Sentado en un banco de plaza en Solís y Pavón, Luis aguanta la prédica de dos jóvenes evangelizadores.“ Tenga fe, abuelo, el Señor acompañará a los desocupados. Dése una vueltita por la misa del lunes”, insisten los devotos y le acercan el periódico El Universal. Luis los mira con ojos que parecen hundirse entre tanta arruga. Esquiva el diario con una mano; con la otra agarra el bolso tipo pescador donde lleva el termo, la frazada y algunas pilchas. Está harto y con el sol cayendo, todavía queda lo peor.
Hace siete meses que duerme en la bajada de la autopista en Constitución. Tiene 74 años.
Luis vivía en Lacarra y Santiago de Compostela, en el asentamiento La Fábrica que se prendió fuego ese 16 de junio. De su rancho de cartón, chapa y nylon hoy quedan polvo y plástico quemado.Hasta ahora no recibió ni un peso del Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad.
Ni él, ni las sesenta familias que levantaron una denuncia contra el Gobierno porteño por abandono de persona, y que reclaman los 8200 pesos del subsidio por Emergencia Habitacional.
–Dicen que yo ya tengo vivienda, porque cuando me desalojaron de Warnes me dieron una casa en Ramón Carrillo. Pero ahí está mi ex mujer y mis hijos, yo sólo voy para bañarme y cambiarme la ropa –dice Luis que tiene la boca como aspirada hacia adentro.
–Eso siempre que no esté tu señora, si no te saca carpiendo –agrega Marcelo, uno de los vecinos que perdió la casilla pero no el humor.Al viejo el chiste no le gusta nada.
Marcelo anda siempre igual: gorrita de Callejeros y de la mano de su pibe que vino de Posadas por las vacaciones de invierno. Es entrador por su acento misionero y la cara regordeta. Pero con lo del incendio está enojado: –La entrega de los subsidios fue cualquiera. Estuvimos encerrados entre esas vallas por horas. En eso uno gritaba “Ahí reparten colchones” y todos rajaban para una esquina; “ahí reparten frazadas” y la fila se iba al carajo.
Además, todos los punteros andaban luqueando.
Marcelo no es el único que piensa eso del operativo de atención. Jimena Navatta, la directora de la Comisión de Vivienda a cargo del legislador de Coalición Cívica Facundo Di Filippo, lo tildó de desastroso e irregular. También Luciana Bercovich de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (Acij) criticó el despilfarro de plata como una forma de sacarse de encima a la gente. Pero ella no se sorprendió tanto:“Es lo que pasa con toda la normativa habitacional, puro caos y ocultamiento”. La paradoja del caso es que se entregaron alrededor de 650 subsidios cuando el último censo de noviembre de 2008 muestra que vivían 200 grupos familiares.Aun así alrededor de 70 personas reclaman no haber visto una moneda.
Después de aguantar en el corralito,Marcelo fue a parar a Desarrollo Social en Pavón y Entre Ríos. Durmió ahí los días en que la dependencia cerró por asueto administrativo.
Más tarde terminó de la mano de una puntera en un asentamiento en Caballito. “Yo te consigo la plata ahí, son siete para vos; uno para mi”, le dijo la tal Pamela. Pero ni eso. Terminó alquilando una pieza en Pompeya. Tiene dos colchones de una plaza y un par de frazadas. Paga 700 pesos; mi quincena, aclara, mientras le da la última pitada a su Viceroy.
Hugo y Estelvina terminaron en la misma: pagan 600 pesos por una pieza en el Carrillo.Hace cuatro años vinieron de Paraguay con sus tres hijos, y hace cinco meses que compraron por 500 pesos la casilla 18 a un puntero local. Cuando empezó el incendio ella estaba en la casa donde trabaja por horas, él en la empresa automotriz.
Perdieron la heladera, la tele, el juego de cocina y la cama. La Fábrica fue de la firma Maceió hasta que la compró el Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC). En 2005 el IVC firmó además un compromiso de solución definitiva para las 48 familias censadas. Pero las viviendas nunca llegaron y el predio fue sumando gente; la última gran oleada vino del desalojo de la AU 7, en Soldati.
Así La Fábrica se expandió a dos predios más que bautizaron La Calle y Afuera.
Cuando en enero de este año las dos nuevas partes fueron desalojadas, los vecinos ya esperaban lo peor. El incendio,dicen, se sabía de un par de semanas atrás.Corría entre ellos el rumor de que el espacio iba a convertirse en el estacionamiento de la nueva policía metropolitana, con sede justo enfrente a La Fábrica.
Ana Ferrara trabaja en la oficina de Vivienda en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad.Para ella, la cuestión es sencilla: si se desaloja, la gente queda en la calle, se expanden las villas, crecen los asentamientos y la pobreza sigue.“El Estado no está cuando debe”, dice.
En la Plaza de Pompeya, donde los ex vecinos se juntan a chusmear las novedades, Roberto está de arenga.
Quiere ir por más. “Con 8.200 pesos no hacemos nada, ni te comprás una piecita en Fátima, no vamo’ a pelearla así para terminar en Laferrere, ¿no?”Roberto es maestro mayor de obras y tiene 11 hijos.
–¡¿11?! ¡A la mierda! A vos se te prendió fuego la tele, ¿no? –la joda de Marcelo esta vez cae bien, Roberto ríe orgulloso. Hace un frío antártico y la reunión se cierra.
Algunos irán a la Autopista o la plaza más cercana; otros al cuarto de la pensión. Los de mejor suerte a lo de un familiar o un amigo que le hace la segunda. Pero ninguno sentirá el calor de su hogar.
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