miércoles, 9 de mayo de 2012

EL ARTE ATACA

Cuatro obras abordan la guerra de Malvinas. Evita resurge en pinturas y sobre tablas, como también Rodolfo Walsh. Y en Buenos Aires se realiza un Festival de Cine Político. Autores, directores y músicos opinan sobre la vigencia del fenómeno.

Por Tomás Eliaschev y Leandro Filozof

Pensar que aquí hasta hace poco tiempo hubo quien sostenía que el arte y la política no tenían nada que ver, que no podía existir un arte en función de la política. Es parte de ese juego destinado a quitarle toda peligrosidad al arte, toda acción sobre la vida, toda influencia real y directa”, expresaba Rodolfo Walsh por marzo de 1970. Una afirmación que fácilmente podría aplicarse a la actualidad. Pasada la década de los noventa, época signada por un “rechazo” a la política, en el 2012 las manifestaciones artísticas parecen abrazar nuevamente el compromiso con la historia y la actualidad. La existencia de, al menos, cuatro obras en cartelera que, en su 30º aniversario, retratan la Guerra de Malvinas y la segunda edición del Festival Internacional de Cine Político (FICiP), son sólo algunos ejemplos. ¿Puede el arte separarse de la política? ¿Todo arte es político?
“El arte no está escindido del resto de las esferas, entonces en un momento en el cual en la sociedad lo político está mucho más instalado también a nivel simbólico, el arte va a tomar eso –dice Aldana Cal, autora y directora de La cita, obra que gira en torno a la figura de Rodolfo Walsh–. Mi modo de acercarme al quehacer artístico siempre estuvo atravesado por una mirada ideológica. Después sí podríamos hablar de cierto clima de época y voces: ahora lo político está mucho más a flor de piel. Así como en los ’90 estuvo muy signado, el caso del teatro puntualmente, por obras de familias disfuncionales, ahora hay varios casos donde la política reaparece como tema”.

Osvaldo Cascella, organizador del FICiP, cuenta el éxito del proyecto: “En la primera edición recibimos 350 películas y en esta 400. Esto marca la necesidad que tienen los realizadores de ser convocados. En el cine nacional hay muchísima producción. Tanto es así, que el año pasado, por la cantidad de material, tuvimos que agregar la competencia de largometrajes nacionales. Eso es parte de un espíritu militante de los que se embarcan en hacer esas investigaciones y producciones. Tienen que tener un interés político que los alimente, no es solamente contar una historia. Después ves cómo darle una estética atractiva y los toques profesionales, pero tenés que tener la llamita prendida”.

Una de las obras en cartelera sobre la guerra de Malvinas es Queen, Malvinas. Su autor, el escritor y psicólogo Agustín María Palmeiro, retoma el pensamiento de Cal: “Hay un mayor compromiso y tiene que ver con cambios políticos que ha habido. En los noventa era todo más light”, dice Palmeiro, pero también sostiene que “hacer algo con intencionalidad se nota. Uno escribe algo por una cuestión de necesidad artística; que eso después tenga una lectura política es una cuestión del lector, del espectador. No creo en las obras con mensaje ni que el arte necesariamente tenga que hablar de la política, al menos en forma directa. Pero, como dice la canción, somos todos presos políticos. Toda obra tiene una cuestión política”. Piedras dentro de la piedra, de Mariana Mazover, también trata el tema Malvinas, en este caso inspirada en Los Pichiciegos, la novela de Rodolfo Fogwill: “Me interesa abordar nuestra historia nacional. Mi camino de escritura es de interrogarme e interrogarnos. El sentido de hacer teatro es preguntarme por la relación de mi arte con la realidad en la que se inserta. La relación de la obra con el espectador: qué preguntas le abre, qué temas vuelve a instalar. Abordar la guerra de Malvinas para participar del debate, las preguntas y la reflexión en torno a la guerra, la dictadura, qué hicimos como sociedad con los combatientes que volvieron. El teatro, el cine, la literatura: nos instalan preguntas, abren caminos para seguir profundizando sobre cuestiones vinculadas a nuestra historia, y en ese sentido se juega algo de la dimensión política inherente a toda producción artística. Por otro lado, creo que el arte netamente político es el que trabaja en pos de una transformación social, una sociedad más justa. El teatro independiente es esencialmente de un público burgués y no opera en la dimensión de la transformación social, como sí lo hace el teatro comunitario o el proyecto de Teatro por la Identidad, donde hay un objetivo claro político y su eficacia política es innegable”.

Nacido hace casi doce años, el proyecto Teatro x la Identidad fue obra de un grupo de actores, dramaturgos, murgueros, músicos y productores, entre otros, que junto con las Abuelas de Plaza de Mayo montaron decenas de puestas con el fin de concientizar a la sociedad y encontrar a los hijos de los desaparecidos.

Diego Quiroz, autor de Los Tururú, inspirada en Los Pichiciegos y Sin novedad en el frente, sostiene que hablar sobre Malvinas hoy suma. “Quizás hace diez o veinte años no se le daba la importancia que se le da hoy, por eso no es casualidad que haya tantos espectáculos sobre el tema. Un tema difícil, nuestra última guerra, algo muy reciente, es una herida no cicatrizada aún. Pero está bien atravesar estas cuestiones, hay que hacerse cargo, mirar. Hay que poder leer en las cicatrices también. Después del trabajo, uno empieza a ver cuál es su rol. Yo fui descubriendo más adelante mi aporte hacia la memoria y la justicia. Algo tiene que ver con la militancia, no porque sea un militante activo pero ¿por qué no hago una comedia romántica? Uno como artista puede tener una posición política y está para poner su sensibilidad en determinado tema. Es una militancia desde la sensibilidad. Respeto la postura del que cree que el arte debe estar separado de la política pero a mí me toca en este momento, por convicción, pararme en este lugar”. A Los tururú se suma Fireworks, Malvinas al palo, anunciada como una comedia bizarra sobre la guerra.

Entre las distintas ofertas del teatro porteño, también se encuentra No trates de ser Eva. Marina Assereto, coautora y directora, sostiene que no fue la intención resaltar “la parte política, porque es un perfil que ya está usado y trabajado. Nuestra idea de traerla a la vida fue la de darle la posibilidad de tener una noche en el teatro y, a partir de ahí, pensar de qué le gustaría hablar. Nos pareció que hablara de su faceta actoral y también de lo que sucedió con su cuerpo. El arte tiene libertad de expresión, permite elegir si se desea acentuar lo político o no. Tomamos un personaje político como Evita y la obra no es partidaria, la elijo porque antes que todo fue una gran mujer y un ser humano. Por supuesto que si agarro a la vecina de enfrente, no es lo mismo. De todos modos, me parece que el arte y la política están relacionados, el artista tiene que ser consciente de lo que sucede socialmente, no puede estar ajeno”. Evita también puede encontrarse en la muestra Renacimiento, que Marina Olmi está presentando en el Centro Cultural Borges: “Tomo a Eva como imagen y mujer porque es un personaje querido para mí y cercano. Es una persona que tiene que ver con la Argentina que dejé en la adolescencia. Es inevitable que haya una postura política; quien dice que no opina o no le interesa, la tiene también, cualquier persona tiene una postura política. Aunque yo no tengo muchas opiniones, soy artista, hago y después pienso y me doy cuenta de por qué hice las cosas”.

Ciro Pertusi, ex cantante de Attaque 77, actualmente en la banda Jauría, tampoco cree que toda obra deba hablar de política: “Creo en la libertad de expresión, por consiguiente no me parece que alguien esté obligado a dar a conocer su ideología, como tampoco que alguien tenga que guardar silencio si tiene algo que decir. El arte debe estar libre de condicionamientos y por eso siempre escribo y hablo de lo que siento. La política, a su vez, es una palabra con tanta carga histórica que se ha vuelto muy pesada. Si nos remitimos a lo básico, la política es, como diría un amigo, ‘de qué lado te parás frente a los acontecimientos’. Es una idea romántica pero muy cierta. Si lo pensamos así, es tremendamente sano y, por ende, bastante artístico. Pero admitamos que la política son negocios. ‘Very dificult’, diría el filósofo Carlos Tevez”. Distinta es la posición de El Cabra, cantante y violero de Las Manos de Filippi: “Es obvia la responsabilidad de militar de cualquier trabajador. Es una clase explotada por un sistema capitalista. Como artista me siento parte de esa clase y no creo en la libertad del arte o el artista en un sistema de explotación, contaminación, negocios con armas, drogas, gente y de tantas degeneraciones más. Decir ‘soy artista y no hago política’ le da a este sistema y a estos gobiernos el respaldo para seguir haciendo de la cultura y de las expresiones de la juventud negociados que no benefician en nada a los jóvenes. Mantener a los artistas aislados de la clase trabajadora o por encima de ella es una actitud vieja que llevó al rock hasta la masacre de Cromañón”. Marcelo Blanco, de Onda Vaga, sostiene que la política del grupo es algo que expresan con sus canciones: “En una canción hay muchos significados, no sólo múltiples interpretaciones, sino también y más importante, tantas repercusiones emocionales como oyentes. Una vez que la canción se entrega al público, se multiplican sus usos y uno no puede pretender que por ahí no lo escuchen aquellos que no gozan de nuestro cariño o quienes nos provocan aversión. Una buena canción es un hecho político en sí, tanto bombardeada en las radios como tocada en un fogón. Así como la música no pertenece a las corporaciones dueñas de los espacios de difusión masiva, la política no es propiedad exclusiva de los políticos, por más que ellos la intenten monopolizar de una manera ridícula con sus campañas. Lo político alude a todos”.

“Desde el momento en que una obra de arte pone en cuestión o desafía el sentido común establecido, la estética imperante o los modelos conservadores del arte mismo, hay un hecho político consumado y una actitud militante de parte del artista que lo genera –sostiene Malena D’Alessio, cantante de la banda Actitud María Marta–. Nada ni nadie puede quedar exento de las posturas políticas y menos los artistas. El error en todo caso reside en entender como militancia o entender ‘lo político’ como algo ligado estrictamente a la política o militancia partidaria y nada más. Pero entendiendo a lo político como algo mucho más amplio y presente en casi todos los niveles de nuestra existencia, tal vez se pueda desmitificar y aceptar que todos, afortunadamente, somos seres políticos. Y el arte tiene esa función de remover los cimientos sobre los que se construyen nuestras grandes verdades y ponerlos en jaque desde la irreverencia para reconstruirlos. Pero nunca desde la neutralidad. Por otro lado, me parece que el arte y en particular la música, además de ser un fin en sí mismo, puede ser uno de los medios más potentes y masivos de transformación, ya que logra un nivel de influencia en la vida de las personas, muy por encima de lo que los políticos de profesión pueden lograr. Si partimos de la base de que el arte está impulsado por cierta sensibilidad particular, es casi difícil de entender la indiferencia o la carencia de esa sensibilidad en los artistas, teniendo en sus manos una herramienta tan poderosa y efectiva”.

Decía Walsh, también en 1970: “Yo quisiera invertir la cosa y decir que no concibo hoy el arte si no está relacionado directamente con la política, con la situación del momento que se vive en un país dado, si no está eso para mí le falta algo para poder ser arte”. Hoy estaría, quizá, conforme con el panorama artístico.

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Iconos del arte político
Rodolfo Walsh es el caso más emblemático de artista comprometido con su tiempo. El escritor, periodista y dramaturgo no sólo realizó investigaciones periodísticas como Operación Masacre (1958) y creó ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina) durante la dictadura, sino que también escribió relatos como “Esa mujer” (1963), sobre el cadáver de Eva Perón. En 1985, La historia oficial, escrita por Aída Bortnik y Luis Puenzo, dirigida por este último y protagonizada por Norma Aleandro y Héctor Alterio, fue la primera película en tratar lo sucedido en la dictadura militar. El film ganó varios premios, incluido el Oscar a mejor película extranjera. Otra de las películas que cuenta uno de los tantos sucesos nefastos de la dictadura es La Noche de los Lápices, de Héctor Olivera, basada en el libro de María Seoane. Se estrenó en septiembre de 1986. Pero también hubo manifestaciones artísticas como una reacción cultural en contra de la dictadura mientras esta aún se encontraba vigente. Fue el caso de Teatro Abierto, que comenzó el 28 de julio de 1981 organizado por Osvaldo Dragún, Roberto Cossa, Jorge Rivera López, Luis Brandoni y Pepe Soriano, con el apoyo de Adolfo Pérez Esquivel y Ernesto Sabato. Todos esos artistas que se animaron a hablar de la actualidad o el pasado reciente, a veces poniendo en riesgo su vida, hoy tienen dignos sucesores en las salas de teatro, cines y galerías de arte del país.

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