Por Claudia Rosales*
El mes pasado se anunció la obligatoriedad en el nivel secundario a partir del año próximo. O, como prefieren decir los ministros, se viene una “nueva secundaria”. Y como no podía ser de otra forma, el anuncio tiene ciertos seguidores y algunos detractores. Tal como dicen los titulares de los diarios, “La nueva secundaria sería más flexible y ya genera polémica”, “Comenzó la polémica por los cambios en el secundario. ¿Inclusión de alumnos o facilismo?”, “La posibilidad de llevarse más previas encendió la discusión”.
Bienvenido el debate, pero ¿de qué se trata realmente? Salgamos por un momento de la tentación simplista de pensar en cuántas materias previas pueden llevar y traer los estudiantes para pasar de curso. O si habrá sistema de expulsión o nueva forma de evaluación, o diferentes materias en el modelo de secundaria tradicional que comenzará a regir a partir de marzo de 2010, cada jurisdicción en su momento apropiado.
Recordemos que la repitencia en el nivel secundario es uno de los grandes problemas a nivel nacional, como la sobreedad y el abandono, que llega hasta el 50 por ciento en ciertos lugares. La escuela sigue siendo para algunos y no para todos, aunque tengamos las mejores intenciones.
Los que asisten, “pasan” como pueden. Algunos se sobreadaptan, otros terminan en las nocturnas, en las de reingreso o la sobreviven durante muchos años. Es difícil encontrarse con adolescentes que disfruten de la escuela, que aprendan con placer. Si les preguntamos qué les interesa más, seguro escucharemos “aprobar las materias”, “pasar de año”, “terminar para estudiar lo que me gusta”. En muchos casos la escuela secundaria se considera un trámite, a veces tan largo y aburrido que parece más bien un intento kafkiano.
El documento sobre “Lineamientos políticos estratégicos de la escuela secundaria obligatoria” que presentó el Ministerio de Educación apunta a lograr mayor inclusión y equidad, dejando claro que “la obligatoriedad implica profundos cambios al interior de las instituciones y sus propuestas” y que “es con los docentes con quienes resulta necesario construir los saberes pedagógicos y las respuestas institucionales para acompañar el desarrollo de trayectorias escolares continuas y completas”.
Cabe preguntarnos, como en el documento, qué se enseña y qué se aprende en la convivencia cotidiana, en las relaciones que se establecen entre docentes, alumnos y la comunidad educativa, en el modo de abordar los conflictos, en la posición que los adultos asumen frente a los derechos de los jóvenes, en los espacios que se abren a la participación.
¿Cómo vamos a hacer para que los docentes transmitan la pasión de lo que hacen, sean profesionales, cobren como tales, tengan amplios conocimientos de su materia y de la didáctica de la misma? ¿Cómo enseñar a los chicos el significado de la autoridad y de la seguridad que brinda? ¿Cómo transmitirles que la escuela es el paso previo para el trabajo cuando han transitado una, dos o más generaciones de padres desocupados? ¿Cómo transmitir desde la escuela el amor por aprender?
Celebramos la propuesta de cambio. La clave, lo difícil, es pasar de la teoría a la práctica cotidiana. Y estar seguros de que los cambios llegan y se instalan realmente en las aulas. Hay mucho por hacer para tener una escuela de y para todos, donde lo importante sea aprender, transitarla y no sacársela de encima.
* Licenciada en Educación.
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