Entrevista a uno de los principales referentes de la diáspora armenia en Sudamérica y profesor de relaciones internacionales en la Universidad de San Andrés Khatchik DerGhougassian, a 96 años del genocidio armenio.
Por Emiliano Guido.
El genocidio armenio fue el primer plan sistemático de exterminio humano del siglo XX y un modelo de ejecución racial para los jerarcas nazis. Sin embargo, dicha masacre sigue siendo ocultada en la historia oficial de Medio Oriente. Khatchik DerGhougassian, uno de los principales referentes de la diáspora armenia en Sudamérica y profesor de relaciones internacionales en la Universidad de San Andrés, habló con Miradas al Sur sobre la importancia del reciente fallo del juez Norberto Oyarbide –inédito a nivel mundial– que reconoce la responsabilidad de Turquía en la matanza armenia: “Tiene una tremenda potencialidad para consolidar un Nunca Más universal” y advirtió que “la Turquía moderna construyó su mito fundacional gracias al negacionismo de sus atrocidades y a la complicidad de las potencias occidentales”.–¿Qué implicancias jurídicas puede tener el fallo de Oyarbide sobre el genocidio armenio? –En principio, es un hecho jurídico sin precedentes. Varios tribunales han tratado el tema, pero desde otras perspectivas, como el juicio en 1919 a los organizadores del plan de exterminio en su ausencia, que se abortó por la sublevación de los nacionalistas turcos o los procesos abiertos en Turquía a intelectuales como el Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk por reconocer el genocidio. Pero, igualmente, ningún juez había emitido un fallo exclusivo declarando la verdad histórica del genocidio y responsabilizando a Turquía. En este sentido, y a pesar de que la resolución dice explícitamente que el objetivo es el establecimiento de la verdad, el fallo abre un espacio para avanzar en instancias internacionales hacia etapas superadoras del reconocimiento del genocidio armenio, en particular la reparación moral y material. La otra importancia del pronunciamiento, evidentemente, es su tremenda potencialidad en términos educativos para la formación de generaciones que entiendan el aspecto esencialmente inhumano del genocidio contra cualquier pueblo y se comprometan a un Nunca Más universal.–¿Cómo le explicaría a la población argentina en qué contexto y por qué motivos se produjo la limpieza étnica de Turquía contra Armenia? –El plan de exterminio de todo un pueblo no puede ser circunstancial. Si la Primera Guerra Mundial fue la oportunidad para su ejecución, el plan ya estaba listo con todos sus detalles y guardado en secreto. El genocidio como “práctica social” se venía fomentando desde, por lo menos, el siglo diecinueve, y las raíces del odio se extienden profundamente en la situación del armenio como sujeto jurídicamente inferior ante la ley islámica. Es en estos contextos, marcados por conflictos internos del Imperio Otomano, es que la inferioridad jurídica fomentó primero, el fanatismo religioso, y luego, el odio racial. En síntesis, el genocidio de 1915 era primero, para brindar la “solución final” a la Cuestión Armenia, eliminando el pueblo entero considerado “guiavur” –“infiel”– y, por lo tanto, despreciable; segundo, para vaciar los territorios históricamente armenios al este de Anatolia y así asegurar la expansión del Imperio Otomano hacia Asia Central donde está Turán, la patria mítica de estos pueblos. Pero, cabe tener en cuenta que junto a los armenios, el gobierno de los Jóvenes Turcos organizó y ejecutó la aniquilación de otras minorías cristianas como los asirios; y tercero, el proyecto nacionalista de Mustafa Kemal tuvo como objetivo la homogeneización étnico-cultural de la sociedad.–¿Por qué, pese a haber pasado tantos años, rige un silencio oficial de la comunidad internacional sobre el genocidio armenio? –Porque el silencio oficial turco, transformado en política estatal de negación, junto con la complicidad de los intereses de las grandes potencias coloniales de la época en el Medio Oriente, le dieron al genocidio de los armenios su singularidad de crimen olvidado. Quienes no olvidaron, por supuesto, fueron los nazis porque los militares alemanes, aliados de los turcos en la Primera Guerra Mundial, habían asistido al exterminio y aprendido la lección. De hecho, en 1939, Hitler declaró: “¿Quién se acuerda hoy de los armenios?”.–¿Por qué Turquía sostiene el negacionismo de este hecho como política de Estado? ¿Qué países satelitan la posición de Ankara en la esfera global? –El negacionismo sirve para mantener el mito fundacional de la Turquía moderna y, por lo tanto, su legitimidad como Estado. El mito fundacional, a su vez, fomenta el nacionalismo turco xenofóbico que a menudo se expresa en barbaridades como fue el asesinato del periodista Hrant Dink en enero de 2007 o el degollamiento de curas católicos. En la política negacionista turca es cómplice activa la República de Azerbaiján, cuya población es étnicamente turca e históricamente ha tenido una alianza estratégica en el proyecto imperial panturquista. Otro país más o menos activo en la complicidad del negacionismo del Estado turco es Pakistán. La posición estratégica de Turquía en la Otan, además, impuso hasta los ’80 el silencio oficial en los países occidentales. Hoy ya no es el caso. La verdad histórica del genocidio armenio no se cuestiona ni siquiera en Estados Unidos.–¿Cuál es el presente de las relaciones entre Turquía y Armenia? Y, ¿qué reclama, específicamente, el Estado de Armenia como compensación histórica y política?–Turquía fue uno de los primeros países en reconocer la independencia de Armenia luego de la disolución de la Unión Soviética, pero ha cerrado unilateralmente sus fronteras con Armenia desde 1993, imponiendo al país un estratégico bloqueo de salida comercial al Mar Negro. No hay, entendiblemente, relaciones diplomáticas entre los dos países. Por otra parte, oficialmente, Armenia ha declarado que no tiene demandas territoriales de Turquía, pero el recuerdo y reclamo por el genocidio está en la Declaración de su Independencia. Además, el presidente de Armenia no incluyó al plan de exterminio en la agenda de la política exterior y no lo quiso tratar como un asunto estatal, ilusionándose de “las relaciones sin precondiciones” con Ankara. Pero se chocó con la intransigencia turca que impuso tres condiciones para la normalización del vínculo: la resolución del conflicto de Nagorno Karabaj a favor de Azerbaiján; el abandono de cualquier intento oficial de reconocimiento internacional del genocidio, y la ratificación del Tratado de Moscú de 1923 entre los representantes de los rebeldes kemalistas y de los bolcheviques que establecieron las actuales fronteras entre los dos países.
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