En su flamante espectáculo, Al bad taim gud feis, el marplatense responde con espíritu rockero y nuevas ideas a la ofensiva teatral y televisiva de los “mediáticos”. Hay un nuevo Posca que, a través de una profundidad disimulada, hace reír y, al mismo tiempo, reflexionar.
Por Facundo García
Desde Mar del Plata
Por Facundo García
Desde Mar del Plata
Dice que cuando interpreta a sus personajes se refugia en una cabinita, como si estuviera dentro de un robot y ese robot fuera su propio cuerpo. “Casi desaparezco. Manejo desde unas palanquitas muy pequeñas y me mantengo firme ahí porque si no se iría todo al carajo”, confiesa. Fabio Posca actúa, canta, filma, fotografía y habla como si la energía le rebasara el cuerpo. En su flamante espectáculo, Al bad taim gud feis, el marplatense responde con rock y nuevas ideas al ataque zombie que promociona la tele. “Al mal tiempo buena cara”, propone, y lo escribe así, como se pronuncia, haciendo énfasis en sus códigos. Todos los viernes y sábados a las 23.30 esa cabeza con rulos sube al escenario del Teatro Radio City (San Luis 1750) para liberar seres deformes que se meten de lleno en el territorio de la risa, pero también –quizá como nunca antes– en el de la emoción.
El encuentro es entre médanos. El viento del mar sacude los pelos del actor haciendo que parezcan una fogata negra. En la intimidad que dan tantos metros de arena sin turistas, el hombre que saltó a la fama a mediados de los noventa desde el programa de Nicolás Repetto conversa sobre sus posturas estéticas y también sobre el placer que le da ser padre de familia. De a ratos es un humorista sencillo, y de golpe brota su veta de artista que no resigna la identidad frente al mercado. Posca es eso y más, y lo es esquivando dicotomías excluyentes. “El show que estoy estrenando en Mardel refleja de manera especial lo que soy –dispara–. El título tiene que ver con lo que estaba viviendo. Significa contestarles a las épocas jodidas, haciéndolo desde mi mirada, con mis distorsiones y mis cables a tierra. Tal vez por eso propongo por primera vez ideas sobre lo que me parece que es la sociedad.”
–En Al bad taim... se lo ve tan zarpado como siempre. Vuelven clásicos como El Perro y Bilicui, y a la vez –en comparación con sus puestas anteriores– es evidente que ha nacido una sensibilidad nueva.
–No me había metido antes en la emoción. No me animaba por una cuestión rockera o acelerada, o por el afán de sorprender con el cuerpo y la deformidad. La modificación no fue forzada: en un momento me dije: “o me deprimo en mi casa o salgo a hacer lo mío”, y me salió así.
–¿Le pasó algo?
–Empecé a sentir –y sigo sintiendo– un fenómeno en el que yo también estoy inmerso. Es esta cosa de la hipnosis masiva. Me pegó mucho el parate artístico que genera el hecho de que se empiece a llamar “genios” a tipos que son lo contrario. Lo más complicado es que tengo la sensación de que la gente sabe que le están vendiendo mentiras y hace como que se las cree por simple comodidad. Onda “ya fue, es lo que me está dando la tele y es divertido”. Encendés el televisor y ves a una mina que baila como el orto. Te la presentan, igual, como bailarina. Okey. Al otro día tal o cual periodista dice “pero guarda, que esa mina baila bastante, ¿eh?”. Yo me pregunto si nos están cargando o qué.
Lo expresa claramente uno de sus monstruos: “La noche sin talento es pura oscuridad”. Y él precisa: “Si cualquiera hace cualquier cosa y todo está bien, ya no hay tester de calidad. De ahí van desarrollándose grandes mentiras y el que tiene algo nuevo que decir se siente como quien quiera plantar una semilla acá, en medio de la playa. Pero de esa sensación nace Al bad taim.... Es mi forma de declarar que acá estoy. Me podría haber quedado en la crítica y resentirme. Y no: elegí escapar por el lado de la creatividad”.
Posca se crió en Córdoba. No tuvo TV hasta los quince años y eso hizo que creciera “leyendo como un animal”. Lo que más lo inspira, sin embargo, es la música y el cine; tal vez porque no producen snobs en la misma cantidad que la crítica especializada o la literatura. Las imágenes que inauguran las veladas del Radio City dan pistas en esa dirección: corresponden a una supuesta entrevista televisiva y al principio sorprenden, porque es como si el viejo cultivador de excesos se hubiera ablandado frente a quienes recomiendan “dejar de decir guarangadas” y dedicarse al teatro “serio”. Llegado cierto punto, el falso Posca se da vuelta ante la cámara y muestra el culo con un libro insertado entre las nalgas, como si fuera un guión introducido a la fuerza. “En esa apertura me río de los que me han criticado desde cierto lugar de ‘verdad’”, anuncia. Ese gesto de ruptura es el empujón que echa a andar más de cien minutos de prolija potencia. El material audiovisual y los experimentos interpretativos hablan a las claras de una maduración muy bien enmarcada, además, por las luces y la escenografía de Sergio Lacroix.
Al bad taim carga una profundidad disimulada. El mimo controlado por una voz que le ordena tener sexo con seres invisibles, el recorrido junto a la travesti Mirsha por una muestra de fotos de penes, y el tema sentimental y popero “Los voy a abandonar” trascienden el chiste. Son espejos de las obsesiones que persiguen a los que habitan estos tiempos de libertad sintética. Transmiten, en el fondo, una defensa de las miradas no oficiales y la diversidad. Una de las criaturas que aparece en escena, Pitito –un muchacho con problemas psiquiátricos–, sintetiza esa visión. “Yo no la veo flaquita a Susanita (en referencia a Giménez). ¿Será porque estoy loquito?”, se pregunta, antes de describir cómo es el tratamiento de electroshock al que lo someten para curarlo.
–¿La defensa de lo diferente obedece a algún antecedente personal?
–Fui un adolescente medio inadaptado. Me han echado de colegios por revolucionarlos desde la risa y el desorden. Me censuraban, me ponían unos, me echaban.
–¿Era violento?
–No, no era de quemar bancos ni pegar. Te cuento una para que veas cómo era: había surgido una forma medio nueva de escupir. ¿Te acordás? Era así, entre los dientes (hace el gesto). Nos cagábamos a gallos. A mí no me salía muy bien, y en una de ésas la profesora me miró y en mi pupitre estaba todo lleno de escupitajos. Yo traté de explicarle que mi idea había sido lanzarlos para adelante y no para abajo, pero ella no me entendió.
Los que sí aprendieron a comprenderlo son sus seguidores (a cambio, él escupe menos). Basta entrar al teatro para corroborar que Posca tiene un público fiel. “Los que me siguen saben que cuando estreno un show acá no es ‘un show de verano’. Esta puesta, así como está, va a ir a Buenos Aires.”
–Muchos se preguntan si el Posca verdadero será tan reventado como de a ratos parece.
–El fenómeno del artista tiene que ver con no ser ciento por ciento igual que lo que mostrás en el escenario. Hacer que estás re duro es fácil si estuviste tomando milonga en el camarín. Hacer a un chabón que está pasado y conseguir que eso sea creíble, tenga verdad y hable desde una perspectiva diferente es otro asunto. En mi vida diurna no tengo que ver con lo que hago a la noche. Salgo a correr, me gusta estar con mis dos hijos, pasar tiempo con mi familia. Cae el sol y me deformo. Así que tengo una doble vida y disfruto las dos.
–No me irá a decir que va a la iglesia...
–Me casé por iglesia en una capilla re loca, y cuando era chico canté durante varios años en un grupo de parroquia, aunque iba más que nada por las chicas. No es que vaya a misa, pero sospecho que hay un creador. Creo en los ángeles y obviamente en la inspiración, que de un momento a otro te viene y plaf.
–Usted siempre tuvo cierta inclinación por lo bizarro. No obstante, lo que alguna vez se llamó así se diluyó. Está en las noticias, en la estética del teatro comercial, en el código con que se interpreta la vida de los ídolos. Se diría que hoy lo bizarro se produce en masa.
–Si eso se ha convertido en lo que se considera como la realidad y lo establecido, entonces yo estoy en la vereda de enfrente. Por suerte somos organismos independientes y eso nos salva. Me refiero a que puede haber figuras promocionadas desde lo mediático y a mí no me importa, porque Posca, a la hora de inventar, sigue siendo él mismo. Siempre me aburrió “lo real”. Me gusta, sí, hablar del comportamiento humano, que como sabemos también tiene política. Lo que pase por lo mediático es paralelo a lo que yo hago. A mí no me va a robar ni un minuto un chabón inflado por los medios. Hace veinte años que hago mi laburo.
–¿Sintió alguna vez la necesidad de abandonar un personaje?
–Sí. No solamente me salgo de los personajes, sino que me voy de shows que todavía llenan. Los productores no me entienden. Recomiendan “no bajarse jamás de los éxitos”, y yo me bajo siempre, porque me respeto a mí mismo. Si se agotó se agotó.
–¿Pero “mueren” los personajes?
–No. Quedan encerrados. Bilicui, por ejemplo, es un chabón muy deforme que odia a la gente y especialmente a la Argentina. Estuvo encerrado por más de diez años a pesar de que me lo pedían. Ahora lo solté. Se atragantó con un raviol y quiere estallar en un gran eructo para que su cuerpo penetre en forma de hedor entre los agujeros de las personas y las mate. No sé por qué, me dieron ganas de que vuelva.
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