viernes, 8 de enero de 2010

"FUE UNA MADRE QUE NO BUSCÓ A SUS HIJOS"


El padre Rubén Capitanio fue compañero del seminario del ex capellán Von Wernich, juzgado por su complicidad con la dictadura. Hizo un mea culpa sobre el rol de la jerarquía eclesiástica. “Alguno va a pensar que este juicio es un ataque a la Iglesia y yo quiero decir que es un servicio a la Iglesia.”

Por Alejandra Dandan


Rubén Capitanio fue compañero del seminario mayor de La Plata del ex capellán de policía Christian von Wernich. Perseguido por la dictadura, se fue a Neuquén en 1976 donde fue acogido por el obispo Jaime de Nevares. Todavía es sacerdote en Neuquén. Ayer declaró en La Plata durante el juicio oral al ex capellán de policía Christian von Wernich. Para los presentes, su testimonio fue uno de los “mea culpa” más importantes de alguien de la Iglesia. “La Iglesia –dijo él– no mató pero no salvó” las vidas de las víctimas; “fue una madre que no buscó a sus hijos, llegó a prohibir la entrada de familiares de desaparecidos” y evitó estar “cerca de los crucificados y no de los crucificadores”.


En 1972, Capitanio era asesor del capellán del servicio penitenciario del penal de Olmos desde donde hizo las primeras armas en el trabajo pastoral más combativo. En la audiencia de ayer recordó cómo terminó expulsado con su superior luego de denunciar a los empleados del servicio penitenciario por malos tratos. Volvió al penal tiempo después y como interventor durante el gobierno de Héctor Cámpora.


El 4 de agosto de 1976, la llamada de uno de los hombres de la cúpula de la Iglesia más comprometidos con la dictadura le salvó la vida. “Esta noche –le dijo el arzobispo de La Plata, Antonio Plaza– no quiero que duermas en La Plata.” El cura, que estaba al frente de una capilla de Berisso, dejó todo.


Para entonces, Von Wernich ya era capellán de la policía de Ramón Camps, dueño de la vida y de la muerte de quienes pasaban por los centros clandestinos. Capitanio lo había conocido tiempo antes, en 1970 cuando hacían juntos el seminario de La Plata. La semana pasada, un testigo aseguró que Von Wernich había sido expulsado del seminario y pudo haber sido ordenado con un certificado falso.


Al juicio, Capitanio llegó convocado por la querella. No tanto para que hable del seminario sino de la existencia de la contradicción entre una y otra Iglesia; de la iglesia de Von Wernich y de la que él mismo formaba parte.


“Para nosotros es importante que no se entienda a Von Wernich como un cura suelto, un loquito perverso que además le gustaba ver sufrir a la gente”, dijo Adriana Calvo, de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos y testigo del juicio. “Lo que nos interesa que quede claro es que Von Wernich no era una pieza suelta sino un engranaje que partía de la cúpula de la Iglesia, y no era el único capellán en los campos.”


El año pasado, el propio Von Wernich había dicho eso en defensa propia. Capitanio dio cuenta, en cambio, del compromiso de la Iglesia con la cúpula militar que, como institución, dijo, todavía no hizo un verdadero reconocimiento de lo que sucedió. “La Iglesia, escandalosa y pecaminosamente –explicó–, fue cercana a la dictadura porque no cumplió con el deber de servicio a la vida.” Tuvo la Iglesia “durante la dictadura una conducta dolorosa y hasta que no reconozcamos este comportamiento seremos una Iglesia infiel”.


Aunque no lo dijo con todas las letras, el cura se refirió a la polémica que cobró fuerza en los últimos días tras un reconocimiento público del obispado de Neuquén por el silencio de la Iglesia durante la dictadura. Su posición fue retrucada por el vocero del Episcopado, Jorge Oesterheld, que recordó la supuesta autocrítica que la Iglesia dice haber hecho durante el Encuentro Eucarístico de Córdoba en el jubileo del año 2000. Capitanio cree que aquello no se hizo con el marco ni con el lenguaje apropiado. “El pueblo argentino no entendió que le pedimos perdón, porque fue en un marco solemne y religioso”, dijo en una entrevista.


En el día de ayer, planteó el rol que debían cumplir los capellanes de las Fuerzas Armadas y Seguridad, que “deben estar al servicio del encarcelado, del detenido”. Y continuó: “Cuando la muerte tuvo tanta fuerza –dijo–, hubiera sido fundamental que el vicariato castrense defendiera la vida y no fue así”.


En aquellos años existió una pugna entre la cúpula de la Iglesia y los curas identificados con el movimiento de sacerdotes para el tercer mundo o solidarios con quienes denunciaban las violaciones a los derechos humanos. En ese contexto, Capitanio fue dando ejemplos de lo que hizo uno y otro sector. “Mientras las madres de los desaparecidos buscaban un sacerdote para que ofrecieran una misa por sus familiares los generales eran recibidos y atendidos.”


En mayo de 1976, contó, la cúpula la Iglesia difundió “documentos vergonzosos” que mencionaban “a los detenidos-desaparecidos” y “pidió con miedo que se suavizara la situación”. ¿Cómo se podían suavizar estos crímenes?, se preguntó, “porque a los crímenes hay que pararlos no suavizarlos”.


Como capellán de policía, Von Wernich asistía en ese momento a los centros para sacarles información a los detenidos en confesiones o escucharlos en las torturas. Pero también era sacerdote de 9 de Julio. Como otros tantos testigos, un día Capitanio se lo encontró cuando pasó por la diócesis luego de visitar un convento benedictino en Los Toldos.


“Gritó mi nombre –dijo por Von Wernich– y me dijo que sabía que yo estaba ahí porque se lo habían dicho en la (Unidad) Regional” de la policía.


Esa fue la última vez que lo vio.


“Sentí que me estaba notificando y se retiró, después no lo vi nunca más y creo que no era mentira que en la Policía le habían informado de mi presencia.”


“Alguno va a pensar que este juicio es un ataque a la Iglesia y yo quiero decir que es un servicio a la Iglesia: esto nos ayuda como Iglesia y también nos ayuda a buscar la verdad.” Pidió perdón a las madres, hermanos y a “todo nuestro pueblo”.


Sobre Von Wernich pesa una acusación por siete casos de homicidio, 31 casos de tortura y 42 secuestros.

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