El título del disco "Destroyed", no está planteado en un modo violento, es una observación de qué queda de una persona cuando lo familiar desaparece”, dice el músico, nuevamente a punto de salir de gira.
Por Fiona Sturges *
Veinte años atrás, Moby tuvo su primer éxito en el ámbito dance, con ese “Go” que sampleaba a Twin Peaks: en ese momento imaginó que su carrera musical duraría un año, hasta que la gente perdiera interés y él tuviera que encontrarse un trabajo de verdad. “Decidí que buscaría trabajo en una librería y que la música se convertiría en un hobby”, argumenta hoy. “Honestamente, eso es lo que daba por descontado que sucedería.” Y sin embargo aquí está, dos décadas y diez discos después: un vendedor de álbumes por millones que exhibe el mismo estilo casual de vestimenta, con remeras, zapatillas estropeadas y anteojos a la Woody Allen de sus días de comienzos de los ’90. Salvo por los rastros de canas en su barba de algunos días, visualmente no hay mucho que distinga a este Moby del de 25 años atrás.
Excepto, claro, que todo ha cambiado. Entonces era conocido por ser un cristiano, marxista y neoyorquino militante. Ahora abandonó el cristianismo, estuvo luchando contra la dependencia del alcohol, y frecuentemente expresa su pesar por someter a la gente a sus discursos socialistas (“¿Qué puedo decir? En esencia, era un estudiante tirando ‘grandes verdades’ con efecto dramático”, señala). Tras veinte años viviendo en el mismo departamento espartano de Nueva York, se mudó a Los Angeles, donde compró y remodeló un pequeño castillo de los años ’20 que, de acuerdo con los vecinos, alguna vez albergó por un corto lapso a The Rolling Stones.
Si se le pregunta a Moby cómo es que se desarrolló su extraordinaria carrera, en su voz aparece una nota de confusión. “Las palabras que mejor describen el patrón de mi carrera son ‘arbitrario’ y ‘extraño’”, reflexiona. “Estoy perpetuamente desconcertado por todo el asunto. He hecho discos que todos odiaron y yo amé, y he hecho discos que todos amaron y yo consideré por lo menos mediocres. No sé cómo pasó todo esto. Honestamente nunca tuve la más mínima pista sobre lo que estaba haciendo.” Semejante declaración podría parecer falsa viniendo de cualquier otra estrella pop estupendamente rica, pero viniendo del pequeño Moby, que parece más bien un profesor de escuela, uno se inclina a tomarlo bien en serio. Cortés, articulado y divertidamente autocrítico, en la conversación odia tomarse demasiado en serio a sí mismo. Si hay un ego monstruoso moviéndose bajo la superficie, lo oculta muy bien.
Después de “Go” llegó una serie de hits de euforia similar, que incluyeron a “Feel so Real” y “Thousand”, una canción incluida en el Libro de los Records Guinness por tener la mayor cantidad de beats por minuto. Aun así, Moby siguió siendo una figura underground, amada por los asistentes a clubes y ciertamente invisible para las masas. Pero entonces, en 1999, llegó Play, un disco que utilizó las grabaciones de blues que sacaron a la luz en 1930 los archivistas de música folk John y Alan Lomax en una recorrida por el sur de Estados Unidos. Moby jura que pensó que eso podría terminar con su carrera; en su mente, ése es uno de sus discos “mediocres”. Al principio, Play vendió muy modestamente: en sus primeros seis meses vendió unas miserables 10 mil copias. Pero, tras dos años, sus ventas superaron la barrera de los 10 millones de copias vendidas.
Con el éxito vino el inevitable rebote, con Moby pasando de ser un creíble héroe del dance semi underground a un ubicuo rey del pop para millones. Y recibió interminables andanadas en la prensa por licenciar los tracks del álbum para avisos publicitarios. “Aun hoy no entiendo de qué se trataba todo eso”, remarca sin rencor. “Hasta donde sé, el punto principal de hacer música es que te escuche la mayor cantidad de gente posible. Fue particularmente interesante que todos los que se sintieron movidos a criticar estuvieran escribiendo en diarios y revistas que tienen publicidad en sus páginas.” En ese período, Moby era más una antiestrella pop, un hombre que, a pesar de su riqueza, se negaba a cambiar su estilo de vida y parecía ver su fama como una especie de experimento antropológico. Circularon historias sobre fiestas de sexo y citas con supermodelos, aunque varias de esas historias eran desperdigadas por el mismo Moby, para testear la candidez de los entrevistadores. “¿Alguna vez salí con una supermodelo? Por supuesto que no”, dice ahora. “Me vería ridículo.”
Más allá de las grandes historias, se percibe que Moby estaba desesperado por ser visto como alguien normal, la antítesis del músico reventado que llena estadios. Aunque, según reconoce ahora, estaba “explorando en silencio las profundidades de todos los clichés sobre alcohol y drogas”. Dice que a través de los años ha tomado suficiente éxtasis como para convertir su cerebro en “queso suizo”, mientras que algunos años atrás finalmente buscó ayuda profesional para dominar su hábito de bebida. “No me malinterpretes, por un tiempo fue divertido”, continúa. “Realmente muy divertido. Pero una vez que se evapora la novedad, te quedás con esta intensa soledad y la ardiente sospecha de que te convertiste en un idiota. En ese momento descubrí que la mejor manera de lidiar con ello era beber”.
Veinte años de giras intensas también se cobraron su precio. “Hubo momentos en que realmente lo odié”, dice. “Quiero decir: no me estoy quejando, una vez tuve que trabajar como lavaplatos en un shopping en Stanford, Connecticut, donde nunca veía la luz del día. Eso era algo de lo que valía la pena quejarse. Ahora vivo de la música, lo cual es obviamente un buen lugar para estar. Pero hubo momentos en los que me sentí tan distante, tan alejado del resto de la humanidad, que me olvidé de lo que era ser normal.” Según sus estimaciones, Moby ha pasado la mitad de su vida en gira, viviendo de lo que lleva en sus valijas, entrando y saliendo de hoteles, subiendo y bajando de autobuses de gira y existiendo en un casi permanente estado de falta de sueño y jet lag. Ahora canalizó esta sensación de dislocamiento en un disco: Destroyed es su décimo álbum de estudio y fue escrito en las noches muertas en habitaciones de hotel de todo el mundo.
“El título no está planteado en un modo violento”, explica Moby. “Se aplica más a la entropía de la condición humana, observando qué queda de una persona cuando todo lo familiar desaparece, que es esencialmente lo que sucede cuando uno está de gira durante un largo tiempo. Y esta experiencia siempre se intensifica en mí porque también tengo problemas para dormir, especialmente cuando viajo. A través del tiempo fui llegando a un acuerdo con mi insomnio. He llegado al estadio en el que la extrañeza de la mitad de la noche en una ciudad extraña es extrañamente reconfortante. Es casi decepcionante cuando el sol se asoma y el misterio y la magia de la noche se van.” Es este misterio y esta magia lo que caracterizan a Destroyed (“Destruido”), un disco de instrumentales atmosféricos, melodías fantasmales y voces borrosas que capturan perfectamente la peculiar calma de las horas nocturnas. Según la descripción de Moby, es “música electrónica quebrada, para ciudades vacías a las 2 de la mañana”.
Además del libro, Moby está publicando un libro de sus fotografías, que ofrece una visión alternativa a la vida de un músico en gira. Con sus imágenes de anónimas habitaciones de hotel, sus monótonas áreas de espera en aeropuertos y sus autopistas nocturnas desiertas, exhibe un estilo de vida con muy poco glamour. “Cuando sos músico, hay una yuxtaposición muy curiosa”, explica. “En un momento estás completamente solo en un camarín con un sofá mugriento, una iluminación pelada y un plato de comida que no querés comer, y al minuto siguiente estás caminando hacia un escenario en el que vas a quedar frente a 40 mil personas focalizadas en vos. En un nivel neuroquímico, eso puede hacerte cosas extrañas.” Aun así, Moby dice que “hizo las paces” con las peculiaridades de su modo de vida, así como con los oscuros días que siguieron al éxito de Play. Aunque admite que necesitó cierta asistencia.
“La terapia fue extremadamente útil”, dice. “Hice psicoanálisis dinámico y también el análisis cognitivo de conducta que lidia con temas específicos. Ahora dejé de ir a terapia: mis similitudes con Woody Allen sólo pueden llegar hasta ahí. Pero ser humano puede ser una cosa desconcertante, abrumadora. Saber que ahí afuera hay gente que puede ayudarte a navegarla es algo grandioso, muy reconfortante.” También dejó de beber, unos años atrás, “como consecuencia de haber sufrido una resaca de dos días cuando sólo había estado tomando seis horas. Creo que cuando te hacés más viejo, las cosas te golpean más duro. Para mí las resacas se volvieron más debilitadoras, me destruían el alma. Tuve que parar”.
Para Moby, mudarse a Los Angeles fue otro paso importante en la tarea de tener una vida mejor. Dice que perdió su amor por Nueva York “cuando se convirtió en el patio de juegos de gente que trabaja en Wall Street. Ahora es un lugar tan opulento que todos los artistas, músicos, escritores que trabajan para ganarse la vida, fueron expulsados por los precios. Siento mi nuevo hogar en el este de Los Angeles como solía sentir a Nueva York. Es relajado, hay artistas y músicos viviendo codo a codo, y tiene una atmósfera muy creativa”. De un modo muy dulce, la mayor esperanza de Moby para los próximos años es “poder superar mi lastimoso miedo a la intimidad y tener una relación saludable, duradera”. Cabe preguntar entonces qué pasó con su última novia, una chica inglesa que estaba con él en las entrevistas que dio dos años atrás. “Oh”, suspira. “Está comprometida y viviendo en Portugal. Estar de gira es como unirse a la Legión Extranjera: más que trabajar una relación, tiendo simplemente a desaparecer por un año. Es algo en lo que tengo que trabajar. Estoy a punto de salir de gira por unos seis meses, pero después de eso mi objetivo es construir algo lo más parecido posible a una existencia normal, hacer lo que otras personas: lavar platos, cuidar el jardín, ir a hacer las compras, esas cosas”.
Por un momento suena como si estuviera al borde del retiro, con lo que hay que preguntarle qué pasa con eso de hacer música. “Bueno, siempre voy a hacer eso”, responde Moby. “Vengo haciendo música desde que tenía diez años y, afortunadamente, eso nunca dependió de la validación externa. La música es mi cosa favorita en la vida y seguiré haciéndola, haya gente escuchando o no. Lo haré hasta la muerte.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Por Fiona Sturges *
Veinte años atrás, Moby tuvo su primer éxito en el ámbito dance, con ese “Go” que sampleaba a Twin Peaks: en ese momento imaginó que su carrera musical duraría un año, hasta que la gente perdiera interés y él tuviera que encontrarse un trabajo de verdad. “Decidí que buscaría trabajo en una librería y que la música se convertiría en un hobby”, argumenta hoy. “Honestamente, eso es lo que daba por descontado que sucedería.” Y sin embargo aquí está, dos décadas y diez discos después: un vendedor de álbumes por millones que exhibe el mismo estilo casual de vestimenta, con remeras, zapatillas estropeadas y anteojos a la Woody Allen de sus días de comienzos de los ’90. Salvo por los rastros de canas en su barba de algunos días, visualmente no hay mucho que distinga a este Moby del de 25 años atrás.
Excepto, claro, que todo ha cambiado. Entonces era conocido por ser un cristiano, marxista y neoyorquino militante. Ahora abandonó el cristianismo, estuvo luchando contra la dependencia del alcohol, y frecuentemente expresa su pesar por someter a la gente a sus discursos socialistas (“¿Qué puedo decir? En esencia, era un estudiante tirando ‘grandes verdades’ con efecto dramático”, señala). Tras veinte años viviendo en el mismo departamento espartano de Nueva York, se mudó a Los Angeles, donde compró y remodeló un pequeño castillo de los años ’20 que, de acuerdo con los vecinos, alguna vez albergó por un corto lapso a The Rolling Stones.
Si se le pregunta a Moby cómo es que se desarrolló su extraordinaria carrera, en su voz aparece una nota de confusión. “Las palabras que mejor describen el patrón de mi carrera son ‘arbitrario’ y ‘extraño’”, reflexiona. “Estoy perpetuamente desconcertado por todo el asunto. He hecho discos que todos odiaron y yo amé, y he hecho discos que todos amaron y yo consideré por lo menos mediocres. No sé cómo pasó todo esto. Honestamente nunca tuve la más mínima pista sobre lo que estaba haciendo.” Semejante declaración podría parecer falsa viniendo de cualquier otra estrella pop estupendamente rica, pero viniendo del pequeño Moby, que parece más bien un profesor de escuela, uno se inclina a tomarlo bien en serio. Cortés, articulado y divertidamente autocrítico, en la conversación odia tomarse demasiado en serio a sí mismo. Si hay un ego monstruoso moviéndose bajo la superficie, lo oculta muy bien.
Después de “Go” llegó una serie de hits de euforia similar, que incluyeron a “Feel so Real” y “Thousand”, una canción incluida en el Libro de los Records Guinness por tener la mayor cantidad de beats por minuto. Aun así, Moby siguió siendo una figura underground, amada por los asistentes a clubes y ciertamente invisible para las masas. Pero entonces, en 1999, llegó Play, un disco que utilizó las grabaciones de blues que sacaron a la luz en 1930 los archivistas de música folk John y Alan Lomax en una recorrida por el sur de Estados Unidos. Moby jura que pensó que eso podría terminar con su carrera; en su mente, ése es uno de sus discos “mediocres”. Al principio, Play vendió muy modestamente: en sus primeros seis meses vendió unas miserables 10 mil copias. Pero, tras dos años, sus ventas superaron la barrera de los 10 millones de copias vendidas.
Con el éxito vino el inevitable rebote, con Moby pasando de ser un creíble héroe del dance semi underground a un ubicuo rey del pop para millones. Y recibió interminables andanadas en la prensa por licenciar los tracks del álbum para avisos publicitarios. “Aun hoy no entiendo de qué se trataba todo eso”, remarca sin rencor. “Hasta donde sé, el punto principal de hacer música es que te escuche la mayor cantidad de gente posible. Fue particularmente interesante que todos los que se sintieron movidos a criticar estuvieran escribiendo en diarios y revistas que tienen publicidad en sus páginas.” En ese período, Moby era más una antiestrella pop, un hombre que, a pesar de su riqueza, se negaba a cambiar su estilo de vida y parecía ver su fama como una especie de experimento antropológico. Circularon historias sobre fiestas de sexo y citas con supermodelos, aunque varias de esas historias eran desperdigadas por el mismo Moby, para testear la candidez de los entrevistadores. “¿Alguna vez salí con una supermodelo? Por supuesto que no”, dice ahora. “Me vería ridículo.”
Más allá de las grandes historias, se percibe que Moby estaba desesperado por ser visto como alguien normal, la antítesis del músico reventado que llena estadios. Aunque, según reconoce ahora, estaba “explorando en silencio las profundidades de todos los clichés sobre alcohol y drogas”. Dice que a través de los años ha tomado suficiente éxtasis como para convertir su cerebro en “queso suizo”, mientras que algunos años atrás finalmente buscó ayuda profesional para dominar su hábito de bebida. “No me malinterpretes, por un tiempo fue divertido”, continúa. “Realmente muy divertido. Pero una vez que se evapora la novedad, te quedás con esta intensa soledad y la ardiente sospecha de que te convertiste en un idiota. En ese momento descubrí que la mejor manera de lidiar con ello era beber”.
Veinte años de giras intensas también se cobraron su precio. “Hubo momentos en que realmente lo odié”, dice. “Quiero decir: no me estoy quejando, una vez tuve que trabajar como lavaplatos en un shopping en Stanford, Connecticut, donde nunca veía la luz del día. Eso era algo de lo que valía la pena quejarse. Ahora vivo de la música, lo cual es obviamente un buen lugar para estar. Pero hubo momentos en los que me sentí tan distante, tan alejado del resto de la humanidad, que me olvidé de lo que era ser normal.” Según sus estimaciones, Moby ha pasado la mitad de su vida en gira, viviendo de lo que lleva en sus valijas, entrando y saliendo de hoteles, subiendo y bajando de autobuses de gira y existiendo en un casi permanente estado de falta de sueño y jet lag. Ahora canalizó esta sensación de dislocamiento en un disco: Destroyed es su décimo álbum de estudio y fue escrito en las noches muertas en habitaciones de hotel de todo el mundo.
“El título no está planteado en un modo violento”, explica Moby. “Se aplica más a la entropía de la condición humana, observando qué queda de una persona cuando todo lo familiar desaparece, que es esencialmente lo que sucede cuando uno está de gira durante un largo tiempo. Y esta experiencia siempre se intensifica en mí porque también tengo problemas para dormir, especialmente cuando viajo. A través del tiempo fui llegando a un acuerdo con mi insomnio. He llegado al estadio en el que la extrañeza de la mitad de la noche en una ciudad extraña es extrañamente reconfortante. Es casi decepcionante cuando el sol se asoma y el misterio y la magia de la noche se van.” Es este misterio y esta magia lo que caracterizan a Destroyed (“Destruido”), un disco de instrumentales atmosféricos, melodías fantasmales y voces borrosas que capturan perfectamente la peculiar calma de las horas nocturnas. Según la descripción de Moby, es “música electrónica quebrada, para ciudades vacías a las 2 de la mañana”.
Además del libro, Moby está publicando un libro de sus fotografías, que ofrece una visión alternativa a la vida de un músico en gira. Con sus imágenes de anónimas habitaciones de hotel, sus monótonas áreas de espera en aeropuertos y sus autopistas nocturnas desiertas, exhibe un estilo de vida con muy poco glamour. “Cuando sos músico, hay una yuxtaposición muy curiosa”, explica. “En un momento estás completamente solo en un camarín con un sofá mugriento, una iluminación pelada y un plato de comida que no querés comer, y al minuto siguiente estás caminando hacia un escenario en el que vas a quedar frente a 40 mil personas focalizadas en vos. En un nivel neuroquímico, eso puede hacerte cosas extrañas.” Aun así, Moby dice que “hizo las paces” con las peculiaridades de su modo de vida, así como con los oscuros días que siguieron al éxito de Play. Aunque admite que necesitó cierta asistencia.
“La terapia fue extremadamente útil”, dice. “Hice psicoanálisis dinámico y también el análisis cognitivo de conducta que lidia con temas específicos. Ahora dejé de ir a terapia: mis similitudes con Woody Allen sólo pueden llegar hasta ahí. Pero ser humano puede ser una cosa desconcertante, abrumadora. Saber que ahí afuera hay gente que puede ayudarte a navegarla es algo grandioso, muy reconfortante.” También dejó de beber, unos años atrás, “como consecuencia de haber sufrido una resaca de dos días cuando sólo había estado tomando seis horas. Creo que cuando te hacés más viejo, las cosas te golpean más duro. Para mí las resacas se volvieron más debilitadoras, me destruían el alma. Tuve que parar”.
Para Moby, mudarse a Los Angeles fue otro paso importante en la tarea de tener una vida mejor. Dice que perdió su amor por Nueva York “cuando se convirtió en el patio de juegos de gente que trabaja en Wall Street. Ahora es un lugar tan opulento que todos los artistas, músicos, escritores que trabajan para ganarse la vida, fueron expulsados por los precios. Siento mi nuevo hogar en el este de Los Angeles como solía sentir a Nueva York. Es relajado, hay artistas y músicos viviendo codo a codo, y tiene una atmósfera muy creativa”. De un modo muy dulce, la mayor esperanza de Moby para los próximos años es “poder superar mi lastimoso miedo a la intimidad y tener una relación saludable, duradera”. Cabe preguntar entonces qué pasó con su última novia, una chica inglesa que estaba con él en las entrevistas que dio dos años atrás. “Oh”, suspira. “Está comprometida y viviendo en Portugal. Estar de gira es como unirse a la Legión Extranjera: más que trabajar una relación, tiendo simplemente a desaparecer por un año. Es algo en lo que tengo que trabajar. Estoy a punto de salir de gira por unos seis meses, pero después de eso mi objetivo es construir algo lo más parecido posible a una existencia normal, hacer lo que otras personas: lavar platos, cuidar el jardín, ir a hacer las compras, esas cosas”.
Por un momento suena como si estuviera al borde del retiro, con lo que hay que preguntarle qué pasa con eso de hacer música. “Bueno, siempre voy a hacer eso”, responde Moby. “Vengo haciendo música desde que tenía diez años y, afortunadamente, eso nunca dependió de la validación externa. La música es mi cosa favorita en la vida y seguiré haciéndola, haya gente escuchando o no. Lo haré hasta la muerte.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
No hay comentarios:
Publicar un comentario