuvo una tribuna de privilegio en la revista La Semana, de Editorial Perfil.

En las páginas de ese magazine semanal, cuya continuidad en 1989 fue Noticias de la Semana, Camps dio dos entrevistas exclusivas, marcadas por el tono distendido y la gran empatía con su entrevistador, y donde el general presentó un adelanto de su libro El poder en la sombra, sobre “el caso Graiver”. En esas paginas ventiló las “confesiones” que había obtenido en los centros clandestinos de detención y las mesas de metal en donde sus hombres aplicaban picana eléctrica a los familiares, socios y allegados al banquero fallecido David Graiver. En un ida y vuelta sin preguntas molestas, Camps agitó el fantasma del regreso de la “subversión”, advirtió sobre una posible “guerra permanente”, se postuló como la solución a las divisiones políticas del país, atacó a las Madres de Plaza de Mayo y al Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, y sostuvo que “a veces es sobre la sangre sobre la que se edifican los grandes éxitos”.

Los reportajes no fueron hechos en los primeros y más oscuros años del terrorismo de Estado, cuando Camps era jefe de la Policía Bonaerense y junto a su mano derecha, Miguel Etchecolatz, disponían de la vida de miles de civiles. Fueron a principios de junio de 1983, cuando la dictadura estaba en retirada, jaqueada por la crisis económica, el descrédito y las denuncias de centros clandestinos y desapariciones. Cuando el militar fue convocado para que se explayara en su “investigación” sobre los Graiver y otros empresarios judíos, apenas faltaban cuatro meses para las elecciones democráticas que llevarían a Raúl Alfonsín a la presidencia. Fue en ese escenario que Camps, uno de los personajes más macabros de la historia argentina, que dos años antes había sido denunciado ante todo el mundo por el periodista Jacobo Timerman, a quien sometió a terribles tormentos en el “chupadero” de Puesto Vasco, le contó su “verdad” –y en exclusiva– a la prensa.


Papel picado. En uno de esos artículos, el militar hizo explícita su mirada sobre la operación por la que tres diarios, en sociedad con las tres armas, se quedaron con Papel Prensa. “Los compradores –me refiero a Clarín, La Nación y La Prensa– lo hicieron de buena fe, incluso fue un buen negocio para Graiver”, dijo Camps, en sintonía con el discurso oficial de los medios.

Varios años antes, entre marzo y abril de 1977, mientras los integrantes del grupo Graiver, los mayores accionistas de Papel Prensa, eran secuestrados y sometidos a tormentos, los diarios Clarín, La Nación y La Razón, asociados en la empresa Fapel SA, mostraban en sus portadas las virtudes industrialistas de la dictadura miliar y anticipaban los beneficios que reportaría para el país la puesta en funciones de la planta ubicada en San Pedro, que sería inaugurada el 27 de septiembre de 1978 en un brindis que contó con la presencia de Jorge Rafael Videla y otros jerarcas militares.

El 11 de noviembre del ’76, después de un acto en la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa), Clarín había anunciado en su portada la compra de Papel Prensa. Por supuesto, nada se dijo sobre los métodos de “negociación” con los que sus socios uniformados lograron “convencer” a los herederos de Graiver. Para el diario de Ernestina Herrera de Noble y Héctor Magnetto, se trató de “un paso decisivo hacia la sustitución de importaciones en un rubro económicamente estratégico”, además de haber “afirmado su principio de independencia nacional en el capítulo periodístico y de la libertad de prensa”. Dos meses más tarde, un artículo editorial celebraba el inicio de la construcción de las instalaciones bajo el título “La batalla del papel”. En abril del ’77, estallaría otra cara de esa misma “batalla”.

Eso que los medios llamaron el “escándalo Graiver”. Así se refirieron a las “confesiones” logradas a punta de picana de los 15 allegados al banquero, que había muerto el 7 de agosto del ’76 en un accidente aéreo rodeado de misterios. Sus familiares fueron “chupados” por los grupos de tareas de Camps, siguiendo las órdenes del jefe del I Cuerpo del Ejército, Carlos Guillermo Suárez Mason. En sesiones de tortura, “admitieron” su relación con Montoneros, de quien Graiver habría sido financista a través de José Ber Gelbard, ex ministro de Economía peronista. Mientras en sus portadas fogueaban esta “pista subversiva”, los tres diarios de mayor tirada del país soñaban con las posibilidades infinitas de contar con el manejo del papel.

Para eso, la Junta Militar presionó a Juan y Eva Graiver, y a Lidia Papaleo, viuda del banquero, para que firmaran la venta de sus acciones a precio vil. La cesión se concretó formalmente el 18 de enero del ’77, por un valor tres veces menor al real: 8.300.000 dólares para una compañía que diez años después costaba 250 millones de dólares.

En el libro El burgués maldito, sobre Gelbard, la periodista María Seoane relató que “Suárez Mason y Massera habían resuelto lanzarse a la caza de la fortuna de los Montoneros. Massera tenía toda la información que sus muchachos (...) habían obtenido en la mesa de torturas de montoneros desarmados.

Lo primero que hicieron fue detener a toda la familia Graiver”. Para Seoane, “no había intenciones de hacer justicia con las detenciones. Se trataba de una carrera donde todo valía para llegar primero al botín”.

“Testimonios.” El 14 de marzo, Papaleo fue secuestrada por Camps, que también capturó a las secretarias Silvia Fanjul y Lidia Gesualdi. Fue el inicio del “Operativo Amigo”. En los días siguientes sería el turno de los padres del banquero, Juan Graiver y Eva Gitnacht; su hermano Isidoro y su socio Jorge Rubinstein, nombrado apoderado tras la muerte de David. Timerman y dos de sus laderos en el diario La Opinión también serían secuestrados.

De las sesiones de torturas y las vejaciones a las que fueron sometidas estas personas es que Camps obtuvo la información que varios años más tarde “revelaría” en sus libros y en las extensas entrevistas con La Semana. Los reportajes, aparecidos en las ediciones
338 y 340 del magazine, estuvieron a cargo del periodista Luis Castellanos. Por entonces, el editor responsable de la revista era Alfredo Serra. El director editorial, Jorge Fontevecchia, había sido puesto a disposición del Poder Ejecutivo de facto y permanecía en Nueva York. Retornaría en octubre de ese año, tras siete meses en el exilio.

En los artículos, Camps fue presentado como “un hombre convencido que ha decidido empeñar su vida en una cruzada en la que realmente cree” y “uno de los militares que arma en mano enfrentaron la tarea de combatir al terrorismo en los oscuros años que van de 1975 a 1978”. En esos años Camps se ganó las cucardas de experto en torturas. En el caso de Papaleo, fue sometida a sesiones de picana y otro tipo de tormentos que aún hoy lleva en el cuerpo. “Estaba toda quemada, perdí mis pechos, mi abdomen y también mis genitales durante la tortura y me operaron en la cárcel de un tumor cerebral por los golpes que recibí cuando estuve ahí”, relató el 20 de mayo pasado, durante una asamblea de accionista de Papel Prensa. De esta forma es que Camps se convirtió, como reza en las entrevistas, en “el descubridor del caso Graiver, uno de los más tenebrosos, complejos y resonantes affaires de la vida argentina de la última década, que involucra a personajes de las finanzas, la política y el gremialismo”. Esa primera nota fue la tapa de la edición del 2 de junio de ’83, con el título “Caso Graiver. Otra vez se destapa la olla”. En la doble página de apertura se veía a un Camps seguro de sí, fumando un habano, y se destacaban las frases más importantes del reportaje, como cuando el ex militar sostuvo que “Pérez Esquivel no fue elegido Premio Nobel por sus luchas por la paz, sino a propuestas de elementos marxistas y para hacerle el juego al marxismo internacional”.

Camps insistía ante su interlocutor con sus logros “contrainsurgentes”: “Yo participé de la guerra antisubversiva en la fase armada. Intenté penetrar en los medios de comunicación y en el ámbito político. No me arrepiento de lo que hice. Por otra parte nunca he visto que un país le pida cuenta a sus vencedores”.

Uno de los derrotados por la maquinaria de la que Camps era uno de sus ejecutores más aplicados fue el mencionado Jorge Rubinstein. En uno de los párrafos que figuran en el adelanto del libro publicado por La Semana, Camps sostenía que en la autopsia del empresario, que murió el 4 de abril de 1977, la causal del deceso había sido una “insuficiencia cardíaca” y que no presentaba “signos de violencia traumática”, porque “una de las tácticas sistemáticas de las personas que apoyan a la subversión es acusar a las autoridades de malos tratos”. Pero el informe forense estaba fraguado. Rubinstein no murió de un ataque al corazón. Fue asesinado en Puesto Vasco, como tantos otros de los “interrogados” por el ex general.

En el caso Graiver también se replicó la matriz antisemita de la represión. El tema del antisemitismo también surgió en la entrevista con La Semana, pero con el tono desmitificador que tiñó todo el reportaje:

Periodista: –De la lectura de sus libros no surge que en el caso de Timerman o Graiver haya habido una persecución de tipo racial...

Camps: –Se trata de personas vinculadas a negocios muy concretos y a hechos subversivos muy concretos también, y que por ellos fueron detenidos y juzgados.

Coincidencias. El domingo 10 de abril de 1977, ya con Lidia Papaleo secuestrada, Clarín publicó un fervoroso editorial bajo el título “Los fines y los medios”, donde llamaba a redoblar la apuesta: “Es la hora de terminar con los restos de la subversión, restándole toda posibilidad de recuperarse. Es importante que los valores morales recobren su imperio y su vigor”. La misma consigna sostenía seis años después en La Semana Camps, que compartía con su entrevistador la hipótesis de “un rebrote subversivo”.

En el número 339, la portada de nuevo se la llevó Camps, esta vez con las repercusiones de sus dichos, con el título de tapa “La injuria y el escándalo”, destacando lo dicho por Francisco Manrique, quien ocupó el Ministerio de Bienestar Social y trabajó con Graiver. En el número 340, Camps concedió otra entrevista a Castellanos.

Allí el periodista le preguntó en dos oportunidades seguidas si estaba lanzando su candidatura política. Camps, que se dijo “respaldado por el pueblo”, se describió como miembro de “una auténtica línea nacional” y representante de “la defensa de una posición nacional y cristiana, netamente argentina”.

El hombre que en dictadura manejó doce centros clandestinos, que sería encontrado culpable de innumerables crímenes de lesa humanidad y que murió en 1994, en aquellos reportajes, a meses del retorno de la democracia, también habló de “una Argentina que tiene que refundarse, realizar su verdadera revolución” y que “a veces es sobre la sangre sobre la que se edifican los grandes éxitos”.

Mientras Camps y una parte del periodismo evaluaban estos escenarios de sangre y plomo, y le ponían a la historia una mortaja de silencio, otra Argentina se preparaba para elegir presidente y abrazar a la democracia.

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