Victoria Rangugni y Gabriela Rodríguez se propusieron rastrear los modos en que algunos preconceptos y lugares comunes se fueron arraigando en la sociedad. El trabajo, además, posee una resonancia especial frente a los sucesos actuales en Europa.
Por Facundo García
Por Facundo García
A la inseguridad la hacemos entre todos es el libro que investigadores de la Universidad de Buenos Aires acaban de publicar para entender mejor un conflicto que ocupa el primer plano en los debates de la Argentina: pobreza y delito, ¿están esencialmente ligados? ¿Cómo y por qué se puede tener cara de chorro? Victoria Rangugni y Gabriela Rodríguez, dos de las académicas que encabezaron el proyecto junto a Juan Pegoraro, tienen mucho que decir al respecto, aunque aclaran que tal vez sea preciso deconstruir antes unos cuantos preconceptos que se han adherido al sentido común igual que hongos.
“Partimos de un problema: la muerte de jóvenes y adolescentes como efecto del uso del poder letal de las fuerzas de seguridad del Area Metropolitana entre 1996 y 2004”, sitúa Rangugni, que es magister en Sistema Penal y está haciendo el Doctorado en Ciencias Sociales. Desde el arranque, la propia UBA financió la construcción de una base de datos que se remontara por encima de la escasa información disponible. “No había cifras oficiales, pero contábamos con lo que sondeaban la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)”, cuentan las responsables. Desde esa matriz, la meta fue trascender teóricamente los límites de la denuncia.
Es que no sólo se mata, ni se mata a cualquiera. Para que una muerte sea asimilada colectivamente hace falta un tejido de ideas, “un telón de fondo”. Por ende, el equipo se dedicó a recabar las opiniones de los funcionarios judiciales, los medios de comunicación, los policías, las asociaciones de la sociedad civil y hasta el campo académico. Rodríguez –doctoranda en antropología en la UBA– remarca que se toparon con una red de prejuicios tan extendida como la gripe. “La muerte de algunos aparecía como el resultado necesario, o en el mejor de los casos como el ‘efecto colateral’ de la protección de la vida de otros: los vecinos, la comunidad u otros agregados que son valorados positivamente”, detalla.
Así, el “problema de la inseguridad” dejó de ser una obviedad para revelarse como el ámbito donde violencias múltiples eran representadas, naturalizadas o impugnadas. “Nosotros llamamos a ese ‘escenario’ la condición de posibilidad de esas muertes”, amplían las especialistas. ¿Y cómo se llamaba la obra que se representaba sobre aquel escenario? Guarda con el negro, quizá: un telón ideológico hacía que tanto los guardianes de la “mano dura” como los defensores de los derechos humanos recurrieran a metáforas y mapas mentales similares. Pero la pesquisa demostró que la inseguridad no era algo que “estaba allí” para que el experto respondiera con propuestas técnicas. Era, ante todo, un entrecruzamiento de símbolos nada inocentes. Una máquina significante que picaba la carne de miles de pibes.
Y no se trata de un fenómeno que se dé solamente acá. En el plano internacional los últimos días han sido iluminadores. Mientras los gobiernos de las potencias diseñan ajustes y se deshacen de cuanto pueden con tal de salvar a los banqueros, los canales de noticias –incluyendo a la Sarlo-friendly cadena BBC– se regodearon más de una vez en una interpretación superficial de los saqueos que llevan a cabo quienes menos tienen. Lo puso en evidencia la memorable intervención del escritor Darcus Howe, que denunció en una entrevista en vivo la visión conservadora de la prensa y la operación de situar a los pobres como los responsables del caos, cuando los crímenes más enormes se cometen a puerta cerrada. Para zafar, los presentadores saludaron rápidamente y pasaron a otro asunto; sin embargo, el video se convirtió en uno de los más vistos de la semana en YouTube. (http://www.youtube.com/watch?v=_6B4NMp0TKk)
Aquí Rangugni introduce una salvedad importante. “Muchas veces se afirma que son los medios los que ‘inventan’ el problema de la inseguridad. Nosotras quisimos hacernos cargo de que los ‘expertos’ también tenemos responsabilidad en los modos en que un problema se define y, por lo tanto, en las ‘respuestas’ que se proponen. Esto que hoy se discute sobre los medios es preciso revisarlo en el campo académico, también. Allí tampoco está la ‘Verdad’. Delimitaciones, demandas y propuestas de resolución pueden diferir, aunque se asientan sobre una misma construcción”, señala.
Se puede afinar todavía más la mirada. Porque “armar” el panorama de la inseguridad no es –como podría arriesgarse desde la ingenuidad política– potestad única de la derecha. Un sector del pensamiento progre “comparte en gran medida este núcleo duro de significaciones: la cuestión aparece ligada a los delitos de menor cuantía, callejeros o de poca monta que se producen en el espacio público; la pobreza y la carencia aparecen como su causa y explicación y los jóvenes de origen popular, como sus principales protagonistas”, subraya Rodríguez. La labor que las entrevistadas concretaron junto a Mariana Galvani, Karina Mouzo, Natalia Ortiz Maldonado, Celina Recepter, Alina Lis Ríos y Gabriela Seghezzo abre la posibilidad de preguntarse cuáles “seguridades” son las fundamentales y hasta qué punto es ético defenderlas. Rangugni completa: “No poner en cuestión este eje delito/pobreza/jóvenes tiene implicancias en cuanto a qué tipo de intervenciones se habilitan. Por otro lado, deja en las sombras los delitos de aquellos que no son pobres ni jóvenes”.
“Partimos de un problema: la muerte de jóvenes y adolescentes como efecto del uso del poder letal de las fuerzas de seguridad del Area Metropolitana entre 1996 y 2004”, sitúa Rangugni, que es magister en Sistema Penal y está haciendo el Doctorado en Ciencias Sociales. Desde el arranque, la propia UBA financió la construcción de una base de datos que se remontara por encima de la escasa información disponible. “No había cifras oficiales, pero contábamos con lo que sondeaban la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)”, cuentan las responsables. Desde esa matriz, la meta fue trascender teóricamente los límites de la denuncia.
Es que no sólo se mata, ni se mata a cualquiera. Para que una muerte sea asimilada colectivamente hace falta un tejido de ideas, “un telón de fondo”. Por ende, el equipo se dedicó a recabar las opiniones de los funcionarios judiciales, los medios de comunicación, los policías, las asociaciones de la sociedad civil y hasta el campo académico. Rodríguez –doctoranda en antropología en la UBA– remarca que se toparon con una red de prejuicios tan extendida como la gripe. “La muerte de algunos aparecía como el resultado necesario, o en el mejor de los casos como el ‘efecto colateral’ de la protección de la vida de otros: los vecinos, la comunidad u otros agregados que son valorados positivamente”, detalla.
Así, el “problema de la inseguridad” dejó de ser una obviedad para revelarse como el ámbito donde violencias múltiples eran representadas, naturalizadas o impugnadas. “Nosotros llamamos a ese ‘escenario’ la condición de posibilidad de esas muertes”, amplían las especialistas. ¿Y cómo se llamaba la obra que se representaba sobre aquel escenario? Guarda con el negro, quizá: un telón ideológico hacía que tanto los guardianes de la “mano dura” como los defensores de los derechos humanos recurrieran a metáforas y mapas mentales similares. Pero la pesquisa demostró que la inseguridad no era algo que “estaba allí” para que el experto respondiera con propuestas técnicas. Era, ante todo, un entrecruzamiento de símbolos nada inocentes. Una máquina significante que picaba la carne de miles de pibes.
Y no se trata de un fenómeno que se dé solamente acá. En el plano internacional los últimos días han sido iluminadores. Mientras los gobiernos de las potencias diseñan ajustes y se deshacen de cuanto pueden con tal de salvar a los banqueros, los canales de noticias –incluyendo a la Sarlo-friendly cadena BBC– se regodearon más de una vez en una interpretación superficial de los saqueos que llevan a cabo quienes menos tienen. Lo puso en evidencia la memorable intervención del escritor Darcus Howe, que denunció en una entrevista en vivo la visión conservadora de la prensa y la operación de situar a los pobres como los responsables del caos, cuando los crímenes más enormes se cometen a puerta cerrada. Para zafar, los presentadores saludaron rápidamente y pasaron a otro asunto; sin embargo, el video se convirtió en uno de los más vistos de la semana en YouTube. (http://www.youtube.com/watch?v=_6B4NMp0TKk)
Aquí Rangugni introduce una salvedad importante. “Muchas veces se afirma que son los medios los que ‘inventan’ el problema de la inseguridad. Nosotras quisimos hacernos cargo de que los ‘expertos’ también tenemos responsabilidad en los modos en que un problema se define y, por lo tanto, en las ‘respuestas’ que se proponen. Esto que hoy se discute sobre los medios es preciso revisarlo en el campo académico, también. Allí tampoco está la ‘Verdad’. Delimitaciones, demandas y propuestas de resolución pueden diferir, aunque se asientan sobre una misma construcción”, señala.
Se puede afinar todavía más la mirada. Porque “armar” el panorama de la inseguridad no es –como podría arriesgarse desde la ingenuidad política– potestad única de la derecha. Un sector del pensamiento progre “comparte en gran medida este núcleo duro de significaciones: la cuestión aparece ligada a los delitos de menor cuantía, callejeros o de poca monta que se producen en el espacio público; la pobreza y la carencia aparecen como su causa y explicación y los jóvenes de origen popular, como sus principales protagonistas”, subraya Rodríguez. La labor que las entrevistadas concretaron junto a Mariana Galvani, Karina Mouzo, Natalia Ortiz Maldonado, Celina Recepter, Alina Lis Ríos y Gabriela Seghezzo abre la posibilidad de preguntarse cuáles “seguridades” son las fundamentales y hasta qué punto es ético defenderlas. Rangugni completa: “No poner en cuestión este eje delito/pobreza/jóvenes tiene implicancias en cuanto a qué tipo de intervenciones se habilitan. Por otro lado, deja en las sombras los delitos de aquellos que no son pobres ni jóvenes”.
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