jueves, 25 de agosto de 2011

"EL PRIMER MOTOR DEL ARTISTA SIEMPRE DEBE SER LA PASIÓN"



El cantante y guitarrista de Las Pelotas Germán Daffunchio repasa el exitoso presente de su banda, los golpes a los que ha sobrevivido, su vida en Córdoba y el modo de trabajo junto a sus compañeros.

Por Juan Ignacio Provéndola


“Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”, escribió el poeta sevillano Antonio Machado hace exactos 99 años, y Germán Daffunchio lo tomó como propio para definir de qué se trata una carrera en la que, básicamente, se dedicó a accionar y reaccionar, vivir y sobrevivir. “¿Cuántos boxeadores se quedaron en el camino porque los cagaron a trompadas en una mala noche?”, declama el último de los mohicanos de ese think tank lleno de corchazos llamado Las Pelotas. “Tuve la suerte de que todas las balas que me metieron no tocaron órganos vitales. Siempre vivimos así y somos sobrevivientes. Mi aspiración era que la guitarra me pudiera dar de comer a mí y a los que me necesitaban. Después, lo demás, fue todo luchar.” Es que fue así, y no de otro modo, que discurrió su existencia –y, por añadidura, la de la banda–: la muerte impensada pero esperada de Luca Prodan, la disgregación de Sumo, los primeros años de Las Pelotas entre cambios de músicos, gestiones independientes y algunos conflictos legales, el éxito arrasador de Esperando el milagro (2003), la crítica de quienes le cuestionaron haber provocado un hit de histerias con “Será”, la partida de Alejandro Sokol y el morbo de su casi simultánea muerte, el despertar del disco Despierta...
“Todo tiempo futuro es mejor” parece ser el axioma de esta pandilla dispersada en la inmensidad del país y reagrupada cada vez que los acontecimientos lo ameritan. La muestra de todo lo expuesto es su cita de esta noche en el microestadio Malvinas Argentinas, el compromiso de mayor convocatoria que el grupo hará durante todo el 2011 y que lo consagra como una pasión de multitudes impensada años atrás. “Nunca fuimos un grupo con la popularidad de Los Piojos o La Bersuit. A nuestra música y nuestra poesía no las entiende todo el mundo, sino alguna gente, y a muchos les parecemos gente rara”, apunta el autor de canciones como “La vaca y el bife”, “Chupa-chupa” y “No se me para”, pero también de “Muchos mitos”, “El cazador” y “Boca de pez”.
Las grandes conquistas populares le llegaron a Las Pelotas bien de grande, cuando ya arañaban el cumpleaños de 15 y, de repente, sus integrantes se encontraron que Esperando el milagro, su sexto disco, les permitía en 2003 hacer cinco Obras repletos y convertirse en un número venerado por la heterogénea platea festivalera. Hoy, aunque sin el aporte de Alejandro Sokol (un talento clave en aquella escalada frenética de la que pronto se cumplirá una década), el grupo ya anotó su nombre en la chapa y lo muestra, entre tantos cosas, en el reciente CD-DVD en vivo donde la formación vigente (salvo Tavo Kupinski, el ex Los Piojos que se había unido a la banda y falleció en un accidente automovilístico) da una pátina de bronce a sus creaciones de los ayeres lejanos y cercanos.
–¿Llegó a creer que tocar para multitudes era apenas una remota fantasía?
–No sé cómo será en otras partes del mundo. Quizás, a mi edad, estaría haciendo un reality show, mostrando todo lo estúpido que soy y cobrando fortunas por ello. Pero, en la Argentina, desde hace mucho tiempo que ser artista significa algo muy complejo. Ni hablar de ser músico, ¡doblemente complejo! Y no lo digo lloriqueando. Hay cosas dirigidas decididamente a lo masivo, y otras, a la gente. Aunque parecen lo mismo, hay una diferencia entre ambas. Seríamos necios si negásemos que soñábamos con llegar a multitudes desde nuestro primer disco, pero queríamos llegarles en buena ley, rompiéndoles la cabeza. Que todos gritasen “beeeeh”, como las ovejas del estribillo de “Corderos”. Esas cosas medio heroicas, épicas.
–Y medio Spinal Tap, también...
–¡Exactamente! Uno piensa que es épico, pero en realidad está en un declive súper Spinal Tap. Pero bueno, es una apuesta. Cuando sos masivo, todo es más fácil. Te esperan con alfombras rojas, todo el mundo está feliz y no hay problemas. Pero nunca fue nuestro caso. La consigna eterna era poder vivir de lo que hacíamos. No teníamos muchas más ambiciones que ésa.
–¿El dinero le resta dignidad a la obra de un artista?
–El primer motor para llevar adelante una obra como artista debería ser la pasión y no necesariamente estar enfocado todo el tiempo en hacerse rico. De haber sido ése el objetivo de mi vida, me hubiese dedicado a carreras más redituables, como las de economista, abogado, político o sindicalista. Para nosotros, es mucho más fantástico sentir que logramos vencer a las generaciones, tocando para padres con hijos, abuelos con nietos, tías solteras y niños. No somos un grupo que fue a un solo lado, ni una banda de semirricos de Barrio Norte o de la zona fabril de Quilmes. Apuntamos a todo el mundo, por afuera de la idea de que lo único que vale la pena es lo joven, lindo y firme y que todo lo que esté por fuera de eso es desechable. Las Pelotas nunca fuimos un grupo lindo, ni cantamos canciones para que las adolescentes se mojaran las bombachas, aunque circunstancialmente lo hayamos logrado sin proponérnoslo.
–¿Hay un sentimiento de culpa por haber progresado materialmente tras el inesperado éxito del disco Esperando el milagro?
–¿Progreso material? ¡Me gustaría que me lo mostraran! Suena como si fuésemos Ted Turner comprando empresas y haciendo negocios por millones de dólares. Pero nosotros no vivimos en el primer mundo, sino en la Argentina, donde nos enfrentamos a una sociedad subdesarrollada. No creo que sea sentimiento de culpa, pero siempre que puedo trato de remarcar algunas cuestiones. Los pibes que quieren ser músicos, cuando empiezan, tienen esa cosa quijotesca de querer cambiar el mundo, pero después se someten a cuestionamientos del tipo “ah, vos te vendiste”. ¿Qué tiene de malo que te escuche cada vez más gente? Mejor que eso suceda si, al fin y al cabo, lo que uno busca es poder vivir de lo que hace.
–¿No hay un punto en el que sienta que hizo concesiones?
–El ser humano es, esencialmente, hijo de puta. Por ese motivo, el mundo está lleno de ellos. Pero eso no significa que vos debas serlo y, por cierto, yo no me considero tal. Hablo de ser consecuente con los principios que uno tiene dentro de su corazón. Es difícil explicarlo, pero no siento que tenga muchos conflictos con la gente que me rodea. Una cosa es uno en su relación con los demás y otra es uno como individuo, dentro de uno mismo. Uno no puede conceder que te falte el respeto un pelotudo o que te traten como a un esclavo. Porque si conceder es agachar la cabeza o abrir tu orto, entonces sos una puta cara. Esa es la actitud de las ovejas. Gritan y no tiran ni una patada, porque no quieren, no pueden o, quizá, porque nunca les enseñaron.
–Se mudó a Córdoba hastiado de Buenos Aires, pero termina volviendo a la gran ciudad de manera permanente. ¿Cómo es la vida no porteña de una persona que debe lidiar con el porteñismo?
–Quiero aclarar algo: el arquetipo de porteño, ese que todos imaginamos, se está extinguiendo. Buenos Aires es el enorme ombligo de un país abandonado, donde la gente se establece desde hace décadas y décadas porque en el interior no tenía trabajo, la cagaban a trompadas o le afanaban todo. La miseria es la que llevó a Buenos Aires a ser superpoblada. En mi caso, hice el camino inverso básicamente porque nada de lo que me ofrecía la ciudad podía cubrir las expectativas de vida que tenía. No me parecía una gran idea vivir en un lugar con cinco llaves, pasar ocho rejas, tres custodios, cuatro cámaras y tener todo el tiempo una pistola en el orto. Respecto de cómo es mi vida, lo resumo de esta forma: es absolutamente opuesta a lo que vivo cotidianamente cuando toco o estoy de gira. Es decir, vivo recluido y en silencio. Hace veinte años que vivo en Córdoba y no conozco a nadie.
–¿Qué hace en esos momentos de soledad? ¿Escucha música, por ejemplo?
–No, justamente no. Por ahí suena egocéntrico, pero vivimos todo el tiempo tocando y tocando. Gastamos nuestros oídos y, como el silencio es un gran aportador al equilibrio, prefiero no escuchar un carajo. En el momento que más escucho música es cuando viajo en auto, algo que hago bastante y por todo el país. La ruta es ideal para escuchar música. Mis hijos me arman compilados de millones de cosas, choclos y choclos de mp3. Eso sí, no me pidan nombres.
–¿Incorporó nuevas referencias sonoras a partir de esos descubrimientos? Las Pelotas fue modificando su identidad musical, fundamentalmente a partir Basta y Despierta, los últimos dos discos...
–Más bien diría que eso es parte de un proceso que se fue dando a través de los años, en el que uno fue cambiando sus intenciones. Nosotros tratamos siempre de tomar una lección de cada cosa que hicimos y aprendimos. Pero lo veo como algo normal, que sucede no sólo en la música, sino también en la vida misma. En nuestro caso, no hay roles fijos a la hora de componer, cualquiera puede juntarse con cualquiera; en mi caso, puede ser con Gabi (Martínez, bajista) en su casa de Boedo, siempre y cuando me convide un vino rico, o bien con Tuomas (Sussman, guitarrista) en Córdoba. De ahí surgen ideas que después se comparten entre todos y se van desarrollando. No somos la típica banda que se va a separar por tener conflictos con los derechos de autor de Sadaic (risas). Es una cosa que está muy en claro entre nosotros. Cada uno puede ser un genio o tener una fortaleza, pero lo importante es ponerlo al servicio del proceso global, porque la composición grupal es un proceso químico de varias personas, y para lograrlo tiene que haber una confianza y un cariño con el otro. Es como poder ponerte en bolas sin que se te dé vergüenza ni que se te rían. Si en algo hemos evolucionado y crecido, creo que fue en esos aspectos.
–Despierta salió hace casi tres años. ¿Planean su sucesor?
–Hay música, es lo que viene y está todo bien. Ahora estamos organizando nuestros tiempos, porque tenemos muy poco a disposición. Pero vamos a meternos a grabar muy pronto. Estamos componiendo, armando y buscando una especie de secuencia para laburar, en la que todo sea compatible de manera tal que podamos hacerlo acá, allá, y más allá también.
–Esperando el milagro anticipó un éxito impensado, Basta marcó el fin de Sokol en la banda y Despierta significó un nuevo rumbo musical. Los títulos de los últimos discos fueron bastante admonitorios...
–Es cierto. No sé cómo se llamará el próximo. ¡Estamos hasta las manos! Lo que hacemos nosotros tiene mucho de fantasía. Cada persona agarra las palabras o las melodías, las incorpora y les da un significado que tal vez no sea el que uno le quiso dar originalmente. Somos una especie de grupo visionario. Por ejemplo, hicimos “Solito vas” (un reggae del disco Todo un polvo, de 1999) junto cuando asumía De la Rúa, y nos odió todo el mundo, aunque tuvimos razón. Siempre estuvimos contentos de las cosas que salieron, aunque no sé necesariamente si todo lo que salió fue entendido por la gente.
–No hay momento o entrevista en la que no le mencionen a Sumo y a Luca Prodan. ¿Te gustaría poder cerrar ese capítulo alguna vez?
–No entiendo por qué hay que cerrarlo. Es un capítulo muy importante en mi vida, que está adentro de mi corazón. Más aún: es un libro entero en el alma, tengo el ejemplar original grabado adentro, y todo lo demás no me importa ni me afecta porque continué, estoy vivo y sigo haciendo música a pesar de todo lo que pasó. No soy de los que les da bronca que le pregunten, incluso hasta lo entiendo. Es como si formara parte de la mitología griega.
–¿Las muertes de sus compañeros Luca Prodan, Alejandro Sokol y Tavo Kupinski le dejaron algún tipo de mensaje?
–Sí, pero es tan misterioso ese mensaje que no se lo puedo decir a nadie.
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