lunes, 12 de julio de 2010

LA CARA OCULTA DEL PARAÍSO


En Bariloche, la muerte de tres jóvenes a manos de la policía desnudó una realidad de contrastes: mansiones y villas miseria, xenofobia y herencia mapuche, represores y militancia por los derechos humanos. Radiografía de una sociedad injusta.


Por Tomás Eliaschev (desde San Carlos de Bariloche)

Las cubiertas quemadas siguen adheridas al pavimento irregular de la ruta 40, la que atraviesa el Alto de Bariloche. En muchas de las casas de esa zona, largamente postergada, todavía se pueden ver los balazos que disparó la policía. Los vidrios rotos ya fueron tapados. El viento helado no perdona y los vecinos tratan de seguir sobreviviendo. La comisaría quedó en ruinas: el Alto mostró su furia. Y el país pudo contemplar azorado las profundas diferencias que agrietan a este centro turístico, que en la última década se reposicionó en el circuito de los viajeros vip, gracias a su naturaleza privilegiada, sus paisajes únicos y deportes de nieve, acuáticos y de montañas.

De todo el mundo vienen a gozar de las maravillas de la ciudad que se recuesta a las orillas del lago Nahuel Huapi. Pero los viajeros desconocen que a sólo quince cuadras del Centro Cívico, donde los perros San Bernardo posan para la foto, comienza la otra Bariloche, la ciudad profunda. Allí viven las mucamas de los hoteles, los cocineros de los bares, algunos empleados municipales, los obreros que construyen los barrios privados por nacer. Conviven, pero no.

Quien se sumerja en el complejo mundo del Alto, donde se combinan distintos barrios, descubre que cuanto más lejos están del centro, más humildes son. El viento sopla más frío en esa zona donde días atrás estalló el conflicto, luego de que un policía matara a Diego Bonefoi, de 15 años, de un tiro en la nuca. Los vecinos del Barrio Boris Furman, que combina monobloques con casas de material, se enfrentaron con los efectivos y la reacción a esa protesta derivó en dos nuevos asesinatos: el de Nicolás Carrasco, de 16 años, y el de Sergio Cárdenas, de 29.

Los barrios periféricos suelen ser noticia por la brutalidad policial. Pero esta vez trascendió las fronteras provinciales y sorprendió con una defensa: más de dos mil personas, habitantes del centro o la parte baja de San Carlos de Bariloche, defendieron el accionar policial que, además de los tres muertos, dejó decenas de detenidos y de heridos.

En la ciudad ya no nieva como el trágico día que profundizó la división entre los barilochenses, pero la lluvia persistente cala en los huesos. En el Alto, todavía resuenan los ecos de la bronca. “En este barrio no se puede salir de noche, es como si fuera un estado de sitio”, asegura Carlos, un estudiante que vive allí y compartía colegio con Bonefoi. En la zona, al menos, la ausencia de instalaciones oficiales o comerciales es inocultable. Como los graffitis y los pozos en las calles, que son una constante. En ese lugar, se criaron los tres jóvenes asesinados. El más chico, Bonefoi, era el galán de siete hermanos –el último, Sair, es ahijado de la Presidenta–, con ojos claros y corte de pelo al estilo flogger. Era un fanático del fútbol y compartía partidos con Carrasco, que había heredado los rasgos mapuches de su mamá y murió horas después, cuando fue a ver “qué estaba pasando entre los vecinos y la policía”, según cuentan sus padres.

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