En la villa 21 de Barracas funciona el primer colegio de gestión social del país. Es iniciativa del padre Pepe, premiado por Veintitrés. En coordinación con el secundario estatal del barrio busca adecuar la enseñanza a la realidad.
Por Luciana Malamud
La villa 21 del barrio porteño de Barracas tiene 45.000 habitantes y, hasta marzo de este año, ninguna escuela media. Ahora tiene dos. Una pública en el Polo Educativo –junto al jardín al que asisten 500 chicos, la primaria y un Centro de Formación Profesional– y otra, la primera de gestión social en el país, a cargo de la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé dirigida por el padre Pepe, reconocido por esta revista en la fiesta del miércoles 18 de noviembre. El colegio brinda un secundario de tres años para jóvenes y adultos. Entre las dos, tienen 180 alumnos con las mismas problemáticas y necesidades, y una larga lista de espera.
Mientras sigue el debate por la edad de imputabilidad, los docentes de la villa 21 intentan acercar un proyecto de presente y futuro a los adolescentes del lugar. La Escuela Media N°6 ocupa la esquina de un enorme galpón abandonado. Tiene dos aulas y un amplio espacio cubierto que oficia de patio. De a poco van armando una biblioteca y reparando las computadoras que recibieron como donación. Es un bachillerato en deportes, aunque según los docentes “no se sabe bien por qué”.
Son 121 alumnos pero no todos van a terminar el año. La migración constante de los padres, la necesidad de trabajar y los efectos de la droga, hacen que la deserción sea algo esperable para los directivos, que se empeñan en lograr que lo parece natural deje de serlo.
Un par de cuadras más adentro está la escuela de la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé, la otra secundaria que se inauguró en agosto de este año. La creó el padre Pepe, quien se hizo conocido por denunciar los flagelos del paco a principio de año y, como consecuencia, recibir amenazas de muerte. Bajo el nombre de Virgen de los Milagros funciona con una estructura para adultos: se cursa por asignatura y dura tres años. “De esa forma se mantiene el grupo de pertenencia que acá es muy importante”, dice Jorge, asesor pedagógico. El programa curricular está más vinculado al trabajo, con orientación en informática y electromecánica, por eso algunas materias se cursan en el Centro de Formación Profesional (CFP) del Polo Educativo y en el de la parroquia.
El director es el padre Charly, que trabaja con el padre Pepe desde 2002. “Hacemos la escuela para que los pibes no se queden en el pasillo. Ahí el porro los arrastra a otra vida. Las cuestiones sociales tienen mucha relevancia para que no se vayan quedando afuera del sistema –explica–. Cuando un pibe empieza a faltar, vamos a la casa y vemos qué pasó.” Lo mismo hace Silvia Sánchez, profesora y tutora, con los alumnos de la escuela N°6 que, en un 70 por ciento, consumen marihuana.
En estos tres meses hubo deserción en la escuela parroquial, pero no más de lo esperado, y la inscripción de 60 alumnos cubrió las expectativas. “Apostamos a una educación más amplia que la instrucción académica. Los programas se adecuan a la realidad. Lo social va al frente. A veces el ideal del estudio no se puede sostener en la realidad”, reflexiona el director.
Claudia llevaba un tiempo consumiendo droga. Pero venía bien en el centro de rehabilitación y empezó la escuela. Miriam coordina el centro cuyos grupos se reúnen en el CFP. “No son chicos que quieran dejar el colegio. Con el tiempo empiezan a subir las notas y eso los alienta a venir”, dice quien consumió paco durante seis años y, una vez recuperada, decidió ayudar a otros como acompañante terapéutica. “Claudita ahora está muy enganchada”, dicen con orgullo los docentes, refiriéndose a una mujer de 36 años, compañera de Juliana que con sus 14, se mueve ágil aunque su panza delate que está a punto de parir.
“Me sorprendió el buen acceso que tienen los pibes que vienen de la droga. Pensé que iban a dejar todos”, reconoce el padre Charly, mientras piensa qué estrategia usar para que vuelvan después de las vacaciones. “Aprendemos y reformulamos sobre la marcha. Es un desafío ayudar a los chicos a decidir si quieren estar del lado del esfuerzo o de la vida fácil. La villa tiene una cultura muy sana producto de tradiciones ancestrales que trae la gente de Bolivia, de Paraguay, de Corrientes. El tema es cómo entroncar la educación formal con la educación familiar y la cultura popular. Es una búsqueda que recién empieza”, dice.
La escuela parroquial y la estatal trabajan en una misma dirección. La mayoría de sus alumnos fueron expulsados varias veces de otras escuelas y muchos están aprendiendo a escribir en primer año. “Pero es increíble verlos trabajar con el diccionario y llevarse libros a la casa”, dice Silvia Sánchez con optimismo, aunque es realista: “El 40 por ciento no se va a escolarizar nunca porque siempre tendrá problemas para cumplir las reglas. ¿Cómo ponerle límites a un chico que se queda solo en la casa desde los 5 años, que a los 10 está cuidando a sus hermanitos y a los 12 ya empezó a trabajar?”.
En la escuela N°6, donde muchos docentes no cobran desde marzo, hay talleres de cine, radio y fotografía. “Los chicos participan y son protagonistas. Ahí está la pista de esta nueva escuela: salir un poco del aula, mover estas paredes”, afirma el director Oscar Cardosi. “Hay mucha movilidad y un fuerte desgranamiento en la comunidad”, dice quien viene de trabajar en la villa 31 de Retiro. Por eso su objetivo es que los chicos se apropien de la escuela y se queden en el sistema. “Vimos que la escuela es un referente fuerte, porque los chicos terminan volviendo. Pero hay que modificar la estructura de la escuela media porque el trabajo de inclusión que se hace por un lado, choca con un sistema expulsivo por otro”, reflexiona Cardosi. Hace referencia al 40 por ciento de los alumnos con causas judiciales, no siempre justificadas. “Queremos que la escuela sea el referente para la asistencia del trabajador social en el caso de los chicos judicializados y para que puedan volver los que están privados de libertad. Como siempre, el Estado puede ser un factor de reproducción de modelos, o un factor de cambio”, dice el director.
La escuela tiene cierta flexibilidad, sobre todo con respecto a la asistencia, ya que en muchos casos el consumo de marihuana no les permite quedarse en clase. Como Alejandro, que sólo habla con el director, y casi todos los días a media mañana pide permiso para retirarse. Pero los chicos saben que para seguir en la escuela tienen que entregarle al director el comprobante de haber asistido al grupo de rehabilitación. No es más que un simple papel de cuaderno, pero es suficiente para demostrar el compromiso. Y funciona.
La villa 21 del barrio porteño de Barracas tiene 45.000 habitantes y, hasta marzo de este año, ninguna escuela media. Ahora tiene dos. Una pública en el Polo Educativo –junto al jardín al que asisten 500 chicos, la primaria y un Centro de Formación Profesional– y otra, la primera de gestión social en el país, a cargo de la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé dirigida por el padre Pepe, reconocido por esta revista en la fiesta del miércoles 18 de noviembre. El colegio brinda un secundario de tres años para jóvenes y adultos. Entre las dos, tienen 180 alumnos con las mismas problemáticas y necesidades, y una larga lista de espera.
Mientras sigue el debate por la edad de imputabilidad, los docentes de la villa 21 intentan acercar un proyecto de presente y futuro a los adolescentes del lugar. La Escuela Media N°6 ocupa la esquina de un enorme galpón abandonado. Tiene dos aulas y un amplio espacio cubierto que oficia de patio. De a poco van armando una biblioteca y reparando las computadoras que recibieron como donación. Es un bachillerato en deportes, aunque según los docentes “no se sabe bien por qué”.
Son 121 alumnos pero no todos van a terminar el año. La migración constante de los padres, la necesidad de trabajar y los efectos de la droga, hacen que la deserción sea algo esperable para los directivos, que se empeñan en lograr que lo parece natural deje de serlo.
Un par de cuadras más adentro está la escuela de la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé, la otra secundaria que se inauguró en agosto de este año. La creó el padre Pepe, quien se hizo conocido por denunciar los flagelos del paco a principio de año y, como consecuencia, recibir amenazas de muerte. Bajo el nombre de Virgen de los Milagros funciona con una estructura para adultos: se cursa por asignatura y dura tres años. “De esa forma se mantiene el grupo de pertenencia que acá es muy importante”, dice Jorge, asesor pedagógico. El programa curricular está más vinculado al trabajo, con orientación en informática y electromecánica, por eso algunas materias se cursan en el Centro de Formación Profesional (CFP) del Polo Educativo y en el de la parroquia.
El director es el padre Charly, que trabaja con el padre Pepe desde 2002. “Hacemos la escuela para que los pibes no se queden en el pasillo. Ahí el porro los arrastra a otra vida. Las cuestiones sociales tienen mucha relevancia para que no se vayan quedando afuera del sistema –explica–. Cuando un pibe empieza a faltar, vamos a la casa y vemos qué pasó.” Lo mismo hace Silvia Sánchez, profesora y tutora, con los alumnos de la escuela N°6 que, en un 70 por ciento, consumen marihuana.
En estos tres meses hubo deserción en la escuela parroquial, pero no más de lo esperado, y la inscripción de 60 alumnos cubrió las expectativas. “Apostamos a una educación más amplia que la instrucción académica. Los programas se adecuan a la realidad. Lo social va al frente. A veces el ideal del estudio no se puede sostener en la realidad”, reflexiona el director.
Claudia llevaba un tiempo consumiendo droga. Pero venía bien en el centro de rehabilitación y empezó la escuela. Miriam coordina el centro cuyos grupos se reúnen en el CFP. “No son chicos que quieran dejar el colegio. Con el tiempo empiezan a subir las notas y eso los alienta a venir”, dice quien consumió paco durante seis años y, una vez recuperada, decidió ayudar a otros como acompañante terapéutica. “Claudita ahora está muy enganchada”, dicen con orgullo los docentes, refiriéndose a una mujer de 36 años, compañera de Juliana que con sus 14, se mueve ágil aunque su panza delate que está a punto de parir.
“Me sorprendió el buen acceso que tienen los pibes que vienen de la droga. Pensé que iban a dejar todos”, reconoce el padre Charly, mientras piensa qué estrategia usar para que vuelvan después de las vacaciones. “Aprendemos y reformulamos sobre la marcha. Es un desafío ayudar a los chicos a decidir si quieren estar del lado del esfuerzo o de la vida fácil. La villa tiene una cultura muy sana producto de tradiciones ancestrales que trae la gente de Bolivia, de Paraguay, de Corrientes. El tema es cómo entroncar la educación formal con la educación familiar y la cultura popular. Es una búsqueda que recién empieza”, dice.
La escuela parroquial y la estatal trabajan en una misma dirección. La mayoría de sus alumnos fueron expulsados varias veces de otras escuelas y muchos están aprendiendo a escribir en primer año. “Pero es increíble verlos trabajar con el diccionario y llevarse libros a la casa”, dice Silvia Sánchez con optimismo, aunque es realista: “El 40 por ciento no se va a escolarizar nunca porque siempre tendrá problemas para cumplir las reglas. ¿Cómo ponerle límites a un chico que se queda solo en la casa desde los 5 años, que a los 10 está cuidando a sus hermanitos y a los 12 ya empezó a trabajar?”.
En la escuela N°6, donde muchos docentes no cobran desde marzo, hay talleres de cine, radio y fotografía. “Los chicos participan y son protagonistas. Ahí está la pista de esta nueva escuela: salir un poco del aula, mover estas paredes”, afirma el director Oscar Cardosi. “Hay mucha movilidad y un fuerte desgranamiento en la comunidad”, dice quien viene de trabajar en la villa 31 de Retiro. Por eso su objetivo es que los chicos se apropien de la escuela y se queden en el sistema. “Vimos que la escuela es un referente fuerte, porque los chicos terminan volviendo. Pero hay que modificar la estructura de la escuela media porque el trabajo de inclusión que se hace por un lado, choca con un sistema expulsivo por otro”, reflexiona Cardosi. Hace referencia al 40 por ciento de los alumnos con causas judiciales, no siempre justificadas. “Queremos que la escuela sea el referente para la asistencia del trabajador social en el caso de los chicos judicializados y para que puedan volver los que están privados de libertad. Como siempre, el Estado puede ser un factor de reproducción de modelos, o un factor de cambio”, dice el director.
La escuela tiene cierta flexibilidad, sobre todo con respecto a la asistencia, ya que en muchos casos el consumo de marihuana no les permite quedarse en clase. Como Alejandro, que sólo habla con el director, y casi todos los días a media mañana pide permiso para retirarse. Pero los chicos saben que para seguir en la escuela tienen que entregarle al director el comprobante de haber asistido al grupo de rehabilitación. No es más que un simple papel de cuaderno, pero es suficiente para demostrar el compromiso. Y funciona.
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