Por Martín Rodriguez y Federido Scigliano
“Si lo vota a Cafiero, le va a salir otro Alfonsín”, decía Luis Zamora en los años 80. Y había, en lo que articulaba esa consigna, el motor de una lógica implacable: son todos lo mismo. ¡Gane quien gane, pierde el pueblo! Y claro, cómo no iban a ser después los troskos los legítimos usurpadores del baldío ese del “¡Que se vayan todos!” con que cerró su actuación en el 2001 el engendro neoliberal en la Argentina. Sin embargo, la mayoría de los militantes de las izquierdas “sensatas” o los compañeros nacionales y populares (que se foguearon en un gremio o una universidad) no pueden negar la deuda que tienen con los troskos. No con el trotskismo, un corpus que habrá que leer (si da) sino con el hijo de la criatura: el joven militante trotskista. Nos fuimos a hablar con dos gladiadores del trotskismo argentino, Cristian Castillo y Néstor Pitrola, tratando de encontrar el hilo que organiza la madeja de esta subespecie notable, extraña y por demás combativa del universo político nacional.
Chipi
Cristian Castillo. Alias “Chipi”. Eterno joven en el alma del pueblo de Sociales…
“No me olvido más: durante un recital que organizaba en Obras la Asociación de Revistas de Estudiantes Secundarios, yo estaba en la cola, y entonces venía un militante del PST repartiendo un volante por Polonia, denunciando el golpe de estado del General Jaruzelski, y atrás venía un militante de la Fede (Federación Juvenil Comunista) con una bolsa de arpillera sacando cada volante que te daba el trosko.” Esta escena conmovedora fue fundante en el credo de Cristian, que además hoy supone que la Asociación de Revistas Estudiantes Secundarios era una agrupación de superficie de la Fede. Está casi seguro. Segurísimo.
Chipi empezó a militar -como otros de su generación- al final de la dictadura militar. El comienzo fue en el colegio Nicolás Avellaneda a fines del `81 donde conoció algunos compañeros que eran militantes de la juventud del PST. Chipi, hijo de un abogado laboralista con simpatías socialistas, atravesaba el final de la noche procesista yendo a recitales de rock, que eran también lugares de volanteo y militancia. “Dulces 16, Spinetta, Serú Giran, todo lo que era rock nacional pre Malvinas no tenía tanta difusión comercial, de algún modo agrupaba una parte de la juventud con cierta inquietud que se visualizaba, un poco ingenuamente, como lo opuesto a la música comercial, entonces era un lugar donde se volanteaba habitualmente y se pasaban petitorios.”
Todo trosko nace con un enemigo en la frente: el estalinismo. Aún en un país del sur latinoamericano donde lo más grave que hizo el estalinismo fue construir una AFJP. Porque el “pecado” de la Unión Democrática debería haber proscripto. ¿O no? “Yo tenía una idea muy ultra vaga pero bueno, tenía una sensación anti dictadura que era más o menos generalizada, y el PC me cayó mal por eso, y después las pintadas que hacían por la ‘Convergencia Cívico Militar’ hasta el año `82… Bueno, todo eso me posicionó dentro de lo que había de izquierda contra el PC.” Sin embargo, sus primeros años de militancia coinciden con la fundación del MAS. “El PST forma el MAS y tengo una relación de discusión política, no todavía de militancia pero sí de simpatía y me voy haciendo trotskista sentimentalmente, si se quiere, cuestionando el papel de la burocracia de la Unión Soviética y la política del PC hacia los militares.” En sus primeros días en el MAS Chipi no se consideraba a sí mismo trotskista, pero empezaron a llover acusaciones (sobre todo del PC y de los radicales) y cada vez que le decían “vos sos trosko”, Chipi se quedaba serio, serio y mudo. Y así hasta que fue a buscar el cántaro a la fuente y leyó como loco “Mi vida”, de León Trotsky, y se hizo trotskista para siempre.
Hay lugares comunes para atacar al trotskismo, uno de ellos es el que supone que se trata de una corriente de laboratorio que intenta forzar la realidad a sus propias premisas. Y otro es su vocación de conducir un conflicto extremando las consignas y las propuestas para después, siempre, terminar derrotados (siempre hacen más dura la dialéctica de todo conflicto y lo vuelven inviable en términos concretos). Chipi oye, entrecierra los ojos y arranca. “No todos los trotskistas somos iguales, la denominación de trotskistas ha englobado a un conjunto de organizaciones políticas que hemos tenido muchas veces posiciones políticas diferentes, no te olvides que en el conflicto entre el gobierno y las patronales agrarias, algunos compañeros que se reivindican trotskistas estuvieron con las patronales del campo y otros sectores sostuvimos que había que tener una posición independiente de ambos sectores en conflicto. En ese sentido, yo creo que si se mira sin prejuicio, se va a ver que compañeros trotskistas han jugado un papel muy importante en victorias relevantes del movimiento de lucha de los trabajadores y otros sectores en todo el último período histórico. Zanon es un ejemplo por tomar”.
“Tratar lo más que se pueda, siempre”, dice Chipi para defenderse de la difundida idea de que un trosko es alguien que pide siempre la de máxima y no se baja nunca, aún a costa de no conseguir nada. “Es una caricaturización que no se condice con el análisis de la práctica política real. Presentar una visión de que el trotskismo sería ‘cuanto peor mejor’ en el sentido de que si la lucha se pierde es mejor no tiene sentido, porque nosotros sabemos que justamente la clase trabajadora necesita victorias, aún victorias parciales, porque esas victorias le permite tener confianza en su propia fuerza para encarar otras luchas, entonces uno siempre quiere ganar. Ahora, no siempre depende de uno ganar”, dice.
Nunca fantaseó con un “me voy a una fábrica y me proletarizo”. Su excusa es razonable: le tocó un período de militancia en el PTS en un momento en que las fábricas se cerraban. Eran los años 90. “Nosotros en los 90 combatimos mucho teóricamente la tesis del fin del trabajo, que por una cuestión de una determinación tecnológica, una tendencia general de la sociedad, íbamos a una sociedad post industrial donde el conflicto, capital – trabajo se iba a transformar en algo del pasado, en algo anacrónico y entonces el conflicto iba a permanecer como un desplazamiento estructural de la fábrica al barrio. La consigna de la CTA: ‘de la fábrica al barrio’, a nosotros nos parecía un diagnóstico equivocado.”
Los años kirchneristas.
Los años kirchneristas no fueron los años más felices. Pero tuvieron lo suyo. Si pudiera analizarse como si se mirara un pasado, según Chipi, “ha sido un período donde la clase obrera se recompone socialmente, entra mucha gente a trabajar, y esa recomposición tiende a expresarse en fenómenos de organización sindical nuevos”. Pero es un fenómeno contradictorio. “Uno entra en el terreno sindical y tiene influencia y gana comisiones internas y gana cuerpos de delegados pero no tiene el mismo nivel o la misma velocidad de desarrollo en el terreno político, es más complejo, porque el kirchnerismo es la novedad de un gobierno peronista con discurso de centroizquierda que intenta acaparar todo el espacio que hay a su izquierda, entonces hay momentos políticos, donde lo consigue y hay momentos que no, y ahí a la izquierda se le abre un poco más de espacio político.” El diagnóstico trotskista es doble: “una parte de la sociedad que tiene ilusiones y que aún confía en el gobierno tiene puntos de contacto con lo que uno dice también, entonces no es que todos los que simpatizan con el kirchnerismo no ven nada de lo que uno dice, más allá de los que tengan una militancia más dura… El trabajador que ve con ilusión parte del gobierno es un trabajador que en su fábrica sigue muchas veces a los compañeros combativos de izquierda, con una peculiaridad que es que una parte grande de la clase obrera nueva, sobre todo joven, no tiene una identidad política peronista firme, incluso apoyando al gobierno no es peronista, en ese sentido hay un corte generacional importante, no digo que no vote al gobierno ni que no lo siga”.
Era de esperar: hay un hilo de fibra industrial que une al imaginario kirchnerista con el imaginario trotskista. Y hay una generación de jóvenes que ingresaron a un mercado de trabajo industrial en un período de reconquista laboral y que sólo es capaz de votar a este gobierno peronista como reacción conservadora a la memoria de espanto que otros gobiernos peronistas dejaron: los años de Menem. Aún así, en la fe trotskista, esos jóvenes pueden ser clasistas y combativos. Veremos.
Néstor
Néstor Pitrola es un pedazo de historia obrera. Primero, cuando te saluda, es distante y gélido como lo puede ser un trotskista: alguien que está preparado para tirar el fósforo y huir hacia nuevos incendios. Al rato, en ‘cordobés’, modula un vozarrón y una cadencia que atrapa a quien lo oye: Pitrola es un pedazo de historia nacional. Se inició como empleado bancario, se fogueó en el “Cordobazo” coordinando un sindicalismo clasista bravo, se salvó de ser chupado la misma noche del Golpe del 76, se rajó a Buenos Aires, y se hizo trabajador gráfico. ¿Dónde? En Convicción, el diario de Massera, de donde lo echaron con la Ley Antisubversiva.
Llegamos a su oficina en la sede del Partido Obrero de la calle Ayacucho donde nos está esperando. El lugar es modesto, un par de computadoras, un armario, una gran imagen de Lenin y Trosky, y Pitrola que habla por teléfono sobre seccionales, comisiones de delegados y reuniones “con compañeros”. “Yo fui Secretario Adjunto del Sindicato Gráfico ya en 1984, antes había sido elegido delegado de Editorial Atlántida, y en el 84 lo acompaño a Ongaro cuando él vuelve del exilio, pero con un agrupación propia que se llamó ‘La Naranja Grafica’ que está hasta el día de hoy. Lo que pasó es que después nos separamos porque él tomó un rumbo de integración a la burocracia sindical tradicional y nosotros el rumbo clasista conocido por todos ustedes.”, dice con picardía.
Pitrola es una máquina de hablar, sin embargo, una pregunta lo detiene. Él nos dice que no viene de una familia de militantes, que su padre era un pequeño comerciante en el universo productivo cordobés. ¿Y cómo es explicarle a esos padres que uno es trotskista, Néstor? “Ellos aceptaron, fue una lucha terrible, porque ellos tenían muchos prejuicios anticomunistas y todo lo demás, y después por amor fueron comprendiéndome y aceptando y al final hasta terminaron votando al Partido Obrero.” Ese es el poder del amor y del convencimiento.
¡Esto es África!
¿Cómo vive el mundial un trotskista? ¿Hincha por Argentina? ¿Cómo vive ese momento que mezcla sentimientos populares y un negocio capitalista infernal? Pitrola se ríe a mitad de la pregunta. Se pone serio cuando empieza a responder. “Nosotros con toda soltura hemos hinchado por la selección Argentina, desde la dirección del Partido hasta el último militante hinchamos por el seleccionado argentino, somos futboleros muchos de nosotros, Ramal va a la cancha a ver a Argentinos Juniors, lo vivimos con toda naturalidad, vivimos muy contradictoriamente el mundial del `78, ese sí, porque teníamos conciencia, vivíamos escapando de las mazmorras de la dictadura, y el mundial nos cayó mal. Yo no soy de los que creo que si Argentina ganaba el Mundial, Cristina Kirchner resolvía los problemas, es una tontería. Argentina del `86 salió campeón y en el `87 Alfonsín perdió las elecciones, es decir, ¿cuánto le duró? ¿Para qué le sirvió? No sé si se ve. Después hemos tenido polémicas entre nosotros y hay artículos interesantes en Prensa Obrera, mostrando que para Sudáfrica el Mundial es un espejismo porque es un mar de desigualdad social, de pobreza espantosa y se muestra al mundo en ese aspecto una mentira, escondiendo una desigualdad social espantosa.”
Moyano
Hay una historia de un romance fugaz que pudo abolir la tendencia al desencuentro estructural entre sindicalismo peronista e izquierda. Una vez, hace no mucho, Pitrola apoyó a Moyano. Y lo hizo desde su propio gremio gráfico siendo congresal entre 150 congresales de gremios de oposición que fueron al congreso de ruptura de Moyano con la CGT de los gordos. “Porque logramos un paso progresivo para el movimiento obrero, fuimos a defender un programa, una perspectiva, él rompía con los gordos, venía de la Mesa de Enlace con CTA y el Perro Santillán, yo en mi fábrica cumplí todos los paros, no ya de mi gremio, si no de los de la mesa que apoyaba mi gremio y de los que no apoyaba mi gremio, en mi fábrica acompañábamos todas las Marchas Federales, y cuando se produce la ruptura le planteamos que hiciera un congreso obrero y que discutiéramos una alternativa política desde los gremios combativos, también como salida a la política del país, no porque pensáramos de Moyano ideológicamente esto o lo otro, si no caracterizando el paso que acababa de dar.” Esto era parte de una historia de resistencia al menemismo. Para Pitrola hoy Moyano está de vuelta aliado a los gordos de la CGT. Y el peronismo gobernante parece dividir de nuevo las aguas para siempre.
Solitario y final
El mundo de un trotskista existe en el pasado y existe en el futuro. Al presente se le piden demasiadas cosas. Y huye. En la predilección por profetizar la declinación constante del mundo persiste la convicción íntima de que “esto” no aguanta tanto tiempo así. ¿Y qué es “esto”? ¿Qué es “esto”, camarada? ¿Qué hacemos con “esto”, compañero? “Esto” es el presente y su máquina. Y si el mito se cumple mañana alguien estará parado en la puerta de entrada de una fábrica con su Verdad Obrera bajo el brazo, extendiéndola como se extiende una flor recién arrancada al objeto de nuestro amor. Es demasiado temprano. Siempre es demasiado temprano. Todavía es demasiado temprano. Y no será esa mañana fría en la que se hallen las respuestas de por qué vale tanto la pena luchar. Siempre.
Convicción
“En el ’79 entré al diario Convicción de Massera y en el `82 organizamos un movimiento salarial, una pequeña huelga, nos fuimos todos al patio a pedir un aumento de sueldo, nos echaron a mí y a otro compañero de la sección fotografía, yo era de armado de página, por Ley Antisubversiva. Y volví dos o tres días tratando de organizar una resistencia por mi reincorporación, y no me secuestraron por esas cosas de la vida. Esta experiencia apareció en un juicio de la ESMA porque a un compañero, Carlos García, que estuvo chupado durante años, lo sacaron a la superficie y lo pusieron a trabajar en Convicción como gráfico, y él fue compañero mío, lo veía todos los días y trabé una relación personal y política con él. Estaba libre bajo vigilancia y lo tenían controlado. Él contó todo y le preguntaron si tenía algún testigo. ‘Sí, Néstor Pitrola, era compañero mío’, dijo. Él había sido Monto, se casó con Miriam Lewin, forman pareja estando secuestrados, porque a ellos los pusieron en la parte de falsificación de pasaportes. A Massera no lo vi nunca, la fábrica estaba en Barracas, éramos como 250 trabajadores, con periodistas quizás más, el taller era bastante importante porque hacíamos además del diario Convicción, otras publicaciones. Había obreros muy piolas, nos organizamos, de hecho tengo muchos amigos hasta el día de hoy que trabajaron allí, gente de oficio.”
genial. aguante el trotskismo.
ResponderEliminarPD.edien con mas rigor