miércoles, 20 de enero de 2010

EL ÚLTIMO TESTAMENTO


Entre finales del ‘79 y comienzos del ‘80, The Clash lanzaba su manifiesto, que encapsuló un momento particular del rock & roll, le dio un nuevo sentido a la banda en su abrazo con géneros y banderas, e hizo llegar su mensaje a latitudes impensadas. Su tapa emblemática y la influencia en el diseño es desmenuzado por TTM, Attaque 77, Los Violadores, NormA y Karamelo Santo. Y, en exclusiva para el NO, Don Letts –documentalista del punk– cuenta la cocina del disco.


Por Federico Lisica


El último 21 de septiembre, Paul Simonon debería haber llegado en andas al Palladium de New York. Allí donde 30 años antes partió a la mitad el mango de su bajo Fender Precision con un golpe certero contra el escenario. Y que repitiera la gesta. Lo mismo que hace la hinchada de Rosario Central con Aldo Pedro Poy y su “palomita”. El actual pintor podría haber frenado el bajo a centímetros del suelo y dado comienzo a los festejos con las diecinueve gemas que conforman London Calling. Si el homenaje suena ridículo, allí están las estampillas con la fotografía tomada por Pennie Smith y que ahora circulan en Inglaterra, obra del Royal Mail. En ese país se lanzó una versión en vinilo calcada de la original y la Argentina tendrá la suya (en CD más el DVD The Making of London Calling, obra del histórico documentalista del punk Don Letts).
Reconfiguración del pop y de la manera en la que la música puede ser memorabilia y/o algo real.


No es insólito. Una de las mayores ironías de The Clash es que, justamente, fue un ejecutivo discográfico quien los llamó “la única banda que realmente importa” y que ese lema se asemejó a la verdad. Si bien con London Calling se llevaron por delante todo, y a todos, la industria que lo contiene (¿el mundo?) ya no es la misma. No se avistan eras nucleares como bramaba Joe Strummer en la canción homónima, al menos no con los nombres de la Guerra Fría. Brixton tampoco es centro de revueltas sociales y raciales (de allí el himno que le dedicó Simonon): hoy es un pujante barrio, como lo demuestra el O2 Academy (epicentro del rock business británico). Pero hoy esas canciones tienen por qué ser oídas. Si hay algo puro en London Calling es su impureza. Su desacralización de todos los preceptos que habilitaba el punk y el rock en general. Su mezcla de géneros. Su revisionismo del rock and roll primigenio. Su radicalidad y sus capas, con un mensaje atento a brindar una cuota de esperanza. Y su sonido abierto en manos de una banda consecuente con su prédica.


Londres llamando, The Clash grabando


1979. A más una década del arribo de The Beatles a New York, The Clash tuvo su periplo del otro lado del Atlántico. El tour de varios meses influye con sus texturas, sonidos y aromas a un disco cuyo título, paradójicamente, proviene de un programa de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. A la vuelta del viaje, Inglaterra los recibe con la flamante primera ministra Margaret Thatcher lanzando recortes sociales y medidas guerreras. Un espaldarazo de política conservadora que atormenta a Joe Strummer.


No es un hecho menor que rompieran lazos con Bernard Rhodes, su manager. Por este desbarajuste, y con el jetlag a cuestas, se mudaron de sala hasta el Vanilla Studios, donde compusieron (Jones, la mayor parte de la música; Strummer, las letras), ensayaron y tocaron sin parar covers de Bob Dylan y Bo Diddley, se lanzaron en jams interminables de géneros y jugaron mucho al fútbol (parte de esa insurgencia creativa quedó registrada en The Vanilla Tapes). En menos de un mes se mudaron con sus demos al Wessex Studios y convocaron a Guy Stevens, mezcla del poeta beat Allen Ginsberg y Phil Spector, reconocido por sus técnicas poco convencionales de producción y por haber grabado con Mott The Hopple y Procol Harum.

“Hasta hoy nadie le da el crédito que se merece a Guy”, asegura Don Letts al NO. Stevens podía lanzar sillas alrededor de los músicos, gritar al oído de Strummer “Jerry Lee Lewis... Jerry Lee Lewis” invocando el espíritu del rock and roll, e irse a las trompadas con el ingeniero de sonido Bill Price por el control de la consola. “Guy era muy inusual... –señaló Price–. Creía que su trabajo era maximizar las emociones y los sentimientos de un artista frente a un micrófono mientras grababan. El método lo llamó ‘direct injection’. Funcionaba mejor en algunas personas. Lo hizo perfectamente con Joe.”


Grabado el disco, volvieron a girar y a pelearse con CBS (el primer escollo había sido la elección de Stevens). En cierta forma, The Clash sembró la semilla que, ayer nomás, retomó Radiohead con In Rainbows. Lograron algo inédito: que el doble fuera vendido como un solo disco (lo repitieron con el triple Sandinista). La artimaña fue acompañar la placa con un vinilo de 12 pulgadas que incluyó nueve temas. Fue lanzado el 14 de diciembre de 1979 en Inglaterra. La repercusión de la crítica, la buena venta, su gran momento en vivo, su aura pre-MTV, todo sirvió para colocarlo en el pedestal de clásico, aumentado con los años por un dato: por haber sido editado en Estados Unidos en enero de 1980, la Rolling Stone lo desempolvó como el mejor disco de esa década, superando a gigantes como Thriller de Michael Jackson y Back in Black de AC/DC.


Con canciones de orfebrería, semejante historia, urgencia y la nostalgia metiendo la cola, el status es lógico y merecido. Y las encuestas y premiaciones posteriores no tardaron en llegar. “Muchos dicen que ésa fue nuestra hora cúlmine. London Calling demandó un montón de trabajo, trabajo sin parar”, recordó antes de partir Strummer en Westway to the World, el documental filmado por Don Letts, quien vino a la Argentina para un Bafici.


Argentinian Bombs


“Creo que fue una bomba que explotó con el tiempo, mediante Sumo, Los Violadores, Los Cadillacs, bandas que tomaron de allí casi todo. No me imagino a León Gieco, Charly García o Raúl Porchetto escuchando el disco ni bien salió. Fue carcomiendo por debajo, subterráneo, subliminal.” Las palabras de Chivas Argüello, líder de NormA, resumen cómo sedimentó London Calling en la Argentina. Tal vez se equivoque en un punto: Charly García puso su ojo ácido y perspicaz en los británicos. Esa estrofa de Mientras miro las nuevas olas en la que ve a Simonon como un copión de Pete Townshend y una segunda estaca en No bombardeen Buenos Aires, ya en plena Malvinización del rock. Uno de esos pibes de barrio que “curtía mambos, escuchando a Clash” era Pil de Los Violadores. Así lo evoca: “Fuimos pocos los que lo escuchamos a tiempo; la música argentina joven, digamos de rock, pop y folk, estaba a años luz del sonido, pensamiento y actitud de una banda como The Clash”. Al vocalista lo sigue “atrapando por completo” como la primera vez que lo escuchó en una disquería en Belgrano.

Eran tiempos de dictadura, y nacía una escena incomprendida en la que habitaban, entre otros, Los Baraja y Alerta Roja. Gamexane, de Los Laxantes, evoca los días en los que compartir un vinilo era tarea enriquecedora. El Todos Tus Muertos se “estremeció” cuando lo oyó en la casa de Hari B, fundador de Los Violadores. El guitarrista se hincha de orgullo cuando cuenta que conoció a Strummer en Japón y su sorpresa de que supiera de la obra de TTM.


London Calling también fue iniciático para una segunda camada de músicos que lo conoció en tiempos de secundaria. Goy de Karamelo Santo lo conoció en Chile (“Joe Strummer es mi amigo indiscutible. Sin conocerlo”); Chivas en La Plata; lo mismo para Luciano Scaglione de Attaque 77: “Comencé a entender más la música y especialmente el movimiento de la new wave, donde el punk era algo en plena transformación”, señala el bajista, quien aún gruñe por haber tenido en sus manos un original, pero no las libras suficientes para comprarlo en Londres. La sensación sigue firme sin que medie el tiempo. Chivas rescata: “El ahora, la potencia, la frescura, la oscuridad, tanta direccionalidad, energía pura”. Todo eso quiso transmitirse en los volúmenes de Buenos Aires City Rockers, dos discos de homenaje a la banda. Un párrafo aparte para Los Fabulosos Cadillacs, quienes versionaron dos temas de London Calling (Revolution Rock y Guns of Brixton) y además grabaron Mal bicho junto a Mick Jones. Unos y otros trastrocados por un disco que resumió el sentir de una banda política, pero con una p minúscula, como alertó Simonon, de una política personal. La frase sigue: “Y cuando alguien dice: ‘No pueden hacer eso’, creo que tenemos que pararnos y preguntar: ‘¿Por qué?’”.


Las canciones


London Calling. El pulso marcial anuncia uno de los grandes himnos del punk o cómo el género puede ser agresivo, dejando de lado la rapidez. Según Chivas Argüello: “El arranque es tremendo, tiembla todo, es salvaje la justeza, las palabras, la forma en que canta Strummer. Emociona”.


Brand New Cadillac. Uno de los dos covers del álbum (Vince Taylor) con el que revisitan su versión de América montados a un rockabilly humeante. Favorita de Gamexane por “su potencia punk-rocker”.


Hateful. Por algo los Clash sembraron a Mano Negra, una melodía con órgano incluido y dientes tensionados. Para Goy: “Si hoy escuchás el punk rock, el reggae y el ska que se hace en el mundo, suena a esta banda”.


Rudie Can’t Fail. Un reggae homenaje a los rude boys de la isla. Demostración, como dice Pil, de que “se largaron al ruedo con todas sus influencias”.


Spanish Bombs. La más bella canción dedicada desde el rock a los republicanos de la Guerra Civil Española, García Lorca incluido. Pil destaca: “Toda su música adornada con líricas apocalípticas, como en London Calling, o la real crudeza y las referencias históricas en Spanish Bombs”. Elegida también por Scaglione: “La actitud, el modo de plantear las temáticas sociales y políticas. Sin duda, a partir de este disco se empieza a tomar al punk en serio”.


Lost in the Supermarket. La voz de Mick Jones tiñe de melancolía una melodía suave y de tempo para la disco. Fue escrita por Joe Strummer, quien pensó en su compañero creciendo con su madre en un cuarto minúsculo. Las referencias a la comercialización del rock tampoco faltan.


The Guns of Brixton. ¿El mejor tema reggae de la historia escrita por un chico blanco? Para Pil, “Simonon nos describe su barrio de una manera simple e inigualable”. El bajista se probó a sí mismo, y a los demás, que podía componer, cantar y llevar el género a su propia costa.


Wrong ‘Em Boyo. Tema propio del ska two tone. “Me gustaba para saltar y bailar. Mucho inglés no sabía. Me transmitía algo que sólo Los Beatles habían hecho, sin entender su idioma”, recuerda Goy.


The Card Cheat. Elvis Costello hubiera dado sus anteojos por ese piano que diluvia entre épico y new wave.


Revolution Rock. Clásico de Jackie Edwards y Danny Ray que la banda se apropió para bailar (in)consciente de su gesta musical. “Amaban el reggae y fue movilizante ver mi cultura teniendo impacto en la suya. Me puso contento, ya que tocaban un reggae honesto, bien adelante. No era una moda. Joe y Paul estaban muy metidos con el género. Y las canciones eran un reflejo de eso”, asegura Letts.


Train in Vain. Canción que iba a un compilado de la NME. Les gustó tanto que decidieron colocarla escondida cuando ya habían terminado el álbum. Por eso no aparece en la primera cubierta.

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