Por Diego Long
Los motoqueros tienen que pelear contra la mala paga, la ambición empresaria y la condena social.
El hombre está entrando el auto al garage de su casa. De la nada, como saben hacer los delincuentes, apareció la moto y ya no le daba tiempo de cerrar la puerta ni de hacer nada. Algo le tropezó en el estómago, se le aflojó el cuerpo, y su palidez se reflejó en el espejito retrovisor. El motochorro, sin embargo, se fue y no le robó, ni lo secuestró, ni lo mató. Acababa de dejar un sobre en una casa a dos casas de la suya, le cedió el paso al auto, vio el susto que le causó al hombre, sintió culpa, bajó a la calle por la subida del chalet, y tuvo ganas de gritar que era laburante, que era bueno, que trabaja todos los santos días para mantener a su familia y que su oficio no era el de motochorro, sino el de mensajero. Pero se alejó rápido, con esa mezcla de vergüenza, miseria y furia que siente el discriminado. Dice que bastante tiempo después pensó que, así como el hombre se asustó, podía haber reaccionado tirándole el auto o pegándole “un culetazo”.“Ahora se siente el temor de la gente, te miran mal, con desconfianza, yo trato de sacarme enseguida el casco y presentarme”, cuenta Luciano, que tiene más de una década en uno de los oficios urbanos más duros. “Hay un caso de zona Sur, de Monte Chingolo, en el que a un compañero le metieron un tiro en la pierna por confundirlo con un motochorro”, agrega. Y queda claro el calibre de las consecuencias de la estigmatización a la que fueron sometidos los mensajeros.“Somos la cara de la inseguridad pero es a nosotros a quienes nos pisa el colectivo, que el patrón nos roba, que no tenemos sueldo, nos aprieta la cana por un espejito y que el día de lluvia tenés que laburar igual y se inunda la ciudad en quince minutos de tormenta. Al otro día es fija que tenés cuatro o cinco mensajeros con conjuntivitis. Después de tres o cuatro horas bajo la lluvia, por más que tengas el mejor traje, te enfriás y te humedecés. Después de un par de días es fija que te agarra una pulmonía o una angina grave, que te tira una semana en cama, semana que no cobrás.” Luciano Schillaci, a sus 33 años, es uno de los veteranos del oficio. En 14 años trabajando con la moto, las pasó casi todas. Por eso ahora trabaja en una agencia que se organizó como cooperativa y llegó a ser secretario gremial de Simeca, el sindicato de motoqueros, deliveries y mensajeros en bicicleta de la CTA.Schillaci asegura que el principal flagelo del oficio son las condiciones del empleo. Porque, además de la intemperie y la crítica situación vial, afirma que los accidentes y las muertes de los compañeros son resultado directo del trabajo a destajo que aún mantiene el gremio. Las cifras oficiales indican que en el país seis personas mueren cada día en moto y, en la Ciudad de Buenos Aires, cada mes fallecen ocho.
Presupuesto motoquero.
El trabajo a destajo, erradicado de la mayoría de los sectores, refiere a la actividad del que cobra por cantidad producida. Un viaje mínimo hoy se cobra entre 14 y 22 pesos, según la agencia. Al mensajero le queda el 50 por ciento y al patrón, el otro 50. Todos los gastos corren por cuenta del trabajador. Además de los gastos de patentamiento y de la licencia de conducir, el motoquero debe pagar un seguro, al menos con cobertura contra terceros, que ronda los 40 pesos. La patente, que cuesta entre 40 y 60 pesos y, por día, se le irán 25, 30 o 40 pesos en nafta. Una pinchadura, nada raro, serán otros 20 mangos, si hay suerte de que ocurra cerca del mecánico amigo. Pero, sino, puede ser 30 o 40. Si se rompe un poco la cámara, te ponen un parche y la tarifa se va a 50.A eso hay que agregar que pasar el día entero a la intemperie, vuelve obligatorio, al menos, invertir en un sánguche y una coca, y gastar 15 pesos más. Otros siete, si el motoquero fuma. Y otro tanto si no puede estar todo el día manejando en la calle con un solo sanguchito. Así, si quiere llegar a fin de mes con un sueldo más o menos digno, deberá juntar 200 pesos limpios. Lo que implica que, si no pincha una goma, ni se enferma, deberá hacer viajes por 540 pesos, aproximadamente, para que le queden 270. Es decir que deberá llegar a hacer unos 27 viajes mínimos de 20 pesos, cada día.Las mensajerías tuvieron su expansión durante los ’90, de la mano de los rubros comerciales, financieros y de servicios, pero también su auge estuvo pegado a la inseguridad, la crisis vial y los cierres de fábricas, cuyas magras indemnizaciones alcanzaban para una moto. Simeca se funda en el ’99, pero su presentación en sociedad fue en los hechos de diciembre del 2001, cuando fueron el cuerpo motorizado de la resistencia y se movieron sin pausa, asistiendo a los heridos.La situación del gremio, si hoy es muy difícil, antes del 2001 era peor que precaria. Ningún mensajero estaba contratado en blanco, ni tenía asistencia médica, ni ART. Además, de la era menemista hasta entrada la década del 2000, los empresarios no tenían ningún motivo para privarse del placer de la superexplotación.“El peor agenciero de todos se llama Adrián Ríos, para que sepa que no nos olvidamos de él en el sindicato”, dice Schillaci. Pasaron ocho años desde que a Jorge Rodas lo pisó una camioneta 4x4, cerca de Tagle y Libertador, mientras trabajaba para Ríos, en la empresa de publicidad Agulla & Baccetti, pero nadie se olvida que Ríos fue, le sacó el bolso, la campera y lo dejó tirado a Jorge, semi-muerto. Y murió. “A las diez de la noche lo llamó Celia, la mamá de Jorge, y le preguntó ‘¿No sabe dónde está mi hijo?’ Y él le contestó: ‘No, señora, debe estar tomando cerveza con los amigos’”, relatan sus compañeros.“Otra vez, en la esquina del local se accidentó un pibe trabajando en bicicleta, lo agarró un colectivo a mucha velocidad, fue un choque muy fuerte, lo levantó en el aire, y le vuelve a pegar contra el vidrio. El pibe cae y queda todo enganchado con la bicicleta, vamos corriendo a asistirlo, se estaba muriendo, y ahí se escucha por el handy al patrón que decía que mandaba a otro por los trámites. Entonces nos acercamos al policía y le dijimos por favor que no se lleven el bolso porque después nadie se hace cargo del pibe y lo dejan muerto. Por suerte, esa vez obraron bien, nos quedamos con las cosas ahí, y el tipo gritaba por el teléfono, ‘Las cosas son mías, no me las pueden sacar’, hasta que un policía le habló y le dijo: ‘Mire señor acá hay un accidente grave, no aparezca ni usted ni nadie’. Igual mandó a tres pibes de la agencia, obligados a intentar robar el bolso del lugar del hecho.”Después del 2001 los mensajeros organizaron muchas luchas, para el 2004 consiguieron que el Ministerio de Trabajo saliera a inspeccionar las agencias, y ahí se blanquearon cantidades de compañeros. Fue a partir de una jornada de lucha, una movilización al Ministerio de Trabajo, planteando la inscripción de nuestro gremio y la inspección por la precariedad que había en las agencias y, lo que fue importante, se consiguió que el sindicato pudiera participar de las inspecciones. Ahí se blanquearon al menos unos 2000 mensajeros de Capital Federal, instalando el trabajo en blanco en el rubro, pero en las agencias la cosa aún es muy complicada. El patrón que exige una velocidad es el responsable, no le dice ‘Andá tranquilo, tené cuidado, que el día te lo pago igual’, le dice ‘Andá matándote por el tránsito para poder facturar más dentro de un rato’. La precarización y la negligencia, en nuestro gremio, es muerte.El pasado 2 de noviembre en la zona de Puerto Madero, murió Brian Castillo, de apenas 18 años. Trabajaba en un sushi, como se le dice en la jerga. Lo pisó un empresario con un coche de muy alta gama, lo arrastró media cuadra, la moto se prendió fuego, Brian murió quemado y el hombre se quiso ir corriendo. No fue capaz ni de tirarle con el matafuego. Brian estaba terminando el Polimodal en Avellaneda y trabajaba para ayudar a su familia. “¿Dónde está Macri?”, se pregunta Schilliaci, “venía a la Capital Federal a trabajar honestamente, les llevaba el sushi a los ricos de Recoleta, y no había un sólo control de alcoholemia en esa zona. El tipo salió de un boliche re pasado, con cuatro más que se fueron corriendo. Por esos días había retenes de la Metropolitana parando mensajeros en el centro, pidiendo papeles y queriendo secuestrar motos por un espejito o por una lucecita quemada. Entonces, decimos, por qué no usan los recursos que tienen para prevenir que conductores alcoholizados pisen motoqueros”, remata Schillaci.
• El flagelo de la inseguridad
Los tiempos exigidos por los empresarios explican un inmenso porcentaje de la gran cantidad de muertes y accidentes en los que se ven implicados los mensajeros. Sin embargo, los que están rotulados negativamente son los propios motoqueros. Según datos del Ministerio de Justicia, en el 2009 el Sistema de Alerta Temprana (SAT) registró 1.234 asesinatos, de los cuáles, sólo el 17 por ciento, unos 165 casos, fueron en ocasión de robo. Para el mismo período, los homicidios culposos en hechos de tránsito, fueron más de 2 mil, con 745 víctimas que viajaban en moto, 69 en ciclomotor y 220 en bicicleta. Se calcula que más del 80 por ciento de los fallecidos, trabajaban con el vehículo. El instalado flagelo de la inseguridad en términos policiales, entonces, no le llega ni a los talones a las cifras de víctimas de los vehículos más desprotegidos. Apenas supera el 10 por ciento de los casos. Si algunos se despellejan la garganta gritando que “no se puede salir a la calle, porque te matan”, entonces qué les queda a los motoqueros.
• Combate de los pozos
Combate de los Pozos llegó un día a su casa y la madre le dijo que lo había ido a buscar la policía. Aunque nunca le habían simpatizado, se extrañó y se fue inmediatamente a la comisaría. Allí se presentó ante el oficial de la mesa de entradas, quien apenas escuchó el nombre, volteó a mirarse con otro agente, murmuraban y lo miraban, hasta que lo hicieron pasar y lo llevaron directamente con el comisario. “¿Qué hacés acá, pibe? ¿Estás loco, después de lo que hiciste?”, dice Combate que le decían. “Yo no hice nada, ¿de qué se me acusa?” “¿No sabés que despachaste un kilo de merca hacia España?” “No, yo llevé un paquete de encomienda, nunca los abro. Soy mensajero”, insistía, con el handy y el chaleco. “Me piden un viaje y lo hago, me pagaron veinte pesos por este viaje”, explicaba Combate. Tuvo suerte, el comisario se dio cuenta de que no sabía nada y lo largaron. A Combate de los Pozos lo bautizaron así porque cuando llegó al sindicato siempre quería luchar por el arreglo de las calles, y hasta una vez trajo la propuesta de armarle a un pozo el cumpleaños.
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