La compañía dirigida por Diqui James estrenó en el Luna Park su nuevo espectáculo, Wayra Tour. Rupturas, disociaciones, beligerancia.
Por Sebastián Feijoo
Lo mejor del arte muchas veces se construye a partir de pararse frente a. Aunque después esos mismos caminos lleven a lugares en principio inimaginables como la masividad, el reconocimiento internacional o incluso acerquen –en términos de posicionamiento cultural– a esas expresiones en principio rechazados. Fuerza Bruta creó un universo propio rompiendo con las formalidades del teatro. Sin palabras, sin butacas, quebrando los espacios estancos que separaban al público y los protagonistas. Danza, juego, aire, agua, música, adrenalina. Los antecedentes fueron la Organización Negra y De la Guarda, pero Fuerza Bruta explotó y llevó todo mucho más allá. Aquella aventura que nació como una expresión marginal, casi condenada a una oferta para pocos, ascendió a un fenómeno que tiene presencia en buena parte del mundo y entró definitivamente en la historia argentina como nave insignia de los festejos del Bicentenario. El nuevo capítulo de este recorrido es el espectáculo Wayra Tour, que estrenarán el viernes en el Luna Park.
El inminente espectáculo de Fuerza Bruta subraya desde su nombre la perspectiva de la compañía. Reúne la palabra wayra –del guaraní, viento, aire–, acentuando su lugar de procedencia; y tour, el automandato que los impulsa a lanzarse por buena parte del mundo. El misterio y lo no dicho alimenta tanto los espectáculos como la carrera de la agrupación. Por eso del Wayra Tour se sabe poco. Desde la usina de prensa de Fuerza Bruta proponen expresiones como “emoción bruta”, “sin barreras ni límites sociales”, “tecnología de última generación”, “fuerza y suavidad” y “golpes de la tierra”, entre otras. Pero las definiciones definitivas sólo podrán encontrarse el 17, 18, 19, 20, 22 y 23 de este mes en el estadio de Corrientes y Bouchard.
Diqui James –según su DNI, Ricardo, aunque ya nadie lo llama por ese nombre– ostenta los títulos de fundador y director de Fuerza Bruta. En sintonía con las obras de su compañía, James es un hombre de pocas palabras. Pero lo que podría resultar una dificultad termina siendo una rareza atractiva. En un medio donde sobreabundan los grandes explicadores de pequeñas obras, el director de Fuerza Bruta no parece obsesionado por vender nada. Pero se entusiasma hablando de los procesos creativos y ese juego de cuestionamientos internos permanentes. “El gran desafío es incomodarse todo el tiempo”, sentencia.
–¿Qué se puede adelantar del Wayra Tour?
–Surge de un proceso creativo distinto. Nosotros veníamos pensando y trabajando un espectáculo totalmente nuevo. Pero en un momento sentimos que era casi como una imposición que no nos pertenecía. Entonces empezamos a revisar qué era lo que sentíamos, cuáles eran nuestras necesidades más profundas. Primero nos dimos cuenta de que ansiábamos otros espacios para desarrollarnos. Y nació la idea del Luna Park, que es como la gran arena a conquistar. Descubrimos que queríamos integrar escenas nuevas y viejas, pero en un nuevo espacio y con una nueva electricidad.
–¿De dónde tomaron ese concepto de articular lo nuevo y lo viejo?
–Surgió de un proceso interno, pero creo que tiene mucho de cultura rock. Cuando una banda sale de gira para presentar un disco toca algunos temas de ese disco, pero también muchos clásicos. En el Wayra Tour tenemos unas cuantas escenas nuevas y las vamos a articular con otras que ya presentamos. Es como una vuelta de rosca que pudimos encontrar después de dos años de laburo. Llegamos a una instancia de liberación después de darnos cuenta de que seguíamos comprando mandatos de formatos que no nos pertenecen.
–Estas ideas y conceptos deben exigir mucho debate interno. ¿Eso genera roces?
–No necesariamente. Tenemos los roles bastante claros. Hay un director artístico, un creador artístico, un músico que compone, un iluminador, un director técnico, un coordinador general y el productor. El circuito está muy definido. Entonces, más allá de los cruces de ideas lógicos, las cosas nunca pasan a mayores. El director técnico puede decir “pará, no te zarpes, cambiemos esto” y yo “dale, zarpémonos, hagámoslo más grande”. Pero se llega a un acuerdo porque todos trabajamos a favor de todos. La parte más difícil es el armado. Nosotros trabajamos las obras con un ritmo muy veloz, casi cinematográfico. Manejamos estructuras y escenografías gigantescas que tienen que moverse a mucha velocidad. Hacer que tanta gente sobre y bajo el escenario se coordine es un desafío que exige mucho trabajo y compromiso.
–¿Haber encontrado un lenguaje propio es el capital más importante de Fuerza Bruta?
–Es algo curioso. A mí muchas veces me dicen: “Ustedes inventaron algo nuevo”. Pero yo les respondo que en realidad no hacemos nada extraño. Nos conectamos con lo más primitivo y después le sumamos tecnología de última generación. Lo que nosotros hacemos existe desde que existe el ser humano. El teatro se fue encerrando en un concepto de texto, literatura y formalidad, pero eso no quiere decir que no se puedan hacer también muchas otras cosas. Al rechazar esos esquemas, construimos un lenguaje que nos satisface y también una forma de laburar. Alguna vez productores de Nueva York o Japón nos dijeron que lo nuestro no se podría hacer en otro lado porque es muy argentino. Yo les explicaba que también nos miraban bastante sorprendidos en nuestro país.
–¿Percibís rasgos de argentinidad en lo que hacen?
–Sí, totalmente. Por supuesto que no pasa por disfrazarse de tangueros o gauchos. Cuando empezamos no teníamos ninguna información de lo que se hacía en el exterior. Pero queríamos hacer algo distinto. Entonces no nos quedó otra que revisar en nosotros mismos. Así que estoy seguro que se cuelan cosas del país dónde crecimos y nos formamos, más allá de que no sean obvias.
–¿Qué es lo que más te emociona sobre el escenario?
–Cuando miro la cara de la gente. Me emociona mucho estar en el escenario y ver los distintos gestos, las diferentes reacciones. Quizás ubico a una persona mayor con una sonrisa y a unos pocos metros pibes de veinte años saltando. También es muy movilizante estar en Taiwán y saber que tenemos culturas e idiomas tan diferentes y sin embargo hay algo que los trasciende y las reacciones se parecen mucho a las del resto del mundo. Es como que los taiwaneses vivieron toda su vida en San Telmo. Son fenómenos muy fuertes, inexplicables, que decididamente prefiero no descifrar.
–Hace muy poco se cumplió un año de que Fuerza Bruta participara en el desfile del Bicentenario. ¿Qué te dejó esa experiencia?
–Fue algo inolvidable. En un principio nos sorprendió que nos hayan llamado a nosotros. Fue algo jugado de parte de la organización. En realidad, nosotros siempre creímos que lo nuestro podía llegar a todos los públicos, que se entendía sin mayores explicaciones. Pero pensábamos que éramos los únicos que lo creían. Muchos nos encasillaban como una suerte de bichos raros que hacen cosas extrañas de vanguardia. Entonces primero tuvimos que hacernos fuertes y creérnosla. Porque es muy diferente hacer un show sobre algo que nosotros ideamos de principio a fin, que hacer un espectáculo con la responsabilidad de desarrollar un relato que representa la historia de la Argentina. Buscamos ir más allá de lo obvio, del dedo acusador. Esa fue la clave. No queríamos escribir un manual de historia. Y terminamos apasionándonos y disfrutando como nunca antes.
Por Sebastián Feijoo
Lo mejor del arte muchas veces se construye a partir de pararse frente a. Aunque después esos mismos caminos lleven a lugares en principio inimaginables como la masividad, el reconocimiento internacional o incluso acerquen –en términos de posicionamiento cultural– a esas expresiones en principio rechazados. Fuerza Bruta creó un universo propio rompiendo con las formalidades del teatro. Sin palabras, sin butacas, quebrando los espacios estancos que separaban al público y los protagonistas. Danza, juego, aire, agua, música, adrenalina. Los antecedentes fueron la Organización Negra y De la Guarda, pero Fuerza Bruta explotó y llevó todo mucho más allá. Aquella aventura que nació como una expresión marginal, casi condenada a una oferta para pocos, ascendió a un fenómeno que tiene presencia en buena parte del mundo y entró definitivamente en la historia argentina como nave insignia de los festejos del Bicentenario. El nuevo capítulo de este recorrido es el espectáculo Wayra Tour, que estrenarán el viernes en el Luna Park.
El inminente espectáculo de Fuerza Bruta subraya desde su nombre la perspectiva de la compañía. Reúne la palabra wayra –del guaraní, viento, aire–, acentuando su lugar de procedencia; y tour, el automandato que los impulsa a lanzarse por buena parte del mundo. El misterio y lo no dicho alimenta tanto los espectáculos como la carrera de la agrupación. Por eso del Wayra Tour se sabe poco. Desde la usina de prensa de Fuerza Bruta proponen expresiones como “emoción bruta”, “sin barreras ni límites sociales”, “tecnología de última generación”, “fuerza y suavidad” y “golpes de la tierra”, entre otras. Pero las definiciones definitivas sólo podrán encontrarse el 17, 18, 19, 20, 22 y 23 de este mes en el estadio de Corrientes y Bouchard.
Diqui James –según su DNI, Ricardo, aunque ya nadie lo llama por ese nombre– ostenta los títulos de fundador y director de Fuerza Bruta. En sintonía con las obras de su compañía, James es un hombre de pocas palabras. Pero lo que podría resultar una dificultad termina siendo una rareza atractiva. En un medio donde sobreabundan los grandes explicadores de pequeñas obras, el director de Fuerza Bruta no parece obsesionado por vender nada. Pero se entusiasma hablando de los procesos creativos y ese juego de cuestionamientos internos permanentes. “El gran desafío es incomodarse todo el tiempo”, sentencia.
–¿Qué se puede adelantar del Wayra Tour?
–Surge de un proceso creativo distinto. Nosotros veníamos pensando y trabajando un espectáculo totalmente nuevo. Pero en un momento sentimos que era casi como una imposición que no nos pertenecía. Entonces empezamos a revisar qué era lo que sentíamos, cuáles eran nuestras necesidades más profundas. Primero nos dimos cuenta de que ansiábamos otros espacios para desarrollarnos. Y nació la idea del Luna Park, que es como la gran arena a conquistar. Descubrimos que queríamos integrar escenas nuevas y viejas, pero en un nuevo espacio y con una nueva electricidad.
–¿De dónde tomaron ese concepto de articular lo nuevo y lo viejo?
–Surgió de un proceso interno, pero creo que tiene mucho de cultura rock. Cuando una banda sale de gira para presentar un disco toca algunos temas de ese disco, pero también muchos clásicos. En el Wayra Tour tenemos unas cuantas escenas nuevas y las vamos a articular con otras que ya presentamos. Es como una vuelta de rosca que pudimos encontrar después de dos años de laburo. Llegamos a una instancia de liberación después de darnos cuenta de que seguíamos comprando mandatos de formatos que no nos pertenecen.
–Estas ideas y conceptos deben exigir mucho debate interno. ¿Eso genera roces?
–No necesariamente. Tenemos los roles bastante claros. Hay un director artístico, un creador artístico, un músico que compone, un iluminador, un director técnico, un coordinador general y el productor. El circuito está muy definido. Entonces, más allá de los cruces de ideas lógicos, las cosas nunca pasan a mayores. El director técnico puede decir “pará, no te zarpes, cambiemos esto” y yo “dale, zarpémonos, hagámoslo más grande”. Pero se llega a un acuerdo porque todos trabajamos a favor de todos. La parte más difícil es el armado. Nosotros trabajamos las obras con un ritmo muy veloz, casi cinematográfico. Manejamos estructuras y escenografías gigantescas que tienen que moverse a mucha velocidad. Hacer que tanta gente sobre y bajo el escenario se coordine es un desafío que exige mucho trabajo y compromiso.
–¿Haber encontrado un lenguaje propio es el capital más importante de Fuerza Bruta?
–Es algo curioso. A mí muchas veces me dicen: “Ustedes inventaron algo nuevo”. Pero yo les respondo que en realidad no hacemos nada extraño. Nos conectamos con lo más primitivo y después le sumamos tecnología de última generación. Lo que nosotros hacemos existe desde que existe el ser humano. El teatro se fue encerrando en un concepto de texto, literatura y formalidad, pero eso no quiere decir que no se puedan hacer también muchas otras cosas. Al rechazar esos esquemas, construimos un lenguaje que nos satisface y también una forma de laburar. Alguna vez productores de Nueva York o Japón nos dijeron que lo nuestro no se podría hacer en otro lado porque es muy argentino. Yo les explicaba que también nos miraban bastante sorprendidos en nuestro país.
–¿Percibís rasgos de argentinidad en lo que hacen?
–Sí, totalmente. Por supuesto que no pasa por disfrazarse de tangueros o gauchos. Cuando empezamos no teníamos ninguna información de lo que se hacía en el exterior. Pero queríamos hacer algo distinto. Entonces no nos quedó otra que revisar en nosotros mismos. Así que estoy seguro que se cuelan cosas del país dónde crecimos y nos formamos, más allá de que no sean obvias.
–¿Qué es lo que más te emociona sobre el escenario?
–Cuando miro la cara de la gente. Me emociona mucho estar en el escenario y ver los distintos gestos, las diferentes reacciones. Quizás ubico a una persona mayor con una sonrisa y a unos pocos metros pibes de veinte años saltando. También es muy movilizante estar en Taiwán y saber que tenemos culturas e idiomas tan diferentes y sin embargo hay algo que los trasciende y las reacciones se parecen mucho a las del resto del mundo. Es como que los taiwaneses vivieron toda su vida en San Telmo. Son fenómenos muy fuertes, inexplicables, que decididamente prefiero no descifrar.
–Hace muy poco se cumplió un año de que Fuerza Bruta participara en el desfile del Bicentenario. ¿Qué te dejó esa experiencia?
–Fue algo inolvidable. En un principio nos sorprendió que nos hayan llamado a nosotros. Fue algo jugado de parte de la organización. En realidad, nosotros siempre creímos que lo nuestro podía llegar a todos los públicos, que se entendía sin mayores explicaciones. Pero pensábamos que éramos los únicos que lo creían. Muchos nos encasillaban como una suerte de bichos raros que hacen cosas extrañas de vanguardia. Entonces primero tuvimos que hacernos fuertes y creérnosla. Porque es muy diferente hacer un show sobre algo que nosotros ideamos de principio a fin, que hacer un espectáculo con la responsabilidad de desarrollar un relato que representa la historia de la Argentina. Buscamos ir más allá de lo obvio, del dedo acusador. Esa fue la clave. No queríamos escribir un manual de historia. Y terminamos apasionándonos y disfrutando como nunca antes.
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