domingo, 3 de enero de 2010

"HAY UNA TENSIÓN ENTRE LO LEGAL Y LO LEGÍTIMO"


En Villa Palito y Fuerte Apache, la inseguridad se asocia a la brutalidad policial. Con ese dato, el antropólogo investigó cómo se justifican las acciones ilegales en la fuerza. La violencia en la Policía Bonaerense.


Por Lucas Cremades


En los claustros académicos las entrevistas concedidas a los medios de comunicación pueden ser consideradas como irrelevantes o innecesarias. Para el antropólogo José Garriga, en cambio, comunicarle a la sociedad sus trabajos de campo como investigador del Conicet es casi una obligación. “Es ella quien en definitiva debe estar al tanto de lo que uno realiza”, explica. Durante el último Seminario Ciudadanía y Problemas Sociales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), Garriga desarrolló algunos de los conceptos de su actual investigación, Los sentidos de la violencia para la policía bonaerense. “En 2007 y 2008 trabajé junto a un grupo de colegas dentro del plan “Inclusión = Seguridad”, del entonces ministro de Seguridad bonaerense, León Arslanian –explica–. Una de las tareas a realizar era un diagnóstico acerca de cuáles eran las percepciones de seguridad dentro de los barrios populares mediante el contacto personal con vecinos, comerciantes y hasta con delincuentes. Nuestro trabajo se desarrolló en Fuerte Apache y Villa Palito.”


–¿La percepción de seguridad en esos barrios difiere de la que reflejan los medios de comunicación?–

Surgió una problemática completamente distinta a la que comúnmente refiere la prensa, donde el delito es de un tipo y sólo lo cometen cierto tipo de personas. Para la población de estos barrios, la inseguridad está ligada fundamentalmente a la violencia policial, a las cuestiones estructurales relacionadas con el temor a que se les caiga encima el techo bajo el que viven. Inclusive surgieron otra clase de problemas que nadie preveía y que tienen que ver con las peleas entre los propios vecinos. La investigación buscaba ampliar el significado de la palabra seguridad para diferenciarla respecto de lo que es la inseguridad dentro de la clase media, donde el delito es de un solo tipo. El trabajo que realicé en Fuerte Apache fue después de la llegada de la Gendarmería Nacional y eso significaba un quiebre muy importante para la mayor parte de los vecinos porque les vino a solucionar un sinfín de problemas internos. Aunque la Gendarmería siempre está por irse.


–¿La aceptación hacia la Gendarmería es en pos de que no regrese la policía?–

La policía siempre está porque la comisaría sexta está dentro del barrio. Pero casi todos los vecinos concordaban en que desde la llegada de la Gendarmería habían disminuido las peleas internas entre las bandas del Nudo 1 y el Nudo 3, que salían a matarse a tiros por el barrio. Por eso los vecinos estaban contentos, además de la baja considerable en la cantidad de autos robados que entraban al vecindario para ser desarmados con tranquilidad, dado que la policía no ingresa a determinados sectores. Y esa actividad, sin llegar a constituir un desarmadero, se cortó con la presencia de Gendarmería.


–¿Esta experiencia lo llevó a trabajar sobre la Policía Bonaerense?–

En realidad quería seguir en la misma de investigación que venía desarrollando. Con la beca de doctorado que me otorgó el Conicet trabajé sobre barras bravas, la hinchada de Huracán y específicamente sobre temas de violencia. Al terminar, busqué continuar en el tema, pensé trabajar sobre la violencia desde otro espacio y elegí a la Policía Bonaerense, con la idea de analizar qué es lo que los policías consideran como violencia, qué definen como violencia y qué es lo que a ellos les parece actuar con violencia.


–Un enfoque desde donde la ley no es igual para todos.–

Para ellos hay una distancia muy grande entre lo que la ley dice que se debe hacer y lo que realmente se hace. Hay una tensión entre lo legal y lo legítimo. Los policías hacen cosas que no son legales y el objetivo del proyecto era encontrar los argumentos que sostienen esas prácticas para rescatar algo positivo y entenderlas, a fin de idear nuevas políticas públicas. Era el paso previo necesario: ver por qué y cómo ejecutan y justifican estas prácticas prohibidas por la ley.


–¿Cuáles son esas prácticas?–

Para los policías, los apremios ilegales mediante métodos violentos, además de ser naturales, forman parte de su cotidianeidad, no son los adecuados pero son legítimos. Un detenido intentó escaparse y al ser recapturado recibió una paliza. Al preguntarles sobre el tema, me dijeron: “Le dieron para que tenga y guarde”. Con esa frase hacen uso de una violencia considerada positiva por ellos. Muchos jóvenes no acatan muy bien las normas y cuando los requisan, tratan despectivamente a los agentes con palabras como ortiba, loco, guacho, boludo. Ante eso, varios policías me contaron que les aplican un “correctivo”. Visto por nosotros está mal, sin embargo los policías consideran que está bien porque primero les habían faltado el respeto y darles un correctivo era la forma de reencauzar esa relación que se había desorientado. En definitiva, mi investigación pasa por buscar cuáles son los puntos de vista de los policías en algunas prácticas que en el afuera son consideradas como violentas y entender por qué se naturalizan ciertas prácticas que para ellos son buenas.


–La policía suele ser implacable con sectores populares, mientras que con otros suele ser más permeable. ¿A qué obedece esa discriminación?–

El olfato policial es, tal vez, uno de los registros más interesantes para investigar el accionar policial, porque el olfato está vinculado con el estigma de que los delincuentes tienen ciertos rasgos característicos: son negritos, usan gorras y hablan de tal forma. En cambio, si se encuentran con una persona vestida de traje, que habla educadamente, actúan con deferencia. Es una discriminación táctica. El accionar policial es puro pragmatismo, porque si alguien es sospechoso, el trato va a ser el que indica el olfato para no tener problemas. En cambio, si la persona que deciden parar está bien vestida, puede ser amigo de un juez o de un fiscal que les puede traer más de un problema. La primera pregunta que les hacía era si ellos se consideraban violentos y me respondían que no, dependiendo de con quién estuvieran tratando. Para ellos no es lo mismo tratar con una señora que con un “caco”. Para un policía es muy distinto trabajar en una zona carenciada que en una zona de clase media alta. Y si bien la mayoría prefiere trabajar en zonas de menor conflicto, también están los que se inclinan hacia zonas humildes, no carenciadas, porque el trato del vecino para con ellos es cordial y no despectivo como el que tienen los habitantes de las zonas más pudientes, que ven al policía muy por debajo de su categoría.


–¿Ese concepto de olfato está enquistado en la fuerza sin margen de error? ¿Cómo explican los casos de gatillo fácil?–

El olfato es algo que se aprende. Para la mayor parte de los policías los casos de gatillos de fácil tienen que ver más con el desconocimiento, la imprudencia y no tanto con el olfato que, lógicamente, tiene marcos para el error. Los policías no van a definir los casos de gatillo fácil con el olfato policial sino con situaciones relacionadas con el desconocimiento del accionar policial: cómo y dónde disparar el arma, en qué caso y frente a cuáles circunstancias, por miedo o por adrenalina. Ningún policía va a decir que no tiene miedo. Lo que no pueden tener, me aseguraban, es pánico.


–¿Con qué tipo de policía se encontró?–

Con un grupo de amplia diversidad. Uno piensa que la policía es un conjunto muy homogéneo, pero más bien es todo lo contrario. Hay diversidad en términos políticos, desde peronistas hasta fachos y zurdos; hay diferencias en cómo trabaja cada uno y también en la instrucción académica recibida, ya que están los que no terminaron la primaria y los que realizaron estudios terciarios. Y si bien hay sustentos para darle valor a buena parte de los prejuicios que la sociedad tiene sobre ellos, el quehacer diario de los policías tiene un gran componente de tareas burocráticas, en las que la violencia no se registra fácilmente. La policía trabaja mucho en mantener el orden común y cotidiano. La mayor parte de sus acciones no requieren del uso de la fuerza física.


–¿Qué viven como violento?–

La violencia tiene que ver con las condiciones en las que trabajan: duermen mal, ganan poco y muchas veces, trabajan al pedo. Muchos se quejan de que actúan y detienen a personas de acuerdo a lo que obliga la ley y al rato están en libertad. Dicen poner en riesgo sus vidas y los delincuentes regresan a las calles. Este argumento les sirve a varios para, en algunos casos, no hacer. El otro argumento general es que están muy mal pagos y que por eso necesitan los adicionales para llegar a un sueldo digno. Esto provoca que sólo trabajen y duerman pocas horas al día. También reclaman que no tienen un sindicato que los defienda. Hay policías que me dijeron: “Lo que quiero es terminar el día vivo”, y otros que afirmaron: “Soy antichorro. Me encanta buscarlos y agarrarlos”.


–¿Perciben la inseguridad?–

Hacen uso del discurso que baja de los medios de comunicación. Lo viven como una especie de guerra porque los “chorros” de ahora no tienen códigos y los pibes disparan sus armas muy rápido, a diferencia de los ladrones de antes. En términos sociológicos, creo que ahora hay códigos distintos. Para estos pibes, que no tienen otra contención y sufren las desigualdades, utilizar un arma les da prestigio entre sus pares. Tiempo atrás, eso no tenía valor, el que mataba para robar era un “gil asesino”. Los jóvenes de ahora no entran en una carrera delictiva profesionalizada, sino que se meten más para ver cómo pueden llamar la atención al resto de la sociedad, para ganar prestigio entre sus amigos contando las balas que dispararon y los muertos que se cargaron. Hoy hay mucha pasión por el arma en sí. La lógica de la radicalización de la violencia de ahora tiene que ver con lo que genera prestigio. Si antes era pelear mano a mano, hoy es tirar tiros y poner el pecho a las balas. Para los policías, la situación cotidiana es de por sí violenta, van a una panadería vestidos de policía y tal vez les disparan. Ser policía es también inmiscuirse en una red de interacción demasiado violenta. Los policías que trabajan en sectores populares saben quiénes son los chorros y los que trabajan, que son la mayoría. Lo que no pueden entender, y les da bronca, es que esas mismas personas que trabajan encubran al vecino de al lado que es ladrón o asesino. Eso se explica desde las relaciones cotidianas, el vecino, el hijo de la amiga que anda robando y que por ser hijo del vecino no es mal tipo. La red de relaciones sociales permite pensar por qué esa persona sigue siendo buena, a pesar de que haya traspasado el límite de lo que está bien o mal para la sociedad.

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