martes, 5 de julio de 2011

DECLARAN A TATY ALMEIDA PERSONALIDAD DE LOS DDHH



La madre de Plaza de Mayo será distinguida en la Legislatura porteña. Su hijo Alejandro está desaparecido desde junio de 1975.


Por Mariano Abrevaya Dios


Taty Almeida, de las Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora,fue distinguida por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires con el diploma de Personalidad destacada de los Derechos Humanos. El acto se hizo en el Salón San Martín, en Perú 130. La distinción fue avalada por la Ley 3.627, de noviembre del año pasado, y a partir de la iniciativa de Aníbal Ibarra, de Diálogo por Buenos Aires, y Gabriela Alegre, del Encuentro Popular para la Victoria.
Taty tiene ochenta años, tres nombres y dos apellidos: Lidia Stella Mercedes Miy Uranga. Se ocupa de la prensa y las relaciones institucionales de las Madres, y de lunes a viernes aporta sabiduría en el programa Mañana es hoy que conduce Roberto Caballero en Radio Nacional. Como figura pública está acostumbrada a los reconocimientos y homenajes; pero siempre hace la misma aclaración: “Los premios son para todas las Madres”. En las horas previas a la nueva distinción que recibirá por la testaruda búsqueda de justicia, Taty recibió a Miradas al Sur en su departamento, un ambiente cálido y atiborrado por una colección de llaveros, recuerdos, adornos, y decenas de portarretratos con imágenes de sus tres hijos, seis nietos y los distintos compañeros que llenan de vida su cotidianeidad.
A su hijo Alejandro se lo llevaron el 17 de junio de 1975. Tenía veinte años, cursaba el primer año de Medicina, trabajaba en el Instituto Geográfico Militar, militaba en el ERP, y vivía con su madre en el mismo departamento donde ahora ella repasa su vida. Maestra de profesión, cuenta que toda su familia era profundamente antiperonista. A su padre, por ejemplo, teniente coronel de Caballería hasta el año ’62, se le negó un ascenso por no apoyar a Perón; los hermanos de su ex marido eran teniente coronel y mayor; su hermano, coronel, y los maridos de sus dos hermanas, comodoro y capitán de aeronáutica. “Cuando desapareció Alejandro fuimos a ver a (Albano) Harguindeguy, confiados en nuestros contactos, y el tipo le deslindó la responsabilidad a los peronistas, en ese momento en el poder”. A ella, la respuesta le cerró por todos lados, e incluso, con la irrupción a sangre y fuego de las Fuerzas Armadas en el ’76, especuló que con la Triple A fuera de la escena, “me devolverían a Alejandro, que figuraba detenido en alguna parte”. Ahora, con la taza de te en la mano y ni un mísero dato acerca del destino de su hijo, pierde una pizca de formalidad y vuelve a acongojarse, como si hubiese sido ayer, por la “segura confianza que debió tener mi hijo de que lo encuentre”. Después de un breve e intenso silencio, Taty usa una metáfora que marca a fuego su historia y la de todas sus compañeras: “Yo parí tres hijos, pero Alejandro me parió a mí”.
Al tomar conciencia de que las desapariciones eran masivas, y que las mujeres que buscaban a sus hijos eran muchísimas, decidió sumarse a las Madres en el año ’80. “Con el currículum que tenía –por los lazos castrenses–, pensé que no me iban a aceptar.” Pero un día juntó coraje y con su hija tocaron el timbre de la Casa de las Madres, sobre la calle Uruguay. La recibió la vicepresidenta, una de las catorce madres que habían dado esas primeras vueltas a la Plaza, un hecho histórico del que se cumplen 34 años el próximo 30 de abril. La mujer le dijo, sin titubeos ni protocolos: “Decime, m’hijita, a vos, ¿quién te falta?”. “Eso era lo único que se preguntaba”, afirma ahora Taty , “ni religión ni política ni nada; lo único que importaba era a quién nos habían sacado.”
Su hija Fabiana le dio cuatro nietos, y Jorge, que vive en España, otros dos. “Nunca les hice sentir alguna diferencia con Alejandro, en relación al amor”, confiesa. “Para mí –sigue– los tres son exactamente iguales. Aunque después de otra pausa dice que “el agujero de ausencia no me lo llena nadie”. Una vez por mes los nietos van a comer a su casa, “sin mi hija y con sus novios o novias”. “Son momentos fantásticos”, subraya, sonriendo, acentuando las sílabas de las palabras, con el tono didáctico de una maestra. Agrega, emocionada, que el tercero de sus nietos es colega suyo y que a través de otros compañeros recibidos la invitaron a dar una charla en un colegio. “Es una correa de transmisión y ¡estoy tan orgullosa!”.
Taty es transparente y vital. El torrente de palabras que salen de su boca viene acompañado por movimientos de brazos y manos. Sonríe mucho. Habla en voz alta. Cuando viaja por el mundo para disertar en un panel, o se sienta frente a los chicos de una escuela primaria, hace uso de algunos conceptos que nacieron de la fuerza que lleva implícita la lucha de las Madres: desaparición, centros clandestinos, complicidad civil y eclesiástica, justicia sin mano propia. Y nunca deja en casa un símbolo que traspasa cualquier época y lugar: el pañuelo. “Cuando me lo pongo me siento protegida”, dice, y suspira, exteriorizando una sensación que no encuentra un correlato en las palabras.
En el acto que organizaron los organismos de derechos humanos después de la sentencia a Luis Patti, la semana pasada en José León Suárez, Taty recordó que los juicios no serían posibles sin la lucha inclaudicable de las organizaciones, sobrevivientes y familiares, pero tampoco sin la gestión de Néstor Kirchner, a quien reivindicó como el “primer Presidente que nos escuchó y el que tomó a los derechos humanos como políticas de Estado”.
Ahora, en su casa, habla de él como “otro hijo”. “Sin hacer partidismo”, aclara, “porque nunca lo hicimos, pero nosotras bancamos a muerte el proyecto de país que se inició con él y que ahora continúa Cristina, porque estamos viviendo una época histórica”. El último 24 de marzo, en el escenario central de la Plaza, frente a miles de personas, Taty gritó: “A Néstor Kirchner no lo enterramos, lo sembramos”. Miradas al Sur le pregunta por una de las imágenes que pueblan el comedor de su departamento. Se la ve llorando, quebrada, y él la consuela, acariciándole el pelo con una mano y la mejilla con la otra. “Estoy llorando a mares, sí”, reconoce, mirando la foto. “Es el día que le hicieron un homenaje a los trabajadores de Télam, a treinta años del golpe, en el 2006”. Alejandro había trabajado un tiempo en la agencia antes de que lo desaparecieran. Kirchner le había dicho al entonces director de la agencia, Martín Granovsky, que le quería entregar personalmente la placa a Taty . “Una placa que tenía impreso el carné de Alejandro y unos versos de unos poemas que había escrito mi hijo, y que yo encuentro, de casualidad, al otro día que se lo llevaron.” Esos versos se transformaron en 2008 en el libro Alejandro por siempre... amor.

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