En la Santa Cruz se reunían los familiares de desaparecidos durante la última dictadura. Allí nacieron la APDH y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. Allí también fueron secuestradas las Madres fundadoras de Plaza de Mayo. Una parroquia que mantuvo en estos treinta años su compromiso con los problemas sociales.
La palabra refugio flota en el aire de la Santa Cruz. ¿Por qué se reunían las Madres aquí? ¿Por qué les abrimos las puertas?, titula el padre Carlos Saracini en la revista de la parroquia. ¿Los pasionistas están locos? “Sí, decididamente locos. Dicho con humildad, conociendo nuestras fragilidades, incoherencias, miedos y cobardías”, responde. Igual que hace treinta años, cuando la pluma del padre Federico Richards denunciaba desde The Southern Cross las atrocidades que la Conferencia Episcopal silenciaba, los escritos de la Congregación de Misioneros Pasionistas van por carriles alejados de la jerarquía. Desde sus páginas aún predican Angelelli, Mugica, Freire y se celebra la autocrítica del almirante Godoy: ESMA como “símbolo de barbarie e irracionalidad”, un descenso al fango de la historia imprescindible “para explicar las consecuencias de colocar el corazón y los pies entre los pobres”.
El padre Carlos tiene 43 años. Aparenta menos. Se crió en la manzana Santa Cruz, que incluye parroquia, colegio y la Casa Nazareth, cobijo de perseguidos de dictaduras del Cono Sur aun antes del golpe. En 1991 se ordenó sacerdote, vivió el menemato desde Montevideo y en 1998 volvió “a Potenciar –con mayúsculas escribe– la manzana”. Desde entonces vive “años pasionistas, muy apasionados”.
¿Certezas? Apenas tres: ser coherentes con el modelo de Iglesia que predica, hacer memoria de la pasión de Jesús y vivir una fe adulta, responsable de su libertad.
La historia
El lunes 3 el padre Bernardo Hu-ghes cumplió 74 años. Como agradecimiento escribió una carta a sus amigos. “Siento como un don del Espíritu haberme encontrado con Madres y Abuelas: no me permitieron ser indiferente”, apuntó. La espera incluye un bautismo a un joven que lucha por dejar la droga. Bernardo arma una ronda, conversa y se calza “la maxifalda” para cumplir con el rito. Después busca una habitación y se dispone al diálogo.
–¿Cuándo ubica los primeros refugiados?
–Cuando cae (Salvador) Allende, las familias chilenas. Muchos terminan en Suecia.
–¿Había espacio para todos?
–Sí, la manzana tiene varias bocas de expendio. La escuela, frente al pasaje que llamo “Historia Argentina” porque nace en Independencia y termina en Estados Unidos; el templo, el local de Alcohólicos Anónimos que los curas no usamos, el servicio social y la Casa de Nazareth, treinta habitaciones con baño.
Sin proponerlo la charla se desvía hacia Perón. “Fuimos a recibirlo las dos veces: la primera con lluvia, la segunda con sol y tiros. Los muchachos del barrio le dieron sentido religioso, me invitaron a rezar la noche anterior. En el camino una columna nos advirtió: ‘nos robaron la fiesta’.”
–¿Cuándo sintió miedo por primera vez?
–La violencia nos rozó con (Juan Carlos) Onganía. A pocas cuadras, en Filosofía y Letras, fue la Noche de los Bastones Largos. Después cuando involucraron al cura (Alberto) Carbone con el secuestro de Aramburu. Invitamos a orar y vino la policía. “¿Qué significa tercermundistas? ¿Quieren casarse?”, preguntó un cana. “Para eso no hace falta tanto lío”, le explicamos. No había que distraerse, era sacar el foco del problema.
Hughes fue párroco de la Santa Cruz durante nueve años, hasta mayo de 1976. La historia oficial dice que se exilió. “No me dijeron las intenciones”, relativiza. Cuando masacran a los palotinos le advirtieron “no vuelvas, va carta”. En Bogotá conversó con Eugenio Delaney, teólogo que tenía a su cargo la Casa de Nazareth, donde una bomba había servido de advertencia. “Ahí me desayuno que en Argentina hay centros clandestinos, parecía imposible”, recuerda.
El 8 de diciembre de 1977 Bernardo estaba en Montevideo. Como párroco lo había reemplazado Mateo Perdía, hermano del montonero. Junto con Delaney, el padre Richards, el rector del colegio Carlos O’Leary y el sacerdote Jorge Stanfield, Perdía –amigo de Adolfo Pérez Esquivel– fue quien abrió las puertas de la Santa Cruz a las primeras Madres. Allí nacieron el Movimiento Ecuménico (MEDH) y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). También la Asociación de Trabajadores del Estado.
Y allí siguen firmes, junto con los obreros de Brukman, en la Multisectorial Vecinos de San Cristóbal o exigiendo desprocesar a los trabajadores del Hospital Francés, copado por gendarmes. Como señal de alerta, un documental que hizo el grupo de jóvenes del Area Social de la parroquia por los 30 años de los secuestros arranca con un graffiti de 1976, “Fuera curas comunistas”, y otro de 2007, “Viva Videla” junto con la placa que recuerda a los doce secuestrados de aquella noche.
El padre Bernardo tampoco baja los brazos. Pelea “en medio de esa guerra brutal entre pobres que es el negocio de la droga” en el barrio San Cayetano, a mitad de camino entre Zárate y Campana. “Es un barrio cerrado, porque no tiene entrada, y privado, privado de todo”, lamenta.
–La sacamos barata –concluye cuando mira hacia atrás–. El secuestro de esas doce personas no fue un golpe a nosotros. No es que sea insensible. Quiero decir que si hubieran querido también nos habrían llevado.
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