domingo, 18 de abril de 2010

EL NIÑO EMPERADOR


Por Paula Cipriani


Quién no desobedeció, mintió y golpeó a otro, aunque más no sea para defenderse, alguna vez en su infancia. Me atrevería a asegurar que todos y en más de una oportunidad. Pero claro, la frecuencia no es un detalle menor y cuando los chicos hacen de estas acciones sus mejores aliados para conseguir lo que quieren la cuestión excede lo que se conoce como cosa de chicos para transformarse en un problema que alcanza a los grandes… ¡y cómo!


“Cuando un niño se convierte en verdadero tirano, agrede y manipula constantemente a sus padres estamos frente a lo que hoy se denomina el niño emperador”, explica Mónica Cruppi, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), especialista en niños y adolescentes.



Pero cuidado. Este término se emplea sólo ante un comportamiento de hostilidad constante hacia los padres: insultos, amenazas, actos de violencia física (que pueden focalizarse hacia uno de los progenitores). Se trata de chicos manipuladores, que parecen no tener sentimiento de culpa y que aunque son capaces de simular arrepentimiento por sus malas acciones, rápidamente vuelven a estas conductas. No tienen empatía con los demás, son narcisistas y sólo buscan su bienestar.



“Es un trastorno de la personalidad. No se considera una enfermedad (aunque se sigue investigando el tema). Se sabe que el entorno, la crianza, los cuidados y la educación juegan un papel preponderante. Hay un monto de agresión alta que es innata. Sucede que aumenta por no ser tratada con los cuidados necesarios en los primeros momentos de vida”, aclara la especialista.



¿Cómo serían estos primeros cuidados?
En este primer periodo de vida, se satisfacen importantes necesidades afectivas. Los nenes adquieren sus primeras sensaciones en conexión con el mundo exterior. Alimento, amor, respecto por sus tiempos y ritmos es lo que necesita todo niño para un crecimiento sano. Esta primera relación de la madre con el hijo puede malograrse por alguna situación especial. Por ejemplo, la depresión puerperal (depresión que sufren muchas mujeres después del parto y que conlleva el rechazo del bebe)



En relación a la crianza y educación del niño, la ausencia de pautas claras en la familia, una educación excesivamente permisiva en la que no se censuran conductas inadecuadas y ejercer la función paterna con autoritarismo en vez de con autoridad son factores que favorecen estos trastornos de personalidad hoy conocidos como el síndrome del niño emperador.



El tema está en el candelero porque, al parecer, cada vez hay más chicos con este problema o, por lo menos, se habla más. “Un estudio realizado en Estados Unidos advierte que la violencia física y emocional de estos chicos hacia sus padres cuando llegan a la adolescencia tiene una incidencia de entre el 7 y el 18 por ciento en las familias tradicionales, y llega hasta el 29% en las monoparentales. Mientras que las estadísticas canadienses tampoco son auspiciosas ya que aseguran que uno de cada 10 padres son víctimas de chicos que padecen este trastorno”, dice Cruppi.


Y es que el factor social puede tener su nociva incidencia ya que actualmente se alientan el exitismo, la gratificación inmediata y el hedonismo.
Lo más importante.


¿Se puede revertir?


Cuanto más pequeño sea el niño, más posibilidades hay de trabajar y conseguir revertir el problema. La familia tiene que ser consciente de que no es un trabajo sólo del chico, sino del grupo familiar siempre con el acompañamiento de un profesional.

Para lograrlo es muy importante:


1.-
Brindarles la oportunidades de practicar actos altruistas de los que puedan extraer lecciones morales de manera intencionada y sistemática.
2.-
Establecer límites firmes en general y sobre todo frente a la violencia y el engaño.
3.- Ayudarlos para que desarrollen habilidades no violentas que satisfagan su narcisismo.
4-
Límites firmes y eficaces desde los primeros años para proporcionarles, seguridad y mayor adaptación a las normas sociales.
5- Roles claros entre los integrantes de la familia. Los hijos deben ser hijos, ni hermanos, ni amigos ni padres de sus padres.


Esta última frase sirve también de conclusión general, más allá del tema específico de este post. Dejarlos ser hijos, nada más ni nada menos. Hermanos, amigos y padres de sus padres sólo en los momentos del juego, esos ratos especiales en los que todo vale para aprender, compartir, entender, sublimar.


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