Douglas Patsi y Karen Guerrero ganaron el concurso de Inclusión social para la convivencia en la escuela del Centro Ana Frank Argentina. Son de Villa 31. Él propuso un sistema cooperativista para bajar la deserción escolar. Ella, un taller de títeres para que los adultos aprendan a escuchar a sus hijos. El premio es un viaje a Holanda.
Por Exequiel Siddig
En el sosiego de una tarde naranja, frente al mosaico arquitectónico de Villa 31, Douglas Patsi cuenta su historia con la calma de un Toro Sentado. Karen Guerrero García timidiza en el contorno; dibuja un mohín cercano a la vergüenza y admite que es el rastro de cuando “hablaba poco”. Ambos alumnos –prolijos uniformes de escuela privada– están en el despacho de Mónica Visenti, la rectora del secundario del Filii Dei, un colegio otrora católico cuyo lema evoca una frase de Paulo Freire: “Decir la palabra verdadera es transformar al mundo”.
Se ve que el espíritu que legó el fundador del colegio, el padre José Dubosc, funciona al pelo, porque Karen y Douglas –en 4º y 5º año– son dos de los ocho ganadores de un concurso organizado por el Centro Ana Frank Argentina ligado a la “pedagogía de la memoria”. El sábado próximo –si llegan sus pasaportes– viajarán a Holanda a conocer la Casa de la autora del famoso Diario, el libro más vendido después de la Biblia, según el mito editorial.
Karen y Douglas viven en Villa 31. Douglas repitió dos veces. Karen da apoyo escolar. Douglas milita desde los 14 años en la ya extinta organización juvenil “La Dignidad Rebelde”. Karen es misionera y catequista, trabaja con niños. Douglas vino a vivir a Buenos Aires a los seis años, después de que su padre, un minero de Oruro, quedara en Pampa y la vía, versión aymara. Karen nació en Argentina, pero sus padres paraguayos decidieron volver a Asunción en 2002 en medio del infortunio, y dos años más tarde, cuando ella tenía nueve, el papá murió en el fuego tremendo del supermercado Ykua Bolaños.
Douglas regresó por primera vez a su Bolivia natal a los 17 y se empezó a preguntar “¿Qué onda con mis raíces indígenas?”; los papás nunca le habían inculcado el amor a su piel profunda. A Karen, su mamá la trajo de vuelta en 2010 y la dejó viviendo con su abuela y sus tías paternas en la villa del Retiro.
Estos chicos, guerreros del paraíso, acaban de pasar tres instancias de evaluación del Centro Ana Frank (CAF), y –si el Ministerio de Relaciones Exteriores boliviano agiliza el trámite del pasaporte de Douglas; si el Correo Argentino encuentra finalmente la dirección postal de Karen– viajarán a Amsterdam, el magnífico premio a su esfuerzo y creatividad.
El primer paso del concurso trató de la presentación de un ensayo. “De Ana Frank a nuestros días” proponía a alumnos de 13 a 18 años y a docentes de todos los niveles que escribieran sobre un tema vinculado a la discriminación e inspirado en la historia de la niña judeoholandesa, asesinada por los nazis a los 13 años.
Douglas escribió una pieza de siete páginas titulada “500 daños de dolor”. Karen se basó en una poesía suya preexistente y deleitó al jurado con una miscelánea llamada “Cuando quisieron silenciar a la Argentina”. El tema de Douglas fue el “etnocidio” de los pueblos originarios; su cuñado lo instruyó con un libro que contenía tratados que él desconocía; su hermana le mostró el ejemplo y comenzó a militar con los qom en noviembre. Karen por su lado abordó la última dictadura cívico-militar, pero con ecos paraguayos; leyó Testimonios para Nunca Más, de Héctor Shalom (director del CAF) y se vió enterita la miniserie de Telefé Lo que el tiempo nos dejó.
“La idea es hacer una escuela como la de cualquier barrio –dice Mónica Visenti–: que tenga calidad educativa, que los chicos se proyecten en la universidad. Cuando los adultos creamos los marcos de participación, los chicos son los más fieles trabajadores de su causa.”
La mirada del cóndor. En 2004, cuando el padre José falleció, la Iglesia de Bergoglio quiso expropiar aquel espíritu escolar del padre José y llevarlo al rebaño del catolicismo más rancio. No pudo, el apoderado legal se negó, y así fue como le sacaron la vicaría. Por eso, hoy la escuela puede albergar y contener a las chicas embarazadas. Es un bicho raro, un bicho bonito: un colegio progre que no está afincado en Palermo, sino al borde de una villa.
Y van pruebas al canto: el último viernes chicos de 3er año entregaron a la rectora un petitorio negándose a horas extras para la materia de Historia –donde están flojos– aludiendo a la inseguridad del post horario sugerido. El “petitotrio” es un mecanismo que otorga voz a los pibes y que fue propuesto por la propia institución.
Se ve que en Filii Dei, los chicos tienen derecho a negarse. No hay Obediencia de Vida al adulto ni prosternaciones ante verdades reveladas. Como aquella ocasión en que se negaron a pagar los $ 14 del kit de cuaderno de comunicación, boletín y carpeta legajera y lo consiguieron negociando ellos mismos con la empresa Boletines Escolares a $ 8.
“La escuela es como un equipo de fútbol –ensaya Visenti–. A mí hoy me toca dirigir, pero en la cancha están los chicos. A veces me dicen: ‘Mucha charla’, ‘Muchas salidas’, pero justamente tenemos que cambiar las didácticas. Son chicos del siglo XXI, necesitan aprender de otra manera. Y al conocimiento hay que hacerlo fluir. El alumno tiene que ser mejor que los profesores, pero hay adultos que no se lo bancan. Cuando los estudiantes nos dejan mudos, es porque cumplimos la tarea.”
Douglas y Karen quedaron entre los 19 semifinalistas del concurso del CAF. El segundo paso fue escribir un proyecto de “inclusión social y construcción de convivencia para la disminución de la violencia y la discriminación en la escuela”. Bajo el pseudónimo de “Manqe” (en quichua, cóndor) presentó la propuesta “Cooperativismo estudiantil dentro y fuera de la escuela”, con el objetivo de atacar la deserción escolar y librar de basura excedente al barrio.
Douglas es un político de raza, así que unió dos fenómenos lastimosos de Villa 31 en una solución: en 2009, desertaron cuatro compañeros porque tuvieron que salir a trabajar; en 2011, su amigo Julio, luego de repetir el año pasado, tuvo que dejar las clases para ayudar en la economía de su casa; es hijo de madre soltera y el mayor de seis hermanitos. Por otra parte, Douglas ve a la empresa Cliba retirar la basura todos los días a las 8 am, y ya a las 9 los vecinos están abarrotando montículos con olores fétidos en las esquinas. Lo que propuso el ciudadano Patsi fue enseñar a compañeros de 3º, 4º y 5º año técnicas de reciclado, para que ellos a su vez instruyan al barrio. Ya consiguió una cooperativa que dará los cursos. Lo que le resta es conseguir financiamiento a través de “un programa del Estado o de una fundación” para que los chicos puedan tener un sueldo básico, de modo que puedan mantener su escolaridad y proveer la ayuda necesaria a sus hogares. “En mi barrio hay gente que porque todavía no tiene DNI, la hacen trabajar 12 horas por día a $ 50. Hay que quitar eso. Mi proyecto es para facilitar a mis compañeros pocas horas de trabajo para que ganen algo de plata”, dice.
El proyecto de Karen Guerrero tenía por objetivo “fomentar el rechazo de la discriminación y la violencia”. “Me juego, me expreso y participo” es un programa ideado por ella para niños de 3º y 4º grado. “La metodología es el juego, el instrumento son los títeres”, explica con una idiomática de una ludóloga avezada. Lo que propone es que los niños creen sus títeres, luego que inventen una obra con sus maestros y en tercera instancia que la representen a sus padres bajo el axioma de mostrarles cómo se sienten ellos en el barrio. “Como trabajo con chicos, pude meterme en sus vidas y los aprendí a escuchar. Muchas veces los padres no tienen oídos para sus hijos. ‘–¡Papá, me pelée en el colegio’. ‘–Bueno, nene, es cosa de chicos’. Ese diálogo yo no lo acepto.” Con este discurso, Condorito se volvería a caer de espaldas. ¡Plop!
Astilla fosforescente. Douglas y Karen van a viajar a Holanda el sábado próximo. Recibieron su pasaje el viernes pasado, cuando en el CAF le entregaron su premio, ante la presencia de Nanette Koning, compañera de Ana Frank en el Liceo Judío de Amsterdam y vecina de barracas en la tremebunda experiencia del campo de concentración alemán Bergen Belsen, durante la Shoá.
“En el Centro Ana Frank pude expresarme como quiero, porque en el Filii me dejan expresarme como quiero”, concluye Douglas. “Para mí, la escuela es parte de mi familia”, acota Karen. “Cuando fui a un concurso de matemática y me eliminaron en la primera ronda –sigue Douglas Patsi–, los profesores me felicitaron y me incentivaron a mejorar. En esta escuela te ayudan a pensar, a palpar la realidad en la que vivimos, y te muestran que el futuro puede ser mejor y no es una frase hecha.”
De tal astilla, tal palo. Cuando Visenti cursaba la secundaria a fines de los ’80, hizo un trabajo sobre el genocidio indígena; criticaba a Roca. La profesora de Instrucción Cívica la llamó y le dijo: “Ay, Visenti, Visenti… Usté es demasiado sensible. Lea El Matadero y se le va a pasar. Cuando sepa un poco más, vuelva a verme.” Cuando se recibió de abogada, la actual rectora del Filii Dei fue a buscar a la amante de los unitarios: “Ahora que sé un poquito más, vengo a decirle, Nora, que sigo pensando lo mismo.” Es palabra del Señor
En el sosiego de una tarde naranja, frente al mosaico arquitectónico de Villa 31, Douglas Patsi cuenta su historia con la calma de un Toro Sentado. Karen Guerrero García timidiza en el contorno; dibuja un mohín cercano a la vergüenza y admite que es el rastro de cuando “hablaba poco”. Ambos alumnos –prolijos uniformes de escuela privada– están en el despacho de Mónica Visenti, la rectora del secundario del Filii Dei, un colegio otrora católico cuyo lema evoca una frase de Paulo Freire: “Decir la palabra verdadera es transformar al mundo”.
Se ve que el espíritu que legó el fundador del colegio, el padre José Dubosc, funciona al pelo, porque Karen y Douglas –en 4º y 5º año– son dos de los ocho ganadores de un concurso organizado por el Centro Ana Frank Argentina ligado a la “pedagogía de la memoria”. El sábado próximo –si llegan sus pasaportes– viajarán a Holanda a conocer la Casa de la autora del famoso Diario, el libro más vendido después de la Biblia, según el mito editorial.
Karen y Douglas viven en Villa 31. Douglas repitió dos veces. Karen da apoyo escolar. Douglas milita desde los 14 años en la ya extinta organización juvenil “La Dignidad Rebelde”. Karen es misionera y catequista, trabaja con niños. Douglas vino a vivir a Buenos Aires a los seis años, después de que su padre, un minero de Oruro, quedara en Pampa y la vía, versión aymara. Karen nació en Argentina, pero sus padres paraguayos decidieron volver a Asunción en 2002 en medio del infortunio, y dos años más tarde, cuando ella tenía nueve, el papá murió en el fuego tremendo del supermercado Ykua Bolaños.
Douglas regresó por primera vez a su Bolivia natal a los 17 y se empezó a preguntar “¿Qué onda con mis raíces indígenas?”; los papás nunca le habían inculcado el amor a su piel profunda. A Karen, su mamá la trajo de vuelta en 2010 y la dejó viviendo con su abuela y sus tías paternas en la villa del Retiro.
Estos chicos, guerreros del paraíso, acaban de pasar tres instancias de evaluación del Centro Ana Frank (CAF), y –si el Ministerio de Relaciones Exteriores boliviano agiliza el trámite del pasaporte de Douglas; si el Correo Argentino encuentra finalmente la dirección postal de Karen– viajarán a Amsterdam, el magnífico premio a su esfuerzo y creatividad.
El primer paso del concurso trató de la presentación de un ensayo. “De Ana Frank a nuestros días” proponía a alumnos de 13 a 18 años y a docentes de todos los niveles que escribieran sobre un tema vinculado a la discriminación e inspirado en la historia de la niña judeoholandesa, asesinada por los nazis a los 13 años.
Douglas escribió una pieza de siete páginas titulada “500 daños de dolor”. Karen se basó en una poesía suya preexistente y deleitó al jurado con una miscelánea llamada “Cuando quisieron silenciar a la Argentina”. El tema de Douglas fue el “etnocidio” de los pueblos originarios; su cuñado lo instruyó con un libro que contenía tratados que él desconocía; su hermana le mostró el ejemplo y comenzó a militar con los qom en noviembre. Karen por su lado abordó la última dictadura cívico-militar, pero con ecos paraguayos; leyó Testimonios para Nunca Más, de Héctor Shalom (director del CAF) y se vió enterita la miniserie de Telefé Lo que el tiempo nos dejó.
“La idea es hacer una escuela como la de cualquier barrio –dice Mónica Visenti–: que tenga calidad educativa, que los chicos se proyecten en la universidad. Cuando los adultos creamos los marcos de participación, los chicos son los más fieles trabajadores de su causa.”
La mirada del cóndor. En 2004, cuando el padre José falleció, la Iglesia de Bergoglio quiso expropiar aquel espíritu escolar del padre José y llevarlo al rebaño del catolicismo más rancio. No pudo, el apoderado legal se negó, y así fue como le sacaron la vicaría. Por eso, hoy la escuela puede albergar y contener a las chicas embarazadas. Es un bicho raro, un bicho bonito: un colegio progre que no está afincado en Palermo, sino al borde de una villa.
Y van pruebas al canto: el último viernes chicos de 3er año entregaron a la rectora un petitorio negándose a horas extras para la materia de Historia –donde están flojos– aludiendo a la inseguridad del post horario sugerido. El “petitotrio” es un mecanismo que otorga voz a los pibes y que fue propuesto por la propia institución.
Se ve que en Filii Dei, los chicos tienen derecho a negarse. No hay Obediencia de Vida al adulto ni prosternaciones ante verdades reveladas. Como aquella ocasión en que se negaron a pagar los $ 14 del kit de cuaderno de comunicación, boletín y carpeta legajera y lo consiguieron negociando ellos mismos con la empresa Boletines Escolares a $ 8.
“La escuela es como un equipo de fútbol –ensaya Visenti–. A mí hoy me toca dirigir, pero en la cancha están los chicos. A veces me dicen: ‘Mucha charla’, ‘Muchas salidas’, pero justamente tenemos que cambiar las didácticas. Son chicos del siglo XXI, necesitan aprender de otra manera. Y al conocimiento hay que hacerlo fluir. El alumno tiene que ser mejor que los profesores, pero hay adultos que no se lo bancan. Cuando los estudiantes nos dejan mudos, es porque cumplimos la tarea.”
Douglas y Karen quedaron entre los 19 semifinalistas del concurso del CAF. El segundo paso fue escribir un proyecto de “inclusión social y construcción de convivencia para la disminución de la violencia y la discriminación en la escuela”. Bajo el pseudónimo de “Manqe” (en quichua, cóndor) presentó la propuesta “Cooperativismo estudiantil dentro y fuera de la escuela”, con el objetivo de atacar la deserción escolar y librar de basura excedente al barrio.
Douglas es un político de raza, así que unió dos fenómenos lastimosos de Villa 31 en una solución: en 2009, desertaron cuatro compañeros porque tuvieron que salir a trabajar; en 2011, su amigo Julio, luego de repetir el año pasado, tuvo que dejar las clases para ayudar en la economía de su casa; es hijo de madre soltera y el mayor de seis hermanitos. Por otra parte, Douglas ve a la empresa Cliba retirar la basura todos los días a las 8 am, y ya a las 9 los vecinos están abarrotando montículos con olores fétidos en las esquinas. Lo que propuso el ciudadano Patsi fue enseñar a compañeros de 3º, 4º y 5º año técnicas de reciclado, para que ellos a su vez instruyan al barrio. Ya consiguió una cooperativa que dará los cursos. Lo que le resta es conseguir financiamiento a través de “un programa del Estado o de una fundación” para que los chicos puedan tener un sueldo básico, de modo que puedan mantener su escolaridad y proveer la ayuda necesaria a sus hogares. “En mi barrio hay gente que porque todavía no tiene DNI, la hacen trabajar 12 horas por día a $ 50. Hay que quitar eso. Mi proyecto es para facilitar a mis compañeros pocas horas de trabajo para que ganen algo de plata”, dice.
El proyecto de Karen Guerrero tenía por objetivo “fomentar el rechazo de la discriminación y la violencia”. “Me juego, me expreso y participo” es un programa ideado por ella para niños de 3º y 4º grado. “La metodología es el juego, el instrumento son los títeres”, explica con una idiomática de una ludóloga avezada. Lo que propone es que los niños creen sus títeres, luego que inventen una obra con sus maestros y en tercera instancia que la representen a sus padres bajo el axioma de mostrarles cómo se sienten ellos en el barrio. “Como trabajo con chicos, pude meterme en sus vidas y los aprendí a escuchar. Muchas veces los padres no tienen oídos para sus hijos. ‘–¡Papá, me pelée en el colegio’. ‘–Bueno, nene, es cosa de chicos’. Ese diálogo yo no lo acepto.” Con este discurso, Condorito se volvería a caer de espaldas. ¡Plop!
Astilla fosforescente. Douglas y Karen van a viajar a Holanda el sábado próximo. Recibieron su pasaje el viernes pasado, cuando en el CAF le entregaron su premio, ante la presencia de Nanette Koning, compañera de Ana Frank en el Liceo Judío de Amsterdam y vecina de barracas en la tremebunda experiencia del campo de concentración alemán Bergen Belsen, durante la Shoá.
“En el Centro Ana Frank pude expresarme como quiero, porque en el Filii me dejan expresarme como quiero”, concluye Douglas. “Para mí, la escuela es parte de mi familia”, acota Karen. “Cuando fui a un concurso de matemática y me eliminaron en la primera ronda –sigue Douglas Patsi–, los profesores me felicitaron y me incentivaron a mejorar. En esta escuela te ayudan a pensar, a palpar la realidad en la que vivimos, y te muestran que el futuro puede ser mejor y no es una frase hecha.”
De tal astilla, tal palo. Cuando Visenti cursaba la secundaria a fines de los ’80, hizo un trabajo sobre el genocidio indígena; criticaba a Roca. La profesora de Instrucción Cívica la llamó y le dijo: “Ay, Visenti, Visenti… Usté es demasiado sensible. Lea El Matadero y se le va a pasar. Cuando sepa un poco más, vuelva a verme.” Cuando se recibió de abogada, la actual rectora del Filii Dei fue a buscar a la amante de los unitarios: “Ahora que sé un poquito más, vengo a decirle, Nora, que sigo pensando lo mismo.” Es palabra del Señor
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