Ante la presencia de hijos, nietos y bisnietos, amigas y compañeros de estudios, Fanny Sztern expuso su tesis, veinte años después de haberse graduado en esa misma facultad. “Quiero que mi historia sirva de estímulo para otra gente grande”, dijo.
Por Soledad Vallejos
Por Soledad Vallejos
“Terminé”, dijo la señora menuda de ojos claros. Durante 40 minutos había defendido su tesis en la penumbra, mientras su nieta, al lado, pasaba diapositivas del power point que acompañaba la exposición. A los 85 años (“86 en dos meses”), Fanny Sztern se convirtió en Magister de la UBA en Literaturas Española y Latinoamericana. Antes de que el jurado alcanzara a comenzar la devolución, una platea de señoras abrigadas con tapados de piel, treintañeros que habían grabado toda la intervención en video, hijos, nietos, algún bisnieto y compañeras de la examinada, estalló en aplausos. Coquetísima, Sztern sonrió; aprovechando el barullo, volteó con disimulo hacia su nieta Judith y le preguntó por lo bajo: “¿Estuve bien?”. Un rato después, las intervenciones del jurado confirmaban que sí había estado a la altura: la tesis, llegó a decir uno de ellos, era “amable, porque es la tesis que todo jurado quiere leer”, y, acotó otra integrante, estaba claramente escrita “desde el deseo, no como un paper burocrático”; todo ello amén del rigor teórico y los aportes al campo. Ella sonreía y agradecía.
Pero aún conmovida, rodeada de su familia y amigos, en medio del agasajo con leikaj y delicias caseras que había preparado para celebrar la ocasión, aun luego de haber cumplido con el último paso de un posgrado que cerraba a 20 años de haberse graduado en Letras en la misma universidad, algo la inquietaba. Mirando a los ojos y tomando de la mano para reforzar lo sincero de su inquietud, Sztern comentaba: “No sé todavía cómo me van a calificar”.
Tiene 10 nietos, 17 bisnietos, un bisnieto más, cuyo nacimiento es cuestión de días. Está terminando de corregir un libro de ficción cuyo contenido no quiere revelar “hasta que no lo publique”. “¿Sabés qué pasa? Tengo la idea de que se puede hacer por TV, como unitario. Por eso no quiero contar el tema. Prefiero esperar”, comentaba cuando para el coloquio todavía faltaban algunas horas. Quizá se acostumbró a hacer productivas las pausas entre los momentos intensos de su vida. Entre la fecha en que logró la licenciatura en Letras y el inicio de la maestría, por ejemplo, recuerda que estuvo “trabajando, estudiando otras cosas, escribiendo”. Por ejemplo: nomás recibirse, se asoció “con otras tres chicas” y entre todas proyectaron un emprendimiento. “Pusimos una escuelita. Una de las chicas era recibida en Arte, otra en Psicología y otra en Ciencias de la Educación. Yo era la mayorcita. No funcionó mucho tiempo porque era difícil mantener un colegio, pero fue una época muy linda de mi vida. Igual eso ya pasó.”
En la Facultad de Filosofía y Letras le dijeron más de una vez que “es un caso insólito” el de una maestranda cursando seminarios a los 80 y tantos. Pero ella, dice, no podía hacer otra. ¿Por qué hacer un posgrado? “Porque me gusta. Siempre me gustó estudiar. Haría otra maestría y bueno, hice un seminario de más” en la cursada. En la espera del dictamen del jurado, mientras Sztern paliaba la ansiedad conversando con unas amigas coquetísimas que habían sacado tapaditos de piel para la ocasión, algunas de sus compañeras sonreían como si la tesis hubiera sido propia. María Luisa recordaba “la pasión de Fanny”, que era capaz de descubrir todas las bibliotecas hasta dar con el material que necesitaban todos. Un poco más allá, Schana, que llegó desde Brasil para seguir estudiando en Argentina, todavía se asombraba por la persistencia: “Esta maestría tiene muchísimos seminarios y carga horaria, es casi la mitad de tiempo que una carrera de grado. Cursábamos de lunes a viernes. A veces salíamos tarde, a las diez de la noche. Ella no faltaba. A su edad. Imaginate”. De su cohorte, sólo seis alumnos llegaron a cumplir todos los seminarios y presentar una tesis.
Sobre el escritorio, mientras defendía su trabajo, la acompañaban un Foucault (El orden del discurso), las obras completas de Borges, sus apuntes. Hacía unos instantes, se había sentado frente a ella, en primera fila, Marcela Croce. (“¿Y quién es esa señora?”, había preguntado un señor canoso de campera negra a un lado de esta cronista. Una señora le informó que se trataba de “la tutora de Fanny”. “¿Y qué viene a ser mío, si es la tutora de mamá?”). También en primera fila estaba el jurado: Ana Zubieta, Ernesto Foffani, Susana Cella. La tesis, “Interdiscursividad en tres períodos de la literatura argentina. Discurso positivista, discurso tecnológico y discurso jurídicoforense”, la llevó a repasar autores canónicos y ponerlos, cada vez, en relación con modos de lectura, pero también con la historia, donde lo colectivo y la primera persona podían encontrarse. Referir el higienismo positivista la llevó a Cesare Lombroso, “que cuando estuvo en Argentina, visitó la penitenciaría de Las Heras, de la que fue director José Ingenieros. Bueno, yo me acuerdo de esa cárcel”. En el trayecto de escribir su tesis, además de revisar la irrupción del radioteatro en la vida cotidiana y la literatura (“eso también lo viví yo”), se topó con el efecto de sus estudios en el mundo. Hace unos años, recordó, su hija Analía había sido invitada a exponer sobre desmanicomialización en un congreso profesional. “Yo le había comentado lo que estaba trabajando sobre El alienista, de Machado de Asís. Ella lo relacionó con la psiquiatría actual. Sorprendió a todos en ese congreso, y ayudó a un cambio en la ley de Río Negro”, contó, emocionada y sobria a la vez, mientras su nieta la alentaba palmeándole suavecito la espalda.
“El único propósito que me guía es que tengan un poco más en cuenta a la gente grande”, había dicho unos días antes. ¿Quiénes? “Todos.” A las personas mayores, muchas veces “las dejan de lado, son marginadas. Es gente que todavía es útil, que existe. Y también quiero que mi historia sirva de estímulo para otra gente grande: también pueden hacer cosas. Lo mismo la juventud. No es por arrogante, pero mi caso puede ser un impulso para que otros vean que pueden. Una persona potencialmente puede todo”.
El jurado, que había elogiado la tesis por su solidez teórica, el planteo de nuevos temas de investigación y la pasión de la escritura, se tomó un tiempo para deliberar. Al terminar, comunicó el dictamen a la interesada: 10 sobresaliente suma cum laude.
Pero aún conmovida, rodeada de su familia y amigos, en medio del agasajo con leikaj y delicias caseras que había preparado para celebrar la ocasión, aun luego de haber cumplido con el último paso de un posgrado que cerraba a 20 años de haberse graduado en Letras en la misma universidad, algo la inquietaba. Mirando a los ojos y tomando de la mano para reforzar lo sincero de su inquietud, Sztern comentaba: “No sé todavía cómo me van a calificar”.
Tiene 10 nietos, 17 bisnietos, un bisnieto más, cuyo nacimiento es cuestión de días. Está terminando de corregir un libro de ficción cuyo contenido no quiere revelar “hasta que no lo publique”. “¿Sabés qué pasa? Tengo la idea de que se puede hacer por TV, como unitario. Por eso no quiero contar el tema. Prefiero esperar”, comentaba cuando para el coloquio todavía faltaban algunas horas. Quizá se acostumbró a hacer productivas las pausas entre los momentos intensos de su vida. Entre la fecha en que logró la licenciatura en Letras y el inicio de la maestría, por ejemplo, recuerda que estuvo “trabajando, estudiando otras cosas, escribiendo”. Por ejemplo: nomás recibirse, se asoció “con otras tres chicas” y entre todas proyectaron un emprendimiento. “Pusimos una escuelita. Una de las chicas era recibida en Arte, otra en Psicología y otra en Ciencias de la Educación. Yo era la mayorcita. No funcionó mucho tiempo porque era difícil mantener un colegio, pero fue una época muy linda de mi vida. Igual eso ya pasó.”
En la Facultad de Filosofía y Letras le dijeron más de una vez que “es un caso insólito” el de una maestranda cursando seminarios a los 80 y tantos. Pero ella, dice, no podía hacer otra. ¿Por qué hacer un posgrado? “Porque me gusta. Siempre me gustó estudiar. Haría otra maestría y bueno, hice un seminario de más” en la cursada. En la espera del dictamen del jurado, mientras Sztern paliaba la ansiedad conversando con unas amigas coquetísimas que habían sacado tapaditos de piel para la ocasión, algunas de sus compañeras sonreían como si la tesis hubiera sido propia. María Luisa recordaba “la pasión de Fanny”, que era capaz de descubrir todas las bibliotecas hasta dar con el material que necesitaban todos. Un poco más allá, Schana, que llegó desde Brasil para seguir estudiando en Argentina, todavía se asombraba por la persistencia: “Esta maestría tiene muchísimos seminarios y carga horaria, es casi la mitad de tiempo que una carrera de grado. Cursábamos de lunes a viernes. A veces salíamos tarde, a las diez de la noche. Ella no faltaba. A su edad. Imaginate”. De su cohorte, sólo seis alumnos llegaron a cumplir todos los seminarios y presentar una tesis.
Sobre el escritorio, mientras defendía su trabajo, la acompañaban un Foucault (El orden del discurso), las obras completas de Borges, sus apuntes. Hacía unos instantes, se había sentado frente a ella, en primera fila, Marcela Croce. (“¿Y quién es esa señora?”, había preguntado un señor canoso de campera negra a un lado de esta cronista. Una señora le informó que se trataba de “la tutora de Fanny”. “¿Y qué viene a ser mío, si es la tutora de mamá?”). También en primera fila estaba el jurado: Ana Zubieta, Ernesto Foffani, Susana Cella. La tesis, “Interdiscursividad en tres períodos de la literatura argentina. Discurso positivista, discurso tecnológico y discurso jurídicoforense”, la llevó a repasar autores canónicos y ponerlos, cada vez, en relación con modos de lectura, pero también con la historia, donde lo colectivo y la primera persona podían encontrarse. Referir el higienismo positivista la llevó a Cesare Lombroso, “que cuando estuvo en Argentina, visitó la penitenciaría de Las Heras, de la que fue director José Ingenieros. Bueno, yo me acuerdo de esa cárcel”. En el trayecto de escribir su tesis, además de revisar la irrupción del radioteatro en la vida cotidiana y la literatura (“eso también lo viví yo”), se topó con el efecto de sus estudios en el mundo. Hace unos años, recordó, su hija Analía había sido invitada a exponer sobre desmanicomialización en un congreso profesional. “Yo le había comentado lo que estaba trabajando sobre El alienista, de Machado de Asís. Ella lo relacionó con la psiquiatría actual. Sorprendió a todos en ese congreso, y ayudó a un cambio en la ley de Río Negro”, contó, emocionada y sobria a la vez, mientras su nieta la alentaba palmeándole suavecito la espalda.
“El único propósito que me guía es que tengan un poco más en cuenta a la gente grande”, había dicho unos días antes. ¿Quiénes? “Todos.” A las personas mayores, muchas veces “las dejan de lado, son marginadas. Es gente que todavía es útil, que existe. Y también quiero que mi historia sirva de estímulo para otra gente grande: también pueden hacer cosas. Lo mismo la juventud. No es por arrogante, pero mi caso puede ser un impulso para que otros vean que pueden. Una persona potencialmente puede todo”.
El jurado, que había elogiado la tesis por su solidez teórica, el planteo de nuevos temas de investigación y la pasión de la escritura, se tomó un tiempo para deliberar. Al terminar, comunicó el dictamen a la interesada: 10 sobresaliente suma cum laude.
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