La cita con el padre Pepe es un viernes, en Barracas, a las ocho de la mañana, y parece estar despierto desde hace varias horas. La iglesia en la que suele estar se ubica a menos de 200 metros de la Villa 21, sobre una típica arteria del barrio: de adoquines y de un ancho más propio de avenida que de calle. Las adyacencias tienen las mismas características que las de los barrios en los que se vende paco. Uno puede cruzar a los chicos moribundos, a los limpiavidrios esperando los primeros autos, a gente durmiendo en el piso. Adentro el padre espera en una oficina que tendrá poco más de dos por dos, de paredes blancas, con el Padre Mugica en varias imágenes y con un mate de River, que ofrecerá recién para su cuarta o quinta respuesta. Por estos días el Padre organizó el acto por el Día Internacional de Lucha contra las Drogas que se realizó el 24 de junio en la iglesia Don Bosco, ubicada en Yapeyú 197 de Capital Federal.
–¿La sociedad tiene real noción de la problemática del paco en los sectores marginales?
–No. Creo que se instaló en la opinión pública como un tema más. Sí, quizá, tuvo mayor exposición durante una semana, pero después pasó a ser de agenda. En Argentina nos acostumbramos a que estas cosas se hagan comunes, y tiene que ver con la falta de ver al otro como el prójimo. La repercusión del paco en un joven es muy diferente a la de un chico que fuma marihuana y va a la facultad. Hay cosas que no se piensan desde el pobre. Lo que nosotros planteamos es que el mundo adulto no puede evadirse de lo que pasa con la niñez. Antes era así, no se concebía que los chicos estuviesen a la deriva. Hay cosas que le corresponden al Estado, y otras al mundo adulto. Falta interés y la comunicación es fundamental; cuando no es la apropiada se puede hacer mucho daño. Se muestra a una villa por los altercados y la violencia y no cuando hay fiestas populares celebradas como Dios manda, o cuando un comedor es mantenido por una abuelita... la sociedad sólo consume malas noticias.
–¿Cómo es predicar la fe en un lugar tan vulnerable?
–La fe en la Villa 21 es muy fuerte y mayor que en otros barrios. El villero conserva el cristianismo popular que trae del interior o de los países limítrofes. Hace días fui a la casa de una persona muerta y ya estaban rezando. Es muy fuerte la fe frente a los grandes problemas y a las grandes alegrías. Es diferente a lo que piensa la clase media, que dice que la fe nuestra se debe a las necesidades. Antes se hablaba mucho de los curas tercermundistas, como Carlos Mujica. Lo que ocurre es que se multiplicó la comunicación, los temas eran menos que los de ahora. Pero causó gran admiración por su compromiso con los pobres. Nos marcó a muchos. A nosotros nos une la vocación de vivir en una villa.
–¿El villero percibe que está excluido?
–Sí, absolutamente. Tiene conciencia desde el momento que para conseguir un trabajo debe decir otra dirección. Hay una especie de discriminación que se siente. Y a lo mejor la gente no se da cuenta que el obrero que le arregla la casa viene de la villa. El gran desafío es lograr la integración urbana, el mutuo conocimiento entre la villa y la ciudad. Tenemos muchas personas que vienen de Palermo a darles apoyo escolar a nuestros chicos, y la conclusión que te terminan confiando es que aprendieron mucho más de lo que enseñaron. Eso es lo urbano, es el ida y vuelta. Se fueron a sus barrios con un nuevo conocimiento. La integración comienza por pequeñas cosas: no hay colectivos para ir a un hospital, no hay facultades cerca, allí empieza la integración. Fijate que a veces se delegan funciones que no corresponden: en muchos barrios son los vecinos los que echan a los vendedores de paco. Planteamos eso, la integración, del Bicentenario hasta el aniversario de la Independencia en 2016.
–A veces se los etiqueta como “paqueros”, “fisuras”, ¿qué le dicen a usted los chicos que tienen problemas con el paco?
–En el primer momento de lucidez te dicen que quieren salir. Recuerdo un chico llamado Gabriel que le escribió una carta a un juez pidiéndole que lo internara porque necesitaba ayuda. Se los trata de esa forma, como si estuvieran condenados a muerte; influye el rol de los medios, pero como sociedad debemos acercarnos. Nosotros tenemos una granjita por la que pasaron muchos chicos que hoy rehicieron su vida y están trabajando y son organizados. Si nos hubiésemos quedado con que son “fisuras”... Hay quienes tienen problemas psicológicos o psiquiátricos, y el Estado no se hace cargo. Tenemos que buscarlos, internarlos; se habla de libertad absoluta, y estos chicos que vienen de consumir drogas diez años seguidos, no les podés pedir que elijan una libertad absoluta; están deteriorados, tenés que ayudarlos. Yo me imagino a Evita levantándolos, ayudándolos. Lo que ocurre es que muchos dicen que conocen la villa por haber venido una vez, o citar gente del barrio afuera del mismo. Falta humildad para conocer de lleno la problemática, que nos inviten a nosotros, a las madres del paco para contarles del tema. Después está lo otro: si un empresario hace una propaganda sabiendo que llegará a un lugar acomodado y al mismo tiempo a la clase baja; y uno puede comprar y el otro no ya tenemos un problema. No puede decir “esto es la felicidad”, es una gran responsabilidad.
–¿Qué puede decir del talento que hay en las villas?
–Que es muchísimo. Hace 14 años que vivo y trabajo y descubro capacidades cada día. Allí es cuando me refiero a la ausencia del Estado, en no hacer que los chicos desarrollen las capacidades que Dios les regaló. Que las pongan en práctica es responsabilidad de la sociedad también. Tenemos que hacer algo entre todos. El año que trabajé en la cárcel de Devoto percibí lo mismo del talento perdido.
–¿Cuál fue el objetivo de el acto del 24?
–Concientizar. Fué un encuentro en el que se planteó la problemática con nuestra mirada. La adicción al paco es una dependencia que hace que los chicos pierdan todo, no se queden con nada; no seon conscientes. Queremos decir que es posible salir del paco, pero que será imposible mientras no nos hagamos cargo entre todos.
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