miércoles, 20 de abril de 2011

APUNTES PROVISIORIOS SOBRE EL ESCRACHE



Por Dante Augusto Palma




Hace pocos días se generó una polémica en torno al contenido del programa de una materia obligatoria en quinto año de los colegios secundarios de la provincia de Buenos Aires. La controversia giró alrededor de un subpunto de una unidad, más precisamente, aquel que se ocupaba de las diferentes formas de manifestaciones sociales y acciones colectivas. Entre estas aparece una que en los últimos quince años ha gozado de cierta popularidad en la Argentina: el escrache.
La polémica fue saldada por las declaraciones del propio ministro de Educación de la provincia, quien indicó que enseñar determinado contenido no compromete ni al docente ni al sistema educativo con una valorización favorable al respecto. No se trata aquí de hablar de neutralidad. Simplemente se trata de indicar que toda currícula supone un recorte de lo real en función de lo que se considera relevante, pero esto no implica una enseñanza acrítica ni una defensa burda de todo el contenido desarrollado. De no ser así podría acusarse al sistema educativo de apoyar el nazismo, el fascismo y el stalinismo en la medida en que estas tradiciones políticas ocupan un espacio irremplazable en cualquier análisis de la historia del siglo XX. Incluso podemos ir más allá y junto a alguna ONG que proteja a los animales, apuntar a geógrafos y biólogos por hacer una apología intolerable de la desaparición de los dinosaurios, o denunciar frente al Inadi a muchos matemáticos que discriminan a cierta regla de tres llamándola “simple”.



Dicho esto, la polémica absurda es una excusa para repensar la cantidad interesantísima de aristas que supone la acción del escrache. A la hora de encarar tal asunto, más allá de que existan dudas respecto de su origen, la etimología y el uso del término en el lunfardo pueden ayudar. Hay un sentido de “escrachar” que tiene que ver con el “fotografiar” o “retratar” un rostro. Sin embargo hay quienes lo hacen derivar directamente del genovés “scraccá” que apunta a la acción de expectorar o agredir a alguien, de lo cual se seguiría el sentido que “escrachar” adopta en varias letras de tango. Pero claro está que la manifestación social de los escraches agrega y quita algo importante. Por un lado agrega que se trata de retratar, o dar a la luz, lo oculto, hacer visible, en todo caso, un rostro que intentaba pasar desapercibido; y, además, por otro lado, lo que quita es el accionar violento que pudiera ocasionar daño físico al escrachado. Más bien lo que se busca es la condena social que se seguiría de desnudar el rostro de alguien que ha realizado una acción vergonzante a los ojos de su comunidad.
Más allá de que el escrache ha sido una forma utilizada por grupos fascistas y nazis para señalar a todos aquellos individuos o grupos sociales que se consideraban enemigos del régimen, en la Argentina, este tipo de manifestaciones tuvo un origen completamente distinto: se trató de la forma de protesta inaugurada a mediados de la década de los ’90 por la agrupación de derechos humanos HIJOS, en el contexto de plena vigencia de las leyes de impunidad a los genocidas de la última dictadura militar. En este sentido, puede decirse que “escrache” se ha transformado en un “significante vacío” que puede ser rellenado por derecha o por izquierda.
Ahora bien, quizá por descuido o quizá con intencionalidad, el sentido “original” que este tipo de protesta tenía para HIJOS y que incluía una campaña de información en el barrio, manifestaciones lúdicas y luego una “marca” con pintadas en la vía pública o en el domicilio del genocida, se fue disolviendo en la medida en que los principales medios de comunicación comenzaron a interpretar diferentes tipos de acciones como “escraches”. Así, unos huevazos al diputado Rossi o a Luciano Miguens fueron “escraches”; asimismo, carteles que contenían el rostro de periodistas a los que se acusaba de defender al establishment corporativo de medios también fueron tildados de formas de “escrache”. En breve, una patada al jugador de Racing Giovanni Moreno se transformará en un escrache cuya finalidad es mostrar al público que el número diez juega bien y que hace falta marcarlo.
Quienes se oponen al escrache lo tildan de violento y antidemocrático y lo ubican como una de las formas barbáricas de la “justicia por mano propia”. Esto último parece seguirse del eslogan de HIJOS “si no hay justicia, hay escrache”. Frente a eso se podrían indicar algunas cosas. Por un lado, el escrache supone una distinción clara entre Moral y Derecho, esto es, el Derecho puede no estar conforme a la Moral, y por ello, el pueblo (o el grupo, lo cual no es lo mismo) tiene la legitimidad para actuar “por fuera” del Derecho. La gran dificultad de esto, claro está, es que “lo Moral” no está escrito en ningún lado y son varios los que afirman que es imposible hablar de una única moralidad, con lo cual podría darse el caso de diferentes grupos que, con concepciones del bien diferentes, libren una guerra civil mientras se mofan de aquella definición de Estado como entidad que posee el monopolio de la fuerza.
Sin embargo, por otro lado, podría decirse que se trataría de mano propia si y sólo si ese grupo de personas generara una fuerza paraestatal con un poder punitivo propio que obligara al escrachado a cumplir la condena “que le corresponde” más allá de que el Derecho haya dicho lo contrario. Pero este no parece ser el caso de los movimientos de derechos humanos en nuestro país. En este sentido, hacer una sentada frente a la casa de un represor impune no parece lo mismo que el “juicio revolucionario” que una organización guerrillera puede utilizar para condenar a muerte a alguien por genocida que fuese y por más que merezca morir más de una vez.
Me atrevería a decir que, en todo caso, la manifestación del escrache puede ser un subcapítulo de la complejísima cuestión del derecho a rebelión y del derecho a manifestarse frente al Estado, temas centrales de la teoría política. Al fin de cuentas, al menos los teóricos liberales y republicanos dejan siempre una puerta abierta que permita justificar algún tipo de acción en caso de que el Estado viole el pacto que tiene con el pueblo. En este sentido, que haya impunidad para los crímenes de lesa humanidad podría ser una de las formas en que es posible interpretar que el Estado no está cumpliendo con el deber de proteger la vida y el bien común. Los lectores astutos tendrán en mente un sinfín de casos donde caeríamos en pantanos conceptuales pero quizá podría haber un acuerdo en cuanto a los casos de los extremos. En esa línea suponiendo que el proyecto de ley que incluía la resolución 125 referida a las retenciones móviles hubiera sido aprobado por el Congreso, podría haberse dado que grupos de ruralistas enfurecidos no se dedicaran a agredir lisa y llanamente con huevazos sino que propusieran la modalidad “escrache” de pintar y manifestarse frente a la casa de un legislador oficialista. Ellos podrían argumentar que, al igual que HIJOS, siguen principios morales que, por definición, se encuentran por encima de un sistema jurídico que ha producido una ley injusta, más allá de que en este caso no se trata de una ley de impunidad sino de una que atenta contra la posibilidad de obtener mayor rentabilidad. En otras palabras, podrían decir que se trata del mismo caso, esto es: tanto la ley de retenciones móviles como las leyes de impunidad habrían sido votadas por los legisladores del pueblo en plena vigencia de las instituciones democráticas. Con esta misma lógica un grupo de nazis argentinos podría salir a marcar domicilios de extranjeros porque considera que la ley que supone que debemos tratar a los ciudadanos de otros países como iguales, es injusta, por más que haya sido votada por los representantes del pueblo.
Los ejemplos expuestos son funcionales a la conclusión de esta nota. Sin duda, repito, habrá otros menos extremos que puedan sumirnos en la perplejidad pero quizá como idea provisoria, casi intuitiva, podría decirse que si bien la práctica del escrache puede derivar rápidamente en grupos de “esclarecidos” que se arroguen representatividad y que actúen en consecuencia, no parecen comparables los reclamos ante la impunidad frente a crímenes de lesa humanidad, con las manifestaciones, aun si fueran justas, por reivindicaciones económicas. Menos aún el caso de un grupo que actúe estigmatizando inmigrantes que no habrían cometido otro pecado que el de quitar pureza a la “morocha raza aria argentina”. Dicho esto, la intención de esta nota, con algunas afirmaciones provisorias y revisables, no es justificar la modalidad de escrache pero sí advertir que a la hora de discutir la cuestión no es indiferente saber qué es lo que se está escrachando y en qué circunstancia se lo hace.

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