A los 61, el bajista y cantante Alejandro Medina acaba de publicar Yo soy, un disco de composiciones propias, que presentará en septiembre en La Perla de Once. Y dice que mientras lo grababa extrañó a Pappo, con quien formó Aeroblus en plena dictadura.
Por Cristian Vitale
Por Cristian Vitale
El fernet con Cinzano demora en el bar y Alejandro Medina, a las cuatro de la tarde, trata de poner en palabras el significado de Yo soy, su disco reciente. Primero le entra por algo que media entre lo surreal y lo bizarro: dice que es una evocación mántrica; que, cuando se lo practica, es como el grito del karateca. “Suponte, porque yo no soy karateca. Tampoco soy violento... Soy bio rápido, más fuerte que una bala, más fuerte que una locomotora”, lanza y una gruesa carcajada viaja por el aire. Su cuerpo tipo ropero, la voz entre grave y cascada que le sale cuando habla y cuando canta sus blues, lo poderoso de su música y una actitud decidida ante la vida dan con el perfil. Pero también hay una cosmovisión del Yo soy. No es tanguera. No es del tipo “yo soy aquel gil que te espera en la esquina y vos nunca llegás”, vocea. Ni del otro onda “yo soy el más capo de todos, boludo, ¿qué te pasa?”.
–¿Qué es Yo soy, entonces? ¿Quién es Alejandro Medina?
–Es la última inspiración para respirar y, en esa respiración última, pedir algo: seguir respirando. En ese momento llegaste a tu integridad, a tu microcosmos, y por ahí entrás al macrocosmos y de ahí a la unidad. Porque todos somos fragmentos de una gran unidad. ¿Se imagina si todas las unidades nos juntáramos? Las sillas, las mesas, nosotros, las casas... ¿Qué sería? Una bola de piedra con un poco de hidrato de carbono, aminoácidos, agua y sol. Sería otro planeta: la vida. Porque la vida es eso: polvo cósmico. Por eso el Yo soy es como la respiración última antes de partir.
La segunda pregunta, la no contestada, tiene una respuesta más vivencial que existencial. Alejandro Medina tiene 61 años. Es un bajista –tienta decir “el”– que le viene poniendo la espalda ancha al rock argentino desde hace más de cuarenta años. Un nigromante pesado, a veces lírico, y aceitoso del blues rock que empezó, algo más “fino”, tocando en Los Seasons de Carlos Mellino y circulando por los reductos hippies, beatniks y/o bohemios del segundo lustro de los ’60 (La Cueva, La Perla, El Moderno, el Di Tella). Que fundó el trío matriz del género en la Argentina (Manal), derivó en La Pesada del Rock and Roll (inolvidable su puesta en “La maldita máquina de matar” o “Tontos”), participó en los primeros discos de David Lebon, Sui Generis, Raúl Porchetto y Claudio Gabis; llegó al cenit de los decibeles lacerantes cuando se le unió a Pappo (Aeroblus), refundó Manal, con suerte escasa, en 1980 y atravesó cierto naufragio propio del quiebre de una época. “Fue una vuelta al under”, como alguna vez dijo en una entrevista con Página/12. Se trató de un largo período solista, mechado con efímeras experiencias grupales, que derivó en discos concisos, sólidos y coherentes con su sino: Hoy no es ayer (1994), De qué sirve la vida (2005) y el flamante Yo soy, que mostrará el sábado 3 de septiembre en el remozado bar La Perla (Rivadavia 2800). “Me dio un año y medio de trabajo el disco. Tuve que cambiar de estudio, y hubo muchos contratiempos que no viene al caso contar. Encima, una vez que lo terminé, lo tenía ahí y no sabía cómo editarlo. Me había gastado un montón de mosca y no me alcanzaba lo que laburaba para guardar plata y ponerla en la edición”, cuenta.
–Pero el disco salió.
–José Hernández dice que un amigo es como la sangre, viene a la herida sin que lo llamen, y ese amigo fue Litto Nebbia. Nos encontramos, le conté todo y me dijo “yo te lo saco”. Es un gaucho, Litto, un ser de luz, un tipo del reino musical que en 1965 hizo una versión de “Little Red Rooster” con Los Gatos Salvajes que nos dejó a todos alucinados.
Medina tuerce el cuello hacia la izquierda para que el pedido sea más contundente. Quiere otro fernet con Cinzano y lo exige “menos liviano”. El mozo viene directo con la botella y el líquido, negro como el petróleo, alcanza la mitad de un vaso de los largos. Le da un beso y no quiere putear. Dice que hace un mes no lo hace “ni para adentro ni para afuera”. Pero putea. “Me sacan esos pelotudos con traje y corbata, con carita de buenos, que dicen ‘hay que cambiar el país con mano dura’. ¿Por qué no se van a la puta que los parió y se dedican a pensar en la gente? Juegan a la fácil, siempre fue así esto... Por suerte ahora está Cristina, ¿no?”, lanza. Y revela una data personal: en 1977, época de Aeroblus, fue torturado por un grupo de tareas. “Yo, dentro de mi trabajo, me jugué la vida, los huevos. Me chuparon en el ’77 y me torturaron durante doce días. Pero me importa un carajo... Tuve la suerte de sobrevivir a eso y poder contarlo y decir que la experiencia fue muy buena porque me permitió ver la Caja de Pandora del ser humano abierta.”
–¿En qué sentido?
–El de ver salir todas las medusas y los bichos y sobrevivir a eso. Puedo contarlo hoy y decir “qué pena me da, loco”. Qué pena que me dan los necios, los chabones que están andando en auto con dinero nuestro, los de la derecha y algunos de la izquierda también. Esas experiencias valen mucho para afirmarte bien sobre tus piernas y saber cuándo decir “te amo”, “hola” o “chau”. Me sirvió mucho. Se lo tengo que agradecer a ese señor narigón de bigotes (Videla) y a toda esa manga de degenerados. Les tengo que agradecer que me hicieran pasar por la escuela del terror y los apruebo: fueron muy buenos maestros, me sacaron el miedo para siempre, porque ya no le temo a nada. Si viene un loco asesino, sólo hace falta que me mire a los ojos y le juro que mete la cola entre las patas. No sé por qué, pero eso pasa.
–¿Qué recuerda de la tortura?
–Mientras estaba estaqueado, desnudo, vendado y los tipos me daban submarino, electricidad y todos los chistes, yo pensaba: “Qué vergüenza si vieran esto Jesús, mi madre o un extraterrestre”. Realmente me daba vergüenza. Cuando me largaron veía la punta de un Falcon y temblaba, pero al mes me calmé.
–¿Por qué lo chuparon?
–No fue por política, fue por un maldito cabrón.
“Maldito Cabrón” se llama uno de los quince temas –todos propios– que pueblan Yo soy. “Se lo escribí un poco a los gringos que se están viniendo para acá para salvarse del desastre de allá. Es un modelo para un nefasto. ¡Sacate la careta, che! Musicalmente, el tema está medio exagerado, lo tendría que haber hecho más corto, pero me gustó el groove”, define. Entre los demás, compuestos en diferentes períodos, Medina dirá de “Yo qué sé” que la hizo en 1974, recién llegado de Río de Janeiro. “Estaba en el patio de casa y pasaba todo lo que digo: quemaban hojas secas y yo estaba sentado, tocando la guitarra e imaginando comprar pescados o entrando al morro.” De “Paraíso perdido” y “Los gringos”, que son más recientes y configuran una especie de compendio a lo Medina desde que llegó Colón hasta hoy, con un toque argentino: “Un simple quebrar al bajo en 2 por 4, un par de bandoneones...”.
–Y la introducción del Himno Nacional.
–Sí, porque quiero que este tema se escuche en toda América latina y que suene bien argentino. La segunda parte (“Se vienen los gringos”) es la actualidad. Pateando por el sur, por San Luis, Mendoza o Córdoba se ve que están los gringos por todos lados. Estos son los que vienen primero, después por ahí vienen con los acorazados y los portaaviones, después vendrán los chinos, porque esta región es como intocable, ¡es el fin del mundo! A veces parece que van a quedar pedacitos, pero mientras el hombre esté pagando el seguro del auto, tenga nafta y su amante no lo traicione, ¿qué importa? No les importa nada. Como decía García: “Apagá el televisor”. Hay que dejarse de joder y de mirar cartelitos, hay que dejar de arrastrarse por los medios.
–“Muchos desayunos y ningún Clarín”, también cantaba Charly en “Pequeñas delicias de la vida conyugal”.
–Claro, me gustaba esa canción, sí.
–Es de la época de “Gracias al cielo”, aquel tema de La Pesada que usted vuelve a hacer en este disco. ¿Qué quiso decir con esa letra tan breve, tan colgada?
–Es grass, hierba en inglés. Gracias al cielo la hierba no se sanciona, gracias a la tierra. En ese disco de La Pesada está también “La maldita máquina de matar”, uno de los solos de Pappo que más me gustó, tiene un lirismo de la puta madre. Cuando estaba grabando la nueva versión estaba haciendo todas las voces yo solo y me agarró un ataque de melancolía tremendo. Casi me pongo a llorar, porque no estaban Kubero, Pappo, Pinchevsky ni Billy Bond.
Las ausencias puntuales son la excepción. Pocos músicos de rock en Argentina pueden darse el gusto de contar, por ejemplo, con Charly García y Luis Alberto Spinetta en un mismo tema (teclado y guitarra en “Comprender”) y de sumar al elenco de invitados gente del “touch” y la historia de Oscar Giunta, el Negro Tordó, Patán Vidal, Carlos Cutaia, Juanjo Hermida, Roberto Petinatto o Ciro Fogliatta. “Me faltó Pappo, che, y estamos todos. Lo extraño mucho, porque hay que extrañar para no olvidar. Además, ¿cómo olvidarlo si formamos ese trío alucinante que fue Aeroblus, la primera banda pesada de verdad? Tocábamos eso en el ’76, entre botas y tiros.”
–Completamente nerviosos...
–Temazo ése, sí. Era una época brava. Tuvimos un primer baterista brasileño (Rolando Castello Juniors) que cuando vio todo el quilombo que había acá se volvió a Brasil. Nosotros seguimos tocando con Gonzalo Farrugia (ex baterista de Crucis) y también se fue. No sé, se lo llevaron las notas.
–¿Cómo eran los recitales de Aeroblus?
–Igual que todos en la época, custodiado por la Guardia de Infantería. Encima grabamos en la avenida Belgrano, a media cuadra del Departamento de Policía. Ahora me cago de risa, pero era duro.
–Después hubo un ratito de Pappo’s Blues, el Carpo se fue y reapareció Manal. Qué mal suena el disco en vivo de 1980...
–Una porquería, porque lo hicieron robado y ni siquiera me llamaron para mezclarlo. Pensaron que robando el disco iban a ganar más plata, los boludos. Pero lo maravilloso fue Manal Reunión, ese disco es bárbaro, pero no tiene nada que ver con la idiosincrasia de lo que se pasa por las radios hoy. Manal siempre tuvo esas cosas, al revés de Charly y Spinetta: nunca estuvimos en las multinacionales, estábamos en sellos independientes.
–Mandioca, la madre de los chicos...
–Uhhhh, me hizo acordar: tengo una reunión con Jorge Alvarez (creador del sello), que quiere generar algo hoy. Si me favorece, yo lo voy a favorecer, me gustaría volver a trabajar con él, porque el movimiento del rock argentino no alcanzaba sólo con Manal. Tuvo que intervenir Mandioca para que funcionara. Fue como la película Cadillacs Records, la de ese judío que venía desterrado y sufriendo como los negros, y fundó Chess, el sello grabador, y a cada músico le daba un Cadillac de regalía. Estaban Muddy Waters y Howlin Wolf, muy buena la peli, y Mandioca era algo así en menor escala, porque a Manal no le alcanzaba sólo la música. No nos podíamos hacer conocer si nos quedábamos en mi casa. Y encima había que luchar contra el tango, el folklore y la grasada del Club de Clan. No teníamos cabida hasta que llegó Mandioca.
–Y debutó Manal con “Qué pena me das” y “Para ser un hombre más”, el simple.
–Amo Manal y me gustaría hacer una vuelta, porque Manal es una entidad, es el grupo que abrió las puertas del rock argentino. Y no hay un solo Manal, como cree el baterista. No es así, porque así le va. Manal tendría que hacer una aparición para todas las generaciones que no nos vieron: abuelos, padres, hijos.
–Javier Martínez, el baterista, no quiere...
–Claro, pero yo haría una encuesta: ¿qué piensa la gente sobre esto? El dice que rehacer Manal arruinaría su carrera solista, pero, ¿la vuelta de Manal le arruinaría la carrera solista a Javier Martínez o no? Son cosas que me rompen las pelotas, porque Manal es una entidad y el chabón no puede estar peleado con el otro (Claudio Gabis) y decir, como una mariquita, “yo con él no toco porque arruina ‘Yo qué sé’”. Parecen dos viejos pelotudos de casi 70 años con pollerita y una varita para golpearse...
–Gabis vive en Zaragoza.
–Que estén en el Sahara o en Zaragoza no me importa: que se arreglen y se acabó el partido. Si no sabés cuánto te queda de vida... ¿Con todo lo que viviste no te das cuenta de qué tenés que hacer de bueno o malo? Dejate de joder, Javier.
–¿Usted sigue viviendo en Morón?
–Sí, tengo dos casas que dejaron mi padre y mi abuela. Son mis casas. Tengo una casita humilde, de 10 por 40, y me quedo ahí. Viajo por dentro. Mi casa no tiene rejas, está abierta para el que quiere entrar... Pagás al salir (risas). En esa casa nació, por ejemplo, “Laralú”, el tema que le hice a mi nieta. Fue en un momento en que sentía mucha revolución a mi alrededor, mucha guerra, y en realidad no había nada. Me puse a escribir esa canción como para tener paz y pensé en ella. Me fui al jardín de adelante de mi casa, porque tengo jardín, y escribí la parte del final: “Mándenme a Laralú...”.
–“El blues, el mate y mi perro” y “El lunes no perdona” se intuyen autobiográficos. ¿Cómo fueron las historias?
–Con el primero, me subí al subte en Independencia para bajar en Lavalle, el día anterior al 1º de mayo, y en el subte había pibes con banderas gritando consignas políticas y de repente siento un “Hey, Medina, cantate algo”. Les canté “El blues, el mate y mi perro”. Todos los tipos cantando el tema y dos yanquis que no entendían un carajo. Era muy fuerte la situación. Lo hice en una época como ahora, cuando fundieron los bancos europeos sin que repercutiera acá.
–Es un tema kirchnerista, entonces.
–Totalmente. Soy un kirchnerista total. ¿Qué voy a estar, con todos los falsos peronistas, si yo soy de Perón? Les guste o no les guste, Néstor y Cristina hicieron mucho por muchos. ¿Qué, voy a aplaudir a Macri? Me da vergüenza. No quiero volver a decir malas palabras, por favor.
–Le faltó hablar de “El lunes no perdona”.
–Es una historia así: venía de un fin de semana glorioso de sexo y lujuria. Me tomé el subte de las 8 de la mañana y estaba re bonito, feromónico, y tenía olor a sexo encima. Las minas se daban cuenta y los chabones también. Y los tipos, claro, me miraban con cara de 38. Es una pequeña película que termina cuando me bajo en Acoyte, voy mirando el piso de la escalera mecánica y veo unos talones, una sandalias, unas piernas peludas, una túnica blanca y paf: ¡un Hare Krishna! Nos quedamos hablando en la esquina de Acoyte y Rivadavia. Es un tema bonito para bailar el blues.
–Una letra visceral, como escribía Pappo, casi.
–Lo que dice mi compañera Lola, sí, mi ser visceral.
–El hecho de hacer temas suyos y ninguna versión, ¿tiene que ver con una autoafirmación del Yo soy?
–No, no tuve tiempo. Estuve seis meses para armar las bases, un año en un estudio del que me tuve que ir y me quedé en pelotas. Si existiera algún productor que quisiera que yo hiciera covers, me gustaría hacerlos, pero bajo una producción y no como éste, que lo hice a fuerza de laburo, guita y sangre. Hay gente que me dice “vos tendrías que tener una limusina, loco”. Tampoco la boludez, pero me rompí el culo toda la vida. ¿Por qué tengo que pasar cosas así?
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–¿Qué es Yo soy, entonces? ¿Quién es Alejandro Medina?
–Es la última inspiración para respirar y, en esa respiración última, pedir algo: seguir respirando. En ese momento llegaste a tu integridad, a tu microcosmos, y por ahí entrás al macrocosmos y de ahí a la unidad. Porque todos somos fragmentos de una gran unidad. ¿Se imagina si todas las unidades nos juntáramos? Las sillas, las mesas, nosotros, las casas... ¿Qué sería? Una bola de piedra con un poco de hidrato de carbono, aminoácidos, agua y sol. Sería otro planeta: la vida. Porque la vida es eso: polvo cósmico. Por eso el Yo soy es como la respiración última antes de partir.
La segunda pregunta, la no contestada, tiene una respuesta más vivencial que existencial. Alejandro Medina tiene 61 años. Es un bajista –tienta decir “el”– que le viene poniendo la espalda ancha al rock argentino desde hace más de cuarenta años. Un nigromante pesado, a veces lírico, y aceitoso del blues rock que empezó, algo más “fino”, tocando en Los Seasons de Carlos Mellino y circulando por los reductos hippies, beatniks y/o bohemios del segundo lustro de los ’60 (La Cueva, La Perla, El Moderno, el Di Tella). Que fundó el trío matriz del género en la Argentina (Manal), derivó en La Pesada del Rock and Roll (inolvidable su puesta en “La maldita máquina de matar” o “Tontos”), participó en los primeros discos de David Lebon, Sui Generis, Raúl Porchetto y Claudio Gabis; llegó al cenit de los decibeles lacerantes cuando se le unió a Pappo (Aeroblus), refundó Manal, con suerte escasa, en 1980 y atravesó cierto naufragio propio del quiebre de una época. “Fue una vuelta al under”, como alguna vez dijo en una entrevista con Página/12. Se trató de un largo período solista, mechado con efímeras experiencias grupales, que derivó en discos concisos, sólidos y coherentes con su sino: Hoy no es ayer (1994), De qué sirve la vida (2005) y el flamante Yo soy, que mostrará el sábado 3 de septiembre en el remozado bar La Perla (Rivadavia 2800). “Me dio un año y medio de trabajo el disco. Tuve que cambiar de estudio, y hubo muchos contratiempos que no viene al caso contar. Encima, una vez que lo terminé, lo tenía ahí y no sabía cómo editarlo. Me había gastado un montón de mosca y no me alcanzaba lo que laburaba para guardar plata y ponerla en la edición”, cuenta.
–Pero el disco salió.
–José Hernández dice que un amigo es como la sangre, viene a la herida sin que lo llamen, y ese amigo fue Litto Nebbia. Nos encontramos, le conté todo y me dijo “yo te lo saco”. Es un gaucho, Litto, un ser de luz, un tipo del reino musical que en 1965 hizo una versión de “Little Red Rooster” con Los Gatos Salvajes que nos dejó a todos alucinados.
Medina tuerce el cuello hacia la izquierda para que el pedido sea más contundente. Quiere otro fernet con Cinzano y lo exige “menos liviano”. El mozo viene directo con la botella y el líquido, negro como el petróleo, alcanza la mitad de un vaso de los largos. Le da un beso y no quiere putear. Dice que hace un mes no lo hace “ni para adentro ni para afuera”. Pero putea. “Me sacan esos pelotudos con traje y corbata, con carita de buenos, que dicen ‘hay que cambiar el país con mano dura’. ¿Por qué no se van a la puta que los parió y se dedican a pensar en la gente? Juegan a la fácil, siempre fue así esto... Por suerte ahora está Cristina, ¿no?”, lanza. Y revela una data personal: en 1977, época de Aeroblus, fue torturado por un grupo de tareas. “Yo, dentro de mi trabajo, me jugué la vida, los huevos. Me chuparon en el ’77 y me torturaron durante doce días. Pero me importa un carajo... Tuve la suerte de sobrevivir a eso y poder contarlo y decir que la experiencia fue muy buena porque me permitió ver la Caja de Pandora del ser humano abierta.”
–¿En qué sentido?
–El de ver salir todas las medusas y los bichos y sobrevivir a eso. Puedo contarlo hoy y decir “qué pena me da, loco”. Qué pena que me dan los necios, los chabones que están andando en auto con dinero nuestro, los de la derecha y algunos de la izquierda también. Esas experiencias valen mucho para afirmarte bien sobre tus piernas y saber cuándo decir “te amo”, “hola” o “chau”. Me sirvió mucho. Se lo tengo que agradecer a ese señor narigón de bigotes (Videla) y a toda esa manga de degenerados. Les tengo que agradecer que me hicieran pasar por la escuela del terror y los apruebo: fueron muy buenos maestros, me sacaron el miedo para siempre, porque ya no le temo a nada. Si viene un loco asesino, sólo hace falta que me mire a los ojos y le juro que mete la cola entre las patas. No sé por qué, pero eso pasa.
–¿Qué recuerda de la tortura?
–Mientras estaba estaqueado, desnudo, vendado y los tipos me daban submarino, electricidad y todos los chistes, yo pensaba: “Qué vergüenza si vieran esto Jesús, mi madre o un extraterrestre”. Realmente me daba vergüenza. Cuando me largaron veía la punta de un Falcon y temblaba, pero al mes me calmé.
–¿Por qué lo chuparon?
–No fue por política, fue por un maldito cabrón.
“Maldito Cabrón” se llama uno de los quince temas –todos propios– que pueblan Yo soy. “Se lo escribí un poco a los gringos que se están viniendo para acá para salvarse del desastre de allá. Es un modelo para un nefasto. ¡Sacate la careta, che! Musicalmente, el tema está medio exagerado, lo tendría que haber hecho más corto, pero me gustó el groove”, define. Entre los demás, compuestos en diferentes períodos, Medina dirá de “Yo qué sé” que la hizo en 1974, recién llegado de Río de Janeiro. “Estaba en el patio de casa y pasaba todo lo que digo: quemaban hojas secas y yo estaba sentado, tocando la guitarra e imaginando comprar pescados o entrando al morro.” De “Paraíso perdido” y “Los gringos”, que son más recientes y configuran una especie de compendio a lo Medina desde que llegó Colón hasta hoy, con un toque argentino: “Un simple quebrar al bajo en 2 por 4, un par de bandoneones...”.
–Y la introducción del Himno Nacional.
–Sí, porque quiero que este tema se escuche en toda América latina y que suene bien argentino. La segunda parte (“Se vienen los gringos”) es la actualidad. Pateando por el sur, por San Luis, Mendoza o Córdoba se ve que están los gringos por todos lados. Estos son los que vienen primero, después por ahí vienen con los acorazados y los portaaviones, después vendrán los chinos, porque esta región es como intocable, ¡es el fin del mundo! A veces parece que van a quedar pedacitos, pero mientras el hombre esté pagando el seguro del auto, tenga nafta y su amante no lo traicione, ¿qué importa? No les importa nada. Como decía García: “Apagá el televisor”. Hay que dejarse de joder y de mirar cartelitos, hay que dejar de arrastrarse por los medios.
–“Muchos desayunos y ningún Clarín”, también cantaba Charly en “Pequeñas delicias de la vida conyugal”.
–Claro, me gustaba esa canción, sí.
–Es de la época de “Gracias al cielo”, aquel tema de La Pesada que usted vuelve a hacer en este disco. ¿Qué quiso decir con esa letra tan breve, tan colgada?
–Es grass, hierba en inglés. Gracias al cielo la hierba no se sanciona, gracias a la tierra. En ese disco de La Pesada está también “La maldita máquina de matar”, uno de los solos de Pappo que más me gustó, tiene un lirismo de la puta madre. Cuando estaba grabando la nueva versión estaba haciendo todas las voces yo solo y me agarró un ataque de melancolía tremendo. Casi me pongo a llorar, porque no estaban Kubero, Pappo, Pinchevsky ni Billy Bond.
Las ausencias puntuales son la excepción. Pocos músicos de rock en Argentina pueden darse el gusto de contar, por ejemplo, con Charly García y Luis Alberto Spinetta en un mismo tema (teclado y guitarra en “Comprender”) y de sumar al elenco de invitados gente del “touch” y la historia de Oscar Giunta, el Negro Tordó, Patán Vidal, Carlos Cutaia, Juanjo Hermida, Roberto Petinatto o Ciro Fogliatta. “Me faltó Pappo, che, y estamos todos. Lo extraño mucho, porque hay que extrañar para no olvidar. Además, ¿cómo olvidarlo si formamos ese trío alucinante que fue Aeroblus, la primera banda pesada de verdad? Tocábamos eso en el ’76, entre botas y tiros.”
–Completamente nerviosos...
–Temazo ése, sí. Era una época brava. Tuvimos un primer baterista brasileño (Rolando Castello Juniors) que cuando vio todo el quilombo que había acá se volvió a Brasil. Nosotros seguimos tocando con Gonzalo Farrugia (ex baterista de Crucis) y también se fue. No sé, se lo llevaron las notas.
–¿Cómo eran los recitales de Aeroblus?
–Igual que todos en la época, custodiado por la Guardia de Infantería. Encima grabamos en la avenida Belgrano, a media cuadra del Departamento de Policía. Ahora me cago de risa, pero era duro.
–Después hubo un ratito de Pappo’s Blues, el Carpo se fue y reapareció Manal. Qué mal suena el disco en vivo de 1980...
–Una porquería, porque lo hicieron robado y ni siquiera me llamaron para mezclarlo. Pensaron que robando el disco iban a ganar más plata, los boludos. Pero lo maravilloso fue Manal Reunión, ese disco es bárbaro, pero no tiene nada que ver con la idiosincrasia de lo que se pasa por las radios hoy. Manal siempre tuvo esas cosas, al revés de Charly y Spinetta: nunca estuvimos en las multinacionales, estábamos en sellos independientes.
–Mandioca, la madre de los chicos...
–Uhhhh, me hizo acordar: tengo una reunión con Jorge Alvarez (creador del sello), que quiere generar algo hoy. Si me favorece, yo lo voy a favorecer, me gustaría volver a trabajar con él, porque el movimiento del rock argentino no alcanzaba sólo con Manal. Tuvo que intervenir Mandioca para que funcionara. Fue como la película Cadillacs Records, la de ese judío que venía desterrado y sufriendo como los negros, y fundó Chess, el sello grabador, y a cada músico le daba un Cadillac de regalía. Estaban Muddy Waters y Howlin Wolf, muy buena la peli, y Mandioca era algo así en menor escala, porque a Manal no le alcanzaba sólo la música. No nos podíamos hacer conocer si nos quedábamos en mi casa. Y encima había que luchar contra el tango, el folklore y la grasada del Club de Clan. No teníamos cabida hasta que llegó Mandioca.
–Y debutó Manal con “Qué pena me das” y “Para ser un hombre más”, el simple.
–Amo Manal y me gustaría hacer una vuelta, porque Manal es una entidad, es el grupo que abrió las puertas del rock argentino. Y no hay un solo Manal, como cree el baterista. No es así, porque así le va. Manal tendría que hacer una aparición para todas las generaciones que no nos vieron: abuelos, padres, hijos.
–Javier Martínez, el baterista, no quiere...
–Claro, pero yo haría una encuesta: ¿qué piensa la gente sobre esto? El dice que rehacer Manal arruinaría su carrera solista, pero, ¿la vuelta de Manal le arruinaría la carrera solista a Javier Martínez o no? Son cosas que me rompen las pelotas, porque Manal es una entidad y el chabón no puede estar peleado con el otro (Claudio Gabis) y decir, como una mariquita, “yo con él no toco porque arruina ‘Yo qué sé’”. Parecen dos viejos pelotudos de casi 70 años con pollerita y una varita para golpearse...
–Gabis vive en Zaragoza.
–Que estén en el Sahara o en Zaragoza no me importa: que se arreglen y se acabó el partido. Si no sabés cuánto te queda de vida... ¿Con todo lo que viviste no te das cuenta de qué tenés que hacer de bueno o malo? Dejate de joder, Javier.
–¿Usted sigue viviendo en Morón?
–Sí, tengo dos casas que dejaron mi padre y mi abuela. Son mis casas. Tengo una casita humilde, de 10 por 40, y me quedo ahí. Viajo por dentro. Mi casa no tiene rejas, está abierta para el que quiere entrar... Pagás al salir (risas). En esa casa nació, por ejemplo, “Laralú”, el tema que le hice a mi nieta. Fue en un momento en que sentía mucha revolución a mi alrededor, mucha guerra, y en realidad no había nada. Me puse a escribir esa canción como para tener paz y pensé en ella. Me fui al jardín de adelante de mi casa, porque tengo jardín, y escribí la parte del final: “Mándenme a Laralú...”.
–“El blues, el mate y mi perro” y “El lunes no perdona” se intuyen autobiográficos. ¿Cómo fueron las historias?
–Con el primero, me subí al subte en Independencia para bajar en Lavalle, el día anterior al 1º de mayo, y en el subte había pibes con banderas gritando consignas políticas y de repente siento un “Hey, Medina, cantate algo”. Les canté “El blues, el mate y mi perro”. Todos los tipos cantando el tema y dos yanquis que no entendían un carajo. Era muy fuerte la situación. Lo hice en una época como ahora, cuando fundieron los bancos europeos sin que repercutiera acá.
–Es un tema kirchnerista, entonces.
–Totalmente. Soy un kirchnerista total. ¿Qué voy a estar, con todos los falsos peronistas, si yo soy de Perón? Les guste o no les guste, Néstor y Cristina hicieron mucho por muchos. ¿Qué, voy a aplaudir a Macri? Me da vergüenza. No quiero volver a decir malas palabras, por favor.
–Le faltó hablar de “El lunes no perdona”.
–Es una historia así: venía de un fin de semana glorioso de sexo y lujuria. Me tomé el subte de las 8 de la mañana y estaba re bonito, feromónico, y tenía olor a sexo encima. Las minas se daban cuenta y los chabones también. Y los tipos, claro, me miraban con cara de 38. Es una pequeña película que termina cuando me bajo en Acoyte, voy mirando el piso de la escalera mecánica y veo unos talones, una sandalias, unas piernas peludas, una túnica blanca y paf: ¡un Hare Krishna! Nos quedamos hablando en la esquina de Acoyte y Rivadavia. Es un tema bonito para bailar el blues.
–Una letra visceral, como escribía Pappo, casi.
–Lo que dice mi compañera Lola, sí, mi ser visceral.
–El hecho de hacer temas suyos y ninguna versión, ¿tiene que ver con una autoafirmación del Yo soy?
–No, no tuve tiempo. Estuve seis meses para armar las bases, un año en un estudio del que me tuve que ir y me quedé en pelotas. Si existiera algún productor que quisiera que yo hiciera covers, me gustaría hacerlos, pero bajo una producción y no como éste, que lo hice a fuerza de laburo, guita y sangre. Hay gente que me dice “vos tendrías que tener una limusina, loco”. Tampoco la boludez, pero me rompí el culo toda la vida. ¿Por qué tengo que pasar cosas así?
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