martes, 5 de julio de 2011

LA MAÑANA AQUELLA EN QUE PAPPO CARGO DURO CONTRA SUI GENERIS



Por Miguel Russo

La mañana del 16 de mayo de 2000, mientras la Ciudad de Buenos Aires parecía tierra de nadie debido a una tormenta con la que se presagiaba sin ninguna metáfora el final de algo, faltaban pocas semanas para que Norberto Aníbal Napolitano, Pappo, festejara sus treinta años sobre el escenario con un gran recital en el Luna Park. Hoy, a once años de esa mañana (y a poco más de seis de aquel 25 de febrero de 2005 en que murió atropellado mientras conducía su moto, en Luján), la voz de Pappo vuelve a hacerse oír en un reportaje en el que mostró los dientes tanto para amenazar como para sonreír.


Nadie sabe muy bien dónde nació el blues. Pero caminar por la calle Artigas, desde Juan B. Justo hasta Alvarez Jonte, en medio de la tormenta que azota Buenos Aires, se parece mucho al lugar donde pudo haber comenzado todo. Árboles caídos, charcos amenazantes, diluvio, cortes de energía eléctrica, vecinos que se asoman desde la puerta esperando vaya uno a saber qué cosa. En una de esas casas sin luz vive Pappo. Es media tarde y está semidespierto (o semidormido, según se vea). Su figura se recorta sobre un fondo de velas, más atrás hay una escopeta apoyada en una repisa. Pappo espera la salida de su disco doble (43 canciones con músicos invitados) que resumirá sus treinta años de carrera y se prepara –según promete– para llenar el Luna Park el 14 y el 15 de junio, cuando presente su nuevo trabajo. La ausencia de luz parece no molestarlo. “No soy un genio ni un político ni un personaje conocido como para levantar el teléfono y lograr que hagan lo que yo diga. Soy Pappo. Se cayó un palo en la esquina y me quedé sin luz. Mala leche. Si quiero ensayar voy al taller y pongo el grupo electrógeno”, dice conciliador y deja de lado la fama de malo, fuerte, pesado que lo acompaña desde que subió por primera vez a un escenario.
Pero de inmediato se recompone: “Ojo, no es fama. Soy malo, fuerte y pesado.” Para confirmarlo, saca de la estantería un enorme cuchillo tipo Rambo y hace una demostración de coraje: con precisión se recorta la uña del dedo gordo del pie. Enseguida agrega, señalando el rifle: “Me gusta la cacería, pero sólo salgo de caza en mi imaginación”. Ante la pregunta sobre las presas que consigue en sus excursiones, Pappo hace una mueca que quiere ser sonrisa y asegura: “Ninguna. Cuando me despierto sólo estoy con el perro. ¿No es cierto, Cactus?”. Cactus es un perro enorme que ahora descansa debajo de la mesa, más en sombras que el resto de la casa, y devora los bizcochitos de grasa que Pappo deja caer en el piso.



EN LOS VESTUARIOS.






Las velas no iluminan nada. La voz de Pappo (potente, rota) sale de la oscuridad. Se sirve otro café. Los ojos le brillan cuando empieza a recordar los grupos en los que estuvo: sin contar los propios, Conexión N° 5, Los Abuelos de la Nada, Los Gatos...
–¿En qué grupo no estuvo?
–En el grupo de la bolsa. Y en Almendra.
–¿Le hubiera gustado estar?
–Noooo, para nada. Otro que no estuve: Vox Dei. Y tampoco me hubiera gustado estar.
–¿Por qué?
–Porque sonaba muy bien así. Yo hubiera estado de más.
–¿Y con Manal?
–Ahí sí me hubiera encantado. Estuve muy poquito tocando con ellos, como invitado. Pero después ya armé mis propios grupos.
–¿Conexión N° 5 significó algo para usted o sólo se trataba de ganarse la vida?
–Hay dos clases de músicos. Los que tocan por la plata y los que tocan por pasión, ganando menos plata pero, ojo, ganando plata igual. No hay que ser tan boludo, tampoco. Yo soy del segundo tipo de músicos.
–Pero en esa época, cuando la división tajante era progresiva o comercial, ¿podía tocar con pasión en un grupo como Conexión N° 5?
–Bueno, ahí tocaban Osvaldo López, Carlos Franzetti, músicos que me llevaban varias tallas. Yo sentía que si ellos me aceptaban para mí era un honor. Lopecito fue uno de los mejores bateristas que tuvo la música argentina. Había mucho respeto por esos músicos. Y estar al lado de ellos me sirvió para que me respetaran.
–¿Y tocar con Los Abuelos de la Nada para qué le sirvió?
–Los Abuelos... era un grupo de barrio. Daba para estar con los amigos, nada más. Después cambiaron todos, pero los originales Abuelos éramos un grupito de tipos amigos. La emoción grande vino cuando me llamaron de Los Gatos. Fue la misma que cuando años después me llamó B. B. King desde Estados Unidos.
–¿Compara a Los Gatos con B. B. King?
–Cuando me llamaron de Los Gatos yo tenía 19 años, había crecido escuchándolos. Es lo mismo que te vengan a buscar del Times de corresponsal. Mal no está, ¿no?
–Pero si Los Gatos era como Times, ¿qué es B. B. King?
–Más grosso, qué sé yo. Pero la emoción a los 19 no es la misma que a los 40. Ahora viajo otra vez a Miami y me invitaron para tocar con B. B. King en un festival de blues en Washington. Esa historia todavía sigue.



CAMINO AL RING.






–¿Qué siente cuando toca en un club de blues negro?
–Yo, nada. Lo raro debe ser lo que sienten ellos. Al principio me miraban como a un bicho raro, tipo “y este blanquito de qué se las tira”. Ahora ya están más acostumbrados. Además, hay algunos otros blancos infiltrados.
–Tocando blues, técnicamente, ¿se considera un blanco?
–No. Ellos me llaman “El negro pintado de blanco”. Tengo la técnica de los negros.
–¿Cree que en la Argentina hay muchos guitarristas de blues que tengan su misma técnica?
–Y... tendrían que ser negros. Y en este país no hay negros. Los mataron a todos con las invasiones. Por eso es un país triste.
–Si es un país triste podría haber blues...
–Claro, pero el blues lo tocan los negros. Ahí se cierra el círculo. Los negros traen alegría, música, un montón de cosas que los blancos no pueden hacer. Los negros no tienen tantos prejuicios. La cuestión es que en la Argentina hay muchos guitarristas con sentimiento del blues, pero pocos que sepan moverse abajo del escenario, que tengan los modales que tienen que tener como para llegar a tocar con gente de la talla de B. B. King.
–¿Cómo es moverse abajo del escenario?
–Caminar mucho, hablar en el momento justo y decir sólo lo que hay que decir. No adular permanentemente a la persona con la que se va a trabajar. Si no se hace eso, uno se transforma en un cholulo, en un plomazo.
–¿Hay muchos músicos cholulos?
–Sí, creo que sí. Y mucho público también. Yo veo a mucha gente salir echada de los camarines. Primero entran para pedirles un autógrafo, pero después quieren decir: “Mamá, traje a B. B. King a almorzar”. No, loco, sacale una foto y andate.
–¿Cómo es la relación con su público?
–Yo firmo autógrafos, me dejo sacar fotos, todo eso, unos cinco o diez minutos. Después me subo al auto y el chofer sabe que tiene que salir pirando.
–¿Considera que sus seguidores son incondicionales?
–No. Si yo tengo este público es porque saben que no hago cualquier cosa. El que se banca cualquier cosa es el público de Charly García. El mío es muy estricto con respecto a sus convicciones.



PRIMER ROUND.






–¿Le molestó que Charly dijera que lo mejor que usted hizo fue la telenovela Carola Casini?
–No, cuando habla Charly es lo mismo que hablara Jerry Lewis. Si él opina eso está bien, a mí no me interesa lo que dice.
–¿No lo considera un buen músico?
–No lo considero una persona que esté en sus cabales. Por eso no me interesa lo que diga ni lo que haga. Él se enojó porque yo no quise opinar sobre la vuelta de Sui Generis. Y no se tiene que enojar por mi punto de vista. Hay un montón de gente que dice “no me gusta Pappo”. Yo no me puedo poner mal, no tengo por qué gustarle a todo el mundo. A mí Sui Generis no me gusta. Y qué, ¿está mal? ¿Por qué voy a estar condicionado por algo que dicen los demás? A mí Sui Generis me parece una cagada, ¿por qué no lo voy a decir?
–¿Su público se bancó que usted pasara del rock pesado a trabajar en una telenovela?
–Yo había dejado de tocar cuando agarré la televisión. Y volví a tocar porque en ocho meses de telenovela, nominado al Martín Fierro, dije que no pensaba ir a buscarlo. Vi la última entrega y me sigue pareciendo la misma ridiculez de siempre. ¡Qué le voy a hacer! Tuve un momento ridículo en mi vida: fue hacer una telenovela. No me interesa la televisión. Y si Charly me ataca por ese lado es porque sabe que es donde más me duele. Me extraña que siendo un ser humano sensible pueda tener semejante maldad.
–¿Fueron amigos alguna vez?
–Yo de Charly no pude ni podré ser amigo jamás.
–Nunca dijo por qué...
–Mirá, cuando nosotros tratábamos de imponer el blues, el rock pesado, todo eso, salieron dos pelotuditos con una flauta y una guitarra acústica y nos rompieron el orto. Yo le tomé bronca desde ese momento, acapararon a todo el público al que nosotros tratábamos de entregar nuestra música. Desde el principio no me gustaron.
–¿No podían convivir la música de Sui Generis y el rock pesado?
–No. Además, el rock pesado desapareció. Se fueron todos distraídos a escuchar a esos dos tarados con la flautita. Pero después, cuando volví con Riff, el grupo era tan poderoso que Serú Girán se tuvo que desarmar.
Pappo frena las confesiones. Se pone de pie, la silla está a punto de caerse, levanta un brazo y grita: “¡Venganza!”.



SEGUNDO ROUND.






–¿Por qué no quiere reflotar Riff?
–Porque Riff cumplió su función: eliminar a Serú Girán. Ahora no queda ningún grupo para eliminar.
–¿Y los Redondos?
–Los Redondos es distinto. Fue muy meritorio lo que hicieron. Además llenaron River, algo que ninguna otra banda argentina podría hacer. Estuvieron veinte años amasando ese recital y les salió bien. Están muy bien. Hay cosas que me gustan y cosas que no, pero son unos músicos del carajo.
–¿Qué le gusta más: grabar o tocar en vivo?
–Yo tendría que tocar en vivo cada quince días. Pero el problema en la Argentina es que hay muy pocos lugares para los músicos de rock.
–Bueno: River, Vélez, Obras...
–Sí, River, pero, ¿qué músico de rock puede llenar River o Vélez ahora?
–¿Usted no lo llenaría?
–Solo no. ¿Por qué? Porque la gente mide la actitud del músico. Yo no tengo conducta como músico: hice teatro y televisión, corro autos, hago mecánica. Me sobra energía y tengo que invertirla en otra cosa. No le doy tanta bola a la música o a las letras. No le presto atención a esa cosa de las letras para enganchar la cabeza de la gente y que se convenzan de que soy un genio. Hago los temas como me salen, igual que cualquier otro blusero del mundo.
–¿Ensaya mucho?
–No. Apenas dos veces por semana, como para despuntar el vicio.
–¿Es un vicio o es sólo una frase hecha?
–No, es un vicio de verdad. No sé si tiene que ser así o si conviene. Pero es así.
–Si toda la energía que pone en otras cosas le bastara, ¿dejaría de tocar?
–No, dejaría todas las otras cosas.
–¿Qué son para usted los recitales de junio: juntar amigos, homenajearse?
–No es ningún homenaje, es un festejo por haber tocado durante treinta años. Todavía no me morí, ¿cómo me van a hacer un homenaje? En algunos medios salió que lo era, pero hay gente que habla al pedo, como ese periodista que puso lo de homenaje. Hay periodistas y periodistas, de la misma manera que hay músicos y músicos.
–Entre esos músicos y músicos, ¿hay alguno que no vaya a estar en sus recitales y que le hubiera gustado que participara?
–Conmigo están los que quieren. Y quiero que estén conmigo los que quieren. Es una reunión de amigos, nada de homenaje ni pelotudeces.



NOCAUT.






–¿Va a recitales de otros grupos?
–Sí, claro, me gusta mucho. Fui al de Charly también.
–¿Y qué le pareció?
–Mejor que Charly se ponga un circo.
–Por lo que se ve, no le gustó musicalmente...
–Es que no hubo música, hubo circo. El que hace circo es porque ya no puede tocar. Porque su música ya no llama la atención. No hay que confundir escenografía con circo. Los Stones traen escenografía, y hacen una música del carajo. Llevar a los Titanes en el Ring a un recital es circo. Fue muy cómico, a Charly lo podría comparar con Pepitito Marrone.
–¿Y Nito Mestre quién sería?
–Nito Mestre no existe. Todo él es Charly. Charly habla y Nito mueve la cabeza. A mí me divierte mucho todo esto que dice Charly de mí, sobre todo cuando estoy a menos de un mes de sacar un disco nuevo.
–¿Por qué supone que Charly lo odia?
–No me odia, lo hace para darme una mano con la publicidad del disco y los recitales. Es más, vamos a pelear en el Luna Park para fin de año, por eso se está preparando físicamente.
–¿Se peleó con algún músico?
–No, los músicos de acá son muy débiles, los mataría enseguida.
• Decir Norberto Napolitano con todas las letras
• El hombre suburbano. Cuatro años de investigación y más de sesenta entrevistas (Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta, Javier Martínez, Araceli González, el Corcho Rodríguez, entre otros, como para no dejar costado alguno sin investigar) llevaron al periodista Sergio Marchi a completar un libro como pocos: Pappo. El hombre suburbano. A la enorme cantidad de material reunido, debe sumarse la pasión de Marchi por el guitarrista número uno del blues argentino. Un recorrido por lo mejor y lo peor del Carpo en sus anécdotas (justo él, un gran cosechador de situaciones equívocas), sus mujeres, su familia, sus idas y vueltas en un mundo que no siempre lo reconoció como el genio que fue, sus grandes éxitos, sus estrepitosos fracasos y, por supuesto, toda su música.






Una biografía a la altura del biografiado.




• 100 veces Pappo. Los periodistas José Bellas y Fernando García se meten de lleno, en este libro, en eso que ellos mismo subtitularon “Las increíbles aventuras del último rocker argentino”. La forma de encarar el trabajo queda plasmada en sus afirmaciones geográficas: José nació a ocho cuadras de la casa donde vivió siempre Pappo; Fernando lo hizo a 32 cuadras de la mítica casa del guitarrista. Y Pappo (su música, su historia, su vida) fue, para ambos, lugar de peregrinaje. Y desde él abren un abanico de voces (Meneca Hiquis, Vitico, Juanse, Pomo, Botafogo, Alejandro Medina, Black Amaya, David Lebón, entre otros) que articulan cada una de las partes que forman el todo Norberto Napolitano. Aparecido en marzo de 2011, a seis enormes años de su muerte, 100 veces Pappo es el hombre que se negó a ser mito.

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