La historia inédita de EL MUNDO, el diario del Ejército Revolucionario del Pueblo. Financiado por la guerrilla, reflejó la radicalización de la época. Los conflictos internos, los atentados y la clausura que decidió Perón.
Por Diego Rojas
Hay una forma de pensar la palabra “diario” que no aparece en los diccionarios: aquella que sostiene que poner en pie un diario es una aventura. Aventura de la voluntad, aventura ideológica, aventura estética. Muchas veces, una aventura muy riesgosa. Eso sabían quienes se pusieron como objetivo que el diario El Mundo llegara a los quioscos de todo el país en 1973. Eran años de pasiones políticas que también repercutían en el mapa de los medios: los partidarios de las distintas posturas que disputaban el poder en la Argentina sabían que un órgano de prensa masivo era una herramienta imprescindible en esa lucha de posiciones.
También lo sabían los militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) que decidieron poner los fondos que se necesitaban para rearmar el tradicional diario –en El Mundo de los ’30 había publicado sus aguafuertes Roberto Arlt– y lanzarlo a las calles con toda la potencia. En el staff había militantes perros, partidarios de otras tendencias políticas y simples periodistas que hacían del escribir su profesión. Este es el esbozo de una historia acerca de la conjunción pasional del periodismo y la política.
Según sus mentores, el diario debería poner el acento en las noticias políticas y sindicales que expresaran los avances y retrocesos del clasismo en la Argentina y debía ser amplio en sus miras. “A la primera reunión asistimos Benito Urteaga, por el PRT; Luis Alberto Cerruti Costa, que había radicalizado sus posiciones acercándose al PRT; el padre Ramondetti, de los sacerdotes por el Tercer Mundo; Alicia Eguren, viuda de John William Cooke; Félix Granovsky, del Partido Comunista, y yo, que militaba en el Frente Revolucionario Peronista –cuenta el abogado Manuel Gaggero desde las sierras de Córdoba, donde reside en la actualidad–. Urteaga propuso la compra de El Mundo para sacar un diario que reflejara el movimiento político que se estaba desarrollando, que fuera amplio y pluralista y que no se superpusiera ni con Estrella Roja, que era el órgano del PRT, ni con El combatiente, del Ejército Revolucionario del Pueblo” Un medio que tuviera capacidad de reflejar los conflictos obreros y la discusión que se incubaba entre los trabajadores de avanzada. En junio de 1973 se lanzaba a las calles El Mundo, diario de la tarde, que llegó a vender ciento cincuenta mil ejemplares con sus noticias en clave revolucionaria. Su primer director fue Cerruti Costa, luego reemplazado por Gaggero. Eran años en los que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. “Nuestros lectores se encontraban tanto en la militancia juvenil de aquellos días como en los sectores obreros más radicalizados. Le dábamos mucha bola a lo que pasaba en el interior, algo poco usual en otros medios. Los titulares reflejaban al movimiento sindical de base”, ilustra Gaggero.
“Yo era la jefa de la sección Interior, que tenía una gran carga política –recuerda Nora Lafón, reconocida en la actualidad por su labor como periodista de espectáculos–. Se reflejaban todos los conflictos de esos tiempos. Cuando me convocaron para trabajar no sabía bien a qué acuerdos políticos correspondía la línea editorial, que me encantaba. Sólo estando adentro me enteré que era del PRT. Una vez escribí que si un visitante europeo llegaba y veía en posiciones de gobierno a tantos sindicalistas hubiera podido pensar que presenciaba un proyecto socialista. Cuán errado hubiera estado, ya que la mayoría era casi fascista. Podía publicar eso sólo en El Mundo.” Uno de los columnistas fijos era el sindicalista clasista Agustín Tosco, quien editorializaba desde Córdoba los intensos conflictos que se desarrollaban en fábricas y sindicatos. “Durante varias semanas la tapa reflejó el conflicto de Villa Constitución –recuerda Gaggero en referencia a un movimiento que, a través de toma de fábricas, organización de piquetes, colocación de barricadas y grupos de obreros de autodefensa, logró derrotar a la patronal de Acindar y a la dirección sindical de la Unión Obrera Metalúrgica, conducida por Lorenzo Miguel–. Desde ese momento, la burocracia escaló su presión contra el diario.”
Mientras tanto, la vida en la redacción se desarrollaba con las particularidades que el extraño experimento mediático ameritaba. “Parte de la dirección periodística estaba en el Partido Comunista. De jefe de política había un peronista. La composición de la redacción no tenía la homogeneidad del diario Noticias, donde el 99 por ciento era montonero, por ejemplo –destaca Susana Viau, que hoy trabaja en Crítica–. Fui delegada sindical. La relación con la empresa no era como la que se daba con cualquier patronal, pero no podíamos hacernos cargo de sus errores. No éramos una máquina de generar conflictos, pero los que estaban había que solucionarlos de la mejor manera posible.”
Otro de los redactores fue el dramaturgo Roberto “Tito” Cossa: “Era un tiempo muy loco, de explosiones culturales y políticas, de desorientaciones coyunturales y posiciones combativas –sintetiza–. Estaba encargado de la parte de Gremiales, que tenía mucha importancia en la línea editorial.” Cossa también recuerda las contradicciones que implicaba el formar parte de una redacción cuyos patrones eran los guerrilleros: “Había cierta tensión porque, por más empresa de izquierda que fuera, estaba la diferencia entre patrón y trabajadores. Muchísimos no éramos militantes del PRT y, aunque tuviéramos posiciones socialistas, había un sueldo de por medio. Esto produjo algunas diferencias. A veces los periodistas del PRT instalaban una sensación rara a la hora de cobrar: parecía que se estaba usando el dinero de los mártires, de los combatientes. En los pasillos, la broma era que estábamos esperando un secuestro y el pago del rescate para poder cobrar”.
El clima político y la estrategia revolucionaria del PRT también determinaba algunos tópicos periodísticos: “Trabajaba en la sección Internacional –cuenta el historiador José Vazeilles–. Un día publiqué un cable de France Press que manifestaba diferencias entre el Partido Comunista Francés y los grupos ‘consejistas’ y eso a la dirección del diario no le gustó. Me parecía ridículo, porque los ‘consejistas’ no tenían desarrollo en el país, y correspondía a la información de una agencia. Pero como el PRT estaba en acercamiento a los partidos de la Tercera Internacional para limpiar su pasaje por el trotskismo, se produjo el conflicto. Le planteé esto al recientemente fallecido Negro Pasquini Durán, que era el jefe de redacción y un gran periodista, pero decidieron sacarme de la sección y mandarme a Educación”.
Sin embargo, con sus particularidades, el diario había establecido su propia línea con calidad. La sección cultural no esquivaba las últimas tendencias: “Getino dijo sí a Godard”, titulaba en referencia al estreno, luego de la censura de años, de La chinoise, quizás el film más político del director francés. Una serie por entregas narraba la vida de Al Capone, el mafioso ítalo estadounidense. La gira del director Cerruti Costa permitía la publicación de crónicas desde Cuba y Vietnam desde una visión diferente a la de la mayoría de los medios masivos que no se hubieran permitido miradas complacientes acerca de la vida cotidiana bajo el socialismo. En la tapa aparecía el dibujo Fierrito, que ilustraba algún acontecimiento político o social, que era explicado en un lenguaje sencillo en las páginas interiores. “Fierrito, que era una especie de Martín Fierro contemporáneo y obrero, se volvió un personaje muy importante que sintetizaba lo que pasaba en el día –explica Gaggero–. En las charlas que hacía por el interior me preguntaban siempre por Fierrito.”
Los ataques hacia el diario por parte de los grupos paramilitares iban en aumento. Hubo un atentado en la gráfica donde se imprimía. “Como trabajaba en corrección, que estaba en la imprenta, me comí el bombazo que nos pusieron”, recuerda Viau. El 19 de enero de 1974 la compañía “Héroes de Trelew” del ERP intentó copar el regimiento de Azul, hecho que aceleraría el enfrentamiento entre el ala derechista y la izquierda del peronismo a través de una airada reacción de Perón. “Teníamos los partes del ERP, ningún otro diario tenía tantos elementos como los que teníamos nosotros. Pero cuando íbamos a mandar a la imprenta la edición, llegó un grupo de la Federal para impedirlo –relata Gaggero–. Cuando llamamos al jefe de la policía, nos dijo que el grupo operaba por su propia cuenta. Una vez impreso el diario, llegó la misma patota, esta vez estaban encapuchados y con metralletas, y comenzaron a quemar los fajos de diarios.” Las tensiones se incrementaron. Las asambleas en el diario discutieron el álgido tema de la línea editorial. “Un grupo planteaba que, en función de seguir sacando un diario de sus características, que publicara lo que otros no podían, debíamos matizar ciertas notas o tapas que eran netamente confrontativas”, recuerda Lafón. En una conferencia de prensa que brindó Perón, la periodista Ana Guzetti le pidió explicaciones acerca de los atentados parapoliciales. El presidente le contestó:
–¿Usted se hace responsable de lo que dice? Eso de parapoliciales lo tiene que probar. ¡Tomen los datos necesarios para que el Ministerio de Justicia inicie la causa contra esta señorita!
A.G.: –Quiero saber qué medidas va a tomar el gobierno para investigar tantos atentados fascistas.
P.: –Las que se están tomando, esos son asuntos policiales que están provocados por la ultraizquierda y la ultraderecha; la ultraizquierda, que son ustedes, y la ultraderecha, que son los otros. De manera que arréglense entre ustedes. (…)
Guzzeti fue detenida tras la conferencia de prensa. La clausura del diario estaba cercana. El 23 de febrero, luego de un acto en el que habló Lorenzo Miguel, un grupo de militantes de la Juventud Peronista de la República Argentina cercó el diario y tiroteó durante 20 minutos el frente del edificio. La seguridad repelió el ataque. Los trabajadores que lograron entrar fueron detenidos por la policía. “Nos llevaron en camiones celulares con celdas compartimentadas”, describe Lafón.
La situación no daba para más. “Sin embargo, para Perón estaba bien que existiera ‘el diario de los zurdos’. Habíamos acordado una entrevista televisiva con Perón que íbamos a realizar Jacobo Timerman, por La Opinión, y yo por El Mundo. Así se legitimaba el diario. Pero días antes de realizarla llegó la orden de clausura. Perón había sucumbido a la presión de la burocracia de Lorenzo Miguel”, detalla Gaggero. Al día siguiente apareció un último intento de darle continuidad a la experiencia bajo el nombre de Respuesta Popular. Sólo duró un número. El editorial denunciaba el cierre y prometía: “Sólo la patria socialista, construida por la lucha permanente de los explotados y oprimidos, permitirá resolver la problemática argentina y latinoamericana”. Firmaba Aníbal Bompla, cuyo apócope hacía referencia a las siglas AVOMPLA: A vencer o morir por la Argentina, la consigna guerrillera del momento. Esas fueron las líneas finales de aquella experiencia singular en la historia de los medios en el país.
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