Marta Rovira presidenta del Conicet, está a cargo de un proyecto estratégico: agregar valor a la producción nacional. Por qué cada vez más científicos deciden quedarse en el país. Hallazgos y desafíos.
Por Raquel Roberti
El sueño de una Argentina potencia tiene una nueva impronta en la administración K: el valor agregado. Lo cual significa adicionar valor a la materia prima. O, como se dice en la jerga empresaria, I+D: investigación y desarrollo. Si esta idea tiene alguna posibilidad de cuajar en el futuro, está en manos de una mujer que, lejos de pretender ocupar las primeras planas, cultiva un bajo perfil. Marta Rovira, doctorada en física, tiene en sus manos la institución que cumple un rol central en la conformación de un país que aprovecha sus recursos. Es presidenta del Conicet, sigla que ya dejó en el olvido el nombre real –Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas– y que depende del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. “Una nación que no hace investigación, depende del avance científico de los otros –define–. Por eso trabajamos tanto en la investigación básica como en la que tiene transferencia de tecnología. Es fundamental para el desarrollo, sin ella no hay perspectivas de progreso.”Pero no se trata de investigar a tontas y locas, sino de trabajar en busca de resultados. Por citar un ejemplo: el desarrollo de un gen para obtener plantas resistentes a la sequía y la salinidad –logrado por un equipo del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (dependiente del Conicet) y la Universidad Nacional del Litoral, liderado por Raquel Chan– ya conquistó patente en India, Australia y Estados Unidos.“Hasta hace unos años teníamos el problema de que los científicos no encontraban la forma de que sus descubrimientos llegaran a la sociedad. Les costaba entenderse con la parte empresaria, no tienen por qué conocer ese lenguaje, y por eso no estaban acostumbrados a concretar la transferencia de sus desarrollos. Por eso creamos la Dirección de Vinculación, que actúa como interlocutora entre científicos y empresas, facilitando esa transferencia. Es una cuestión a la que nos propusimos darle más fuerza”, explica Rovira, la primera mujer en presidir el Conicet desde su creación, en 1958.Y los resultados comienzan a darse: la del gen es la quinta patente de proyectos conjuntos: el desarrollo es propiedad del Conicet y la UNL, con derecho de uso y explotación por parte de la empresa Bioceres, que con la participación de más de 200 accionistas agropecuarios financia el desarrollo de tecnologías, productos y conocimientos en agro-biotecnología y ciencias vinculadas.Para Rovira, esa vinculación “es una función que debe cumplir el Conicet”, sin perder de vista que “están los investigadores en ciencia básica que nunca tuvieron relación con las empresas y seguirán sin tenerla. Pero ese trabajo es tan fundamental como la transferencia, están encadenados. Soy física y no me ha pasado, pero en biología, por ejemplo, algunos desarrollos que terminan en vacunas no tuvieron esa intención al comenzar”. Es que la investigación surge de una pregunta y, más de una vez, se encuentran respuestas a interrogantes que no se habían formulado. Si hay un caso paradigmático de esa realidad es el descubrimiento de que el sildenafil aliviaba el jet lag en los ratones.Hasta 2008, cuando el ministro Lino Barañao la convocó, Marta Rovira vivía mirando el sol y no justamente por distraída: investigadora del Conicet desde hacía más de 30 años, tenía tres proyectos en marcha: observar la influencia de las erupciones solares en el ambiente terrestre (con el auxilio de geólogos), estudiar las prominencias del astro (con científicos franceses) y analizar las erupciones en diversas longitudes de onda (con sus pares de la República Checa). Estuvo al frente del Instituto de Astronomía y Física del Espacio durante nueve años (hasta 2005), presidió la Asociación Latinoamericana de Geofísica Espacial, la Asociación Argentina de Astronomía y en 2009 representó al país ante la Unión Astronómica Internacional. Hoy conduce la actividad científica del país.El Conicet organiza la investigación en cuatro áreas –ciencias agrarias, ingeniería y de materiales; ciencias biológicas y de la salud; ciencias exactas y naturales, y ciencias sociales y humanidades– y hace apenas unos días fue aceptado por la Wellcome Trust, de Inglaterra. Es una de las fundaciones más importantes del mundo en el apoyo a la investigación de alto nivel en salud humana y animal, y los científicos argentinos pueden solicitar subsidios, becas y subvenciones de esa organización.No es casual la aceptación: son cada vez más frecuentes los descubrimientos protagonizados por investigadores argentinos, con impacto social o histórico, desde el eslabón perdido de una rama de dinosaurios en la provincia de Chubut hasta un secador solar para mejorar la calidad del pimentón, pasando por las enzimas que sintetizan la luz y reparan lesiones en el ADN o las bacterias de las lagunas de altura que procesan arsénico. Y si bien la ciencia nacional tuvo grandes exponentes a lo largo de los años, la diferencia es que ahora no están en el exterior sino que trabajan en el país.El cambio obedece al programa de repatriación RAÍCES (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior) que se puso en marcha en 2003 a través del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Desde entonces, casi 800 investigadores volvieron a la Argentina. “Sólo el año pasado hubo 96 presentaciones y todos trabajaron en instituciones importantes, tienen un currículum excelente”, señaló Rovira. El Conicet brinda las denominadas “becas de reinserción” destinadas a jóvenes científicos para que trabajen aquí durante dos años, hasta su incorporación a una institución pública o privada de investigación.Ya la “fuga de cerebros quedó atrás” y ahora los investigadores viajan al exterior sólo cuando obtienen becas, como Virginia Albarracín, quien obtuvo una de las más competitivas del mundo, la “Marie Curie International Incoming Fellowship”, otorgada por la Unión Europea. Albarracín es parte del equipo de investigadores que estudian las formaciones bacterianas de las lagunas de altura y ahora trabajará en un Instituto Max-Planck de Química Bionorgánica, en Alemania, con equipamiento y recursos de última generación. Pero el tema y el material biológico serán los mismos que analiza aquí, de modo que el desarrollo será cien por ciento argentino.Uno de los aspectos que Rovira busca solucionar es la concentración de investigadores e institutos en la franja central del país. “El 80 o 90 por ciento está en Córdoba, Santa Fe, Rosario, Mendoza y Buenos Aires. Por eso estamos viendo con los gobiernos provinciales y el Consejo Interuniversitario qué temas les interesan para llevar grupos de investigación que se dediquen a esos temas. Hay algunos más encaminados que otros”, comenta la funcionaria.–¿Cuáles son las áreas a investigar?–Estamos analizándolas. El año pasado hicimos un relevamiento de las vacancias geográficas y de disciplina en todo el país, para determinar cuáles eran las más débiles. Y por primera vez, el 20 por ciento de los ingresantes a la carrera de investigador y de los becarios se definió en función de esas necesidades. Hasta ahora el ingreso se decidía sólo por orden de mérito. También estamos tratando de tener más relación con otras instituciones públicas y privadas, sobre todo públicas, para que nos digan cuáles son sus necesidades y poder presentarles a los científicos que trabajan en esos temas.Esos acuerdos son fundamentales para que el sistema científico argentino continúe en expansión. Las universidades brindan formación y título y el Conicet financia el doctorado. “En la actualidad se forman alrededor de 900 doctores por año y no todos van a entrar al Conicet a hacer ciencia –remarcó Rovira–. Pero nos interesa que los doctores que formamos puedan desarrollarse, aunque la función del Conicet no sea buscarles trabajo. Tratamos de relacionarnos. Hace unos días una empresa pidió un perfil de investigador, ubicamos a varios y les preguntaremos si quieren que mandemos el currículum.”La modalidad es parte de una nueva figura del Conicet: investigador en empresa. A diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, donde la investigación se realiza en las universidades pero con un fuerte financiamiento privado, aquí el aporte económico empresario es escaso. La nueva figura puede modificar en algo esa realidad: “Firmamos un convenio con la empresa para que el científico trabaje cuatro años, compartiendo el pago del salario –explica Rovira–. Es una forma de insertar a los doctores en la actividad privada, fomentamos la formación de grupos de I+D en las empresas y tenemos la esperanza de que los empresarios se den cuenta de que no es tanto más costoso contratar a un doctor que, además, por su formación, puede aportar ideas por fuera de su especialidad.” Con esa idea, en la última reunión del Ministerio de Ciencia con los representantes del BID se propuso que el banco otorgara subsidios a las empresas, por tres años y en forma decreciente, para que incorporen científicos.Hay un tema insoslayable en el diálogo con Rovira, quien tiene dos hijos y un nieto: la participación de la mujer en la ciencia. “Entre los investigadores la relación es de 50 y 50, entre los becarios, 60 de mujeres y 40 de hombres. Es cierto que a las categorías más altas llegan más hombres que mujeres, ahí la presencia femenina es de sólo un 20 por ciento. Pero eso no es patrimonio argentino, tengo una estadística realizada en países europeos que muestra lo mismo. Es un fenómeno general.”–¿Cómo fue en su caso?–Siempre pensé y dije que no iba a ser ni una madre ejemplar ni una científica brillante. No hubiera podido ser una sola de las dos, no tener hijos o no trabajar. Por suerte, lo pude llevar adelante.–Y más allá de lo que pensaba...–Sí, bueno, pero no necesariamente para ser presidente del Conicet hay que ser una científica brillante. Estoy muy orgullosa de que me lo hayan ofrecido y estoy aquí desde las 8 de la mañana hasta cualquier hora, porque cuando me comprometo, lo hago con todo. Ya logramos tener en marcha 33 obras, porque hay muchos institutos que no tienen el lugar adecuado para la cantidad de gente que trabaja. Le damos mucha importancia por la seguridad del que trabaja, por ejemplo, en los institutos de biología los barbijos, los guantes, el sistema de descontaminación, las puertas se tienen que abrir de determinada forma para salir más fácil, los extintores de fuego y cómo proceder ante un incendio.
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