jueves, 11 de agosto de 2011

ESPÍAN A PERÓN, ARREGLAN CON VIDELA



Documentos de la dictadura brasileña obtenidos por este diario aportan detalles inéditos del archivo que la presidenta Dilma quiere hacer público, pero los militares se resisten.


Por Darío Pignotti


“El ex presidente Juan Perón estuvo en la mira de los servicios de Inteligencia brasileños, eso es casi un hecho, participé en reuniones con él, se presentía que nos vigilaban, si se abren los archivos de la dictadura, como quiere la presidenta Dilma, habría más pruebas de eso.”
Lo afirma João Vicente Goulart, hijo del ex mandatario Joao Melchior Goulart, Jango, amigo del general argentino por más de dos décadas.
Transcurridos 47 años del derrocamiento de Jango y 38 de sus últimos encuentros con Perón, probablemente espiados por agentes brasileños, “es hora de terminar con este largo silencio, todavía vivimos de espaldas a la historia de los ‘70, debido a las presiones de grupos ligados al terrorismo de Estado”, lamenta João Vicente.
Dilma Rousseff parece compartir esa preocupación y la semana pasada instruyó a sus ministros, en particular a la titular de Derechos Humanos, Maria do Rosario Nunes, para que persuadan al Congreso de aprobar de inmediato el proyecto sobre la Comisión de la Verdad, contra la que se insubordinaron los jefes de las fuerzas armadas en diciembre de 2009.
“Un día estando en un hotel de Madrid con papá, atiendo el teléfono y alguien me dice: ‘Quiero hablar con Janguito, dígale que soy el general Juan Perón’. Yo no podía creerlo, pero era verdad, Perón estaba del otro lado de la línea para convidar a Jango a charlar en la residencia de Puerta de Hierro, creo que era a principio del ’73”, cuenta Goulart a Página/12.
“En una ocasión se habló de la posibilidad de hacer un acuerdo, mi padre (estanciero) vendería carnes en el marco de un plan trienal que iba a implementar el gobierno peronista, pero eso fracasó por influencias del brujo”, menciona Goulart, aludiendo al mote con que era conocido José López Rega. “Hubo más reuniones con Perón, otra se hizo en Buenos Aires, recuerdo que algunas personas nos decían que los servicios estaban rondando por allí.”
Documentos del régimen brasileño obtenidos por este diario corroboran las sospechas de Goulart. “La conversación (Perón-Goulart) giró en torno de la situación brasileña y sobre las ideas de Juan Perón para la creación de un amplio movimiento latinoamericano de liberación cuyo epicentro se localizaría en Argentina”, dice un despacho de marzo de 1973, rotulado como “secreto” y en cuyo margen izquierdo se lee la sigla CIEX, Centro de Informaciones del Exterior, organismo dependiente de la Cancillería brasileña.
“Era lógico que la dictadura quisiera seguirle los pasos a Perón, él le propuso a mi padre radicarse en Argentina, desde donde iba a tener una plataforma para organizar su regreso a Brasil y forzar la apertura democrática, que los militares querían atrasar”, sostiene Goulart.
No todos los miembros del Servicio Exterior integraban el CIEX, donde sólo se admitía a quienes hacían del anticomunismo una profesión de fe. Su creador fue el diplomático Pio Correa, uno de los primeros embajadores que representaron a la dictadura en Buenos Aires, y a quien algunos investigadores sindican como doble agente, por sus vínculos con la CIA.
Además de buscar exiliados brasileños, algunos de los cuales luego serían secuestrados en Argentina y asesinados en Brasil, el CIEX también habría seguido los pasos de líderes extranjeros antipáticos al proyecto de poder regional de la Revolución Brasileña, implantada el 31 de marzo de 1964.
Perón era tipificado como un “cómplice” de Goulart y del “comunismo-brizolista (Leonel Brizola, dirigente nacionalista y cuñado de Goulart)” según palabras del general y superministro de la dictadura Golbery do Couto e Silva, otro que cargaba con el mote de “brujo”.
Dicen que a Golbery, considerado el intelectual de más brillo del régimen que imperó entre 1964 y 1985, se le erizaba la piel de sólo oír el nombre del fundado del movimiento justicialista.
Algo parecido ocurría con el dictador Ernesto Geisel, quien se refería al argentino como la “Momia” y lo excluyó de su ceremonia de asunción, a comienzos de 1974, donde sí estuvieron el chileno Augusto Pinochet, el boliviano Hugo Banzer y el uruguayo Juan María Bordaberry.
Geisel inició un período de cambios en la política externa conocido como del “pragmatismo responsable”, caracterizado por la apertura de relaciones con países del Tercer Mundo y menor alineamiento con Estados Unidos.
Ese giro no implicaba el fin de la estrategia de contención al comunismo y otra de las marcas de su política externa fue la intensa, a veces contradictoria, relación con el secretario de Estado Henry Kissinger.
Ningún canciller tuvo más sintonía con Kissinger que Francisco Azeredo da Silveira, quien se desempeñó en el cargo durante el quinquenio de Geisel.
Antes de ello Azeredo comandó la embajada en Argentina, “donde fue un pionero del terrorismo de Estado regionalizado porque en 1970 fue el responsable del secuestro en Buenos Aires y traslado ilegal a Brasil del coronel
Jefferson Cardin, un militar nacionalista y brizolista, que fue mi compañero en la cárcel de Río”, dice Jarbas Silva Marques, prisonero político entre 1967 y 1977.
“Jefferson Cardin me dijo en la cárcel de Río que Azeredo da Silveira siendo canciller sabía todo sobre Argentina, seguro que él sabía de ese posible espionaje sobre Perón y mandaba a la Embajada a colaborar con los golpistas.”
“Esta es una historia pesada, estamos hablando del jefe de la diplomacia entre 1974 y 1979. De una política de Estado. Hasta hoy hay gente queriendo esconder esa historia debajo de la alfombra, hay mucha presión, vemos al presidente del Senado José Sarney haciendo lobby a favor de los militares para impedir que Dilma abra los archivos”, aseguró a Página/12 Silva Marques.
Es imposible hacer una reconstrucción acabada de todos los movimientos de la diplomacia brasileña y sus pactos con los sediciosos argentinos, debido a la falta de documentación suficiente.
De la lectura de centenas de papeles en poder de este diario surge que eran frecuentes los contactos, y la afinidad, con quienes perpetrarían el golpe de 1976 y aprobaban la guerra sucia ya lanzada por entonces contra la “subversión”.
El telegrama “secreto” enviado por la Embajada brasileña el 3 de setiembre de 1975 da cuenta de una “larga conversación” con los “comandantes Jorge Videla y Eduardo Massera”, quienes expresaron su interés en “estimular por todos los medios el acercamiento de las Fuerzas Armadas” de ambos países.
En otro mensaje “confidencial”, del 19 de febrero de 1975, se habla sin eufemismos sobre la coordinación represiva.
La nota relata un encuentro oficial de diplomáticos brasileños con el ministro de Defensa argentino Adolfo Savino, cuando se trató con “total franqueza sobre la necesidad de un profundo entendimiento de nuestros países frente a los enemigos comunes de la subversión”.
Durante su diálogo con Página/12, João Goulart hijo y Jarbas Silva Marques lamentan el “atraso” histórico de Brasil frente a la Argentina, Chile y Uruguay, donde “hubo un arreglo de cuentas con la historia y la verdad”, pero estiman que esa situación podrá revertirse.
Ellos, así como varios organismos de derechos humanos, confían en el compromiso con la verdad asumido por Rousseff, víctima de prisión y torturas durante el régimen, así como de la presión internacional, y citan el ejemplo del fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que condenó al Estado brasileño por desentenderse de los delitos de la dictadura.
Facsímiles de un cable del encuentro Perón-Goulart y otro sobre la coordinación de las dictaduras.
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