La larga historia de los puntos de encuentro entre las ambiciones de los dirigentes políticos y los deportivos. Nada de esto es nuevo.
Por Juan José Panno
La complicidad de los dirigentes con los barras bravas y a veces también con la policía; los negocios turbios, las apretadas a los árbitros; la parcialidad de las autoridades del fútbol cuando se trata de sancionar a los clubes más fuertes; la utilización que del fútbol hacen los gobiernos y los políticos en general; el fanatismo que lleva a la violencia extrema: la intervención protagónica de los medios de comunicación, todo eso viene de lejos.
Dice Alejandro Fabbri en su interesante libro Historias negras del fútbol argentino: “(…) Árbitros que debieron sacar un cuchillo o un revolver en pleno partido; hinchas que quisieron ahorcar a un juez con un cinto; jugadores que decidieron sentarse en el medio del campo como protesta mientras recibían goles en su arco; dirigentes que sancionan duramente a los humildes y hacen la vista gorda con los poderosos, todo forma parte de una combinación difícil de aceptar, pero real y cuyas pruebas no admiten discusión”.
En noviembre de 1928, el periódico La Cancha publicó una crónica muy singular de un partido entre Argentinos del Sur y Argentinos de Banfield: “Primer fallo del referí en contra de Argentinos del Sud. Silbatina y amenaza. Se vislumbra la hoja de una daga que maneja un conocido pesado de Villa Domínico, cabecilla de los hinchas de los locales. El juez mira de reojo; busca a un agente de policía con la mirada. Ni uno. Una vaga inquietud lo asalta ( …), además, dentro del campo de juego varios forajidos de las peores trazas se la están jurando con los dedos en cruz…”.
En el entretiempo, se explica más adelante, el arbitro pidió garantías, pero le sugirieron que no se preocupara: “Mientras no haga macanas, no le va a pasar nada”. Mucho más sutil que la apretada que recibió Sergio Pezzotta de parte de los barras de River. La nota de La Cancha está citada en el jugoso libro Historia social del fútbol. Su autor, el historiador y docente Julio Frydenberg, agrega: “Otro recurso, en este caso discursivo, empleado por los hinchas para sobrellevar la eventual derrota de su equipo era apelar a las concepciones conspirativas colocando a los vencidos en situación de víctimas. En estos casos, las excusas y los argumentos podían ser interminables y la sospecha estaba siempre al acecho. En suma, la tendencia a considerarse víctimas de sistemáticas injusticias formó parte de la liturgia del fútbol argentino desde los años veinte”.
Todo parece escrito a propósito de la bomba que explotó la semana pasada en el mundo del fútbol. Lo novedoso es el alcance infinito de la onda expansiva en todas las direcciones imaginables.
Ahora dicen (y lo escriben en un diario y no en la revista Barcelona que parodia a ese mismo diario) que el malhumor envolverá a una amplia franja de la población y que avisada del peligro en un año de elecciones, Cristina Fernández habría comenzado a buscar una fórmula para salvarlo a River. Una teoría que podría avalar Lilita Carrió confirmando que el Gobierno hace lo posible por evitar la llegada, por fin, del apocalipsis que ella viene anunciando desde hace bastante tiempo. Un verdadero absurdo.
Quienes imaginan una maniobra de esta naturaleza subestiman al Gobierno y su forma de intervenir en cuestiones deportivas. El camino que eligió la Presidenta fue el de operar sobre Julio Grondona para que la AFA discontinuara su contrato con la televisión privada y estableciera un nuevo vínculo con la televisión pública dando nacimiento al irreprochable Fútbol para todos. Si el descenso de River hubiera sido verdaderamente una cuestión de Estado es muy probable que se hubiera encontrado alguna forma de darle una mano a River en un marco de legalidad, mucho antes de que se consumara el descenso tan temido.
Ya se sabe que cualquier gobierno que se diga popular toma contacto directa o indirectamente en el deporte que apasiona a los argentinos. Más tarde o más temprano, todos juegan algún partido. Marcelo T. de Alvear estuvo a punto de intervenir para que no se concretara el descenso de Atlanta en 1926; Juan Domingo Perón dio la orden de que la Argentina no concurriera al Mundial de Brasil en 1950 por temor al papelón ya que muchos de los cracks que jugaban aquí habían emigrado a Colombia; durante el gobierno de Arturo Umberto Illia, Francisco Perette –titular de la AFA y hermano del vicepresidente Carlos Perette– anuló los descensos durante tres años en una medida populista; Raul Alfonsín hizo gestiones a través de la Secretaría de Deportes para remover a Carlos Bilardo de su puesto de entrenador de la Selección Nacional poco antes del Mundial del ’86 y al regreso del equipo a la Argentina ofreció los balcones de la Casa Rosada para el festejo. Lo mismo hizo Carlos Menem cuando el equipo volvió con el segundo puesto del Mundial de Italia, cuatro años después. Si hoy Menem estuviera al frente del Ejecutivo seguramente no se habría producido el descenso de River porque como hincha con poder habría intervenido mucho antes para impedir (por cualquier vía) la concreción de la pesadilla.
El fanatismo crea malhumor en muchos simpatizantes de River (el 31 por ciento de los hinchas de fútbol, según Gallup), al mismo tiempo que provoca profundas alegrías no siempre confesables entre los hinchas de Boca (el 41 por ciento, según Gallup). Por estos días resulta interesante advertir cómo hinchas de los dos cuadros intervienen solapadamente desde los medios de comunicación con análisis teóricamente profundos a favor o en contra de la quita de puntos a River por la suma de incidentes producidos o a favor o en contra de cada una de las apariciones del Gobierno, cada imagen de la televisión pública y cada línea que sale publicada en los medios gráficos de la oposición más rabiosa. Y esto va más allá de las notas de neto corte político, como pueden serlo las que sugieren a operadores K involucrados en la apretada a Pezzotta o títulos como “El Gobierno admite que pudo haber complicidad entre dirigentes, barras bravas y policía”. Hinchas de River opositores cuestionan al Gobierno por la supuesta intención de anular los descensos y en realidad expresan el deseo inconsciente de que alguien los saque de la situación incómoda de tener que ir a jugar a la B. Hinchas de River oficialistas ven fantasmas por todos lados y justifican el deseo de que no lo toquen a River, no le descuenten puntos ni nada de eso argumentando que están defendiendo al Gobierno.
No va a haber suspensión de los descensos, no va a hacer nada el Gobierno para favorecer a River y a los hinchas de ese club; cuando llegue el momento de poner el voto en la urna, decidirán por cuestiones mucho más importantes que el malhumor pasajero.
La vida, para ellos, continúa. Y esto es algo que también viene de lejos.
Dice Alejandro Fabbri en su interesante libro Historias negras del fútbol argentino: “(…) Árbitros que debieron sacar un cuchillo o un revolver en pleno partido; hinchas que quisieron ahorcar a un juez con un cinto; jugadores que decidieron sentarse en el medio del campo como protesta mientras recibían goles en su arco; dirigentes que sancionan duramente a los humildes y hacen la vista gorda con los poderosos, todo forma parte de una combinación difícil de aceptar, pero real y cuyas pruebas no admiten discusión”.
En noviembre de 1928, el periódico La Cancha publicó una crónica muy singular de un partido entre Argentinos del Sur y Argentinos de Banfield: “Primer fallo del referí en contra de Argentinos del Sud. Silbatina y amenaza. Se vislumbra la hoja de una daga que maneja un conocido pesado de Villa Domínico, cabecilla de los hinchas de los locales. El juez mira de reojo; busca a un agente de policía con la mirada. Ni uno. Una vaga inquietud lo asalta ( …), además, dentro del campo de juego varios forajidos de las peores trazas se la están jurando con los dedos en cruz…”.
En el entretiempo, se explica más adelante, el arbitro pidió garantías, pero le sugirieron que no se preocupara: “Mientras no haga macanas, no le va a pasar nada”. Mucho más sutil que la apretada que recibió Sergio Pezzotta de parte de los barras de River. La nota de La Cancha está citada en el jugoso libro Historia social del fútbol. Su autor, el historiador y docente Julio Frydenberg, agrega: “Otro recurso, en este caso discursivo, empleado por los hinchas para sobrellevar la eventual derrota de su equipo era apelar a las concepciones conspirativas colocando a los vencidos en situación de víctimas. En estos casos, las excusas y los argumentos podían ser interminables y la sospecha estaba siempre al acecho. En suma, la tendencia a considerarse víctimas de sistemáticas injusticias formó parte de la liturgia del fútbol argentino desde los años veinte”.
Todo parece escrito a propósito de la bomba que explotó la semana pasada en el mundo del fútbol. Lo novedoso es el alcance infinito de la onda expansiva en todas las direcciones imaginables.
Ahora dicen (y lo escriben en un diario y no en la revista Barcelona que parodia a ese mismo diario) que el malhumor envolverá a una amplia franja de la población y que avisada del peligro en un año de elecciones, Cristina Fernández habría comenzado a buscar una fórmula para salvarlo a River. Una teoría que podría avalar Lilita Carrió confirmando que el Gobierno hace lo posible por evitar la llegada, por fin, del apocalipsis que ella viene anunciando desde hace bastante tiempo. Un verdadero absurdo.
Quienes imaginan una maniobra de esta naturaleza subestiman al Gobierno y su forma de intervenir en cuestiones deportivas. El camino que eligió la Presidenta fue el de operar sobre Julio Grondona para que la AFA discontinuara su contrato con la televisión privada y estableciera un nuevo vínculo con la televisión pública dando nacimiento al irreprochable Fútbol para todos. Si el descenso de River hubiera sido verdaderamente una cuestión de Estado es muy probable que se hubiera encontrado alguna forma de darle una mano a River en un marco de legalidad, mucho antes de que se consumara el descenso tan temido.
Ya se sabe que cualquier gobierno que se diga popular toma contacto directa o indirectamente en el deporte que apasiona a los argentinos. Más tarde o más temprano, todos juegan algún partido. Marcelo T. de Alvear estuvo a punto de intervenir para que no se concretara el descenso de Atlanta en 1926; Juan Domingo Perón dio la orden de que la Argentina no concurriera al Mundial de Brasil en 1950 por temor al papelón ya que muchos de los cracks que jugaban aquí habían emigrado a Colombia; durante el gobierno de Arturo Umberto Illia, Francisco Perette –titular de la AFA y hermano del vicepresidente Carlos Perette– anuló los descensos durante tres años en una medida populista; Raul Alfonsín hizo gestiones a través de la Secretaría de Deportes para remover a Carlos Bilardo de su puesto de entrenador de la Selección Nacional poco antes del Mundial del ’86 y al regreso del equipo a la Argentina ofreció los balcones de la Casa Rosada para el festejo. Lo mismo hizo Carlos Menem cuando el equipo volvió con el segundo puesto del Mundial de Italia, cuatro años después. Si hoy Menem estuviera al frente del Ejecutivo seguramente no se habría producido el descenso de River porque como hincha con poder habría intervenido mucho antes para impedir (por cualquier vía) la concreción de la pesadilla.
El fanatismo crea malhumor en muchos simpatizantes de River (el 31 por ciento de los hinchas de fútbol, según Gallup), al mismo tiempo que provoca profundas alegrías no siempre confesables entre los hinchas de Boca (el 41 por ciento, según Gallup). Por estos días resulta interesante advertir cómo hinchas de los dos cuadros intervienen solapadamente desde los medios de comunicación con análisis teóricamente profundos a favor o en contra de la quita de puntos a River por la suma de incidentes producidos o a favor o en contra de cada una de las apariciones del Gobierno, cada imagen de la televisión pública y cada línea que sale publicada en los medios gráficos de la oposición más rabiosa. Y esto va más allá de las notas de neto corte político, como pueden serlo las que sugieren a operadores K involucrados en la apretada a Pezzotta o títulos como “El Gobierno admite que pudo haber complicidad entre dirigentes, barras bravas y policía”. Hinchas de River opositores cuestionan al Gobierno por la supuesta intención de anular los descensos y en realidad expresan el deseo inconsciente de que alguien los saque de la situación incómoda de tener que ir a jugar a la B. Hinchas de River oficialistas ven fantasmas por todos lados y justifican el deseo de que no lo toquen a River, no le descuenten puntos ni nada de eso argumentando que están defendiendo al Gobierno.
No va a haber suspensión de los descensos, no va a hacer nada el Gobierno para favorecer a River y a los hinchas de ese club; cuando llegue el momento de poner el voto en la urna, decidirán por cuestiones mucho más importantes que el malhumor pasajero.
La vida, para ellos, continúa. Y esto es algo que también viene de lejos.
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