La periodista Alejandra Vignollés desmonta la versión “oficial” que acusó de traidor al desaparecido ex militante montonero. Vignollés analiza el interior de la propia organización guerrillera y recoge testimonios que permiten reconstruir el marco político de los años ’70.
Por Ana Bianco
Por Ana Bianco
Roberto “El Negro” Quieto fundó a fines de los ’60 las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y fue artífice de la fusión con Montoneros en 1973. Era en la práctica el número dos de la organización y el responsable militar a nivel nacional hasta el día de su desaparición, el 28 de diciembre, de 1975. Fue acusado de traidor, de “buchón”, como graficaban las pintadas de la época, aunque el libro de Alejandra Vignollés Doble condena. La verdadera historia de Roberto Quieto (Editorial Sudamericna) desarticula esa versión y analiza el interior del grupo guerrillero. Quieto era un cuadro político, con una sólida formación marxista por su paso por la Fede (Federación Juventud Comunista) durante su etapa universitaria. Era un abogado brillante, que fue becado por la Facultad de Derecho para estudiar en EE.UU. De ahí fue a Cuba y de regreso a la Argentina, fascinado con la revolución, rompió con el PC local y se inclinó por las posturas maoístas y guevaristas de mediados de los años ’60. El libro lo describe como un hombre atildado, de modales educados, muy querido por su compañeros, lúcido, pensante y un gran organizador. Y como un tipo que aun en la clandestinidad se permitía visitar a su mujer y a sus hijos.
Quieto fue uno de los protagonistas de la fuga de la cárcel de Trelew en 1972 y participó en los acontecimientos de la época: la llegada de Perón al país, la salida de los Montoneros de la Plaza y el pasaje de la organización a la clandestinidad. Y fue el mentor intelectual del secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born, una de las acciones más recordadas de Montoneros. Vignollés entrevista a la esposa de Quieto, Alicia Testai, a su hija, Paola y a compañeros de militancia como Beto Borro y Fernando Vaca Narvaja, entre otros. Testimonios que permiten reconstruir el marco político de los años ’70 y tener una visión crítica que no elude los errores cometidos. A estos temas se refirió la periodista Alejandra Vignollés en una charla con Página/12.
–¿Qué la motivó a escribir esta historia?
–Dar una nueva mirada sobre las organizaciones guerrilleras y rebatir la teoría de los dos demonios. Abordar el tema de manera más integral. Se elogia o critica el accionar de los militares y de la guerrilla, pero nunca nadie había mirado hacia adentro de las organizaciones guerrilleras. Quieto es quien mejor cuenta lo que pasaba en su interior. Es un personaje que permite contar varias historias de los Montoneros, que se caracterizaban por aplicar la crueldad con el disidente a través del código de justicia militar que castigaba al traidor con pena de muerte. Recordé que de chica lo había visto a Quieto en televisión, y de las pintadas en las paredes: Quieto traidor. Después de haber leído el libro –que en realidad es su tesis doctoral– del politólogo inglés Richard Gillespie, Soldados de Perón. Los Montoneros, en el que siembra dudas sobre la versión oficial de Montoneros y casi que lo defiende a Quieto, empecé a investigar. Al ser Quieto el jefe militar, salí a buscar a un “fierrero” y me encontré con un político que tenía disidencias con el camino que estaba tomando la organización.
–¿Cuáles son las razones de la fusión de FAR y Montoneros?
–Responde al voluntarismo de la época. Desde un punto de vista lógico nunca hubiera podido juntarse gente que provenía de la Acción Católica con marxistas como Quieto. Según Roberto Perdía, en sus orígenes los Montoneros se definían como socialistas y usaban como metodología la lucha armada, aun reconociendo su origen católico. Durante la disputa entre la escuela libre y laica, Perdía estaba por la libre y Quieto por la laica. Hasta en eso tenían diferencias. Quieto tenía formación marxista, intelectualmente era brillante y no se entiende por qué terminó al lado de Firmenich. Una explicación es el contexto político en que estaban inmersos. Fue la reacción hacia los militares lo que los fusionó, pero no se entiende por qué atacaron a un gobierno elegido democráticamente. Esto contradice las enseñanzas del Che, que decía que no había que esperar que se dieran todas las condiciones para formar el foco guerrillero, pero que no se debía actuar en contra de un gobierno democrático. Los Montoneros se distanciaron de Perón y hasta le tiraron un cadáver: Rucci. Una equivocación política detrás de otra, que Quieto empezó a ver cuando pasaron a la clandestinidad en 1974 y le planteó a la conducción nacional dejar las armas. Quedó aislado y terminó ganando la línea militarista.
–¿Las acciones más importantes de los Montoneros fueron pensadas por Roberto Quieto?
–Era reconocido como un gran organizador de operaciones armadas. Brillante, inteligentísimo, las preparaba desde el principio hasta el fin. En alguna de ellas estuvo presente en el escenario de operaciones, como en el secuestro de los Born. Quieto dirigió también la operación de inteligencia de Rucci. Era el nexo entre Carlos “El Carlón” Pereira Rossi, a cargo de la operación armada y la conducción nacional. Las FAR tenían entre sus características la de evitar la muerte de civiles y por eso lo de Rucci se suspendió varias veces. Las que fueron dirigidas por Montoneros dejaron un tendal de muertos. Con esto no digo que Montoneros no tuviera buenos cuadros militares. Pero en las acciones importantes de Montoneros siempre intervino algún cuadro de la FAR o fueron dirigidas por Quieto.
–¿A qué se debe el ensañamiento contra Roberto Quieto?
–A la mala relación que Quieto tenía con Firmenich. Aunque Quieto no se llevaba mal con nadie. Era sumamente educado y atildado. Algún amigo me ha contado que se lustraba los zapatos dos veces por día. Era un doctor, vestido siempre con saco y corbata y llevaba un portafolio. Si uno pregunta sobre Firmenich las opiniones son diametralmente opuestas. Los modales no eran los de una persona educada, tenía una cerrazón intelectual impresionante comparada con la apertura intelectual de Quieto. Eran diametralmente opuestos en lo personal y tampoco coincidían en lo político. Quieto era diez años mayor y desde muy joven tenía una trayectoria política de la que Firmenich carecía. En la familia de Quieto se hablaba todos los días de política, la más politizada era la madre. Quién mejor que una madre para influir sobre cuatro hijos varones. Su madre era una mujer de ideas de avanzada, profesora de Física y Matemáticas, como intelectual estaba más allá de los cánones de la época. Los hermanos de Quieto militaban todos. El mayor es José Luis, seguía Osvaldo, “Vasco”, ya fallecido, el tercero era Roberto Quieto y el cuarto Carlos, que era el más chico y está también desaparecido.
–¿Cómo encaró la investigación para el libro?
–Roberto Baschetti es una referencia insoslayable para los que queremos investigar. Su obra es como La Biblia de los años ’60 y ’70. Me respaldé para la investigación en la causa judicial del juez Rafael Rafecas sobre el Primer Cuerpo de Ejército, que tenía bajo su jurisdicción a Coordinación Federal. Le conté a Rafecas lo que estaba investigando y me informó que aparecía un Quieto en el expediente. Ahí consta que Carlos Quieto, hermano de Roberto, estuvo detenido en Coordinación en el mismo período que María Elpidia Martínez Agüero, esposa de Firmenich. A Carlos lo torturaron salvajemente y a ella ni la tocaron. El fue trasladado y lo mataron y ella fue legalizada en su detención, y tuvo un hijo que fue entregado a su abuela. A ella la mandaron a Córdoba para su recuperación y después le dieron el pasaporte para que saliera del país. Tuvo un trato muy diferente del que recibió Carlos Quieto. La versión oficial sobre Roberto Quieto es la de Firmenich, instalada desde hace más de 30 años, según la cual Quieto, una vez secuestrado por los militares, había dado información al enemigo, delatando bajo torturas. En un juicio revolucionario en ausencia Montoneros lo castigó también por sus conductas individuales y por su mala relación de pareja. En esos años era común que las organizaciones se metieran con la vida privada de los militantes. Y lo condenaron a muerte. Pero para Quieto no era incompatible el amor con la lucha armada ni con el compromiso político. Sin embargo, en la sentencia del juicio dijeron de la mala relación que tenía con su mujer, Alicia, quien no quería integrar la organización y que tampoco podía garantizar no dar información en caso de ser torturada, porque temía por sus hijos y no le gustaba la violencia. Quieto estaba partido en dos: amaba la política y amaba a sus hijos. Cayó tres veces preso, dos de las cuales por ir a ver a su hijos...
–¿Piensa seguir investigando sobre la década del ’70?
–Quiero escribir sobre las disidencias políticas entre FAR y Montoneros y en ese contexto Carlos Olmedo fue fundamental. Deseo entrevistar a gente que haya integrado las dos organizaciones y pueda explicar la convivencia entre ellos. Para mí la fusión fue un acuerdo de cúpulas, más que una integración real y concreta en las bases, en el trabajo diario. Hubo lugares en que se logró, como la Columna Norte, que funcionaba bien. De las FAR no hay casi nada escrito; de Descamisados, tampoco. Tal vez algún día pueda escribir también sobre Envar El Kadri, de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), que les dieron protección a los Montoneros después de la toma de la Calera en Córdoba en 1970.
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Quieto fue uno de los protagonistas de la fuga de la cárcel de Trelew en 1972 y participó en los acontecimientos de la época: la llegada de Perón al país, la salida de los Montoneros de la Plaza y el pasaje de la organización a la clandestinidad. Y fue el mentor intelectual del secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born, una de las acciones más recordadas de Montoneros. Vignollés entrevista a la esposa de Quieto, Alicia Testai, a su hija, Paola y a compañeros de militancia como Beto Borro y Fernando Vaca Narvaja, entre otros. Testimonios que permiten reconstruir el marco político de los años ’70 y tener una visión crítica que no elude los errores cometidos. A estos temas se refirió la periodista Alejandra Vignollés en una charla con Página/12.
–¿Qué la motivó a escribir esta historia?
–Dar una nueva mirada sobre las organizaciones guerrilleras y rebatir la teoría de los dos demonios. Abordar el tema de manera más integral. Se elogia o critica el accionar de los militares y de la guerrilla, pero nunca nadie había mirado hacia adentro de las organizaciones guerrilleras. Quieto es quien mejor cuenta lo que pasaba en su interior. Es un personaje que permite contar varias historias de los Montoneros, que se caracterizaban por aplicar la crueldad con el disidente a través del código de justicia militar que castigaba al traidor con pena de muerte. Recordé que de chica lo había visto a Quieto en televisión, y de las pintadas en las paredes: Quieto traidor. Después de haber leído el libro –que en realidad es su tesis doctoral– del politólogo inglés Richard Gillespie, Soldados de Perón. Los Montoneros, en el que siembra dudas sobre la versión oficial de Montoneros y casi que lo defiende a Quieto, empecé a investigar. Al ser Quieto el jefe militar, salí a buscar a un “fierrero” y me encontré con un político que tenía disidencias con el camino que estaba tomando la organización.
–¿Cuáles son las razones de la fusión de FAR y Montoneros?
–Responde al voluntarismo de la época. Desde un punto de vista lógico nunca hubiera podido juntarse gente que provenía de la Acción Católica con marxistas como Quieto. Según Roberto Perdía, en sus orígenes los Montoneros se definían como socialistas y usaban como metodología la lucha armada, aun reconociendo su origen católico. Durante la disputa entre la escuela libre y laica, Perdía estaba por la libre y Quieto por la laica. Hasta en eso tenían diferencias. Quieto tenía formación marxista, intelectualmente era brillante y no se entiende por qué terminó al lado de Firmenich. Una explicación es el contexto político en que estaban inmersos. Fue la reacción hacia los militares lo que los fusionó, pero no se entiende por qué atacaron a un gobierno elegido democráticamente. Esto contradice las enseñanzas del Che, que decía que no había que esperar que se dieran todas las condiciones para formar el foco guerrillero, pero que no se debía actuar en contra de un gobierno democrático. Los Montoneros se distanciaron de Perón y hasta le tiraron un cadáver: Rucci. Una equivocación política detrás de otra, que Quieto empezó a ver cuando pasaron a la clandestinidad en 1974 y le planteó a la conducción nacional dejar las armas. Quedó aislado y terminó ganando la línea militarista.
–¿Las acciones más importantes de los Montoneros fueron pensadas por Roberto Quieto?
–Era reconocido como un gran organizador de operaciones armadas. Brillante, inteligentísimo, las preparaba desde el principio hasta el fin. En alguna de ellas estuvo presente en el escenario de operaciones, como en el secuestro de los Born. Quieto dirigió también la operación de inteligencia de Rucci. Era el nexo entre Carlos “El Carlón” Pereira Rossi, a cargo de la operación armada y la conducción nacional. Las FAR tenían entre sus características la de evitar la muerte de civiles y por eso lo de Rucci se suspendió varias veces. Las que fueron dirigidas por Montoneros dejaron un tendal de muertos. Con esto no digo que Montoneros no tuviera buenos cuadros militares. Pero en las acciones importantes de Montoneros siempre intervino algún cuadro de la FAR o fueron dirigidas por Quieto.
–¿A qué se debe el ensañamiento contra Roberto Quieto?
–A la mala relación que Quieto tenía con Firmenich. Aunque Quieto no se llevaba mal con nadie. Era sumamente educado y atildado. Algún amigo me ha contado que se lustraba los zapatos dos veces por día. Era un doctor, vestido siempre con saco y corbata y llevaba un portafolio. Si uno pregunta sobre Firmenich las opiniones son diametralmente opuestas. Los modales no eran los de una persona educada, tenía una cerrazón intelectual impresionante comparada con la apertura intelectual de Quieto. Eran diametralmente opuestos en lo personal y tampoco coincidían en lo político. Quieto era diez años mayor y desde muy joven tenía una trayectoria política de la que Firmenich carecía. En la familia de Quieto se hablaba todos los días de política, la más politizada era la madre. Quién mejor que una madre para influir sobre cuatro hijos varones. Su madre era una mujer de ideas de avanzada, profesora de Física y Matemáticas, como intelectual estaba más allá de los cánones de la época. Los hermanos de Quieto militaban todos. El mayor es José Luis, seguía Osvaldo, “Vasco”, ya fallecido, el tercero era Roberto Quieto y el cuarto Carlos, que era el más chico y está también desaparecido.
–¿Cómo encaró la investigación para el libro?
–Roberto Baschetti es una referencia insoslayable para los que queremos investigar. Su obra es como La Biblia de los años ’60 y ’70. Me respaldé para la investigación en la causa judicial del juez Rafael Rafecas sobre el Primer Cuerpo de Ejército, que tenía bajo su jurisdicción a Coordinación Federal. Le conté a Rafecas lo que estaba investigando y me informó que aparecía un Quieto en el expediente. Ahí consta que Carlos Quieto, hermano de Roberto, estuvo detenido en Coordinación en el mismo período que María Elpidia Martínez Agüero, esposa de Firmenich. A Carlos lo torturaron salvajemente y a ella ni la tocaron. El fue trasladado y lo mataron y ella fue legalizada en su detención, y tuvo un hijo que fue entregado a su abuela. A ella la mandaron a Córdoba para su recuperación y después le dieron el pasaporte para que saliera del país. Tuvo un trato muy diferente del que recibió Carlos Quieto. La versión oficial sobre Roberto Quieto es la de Firmenich, instalada desde hace más de 30 años, según la cual Quieto, una vez secuestrado por los militares, había dado información al enemigo, delatando bajo torturas. En un juicio revolucionario en ausencia Montoneros lo castigó también por sus conductas individuales y por su mala relación de pareja. En esos años era común que las organizaciones se metieran con la vida privada de los militantes. Y lo condenaron a muerte. Pero para Quieto no era incompatible el amor con la lucha armada ni con el compromiso político. Sin embargo, en la sentencia del juicio dijeron de la mala relación que tenía con su mujer, Alicia, quien no quería integrar la organización y que tampoco podía garantizar no dar información en caso de ser torturada, porque temía por sus hijos y no le gustaba la violencia. Quieto estaba partido en dos: amaba la política y amaba a sus hijos. Cayó tres veces preso, dos de las cuales por ir a ver a su hijos...
–¿Piensa seguir investigando sobre la década del ’70?
–Quiero escribir sobre las disidencias políticas entre FAR y Montoneros y en ese contexto Carlos Olmedo fue fundamental. Deseo entrevistar a gente que haya integrado las dos organizaciones y pueda explicar la convivencia entre ellos. Para mí la fusión fue un acuerdo de cúpulas, más que una integración real y concreta en las bases, en el trabajo diario. Hubo lugares en que se logró, como la Columna Norte, que funcionaba bien. De las FAR no hay casi nada escrito; de Descamisados, tampoco. Tal vez algún día pueda escribir también sobre Envar El Kadri, de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), que les dieron protección a los Montoneros después de la toma de la Calera en Córdoba en 1970.
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