domingo, 31 de julio de 2011

LA INFANCIA AMENAZADA



El último informe de la UNICEF —Estado mundial de la infancia 2005— pone los pelos de punta: mil millones de niños y niñas sufren a causa de una o más formas de privación extrema.


El estudio concluyó que más de 1.000 millones de niños y niñas –más de la mitad de toda la población infantil de los países en desarrollo– sufren por lo menos una forma de privación grave. El hecho de que uno de cada dos niños esté privado incluso de las mínimas oportunidades en la vida es un dato alarmante.
Además, utilizando estos criterios, el estudio concluyó que alrededor de 700 millones de niños y niñas sufren dos o más formas de privación grave.
Privación de nutrición: Más de un 16% de los menores de cinco años de los países en desarrollo sufren desnutrición grave. Cerca de la mitad de estos 90 millones de niños y de niñas viven en Asia meridional. Muchos de estos niños y niñas sufren anemia, están débiles y son vulnerables a la enfermedad; la mayoría de ellos tenían ya bajo peso al nacer; algunos de ellos confrontarán problemas de aprendizaje si alguna vez acuden a la escuela. Probablemente, seguirán siendo los más pobres de los pobres durante todas sus vidas.Privación de agua: Alrededor de 400 millones de niños y niñas –un promedio de uno de cada cinco niños en los países en desarrollo– carecen de acceso al agua potable. La situación es especialmente grave en África subsahariana: allí, en países como Etiopía, Rwanda y Uganda, cuatro de cada cinco niños utilizan aguas superficiales o tienen que caminar más de 15 minutos para encontrar una fuente de agua protegida. Las tasas de privación grave de agua son considerablemente mayores en las zonas rurales (27%) que en las urbanas (7%). La falta de agua potable es una de las principales causas de enfermedad, pero también afecta la productividad del niño y su asistencia a la escuela. Los niños y las niñas –especialmente estas últimas– que tienen que caminar grandes distancias en busca de agua sufren a menudo una prohibición de hecho de acudir a la escuela.Privación de saneamiento: Uno de cada tres niños en el mundo en desarrollo –más de 500 millones de niños y niñas– carece completamente de acceso a instalaciones de saneamiento; de nuevo, este problema es especialmente grave en las zonas rurales. Sin acceso al saneamiento, el riesgo que corren los niños y las niñas de contraer enfermedades aumenta de manera considerable, poniendo aún más en peligro sus posibilidades de supervivencia y reduciendo a menudo la posibilidad de aprovechar plenamente su escolarización. Por ejemplo, millones de niños y niñas en edad escolar están infectados por parásitos intestinales que, según todos los estudios, perjudican la capacidad de aprender.Privación de salud: Alrededor de 270 millones de niños y niñas, o poco más de un 14% de toda la población infantil de los países en desarrollo, no tiene acceso a los servicios de salud. En Asia meridional y África subsahariana, uno de cada cuatro niños no recibe ninguna de las seis vacunas principales o carece de acceso a tratamiento si sufre de diarrea.Privación de vivienda: Más de 640 millones de niños y niñas de los países en desarrollo sufren una privación grave de vivienda, siendo los que viven en África subsahariana los más afectados. Sin embargo, la falta de acceso a una vivienda adecuada está también generalizada en Asia meridional, Oriente Medio y África del Norte; en esta última región, los niños y niñas de las zonas rurales tienen cuatro veces más probabilidades de carecer de vivienda que sus coetáneos de las zonas urbanas.Privación de educación: Más de 140 millones de niños y niñas de los países en desarrollo –un 13% de aquellos que tienen de 7 a 18 años– no han acudido nunca a la escuela. Esta tasa es de un 32% entre las niñas en África subsahariana, donde un 27% de los niños tampoco acuden a la escuela, y un 33% entre los niños y niñas de las zonas rurales de Oriente Medio y África del Norte. La diferencia en materia de género es mayor en esta última región, donde un 34% de las niñas y un 12% de los niños nunca han acudido a la escuela. En Asia meridional, estos porcentajes son de un 25% y un 14% respectivamente, lo que contribuye de manera considerable a la desventaja mundial general que sufren las niñas. En todo el mundo, un 16% de las niñas y un 10% de los niños no acuden en ningún momento a la escuela.Privación de información: Más de 300 millones de niños y niñas en los países en desarrollo carecen de información y no tienen acceso a la televisión, la radio, el teléfono o los periódicos. Sin acceso a la información, los niños y las niñas carecen de educación en el sentido más amplio, incluidos los mecanismos que les permiten estar informados sobre sus derechos y oportunidades, así como su capacidad para participar de manera efectiva en la sociedad.




Un mundo decidido puede terminar con la pobreza infantil.



Por Joseph E. Stiglitz:






En los últimos años, el problema de la pobreza en el mundo en desarrollo, y cómo reducirla, ha exigido muchísima atención. Sin embargo, el problema de la pobreza infantil, que es más insidiosa y tiene consecuencias fatales a largo plazo, ha obtenido menos reconocimiento. La pobreza amenaza la vida de niños y niñas: es la razón principal de que la tasa de mortalidad de menores de cinco años en África subsahariana, la zona geográfica menos desarrollada del mundo, sea el doble del promedio mundial y casi 30 veces más alta que el promedio de los países de elevados ingresos, según la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). La pobreza, junto con el VIH/SIDA y el conflicto armado, reduce la esperanza de vida: un niño nacido en 2003 en el África subsahariana sólo puede esperar vivir 46 años, en comparación con 78 años en los países de más altos ingresos. La nutrición defectuosa, que es generalizada en Asia meridional, no sólo retrasa el crecimiento sino que afecta también el desarrollo cerebral, al impedir que los niños y niñas alcancen la plenitud de sus posibilidades. Es también un factor que contribuye al desarrollo de muchas de las enfermedades que pueden dar lugar a la mortalidad o la discapacidad en la infancia.La falta de instrucción también tiene graves y duraderas repercusiones para la población infantil. Un estudio tras otro confirma los elevados réditos económicos que le reportan tanto a los individuos como a las sociedades el invertir en la educación. Pero algo más que la simple ganancia material está en juego: sin educación, los niños y las niñas tendrán que luchar arduamente por realizar sus posibilidades, o por disfrutar de vidas tan fructíferas y significativas como podrían haber tenido si las cosas hubieran sido de otro modo. En 2003, según cálculos del UNICEF, aproximadamente 121 millones de menores de edad escolar se quedaron fuera de la escuela; esta cifra es mayor que la de 1990. Uno de cada tres niños o niñas en los países en desarrollo no termina los cinco años de educación primaria, que es el período mínimo que se necesita para alcanzar la alfabetización básica. Estos niños y niñas se sumarán a las filas de los 1.000 millones de adultos que no pueden leer o escribir. En los países de elevados ingresos, según la OCDE, el gasto público anual en la educación es de 7.372 dólares por niño o niña, casi 200 veces más alto que el promedio de sólo 38 dólares en el África subsahariana. Las disparidad de ingresos entre los países industrializados y los menos desarrollados, ya gigantesca, se hará aún mayor a menos que la inversión para fines educativos en los países de menores ingresos aumente notablemente.El hecho de que la pobreza infantil constituya un problema aún mayor que la pobreza en general no debe tomarnos por sorpresa: las regiones más pobres del mundo son las que más niños tienen. Casi el 50% de la población de los países menos desarrollados es menor de 18 años, frente a sólo el 22% de los países de ingresos elevados, según la OCDE.Lo que provoca consternación en el caso de la pobreza infantil es lo poco que costaría hacer algo para remediarla. Si bien el costo de educar a un menor varía de un país a otro, el costo anual promedio para los países en desarrollo es de unos 40 dólares por estudiante. El costo adicional de lograr la enseñanza primaria universal para 2015 –el segundo de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, aprobado por 187 países de las Naciones Unidas en septiembre de 2000– se calcula en 9.100 millones de dólares anuales. Para hacer realidad este objetivo se necesitarán a lo largo de los próximos diez años menos de 100.000 millones de dólares. Para poner esta cifra en perspectiva, los gastos mundiales de defensa en 2003 ascendieron a más de 956.000 millones de dólares. La reducción de un 1% de los gastos militares mundiales durante un año –que sólo reduciría una fracción del aumento de un 11% en los gastos militares que tuvo lugar en 2003– podría proporcionar educación primaria a todos los niños del mundo. Una reducción del 10% en los gastos militares de un solo año serviría para cubrir todos los costos que representa eliminar el analfabetismo a escala mundial durante el próximo decenio. Las cifras dejan algo muy claro: el mundo sí puede costear la eliminación del analfabetismo.La disparidad en la salud no es menos notoria, y una vez más, el mundo puede fácilmente hacerle frente a los gastos básicos del cuidado de la salud para los países menos desarrollados si así quisiera. El costo promedio anual de amortización de la deuda externa del África subsahariana es aproximadamente de 80 dólares por familia, casi la mitad de la cifra promedio (173 dólares) de los gastos sumados por familia en educación y salud. La deducción es obvia: una amortización más rápida y a fondo para los países pobres podría liberar recursos adicionales para el gasto social que a largo plazo servirían para aliviar la pobreza. El costo de la inmunización infantil proyectado por el UNICEF para todo el año 2004 es de unos 187 millones de dólares: esto representa aproximadamente el 0,02% del gasto militar mundial. Si sólo el 0,5% del gasto militar mundial se destinara a la inmunización, todos los niños del mundo podrían recibir vacunas durante el próximo decenio.La responsabilidad de erradicar la pobreza que experimentan los menores de edad y que amenaza su supervivencia, su salud, su educación y sus posibilidades, es internacional. Todos los países deben esforzarse más para vivir a la altura de este desafío. Tal como pone en claro el último informe del Estado Mundial de la Infancia, cada sociedad debería movilizar sus recursos para reducir los niveles de privación que experimentan día a día los niños y las niñas. Sin embargo, en esta era de interdependencia económica global, las economías más solventes tienen mayores responsabilidades; sus políticas y gastos prioritarios no sólo afectan a los niños y niñas de sus propios países, sino que repercuten también en la población infantil de todas partes.Nuestro propio interés está en juego: un mundo con tales desesperanzas e injusticias sociales ofrece un terreno fértil para que brote el terrorismo. La democracia sin educación suele ser vacilante. Como economista, me es fácil afirmar que no estamos situando recursos de manera que, a largo plazo, rindan al máximo en favor de nuestros propios intereses. La falta de recursos no es, y no puede ser, una excusa. Pero no deberíamos ver la erradicación de la pobreza infantil simplemente como una cuestión egoísta. Se trata también de un imperativo moral.
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Joseph E. Stiglitz, premio Nóbel de Economía, es conocido en todo el mundo como un notable educador en el campo económico. Ha ejercido como Primer Economista y Vicepresidente Primero del Banco Mundial y ha hecho importantes contribuciones en muchas ramas de la economía. El profesor Stiglitz también ayudó a crear una nueva disciplina económica, “La economía de la información”, con la cual inició conceptos fundamentales que han llegado a ser instrumentos habituales no sólo de los teóricos sino también de los analistas políticos. Fue fundador de una de las principales publicaciones económicas, The Journal of Economic Perspectives, y ha escrito varios libros, entre ellos La globalización y sus descontentos, un éxito internacional de ventas que ha sido traducido a más de 20 idiomas. Ha sido profesor de las universidades de Yale y Stanford, en los Estados Unidos, y del All Souls College de Oxford, en el Reino Unido. En la actualidad enseña en la Universidad de Columbia en Nueva York.

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